Vivimos en un mundo diseñado para la experimentación de la polaridad y, desde un extremo de esa polaridad al otro, la vida muestra una infinita gama de posibilidades. La socialización que recibimos desde la infancia apresa nuestra atención para que esté continuamente enfocada en lo externo y después, nos inculca un sistema de valoración que decide lo que es bueno o malo, aceptable o inaceptable y que viene condicionado por las tradiciones, la cultura y la moda imperantes. Pero este sistema de valoración con el que nos aleccionan es demasiado simplista e impreciso porque se apoya en la comparación con terceros. Pongo un ejemplo.
La gordura está mal vista en nuestra cultura occidental, pero no siempre fue así. Tener sobrepeso, especialmente para el sexo femenino, era un indicativo de una mejor situación económica y se creía que estas mujeres tenían más facilidades para gestar. Las creencias actuales nos dicen que tener unos kilos de más es algo insano y antiestético y, lo que antes era atractivo, ahora causa rechazo social. Una persona con 85 kilos se puede considerar gorda o delgada respecto a otra de referencia o según baremos estándar establecidos por “profesionales” de diferentes ámbitos.
Hay quienes se guían demasiado por estos condicionamientos sociales, que se utilizan como herramientas de control para crear una masa social superficial y fácilmente manipulable. Aquí juegan un papel fundamental los medios de comunicación, especializados en adoctrinar las mentes y moldear su OPINIÓN.
El negocio del entretenimiento también participa en este sarao y saca de ello pingües beneficios vendiendo a la gente ocio-basura para que olvide el mayor tiempo posible su penosa existencia. Ofrecerá cualquier bazofia que sirva para adormecer la conciencia y la capacidad de razonamiento porque quieren a la población tranquilita, con la mente anestesiada para dar continuidad al sistema de consumo.
Con este panorama, declaro con toda contundencia que el ochenta por ciento de la gente o tal vez más, no tiene ideas propias. Su mente ha sido parasitada, secuestrada por la televisión y otros medios de masas. La gran colectividad social es el reservorio de creencias y opiniones contaminadas a propósito para que no gaste tiempo en pensar porque el sistema ya lo ha hecho por ella, claro. Y cuando a ese mismo sistema le interese un cambio, sólo tendrá que mover un poco los hilos creando algún evento impactante para dirigir la opinión pública en otra dirección.
La mente es quien marca el rumbo y vivir de esta manera es como si un barco pierde el timón. Si entregas tu mente dócilmente para que otros la llenen de inmundicias, es tu elección, pero has de saber que harán de ti un pelele y te utilizarán para lograr sus propósitos, no los tuyos, porque gracias al condicionamiento social que has recibido, de entrada, tampoco sabes con seguridad cuáles son.
Este colectivo adormecido al que me refiero es el que se fija en los asuntos superfluos de la vida como empaparse cada día con noticias catastróficas, cotillear sobre los famosos, hablar del tiempo que hace porque no tiene nada interesante en su horizonte y criticar a las personas que se atreven a ir contracorriente. Sus mentes tienen una vibración mediocre, están programadas por terceros y, por tanto, se encuentran desprovistas de contenido genuino. Tienen muy poco que aportar al mundo, salvo hacer bulto, teniendo más en común con el Neanderthal que con el Homo sapiens-sapiens.
Nuestra mente está diseñada para que hagamos uso de ella. Podemos utilizarla con conciencia o dejar que a través de ella nos utilicen a nosotros. Me refiero al personaje social o ego perfilado a partir de ese conjunto de tradiciones, cultura y moda que tiene como propósito seguir replicando lo que hay y que se aferra a esa zona de confort donde todo parece previsible.
Pero la vida no es eso y nosotros no somos el personaje, somos la conciencia que se mantiene oculta tras el personaje-ego. Para llevar una vida auténtica hay que romper esos velos que nos impiden conectar con nuestra verdadera identidad y, para que esto suceda, hay que hacerse preguntas, hay que poner a la mente a funcionar. Para ello, lo primero es cambiar el foco, dejar de observar lo externo, practicar la autobservación y la autorreferencia.
Tomar distancia de la matrix y mejorar el nivel de conciencia también exige recuperar el propio JUICIO. Durante mucho tiempo he considerado que realizar juicios de valor es algo malo. A raíz de escuchar la argumentación de un maestro del discernimiento me he replanteado esta creencia. Según él, el juicio es lo que nos permite establecer la escala de valores que nos ayudará a movernos con mayor verosimilitud en esta sociedad caótica, tan diversa e inabarcable que nos perderíamos en esa infinita gama de posibilidades que hay entre un extremo y otro de la polaridad.
Cambiar el foco del exterior al interior es un gran reto porque toda la vida hemos hecho lo opuesto. Dedicarse a enjuiciar los eventos y los personajes externos es una pérdida de tiempo soberana porque lo verdaderamente importante es lo que sentimos adentro en relación a lo que sucede afuera. La mente sirve a un fin útil si la utilizamos para procesar y extraer el aprendizaje del conjunto de reacciones o respuestas que surgen a raíz de la variedad de cosas que acontecen en la vida.
Nuestro propio juicio interno es lo que puede ofrecernos coherencia para tender puentes entre nuestras pulsiones y deseos genuinos y lo que pensamos. Es la herramienta que puede ayudarnos a poner orden interno, establecer prioridades, hacer elecciones acordes con nuestra naturaleza única, autoevaluarnos y responsabilizarnos de nuestros actos…
A mi entender, es un término que está muy desvirtuado por dos razones principales. La primera es que esta palabra se ha utilizado sobre todo para juzgar a terceros, lo que nos lleva inevitablemente a entrar en la comparación (las arenas movedizas de la mente). La segunda es que lo asociamos con la profesión judicial y la religión, lo que le añade una carga extra de pecado-castigo-vergüenza-rechazo social.
Conviene aclarar que el juicio debe utilizarse siempre con un sentido de temporalidad sobre el comportamiento, la creencia o la actitud, de aplicarlo sobre la persona estaríamos poniendo una etiqueta. Un ejemplo. Juzgar que “en una situación me he comportado de forma incoherente” se presta a la reflexión, juzgar que “soy incoherente” es una sentencia malsana.
La justicia se representa con una balanza en la mano y considero que es un simbolismo bastante apropiado, pues de lo que se trata es de entrenar nuestra conciencia en el equilibrio y la neutralidad para ser observadores ecuánimes. Esto no significa ser seres fríos y sin sentimientos, sino tener un adiestramiento tal que podamos recuperar fácilmente el centro. La mente debe ponerse al servicio de este balance de la polaridad a nivel interno y, en este paso, el juicio también cumple un papel fundamental pues es el encargado de aceptar o rechazar la información que nos llega del exterior. De evaluar si es compatible con nuestros valores y encaja con nuestra vibración particular.
El viaje siempre es interior y viajamos solos, aunque nuestra percepción nos diga otra cosa. El mundo que nos rodea es un decorado que nos permite experimentar y cada persona cumple un rol dentro de este enorme teatro que es la vida.
Cuando se alcanza el grado de maestría suficiente a través de una mente entrenada que observa la matrix con distancia, que ha cavilado acerca de su mundo y, por tanto, seguramente ha elegido caminos divergentes de la masa homogeneizada, entonces se alcanza el siguiente estadio. El DISCERNIMIENTO es la capacidad más elevada dentro de la 3D porque la mente se ha hecho consciente de su singularidad y su forma única de razonar y entonces es capaz de traspasar el umbral del conocimiento y conectar con la sabiduría.
Aquí la conciencia está muy expandida y puede alcanzar niveles muy profundos sobre temas altamente complejos. El vasto territorio que se abre mediante nuestra capacidad de discernimiento es infinito, pues se trata de conectar con el universo entero, con lo que hay más allá de la percepción sensorial, con otros mundos sutiles que la mayoría de los humanos no percibimos. El procesador mental del individuo puede interpretar la existencia desde la ecuanimidad, ya no se confunde con el personaje-ego, no se compara ni se deja arrastrar por eventos externos. Este fue el diseño original de la mente del Homo sapiens-sapiens porque somos fractales de la Conciencia Suprema.
Una mente así está muy cercana a la Fuente, es una mente que ha integrado su poder creador porque el discernimiento lleva inevitablemente de regreso al origen divino y a ese estado que denominamos iluminación. Por esta razón, las mentes entretenidas en distracciones vulgares, están perdiendo el tiempo, se han desviado de su finalidad.
La minoría empeñada en dilucidar y traer a la luz de la conciencia asuntos tan complejos es preciso que aumente, porque sólo buceando en estos espacios podemos avanzar como humanidad. Por eso, aún queda esperanza de que la especie humana perviva, evolucione, y más tarde o más temprano, pueda despertar del adormecimiento general en el que se haya sumida. Iluminarnos, salir de la rueda del sufrimiento o samsara es el verdadero propósito que traemos al encarnar: recordar que somos entidades espirituales y trascender el personaje terreno que creíamos ser.
Puedes mejorar tu nivel de conciencia. Te animo a reflexionar dónde está posicionada tu mente: en la opinión/información/evasión, en el juicio/conocimiento/afrontamiento o el discernimiento/sabiduría/trascendencia. He de decirte que este entrenamiento dura toda la vida y es el camino inevitable que todos hemos de recorrer.
María del Mar del Valle
Educadora social y escritora
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