El nudismo como terapia

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Para muchas personas el hecho de estar desnudos en público cuando el clima lo permite no deja de ser una cosa curiosa, intrascendente o absurda. Sin embargo el nudismo-naturismo tiene una importantísima dimensión terapéutica, conocida desde siempre, y que cada vez alcanza una mayor vigencia en todo el mundo.

La desnudez nos iguala, destruye barreras de comunicación, nos sincera. Desnudarse es muchísimo más que quitarse la ropa. Con ella se van prisiones de las que ni siquiera éramos conscientes. No en vano, el mito de la expulsión del Paraíso identifica el hecho de vestirse con el pecado, la vergüenza, la culpa y el dolor. Algo tan aparentemente simple como desnudarse en comunidad puede suponer empezar a acabar con todo ello, iniciar el retorno al Paraíso.

Las palabras nudismo y naturismo, que en Europa utilizamos como sinónimos, tienen un tercero en Estados Unidos: allí al nudismo se le llama también “body acceptance”, aceptación del cuerpo. Un estudio fundamental es el de la doctora Aileen Goodson “Therapy, Nudity & Joy”, donde se documenta el uso terapéutico de la desnudez en todas las épocas, desde el antiguo ritual hasta la psicología moderna. Anorexias, bulimias, obsesiones, complejos, neurosis, etc., pueden saltar por los aires con la terapia de la desnudez.

El nudismo-naturismo hace que nos sintamos más vitales, más satisfechos, más limpios, más en armonía con uno mismo, con los demás y con la vida en general. 

¿Tanto aporta el nudismo? –dirá alguien. No, aporta muchísimo más; tanto que es imposible de transmitir. Sólo la experiencia puede dar la medida exacta de su valor.

Desde siempre he sido más bien rellenita, nunca me ha gustado mi cuerpo. Intelectualmente creía comprender lo maravilloso que es ser naturista: no sentir vergüenza de mí misma, aceptarme como soy, relacionarme así con los demás, siendo yo misma. Desnudarme en público era un reto tan atractivo como difícil: me moría de miedo y de vergüenza sólo con pensarlo. Toda la gente me miraría y me juzgaría. ¿Darían su aprobación?, ¿me despreciarían?, ¿cómo comportarme con mis conocidos? La inseguridad me atormentó durante mucho tiempo.

Pero un día el vaso de mi autodesprecio se colmó. Mas de cuarenta años sintiendo vergüenza y miedo. Temblando accedí a ir con unos amigos a un camping naturista. Busqué mil excusas para no quitarme la pieza de abajo del bikini, lo que sólo consiguió que sintiese aún más vergüenza. Me sentía enormemente incómoda entre aquella gente que –como temía– de vez en cuando me miraban. ¿Qué pintaba yo allí mintiéndome a mí misma, soportando la flagelación de aquellas miradas que sin demasiado interés se dirigían a mí?

Un empleado del camping me dijo que se consideraba una falta de respeto no estar desnudo y amablemente me invitó a desnudarme. Le conté el cuento de que tenía una cicatriz reciente –qué excusa más torpe, todo el mundo sabe que el sol es el mejor cicatrizante. Pareció no creerme e insistió. Mi mente se quedó en blanco un instante y sin más me despojé del bikini. Mi mente siguió en blanco. Algo estaba pasando.

Me di cuenta de que nadie me miraba, o, mejor dicho, nadie se fijaba en mí. Pero lo más  significativo estaba dentro. Me sentía extraña, no porque tuviese algo, sino por otra cosa. Tardé unos minutos en darme cuenta.

Acababa de perder definitivamente a dos permanentes compañeros de mi vida: el miedo y la vergüenza. Sentía como si una losa de mil toneladas hubiese desaparecido de encima de mí, una losa de la que sólo fui completamente consciente una vez desapareció. No exagero si digo que recuerdo aquella experiencia como la más importante de mi vida. Nunca lo habría sospechado.

Mi cuerpo no ha cambiado desde entonces. Pero ya no me siento culpable cuando como lo que me gusta. Mi cuerpo, tal como es, me parece fantástico, ¡es el mío! Ya sé que para quien no lo haya experimentado puede parecer una exageración, pero lo cierto es que siento como si hubiera vuelto a nacer, pero con un conocimiento y una experiencia que me permiten disfrutar mucho más de la vida, hasta el punto de que lo anterior más me parece muerte. No soy completamente feliz siempre, pero si lo soy mucho de vez en cuando. Y ahora soy yo, sin más, y eso es lo mejor. (Antonia Amorós).

EL NATURISMO ES UNA FORMA DE VIVIR EN ARMONÍA CON LA NATURALEZA,
CARACTERIZADA POR LA PRÁCTICA DEL DESNUDO EN COMÚN, CON LA FINALIDAD DE FAVORECER EL RESPETO A UNO MISMO, A LOS DEMÁS Y AL MEDIO AMBIENTE

(Federación Naturista Internacional)

El tamaño de mi pene condicionó mi vida. Nunca hice deporte por miedo a ser descubierto en las duchas. Cuando en la pubertad la entrepierna de mis compañeros comenzó a abultar, yo me metía una pelota de tenis en los calzoncillos. Sí, también yo me río ahora, pero entonces aquello me llevaba al borde de la locura. Además, ni con la pelota de tenis conseguía el bultito homologador. Compraba pantalones anchos en la entrepierna, para que la holgura diese cierto pie a la duda y a la esperanza.

Las pocas veces que iba a la piscina llevaba bañadores tan grandes que habríamos cabido dos como yo, por supuesto de tela, largos, nada ajustados. ¿Qué más decir? Leía todo lo que podía encontrar sobre tamaños de penes, que siempre confirmaban que lo mío era pero que muy, muy corto de miras. Hasta llegué a acumular un buen montón de revistas pornográficas, que no me gustaban, simplemente intentando encontrar alguna imagen con la que solidarizarme. Pero ocurría todo lo contrario: los penes aquellos aumentaban más y más mi complejo.

Un psicólogo me recomendó el naturismo. Me dijo que sería la terapia idónea para mi obsesión. Me dieron ganas de recomendarle un psicólogo, ¡pero si precisamente eso era de lo que yo huía!

Fui a una playa nudista, de mirón, claro. Por cierto, no es nada agradable ser mirón, o por lo menos yo no me sentía bien. La mayoría de los penes (que a comparar iba yo, a pedir perdón por mi micromiembro) eran mucho más grandes. Un día vi a un señor mayor y grueso al que tenía poco que envidiar, aunque yo era joven y delgado, virgen hasta los 30 años –qué pensarían de mí mis alumnos si lo supiesen, ellos que a los 12 años ya presumen de expertos. En un sex-shop encontré una revista naturista alemana –sí, en una sex-shop–, donde algún que otro vikingo tampoco iba muy bien armado.

Un día me atreví a desnudarme en una playa nudista, solitaria. Me sentía raro, más bien diría que idiota; era como estar en mi cuarto de baño, pero con sol y aire. Caminé un poco, con tan mala fortuna que debí salirme de la zona autorizada y un grupo de gente vestida, a unos cien metros, se fijó en mi. No sé por qué ni cómo seguí avanzando. Al llegar a su altura me miraron fijamente y se rieron. Sentí muchísima vergüenza, pero no por mí, sino por ellos; sentí vergüenza de pertenecer a una especie que puede generar individuos tan miserables.

He superado en gran medida mi problema. Me aterra pensar los años de mi vida que he perdido por culpa de toda esta basura. Creo que ningún padre del mundo tiene derecho a privar a sus hijos de la dignidad de aceptarse a sí mismos. Debería estipularse como crimen. Creo que el textilismo es un delito y cuando veo una playa llena de gente vestida siento un inmenso desprecio, exactamente tan grande como el que años atrás sentí por mí mismo. (Txiqui Salinas).

Anorexias, bulimias, neurosis, complejos, obsesiones, etc., pueden saltar por los aires con la terapia de la desnudez

Las historias de Antonia y Txiqui son sólo dos ejemplos radicales de los que se reciben en una publicación naturista. Después de su liberación de hecho, compartir su experiencia potencia aún más su conquista.

La primera vez

Si nunca te has atrevido con la experiencia del naturismo, te ofrecemos unos consejos que te lo harán más fácil:

  • Las playas autorizadas pueden ser un paso intermedio. A veces, a algunas van mirones y exhibicionistas. Ve mejor cuando haya más gente; será lo más seguro.
  • Un club o una asociación puede ser el camino ideal. En ellas encontrarás mucha gente que ha vivido lo mismo que tú, antes que tú y que estarán encantados de apoyarte.
  • La experiencia más plena será probablemente en un centro naturista. Los hay para todos los gustos y al alcance de cualquiera. En la mayoría de centros naturistas exigen el carnet de la Federación Internacional de Naturismo, que puedes conseguir en las Asociaciones (y la lista de las mismas en la Federación Española de Naturismo. Apdo. de Correos 50.370 • 28080 Madrid). No suele haber mirones ni exhibicionistas. Te sorprenderá que nadie se fije en tí, a no ser que no te quites la ropa –eso es lo que allí llama la atención, no la desnudez. El respeto que se respira, la serenidad de los mayores, la alegría de los pequeños. Bienvenida/o a la vida.