Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y puede que sea verdad. Pero si no conectamos con lo que vemos, las palabras nos ayudan a entender, lo que esa imagen quiere mostrar. También decimos que las palabras se las lleva el viento, sobre todo cuando estas no coinciden con los hechos o con nuestra forma de actuar. Pero no callamos ni un momento, ni siquiera para dar paso a un silencio, que nos permita aprender a escuchar desde el mar. Pero más allá de las palabras y las imágenes, hay conceptos en la naturaleza humana que sabemos que existen desde el comienzo de la vida, de la misma manera que existe el mar. Hay conceptos como la conciencia, que no necesitan de imágenes ni palabras, que navegan por el agua que fluye por dentro, y que nos unen lo que la racionalidad nos suele separar.
Los científicos cuentan que somos 70% agua, y lo aceptamos aunque a primera vista no lo podamos comprobar. Pero sabiendo que cuando lloramos brota agua salada, no nos atrevemos a afirmar que somos 70% mar. Conocemos que el útero de una mujer embarazada, mantiene prácticamente la misma salinidad que el agua del mar, pero aunque pasamos los primeros 9 meses de nuestras vidas buceando, necesitamos llegar a tierra, levantarnos y ponernos a caminar. Olvidamos dónde comienza la vida, y contamos los años una vez dejamos el mar. Olvidamos que existe una sola conciencia, una conciencia universal, y la cambiamos por una conciencia egoísta, personal y totalmente racional. Dejamos atrás lo que nos une, de la misma manera que cortamos el cordón umbilical. Y a medida que desarrollamos los huesos, vamos creando nuestra imagen y nuestra identidad. Comienza una dura carrera por vivir siendo diferentes, aunque sólo podamos serlo en un 30% de nuestra totalidad. Comienza una vida llena de hipocresía y violencia, porque nadie nos ha enseñado a amar desde el mar.
En este lugar erróneamente llamado planeta tierra, al que deberíamos haber llamado planeta mar, prima lo que pensamos y lo que decimos, por encima de lo que sentimos, aunque sepamos que nos podamos equivocar. Luchamos y peleamos por defender lo que pensamos, aunque sabemos que sintiendo las cosas se podrían solucionar. Analizamos a través del carbono 14, los datos que los huesos y la parte tierra nos puedan revelar. Pero nunca hacemos caso al mar interno, donde heredamos todas las emociones que durante siglos no nos hemos permitido siquiera expresar. La tierra por si sola ni es conciencia ni es vida, ya que sin agua no hay vida, tal y como lo demuestran los planetas del sistema solar. La conciencia nace del agua, de la vida, de la inmensidad infinita de los océanos y de su capacidad para curar y regenerar.
Quizá deberíamos replantearnos, si es posible sentir el movimiento del hueso, sabiendo que si el hueso no tiene agua, tampoco tiene movimiento que representar. Quizá es que aun no hemos entendido, que el idioma más antiguo que ha sobrevivido, y que sobre la palabra agua (ur) está construido, tiene muchas cosas que enseñar. Que la palabra hueso (hezur: ez ur / no agua), nos da una pista de donde está la parte tierra y donde la parte mar. Que la mentira (gezur: gez ur / agua sin sal), nos cuenta cual es la verdad de la vida y qué es la conciencia universal. Que tenemos un mar interno, lleno de botellas con secretos encerrados, que debemos de intentar limpiar. Que es importante derribar los espigones formados por las vivencias dolorosas, para que el agua pueda libremente fluir, subir y bajar. Que posiblemente, aun no sepamos nada de lo que somos, de la misma manera que sólo conocemos el 2% de todo lo que representa el mar. De lo importante y necesario que es limpiar los mares, y por supuesto dejarlos de contaminar. De lo importante que es el movimiento de las corrientes y las mareas, y que si el agua se nos estanca, es evidente que podamos enfermar.
Si hay alguna forma de representar la conciencia, posiblemente sea a través del mar