La energía de las palabras

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La sociabilidad no podría ser la misma sin las posibilidades comunicativas que nos proporciona el lenguaje. Éste surge de nuestra necesidad relacional porque el ser humano depende de “los otros”, tanto en el ámbito de la supervivencia física, como en el de su desarrollo cognitivo y emocional. Por esa razón, también existen lenguajes no verbales para personas con dificultades orgánicas.

El lenguaje y las diferentes vías para transmitir información, han sido y continúan siendo, herramientas básicas en nuestra evolución como especie. Baste recordar las aportaciones trascendentales de la imprenta, el Morse, la máquina de escribir, el teléfono o el ordenador, por citar algunas. La comunicación permite el acercamiento y la expresión entre personas y grupos humanos, aunque mal usada, también puede servir para todo lo contrario.

Los innumerables idiomas y dialectos que se han conformado en cada territorio, pueden erigirse como importantes barreras comunicativas o influirse mutuamente creando mayor riqueza. Así, tenemos muchas palabras completamente incorporadas en nuestra lengua castellana que provienen de otros idiomas. Algunos ejemplos son: fútbol, bidé, bagatela, bodrio, capricho, espagueti, gamba, antibiótico, asamblea, bisutería, edredón, suéter, detective, supermercado, desodorante, etc.

El lenguaje es algo vivo, está en una constante transformación y reformulación, adaptándose a cada época. Por ese motivo hay vocablos que se van quedando en desuso: mozalbete, buró, yunta, mequetrefe, brocal, adefesio, candil, arriero, visillo, cachivache, etc. Da un poco de pena que desaparezcan, pero debemos aceptar que en la vida todo es cambio.

Por el contrario, aparecen otros términos para denominar nuevos artilugios y actividades humanas: domótica, microchip, cibernética, transhumanismo, globalismo, poliamor, indexar, sensor, nanotecnología, avatar, etc.

Quiero mencionar que el castellano cuenta con un excelente patrimonio, unas 93.000 palabras según la RAE. Pero según parece, en nuestro vocabulario diario usamos alrededor de 300, un tanto por ciento muy pequeño en relación con el total y bien sabemos que lo que no se utiliza se atrofia y acaba por perderse.

Sólo quien guste de leer o escribir conoce del deleite que proporciona el juego de las palabras. A través de ellas se van moldeando contenidos de forma absolutamente ilimitada, sólo comparable con el lenguaje musical. Si tenemos en cuenta que con siete notas se puede componer música de manera ilimitada, nuestro idioma dispone de veintisiete letras (casi cuatro veces más), por lo que las posibles combinaciones se multiplican de manera exponencial.

Existe un aspecto muy importante del lenguaje que pasa bastante desapercibido para la mayoría de la gente: la energía que contienen las palabras

Su uso continuado imprime en ellas una determinada carga energética porque las verbalizamos asociadas a las emociones y también porque su etimología puede estar ocultando un origen cargado de densidad. Es este aspecto el que deseo abordar a través de varios ejemplos bastante ilustrativos de palabras y frases cuyo sentido deberíamos revisar por la vibración que tienen. De hecho, la energía que despliegan es similar a la de los egrégores, no se la ve pero se la siente.

Lucha/luchar

Estas palabras implican pugna, conflicto, bandos enfrentados movilizando energía bélica. Me resulta sorprendente lo extendido que está su uso. Estoy convencida que se debe al ideario colectivo de épocas pasadas, donde la guerra era el pan nuestro de cada día. Se utilizan comúnmente en ámbitos donde se persiguen logros y ya nos demostró Gandhi que existen otras maneras más armoniosas e igualmente efectivas de conseguir las cosas. Las he escuchado incluso en contextos de espiritualidad donde lo que se persigue es alcanzar un estado de paz. Alternativas interesantes a estos dos términos pueden ser: reivindicar, intentar, reclamar, actuar, tener el propósito de, unirse para, etc.

Trabajo/trabajar

Su origen parece estar en un antiguo instrumento de tortura llamado “tripalium”, algo muy emparentado en esencia con causar daño/exprimir al individuo a través de: la productividad, horarios interminables, jerarquía, pérdida de libertad, etc. Los pilares del sistema socioeconómico imperante se apoyan en el trabajo y la mano de obra. La frase “el trabajo dignifica al hombre” ha sido una patraña del sistema para ejercer control y enriquecerse unos pocos, que se lo pregunten a los empresarios explotadores.

Trabajar es lo que se espera que todo el mundo haga, da lo mismo si el puesto es acorde con tu vocación, si te pagan un salario que cubre tus necesidades, si tus condiciones laborales son adecuadas, si te tratan con amabilidad, etc. Además de la pérdida de recursos que impide cubrir tus necesidades, no tener trabajo puede significar que te sientas un desheredado, un marginado.

Sólo con oír el término “trabajo” te baja la vibración. Lleva la carga de milenios de dureza, esfuerzos y machaques. Por eso algunas personas intentan quitarle densidad denominándolo “trasubir”. A mí me resuenan las palabras “empleo” y “ocupación” que no generan desazón en mí.

Merecer/valer la pena

¿Qué creencia limitante hay detrás de esta frase de uso común? Su mensaje transmite que para lograr algo valioso debemos sufrir por ello, esforzarnos, padecer penurias, ¿por qué? No es algo imprescindible en absoluto. Disfrutar del camino que nos lleva a conseguir un propósito depende de nuestra actitud, es más, cuando nuestra energía es altamente positiva, tenemos mayores probabilidades de logro. Por esta razón, un amigo mío le ha dado la vuelta y dice: “merece la alegría”.

Ganarse la vida

Esta frase tan instaurada en el inconsciente colectivo, es digna hija del paradigma capitalista. Implica que el ser humano está obligado a responder a los requerimientos mercantiles, será valorado según su capacidad de producir y de ser fiel adepto a la economía y el capital. Para mí esto es esclavitud.

En el momento que nacemos ya tenemos la vida ganada pues se nos hace un hueco en una familia y una sociedad. El valor de la persona es intrínseco, aporta diversidad y riqueza a la comunidad independientemente de que encaje mejor o peor en las demandas socioeconómicas de un determinado contexto y periodo histórico. Está estrechamente ligada al término “trabajo”, mencionado anteriormente.

La vida no se gana, se vive. Por ese motivo cuando oímos hablar de alguien que “vive la vida”, lo relacionamos enseguida con alguien que dispone de recursos sin “trabajar”. Son frases que reflejan el lavado de cerebro al que se nos ha sometido.

“Ganarse la vida” debería ser eliminada de nuestro vocabulario junto con las creencias que lleva asociadas

Aguantar

Este verbo odioso nos condiciona a mantener una determinada vivencia aunque nos estén humillando, traicionando y haciendo añicos el alma. Aguantar porque es lo que se espera de nosotros, porque es lo políticamente correcto o porque no nos queda otra alternativa. Sostener una situación que genera daños implica amarse muy poco.

Es sangrante en contextos laborales donde la persona es objeto de mobbing o en las relaciones violentas de pareja. En generaciones anteriores era tu propia madre quien te recomendaba aguantar a tu marido aunque te diera una paliza día sí y día también.

Es preciso establecer unos márgenes razonables entre afrontar una prueba que nos ayude a aprender y permitir que dicha prueba nos desguace. En algún momento hay que decir ¡basta! y salir de esa situación. Decir NO es todo un aprendizaje también.

El verbo aguantar debería estar prohibido

Darse con un canto en los dientes

Cuando escucho esta expresión tan gráfica imagino a la persona golpeándose en los morros con una piedra y mi respuesta siempre es: ¡no lo hagas, que luego tendrás que ir al dentista! Me parece una frase ridícula para expresar que has obtenido una ganancia a medias pues la situación podría haber resultado infinitamente peor. Mejor salir a celebrarlo que partirse voluntariamente piezas dentales, algo que debe doler mucho y costar un riñón recomponer.

Desconozco cuál puede ser su origen pero desde luego resulta mucho más interesante utilizar verbos como: conformarse, aceptar y agradecer. También sugiero “podría haber sido peor”.

Todo mi gozo en un pozo

Es una forma lapidaria de expresar que las cosas no han resultado como esperabas y tu ilusión y tus expectativas han quedado muy resentidas. Como la anterior, es bastante visual. Por un traspié o intento fallido no se puede perder la esperanza y dejarla en un pozo “criando malvas”. Es preciso encontrar el coraje, sobreponernos al disgusto e intentarlo nuevamente utilizando recursos renovados. En una situación así se pueden aplicar: desilusión, contratiempo o decepción.

El verbo tiene poder, viene sustentado por ideas y creencias que en la mayoría de las ocasiones no son propias. Adoptamos frases y dichos heredados y los repetimos como loros. Ya que el lenguaje está vivo y tenemos veintisiete letras del alfabeto que nos otorgan posibilidades infinitas de nombrar las cosas, propongo que revisemos concienzudamente lo que verbalizamos y desechemos de nuestro lenguaje todo lo que nos resta energía. Asimismo, los cambios que experimentamos como humanidad nos ofrecen la oportunidad de encontrar términos nuevos para todo lo que está por crear.

María del Mar del Valle
Educadora Social
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