Dejarse masajear puede resultar un camino verdadero para conocernos mejor, directo y profundo. Un camino de escucha de nosotros mismos.
Dicen que el primer acto curativo fue un masaje
Parece ser la primera reacción al dolor corporal y también al dolor emocional: tocar lo que duele o al doliente. Ser tocado calma, reconforta y alivia, pero como puede no curar el dolor del todo o hacer desaparecer su fuente, la conciencia colectiva coloca al masaje en un lugar menor de las herramientas curativas. Sin embargo en todas las culturas existen modelos de masajes, desde los tiempos inmemoriales hasta el último tipo en ponerse de moda… siempre ha habido masajistas y siempre los habrá. Porque, a pesar de que los masajes aparentemente «no curan totalmente», algo nos proporcionan que llama a miles de personas a dejarse tocar. Quizás sea porque pocas herramientas curativas nos acercan tanto a nosotros mismos.
Efectivamente, dejarse masajear puede resultar un camino verdadero para conocernos mejor, directo y profundo. Un camino de escucha de nosotros mismos. Cuando encontramos a un profesional que aplica la escucha en su práctica manual, encontramos un espejo donde mirarnos, dónde reconocernos. Con su posición atenta, abierta y perceptiva nos ayuda a resonar con nosotros mismos: lo primero que sentimos es que antes de aplicar su destreza manual en nuestro cuerpo, se vacía de aprioris, nos atiende sin prejuicios, nos escucha, sí, lo que nos duele o lo que nos molesta, pero siempre desde el reconocimiento de que es nuestro propio cuerpo el que tiene las respuestas.
La escucha en el masaje comprende que los dolores son lo mejor que hemos podido hacer para resolver un problema, sea un accidente de coche, un sufrimiento emocional, o una postura forzada… que el dolor es solo la señal del daño. Reconoce en nosotros la unidad de nuestro ser, la sabiduría de nuestro cuerpo-mente, y que es necesario atender esa unidad aunque no sea nada más que por respeto. Respeto por nuestra totalidad, por nuestras vivencias, por las fortalezas que son las que nos hacen ir a curarnos con este masaje y las debilidades que nos lesionan y nos duelen. Y est@ profesional nos reconoce en nuestra unidad mientras le pedimos ayuda.
Y sabemos que está preparad@ para dárnosla porque nos sentimos atendidos y escuchados en lo que queremos y necesitamos más allá de lo obvio. Sentimos que además de formarse en la técnica manual concreta, que la usa, conoce y domina adecuadamente, no se queda solo con imaginar en su mente los músculos, tendones, meridianos o chacras que ha aprendido cómo tienen que estar supuestamente, si no que nos toca a nosotros, a nuestros músculos, tendones, meridianos o chakras, nos permite ser tocados impolutamente. Todos sabemos que para escuchar necesitamos estar receptivos, pues ¿cómo si no entra una información nueva en una mente ya llena? Y este profesional se vacía para recibirme. Deja a un lado sus expectativas, sus deseos, sus miedos, sus aprioris, para atenderme a mí. Y es así como la escucha abre horizontes nuevos en cómo me siento conmigo mism@.
Porque la escucha en el masaje permite que me reconozca a mí mism@. Y eso es una magia porque mi masajista puede que ni me haya tocado aún, puede que sea la primera vez que me ve y no tiene ni más remota idea de quién soy ni qué necesito en ese momento, o puede que ya me conozca pero no sabe cómo estoy hoy, los cambios que mi ser ha hecho en mi cuerpo o en mi corazón o en mi mente desde la última vez que nos vimos. Pero siento que está atent@ a lo que le digo, a cómo lo digo, a mi tono de voz, y a qué palabras elijo cuando le hablo de mi sufrimiento, de lo que necesito calmar, sanar o comprender. Sé que atiende mis miradas, mis movimientos e incluso mi manera de tocarle cuando le estrecho la mano al saludarle.
Sé que entra en resonancia conmigo, que puede llegar a percibir cómo me siento, cómo me azotan los pensamientos cuando entran en mi mente, qué arrebato de sentimientos se agolpan en cada fibra de mi ser, y con su escucha y sus manos entrar en un diálogo que mi propia naturaleza profunda establece, sintiendo seguridad en que no va a proyectar en mí sus propias sensaciones ni energías, porque su acción no es solo tocarme, masajearme, si no es estar ahí para que yo me vea y me sienta a mi mism@.
Cuando encontramos un profesional así sabemos que hace del masaje un arte. Da igual si en su técnica de masaje toque solo una parte del cuerpo o todo entero. Da igual si tarda 20 min. o 2 horas. Da igual si está especializado en tal o cual lesión o solo practique un tipo concreto de masaje o se deslice por unos cuantos según lo vea necesario. Da igual qué haga. Lo importante es cómo lo hace. Este profesional es consciente de su papel de terapeuta. Por eso siento que me atiende a mí, que evita tratarme con lo que conoce de otra persona, no necesito que me tranquilice con porcentajes de curación o estudios o que me cuente que tal cliente se curó de lo mismo que yo porque no hay nadie más en ese momento que nosotros dos. Su actitud me acerca a lo más real: en mí mism@ reside tanto el problema como la solución. Y ese es un enigma que puede ser revelado: escuchando para tomar consciencia.
Es un/a profesional que sabe muy bien que debe escuchar también con sus manos. Todos sabemos que las manos son extraordinarias, que no solo dan, si no que reciben información. De manera impresionante. En el arte del masaje, las manos también se entrenan para la escucha. Se pueden percibir con ellas las miríadas de sensaciones físicas, emocionales, energéticas que tiene en su seno aquel a quién tocamos y que van más allá de palpar su anatomía.
El/la masajista se abre a la escucha con sus propias manos porque las ha vaciado de aprioris y expectativas, por que las ha despojado de memorias táctiles que no son suyas, dejado partir todo lo aprendido: la manera de masajear de su profesor, el modo de acariciar de su propia madre, cualquier gesto o tacto que no sea suyo auténtico, y así, cuando sentimos sus manos limpias y vacías al tocarnos se produce esa magia resonante que permite que a través de su contacto percibamos nuestro propio cuerpo, sensaciones claras como el día, notamos cómo nos escucha con facilidad ya que sentimos que van dónde son necesarias, con la presión justa que necesitamos que imprima, los músculos que necesitan atención o las emociones y vibraciones que necesito reconocer… sobre las zonas de nuestra piel que requieren ser tocadas, sentimos que dialogan con nosotros. Y nuestra piel es esa extensión de nuestro sistema nervioso que permite el con-tacto con el entorno, y viceversa… ahora sabemos que nuestra piel nace de la misma capa celular que el cerebro y la médula espinal y nervios.
Es como un sistema nervioso externo. Por ello el sentido del tacto es algo tan singular… de alguna manera es una síntesis de los otros cuatro sentidos ya que ve, escucha, gusta y oye. Y es este sentido el que se incrementa cuando nos tocan escuchándonos. Y justo así, cuando una mano se posa en mi piel sin invadirme, mi consciencia se amplía instantáneamente. Accedo a una percepción de mi mism@ desde otra perspectiva, y esto me ayuda a verme con otros ojos y sentirme a mi mism@ con ese mismo respeto con el que me tocan. Me recuerda que no hay nada malo en mí, solo algo no atendido. Por eso es tan necesario escucharlo.
Solo si hay escucha hay diálogo. En este caso sin palabras. El diálogo de un cuerpo con otro, de un ser con otro. De alguien que necesita un espejo donde mirarse para poder verse, reconocerse y sanarse. Y de aquel que hace de ese espejo y se siente muy feliz cuando lo logra, pues la única vía de curación es la consciencia de uno mismo, y el masaje consciente es una ayuda inestimable que resuena en nuestra vida al ponernos en contacto con nosotros mismos. Sea que recibamos ese masaje una o mil veces.
Sheila Minguito
Naturópata y masajista integrativa.
www.aguadeflores.es