Estamos de enhorabuena: los viejos paradigmas están desmoronándose, las estructuras que nos habían atrapado durante milenios están llegando a su fin y todo ello sin la destrucción que predecían los más agoreros. El caos que se está manifestando en los últimos años marca el fin de una era de oscuridad y control, la crisis curativa de una sociedad enferma. Para realizar esta necesaria transición, son precisas dos cosas básicas: vivir el ahora con coherencia y centrarnos en la construcción del futuro.
Vivir ahora
Algo tan aparentemente sencillo como experimentar el ahora, ha sido francamente complicado, pues el ego nos retrotraía continuamente al pasado o nos proyectaba a un futuro lleno de expectativas dentro de la matrix de control. Con la recreación de eventos caducados, las emociones engordaban los egrégores colectivos de miedo, pesadumbre y frustración. Esas telas de araña apresaban nuestra conciencia en los mundos inconscientes, haciendo aflorar en bucle las mismas respuestas emocionales, algo que dificultaba el despeje de lo viejo y, por lo tanto, la posibilidad de tomar nuevos caminos.
Revivir una y otra vez las experiencias pasadas es absurdo pues lleva a la depresión y la locura. El pasado ya pasó. Lo único que se puede cambiar de lo ya vivido son las emociones que despiertan esos recuerdos, por eso es tan liberador recapitular. La etapa de transición actual nos está dando la oportunidad de resignificar nuestras antiguas vivencias y destrabar las emociones asociadas, así podremos sanar definitivamente las que fueron dolorosas y agradecer aquellas que nos trajeron felicidad, sin aferrarnos al deseo de que se repitan. Después de integrar el aprendizaje que nos proporcionaron hay que dejarlas ir a todas.
La vieja sociedad hizo lo imposible para que olvidáramos quiénes éramos y nos conformásemos con el futuro que desplegaba ante nosotros a través de expectativas y proyecciones. La insistencia en robarnos lo genuino e igualarnos a todos en un destino trazado previamente, nos llevó a renunciar a nuestros sueños y afianzar en el ideario colectivo el refrán “mal de muchos consuelo de tontos”.
Para apartarse de esos trazados vitales colectivos son necesarias grandes dosis de valor pues hay que salir de la zona de confort y eso genera mucha incertidumbre. Desmontar el personaje-ego destruye los cimientos que te sustentan y se genera mucho escombro vital, pero esa limpieza de lo que no sirve ayuda a despejar el terreno y planificar tu nuevo rumbo en sintonía con lo que deseas, con quien eres. Es necesario vaciarse de todo lo que pertenece al viejo paradigma: ideas y creencias, profesiones y títulos, formas de vivir y entender el mundo, relaciones dañinas, incluso posesiones materiales que proporcionan una aparente sensación de seguridad.
Las personas que son felices a menudo han tenido que lidiar con su entorno social, han transgredido normas y decepcionado a parientes y amigos porque no encajaban en el molde que se había diseñado para ellos. Es preciso integrar de una vez y para siempre que todos somos singulares y el mundo se enriquece cuando cada cual manifiesta su verdadera naturaleza.
Cuando un ser nace en este plano de existencia trae un propósito y unas herramientas para llevarlo a cabo. Si se le presiona para que se encamine en otra dirección y traiciona su rumbo natural, suele acabar frustrado e infeliz. Por eso, la felicidad es una vivencia única, para cada persona significa una cosa diferente: dedicarse a la danza, diseñar edificios, componer canciones, tener un huerto, crear una familia…
Nuestra felicidad ya no acepta demoras y el cambio se puede realizar con consciencia, de una manera amable y progresiva o bien, nuestra alma nos empujará a ello por las bravas, mediante eventos que en primera instancia parezcan traumáticos aunque a la larga nos demos cuenta que sucedieron para nuestro mayor bien.
Para vivir el ahora en plenitud es imprescindible amarse, reconocer el propio valor y darse el permiso de ser quienes somos en realidad. Para deshacerse de las máscaras y conectar con nuestro ser genuino hacen falta buenas dosis de discernimiento y coherencia personal. La autenticidad, la veracidad, son las bases de nuestra reconstrucción como seres conscientes.
Vivir el ahora implica estar presente, atento a lo que sucede aquí, en este instante, vivenciando y procesando cada experiencia para continuar camino ligeros de equipaje.
Construir el futuro
Mientras vamos deconstruyendo el personaje que fuimos y, partiendo del nuevo conocimiento de quiénes somos y hacia dónde queremos ir, la misión consiste en dar pequeños pasos en esa dirección. Es como cuando somos pequeños y empezamos a caminar. Al principio avanzamos intentando agarrarnos a todo lo que tenemos al alcance porque nos sentimos inseguros, sin embargo, hay un momento glorioso en el que nuestro cuerpo mantiene el equilibrio y avanza. Hacia ahí nos encaminamos como individuos y como sociedad.
Eso que te gusta, se te da bien hacer y, sobre todo, te hace feliz compartirlo, puede ser tu aportación al conjunto. Sí, al conjunto, a la comunidad, porque ese destino hacia el que nos estamos dirigiendo es para toda la humanidad. El egoísmo no tiene cabida porque el nuevo diseño social es inclusivo y cada particularidad individual contribuye al enriquecimiento del resto. La nueva acepción de la palabra “servicio” no implica desequilibrio social, la verdadera tarea de servicio consiste en ofrecer la mejor versión de cada uno para el bienestar y la felicidad de todos.
Toda Vida en el cosmos sigue un Orden pues la anima una Conciencia inconmensurable. Cuando nacimos en este plano de experiencia traíamos un orden interno para encajar nuestra pieza en el puzle general, pero el desorden reinante que encontramos hizo que nos desviásemos. Aunque las condicionantes sociales nos coaccionaron para ceder nuestro poder y soberanía a terceros (papá Estado, políticos, sistema educativo y líderes de toda índole), es el momento de recuperarlo y manifestar nuestra maestría dormida, pues el libre albedrío que nos otorgó el Creador es un derecho inviolable. En nuestro corazón tenemos una guía fiable: todo aquello que nos entusiasma, nos estimula y nos impulsa a la acción es nuestro talento particular.
Nadie vendrá a caminar por nosotros, ni a construir la nueva humanidad en nuestro nombre. Somos muchos quienes ya nos hemos puesto en marcha en dirección a nuestra nueva ubicación (tanto física como energética), aquella que nos corresponde dentro del plan evolutivo de nuestra especie. No importa que unos lleguen antes que otros, aunque cuanto antes nos juntemos, antes alcanzaremos la masa crítica para favorecer el cambio y así allanar el sendero a muchos más.
Vamos a ir agrupándonos por sintonización y frecuencias similares creando nuevos formatos de convivencia sin jerarquías, donde todas las personas y ocupaciones tengan un valor equivalente. Los diferentes puzles o espacios de interacción (lo más autosustentables posible y siempre abiertos al intercambio), conformarán otros más grandes a nivel planetario.
Conviene avanzar sin demasiados planes ni proyectos prefijados, entre otras cosas porque el futuro adquirirá la forma peculiar que sus miembros le den en las pequeñas o grandes comunidades que iremos estableciendo (cada una con su propia idiosincrasia). ¿Cómo se hará esto? Pues aún no lo sé, eso es lo fascinante de esta aventura. Lo que tengo claro es que es una cuestión de confianza: dar un paso y poner la fe en que podremos dar el siguiente.
Desde mi punto de vista hay que dejar de lado a la mente pensante porque pone palos en las ruedas al tratar de aferrase al viejo paradigma. Lo que necesitamos para este nuevo mundo es una mente al servicio de la Unidad y para eso se requiere una resintonización, un cambio total de frecuencia. Asimismo esta nueva versión mejorada de nuestra mente ha de abrirse a los milagros y a conceptos, instrumentos y proyectos desconocidos en 3D.
Será el corazón el que nos guíe y además seremos inspirados por el YO SOY (nuestro fractal espiritual cercano a la Fuente) y por entidades de luz que nos asisten en esta transición única. El cielo ya se está plasmando en la Tierra y se puede constatar porque cada vez más gente reconoce su esencia espiritual, está replanteándose su modo de vida y desea establecer una relación amable con sus congéneres y con la Madre Tierra. La luz divina que pervive en nuestro interior se transforma en materia a través de nuestros pensamientos, palabras y obras, por eso es tan importante vibrar alto.
Gaia también está realizando su proceso evolutivo y ascendiendo a un nuevo nivel de frecuencia y, como formamos parte de ella, se siente feliz de que sus amados hijos humanos sintonicemos con el Orden natural del que nunca se apartaron otras especies. Salir a la naturaleza es en este momento uno de los mejores remedios para equilibrarnos, de hecho, la nueva humanidad que construyamos ha de ser armónica con el ecosistema que nos sostiene.
Para dar forma al mundo que anhelamos es indispensable disponer de una mente flexible, un corazón lleno de amor y confianza y unas manos deseosas de compartir. Cada uno desde dónde esté, irradiemos nuestra luz, enfoquémonos en nuestra visión más elevada y, sin más dilación, pongámonos manos a la obra.
EL FUTURO ES AHORA!
María del Mar del Valle
Educadora Social
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