La tercera piel, tu casa como medicina

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La salud está en íntima relación con el entorno en el que vivimos, en sintonía con la salud del medioambiente. Nuestro cuerpo está diseñado para mantener el equilibrio de los sistemas biológicos, en constante relación con el entorno, regulando los sistemas, adaptando los ritmos. El principal reloj biológico del organismo se pone en hora con la luz del sol. Disponemos de sensores que captan e informan de las variaciones de las constantes ambientales como la temperatura o la presión atmosférica, o perciben los cambios de intensidad lumínica, las variaciones del campo magnético natural de la tierra, la electricidad ambiental, los campos electromagnéticos artificiales o las sustancias químicas del aire.

Con el estilo de vida actual, el medio ambiente más habitual son los espacios interiores. En el trabajo, en casa, incluso en los lugares de ocio, pasamos casi el 90% de la jornada en edificios, y es ese entorno el que se convierte en referente para el organismo y, de la calidad ambiental de los mismos, depende en gran medida el equilibrio de nuestro organismo y por consiguiente el estado de salud.

La epidermis, a modo de primera piel marca el límite físico entre el interior y el exterior del organismo, nos protege del medio exterior. La vestimenta actúa como una segunda piel. Los edificios, nuestra casa, como tercera piel. Así, el lugar en el que vivimos, nuestra casa, a modo de tercera piel puede potenciar nuestra salud o mermarla. Vivir en un entorno sano –sin agentes tóxicos– es fuente de salud para las personas; por el contrario, vivir en un ambiente insano –con tóxicos–, es fuente de pérdida de salud y bienestar.

El síndrome de la casa enferma

Es bien conocido cómo la salud puede verse comprometida debido a una merma de la calidad del ambiente interior de un edificio. La Organización Mundial de la Salud –OMS– definió en el año 1982 el Síndrome del Edificio Enfermo para identificar aquellos síntomas o patologías que sufrían los trabajadores y usuarios habituales de edificios públicos derivados del edificio.

Dolor de cabeza, cansancio, fatiga, falta de concentración o problemas respiratorios pueden tener su origen en trabajar en un edificio con una calidad del ambiente interior deficiente. Materiales de construcción, materiales de acabados de interior, muebles, pinturas, barnices, disolventes, colas, moquetas, tapicerías, ambientadores, equipos de calefacción y aire acondicionado, fotocopiadoras, impresoras, ordenadores, humedad relativa, temperatura, olores, ruidos, pueden ser la causa de etiquetar a un edificio como enfermo, con capacidad de enfermar a sus usuarios.

Del mismo modo que para un edificio laboral, más recientemente y en la bibliografía científica se introduce el concepto de síndrome de la casa enferma para aplicar este concepto en el entorno residencial. Son habituales los testimonios de personas que refieren que después de mudarse de casa empiezan a aparecer molestias e irritación de las mucosas de los ojos, la nariz o la garganta, síntomas de alergia, problemas respiratorios o cefaleas, que no descansan bien por la noche, o que el niño pequeño se despierta por la noche gritando. También después de una reforma en casa, pintar el dormitorio, o hacer un cambio de ubicación de la cama.

La biología y la medicina ambiental

No siempre resulta fácil hacer una relación de síntomas adversos de salud con el entorno. Factores biológicos (microorganismos, hongos, etc.), factores físicos (acústica, temperatura, campos electromagnéticos, etc.) o factores químicos (compuestos orgánicos volátiles, pesticidas, etc.) presentes en casa, pueden estar causando molestias y disfunciones, sin ser conscientes de ello.

La ciencia aporta información de cómo, incluso las dosis bajas, las que están muy por debajo de los límites de exposición que marca la normativa, son suficientes para día a día ir mermando el equilibrio del organismo, hasta que incluso puede llegar a perder la tolerancia y reaccionar como si de dosis altas se tratara. La reacción de factores ambientales de riesgo no siempre es la misma en todas las personas, depende de factores como la genética, la tolerancia personal, también de la dosis o de las sinergias entre diferentes factores, y por ello en algunas personas los síntomas pueden aparecen casi de inmediato, en otras al cabo de unos meses o incluso de unos años.

Ante la aparición de síntomas adversos de salud, se hace necesario contemplar el análisis de los factores ambientales, especialmente del lugar en el que pasamos más tiempo de forma habitual, porque será el que más afectará al equilibrio del organismo, así como revisar los hábitos de vida. Preguntas como, ¿has pintado recientemente? ¿practicas la jardinería? ¿qué cosméticos usas a diario? o ¿qué alimentos ingieres habitualmente?, pueden aportar información muy valiosa que puede ayudar a apostar por opciones más saludables.

En las últimas décadas se está evidenciando un aumento de casos de alergias, asma o cáncer. También de nuevas enfermedades relacionadas con el ambiente como la sensibilidad química múltiple o la electrosensibilidad para las que el control ambiental resultan la mejor y más efectiva de las medicinas. Evitar la exposición a sustancias químicas nocivas, a los campos eléctricos, las ondas electromagnéticas o de las radiaciones naturales en el entorno del hogar es fundamental para las personas que ya han perdido la tolerancia al ambiente habitual. Y es que las enfermedades ambientales son la prueba de que el progreso no ha sido gratis, y la gran factura pendiente es la salud de las personas y la del medio ambiente. Los pacientes, a modo de centinelas de la vida, reaccionan ante dosis de tóxico muy inferior al que tolera la población denominada “sana o normal”.

Reconocer para actuar

Tomar conciencia de que el equilibrio del organismo puede romperse en cualquier momento, no importa la edad, ni que el cuerpo no se queje todavía, es el primer paso para adoptar opciones de vida más saludables, minimizando los tóxicos en la vida cuotidiana.

Reconocer los factores de riesgo es el primer paso para actuar, para adoptar hábitos de vida más saludables, apostando por productos que no comprometan el equilibrio del organismo, desde los alimentos, los muebles, pinturas, productos de limpieza, la ropa, los cosméticos o los juguetes. Especialmente para las personas más sensibles, como los más pequeños de la casa, hay que apostar por una salud ambiental óptima. Existe una amplia gama en el mercado y como consumidores podemos elegir opciones más respetuosas con la salud del cuerpo y la salud del planeta. Está en nuestras manos apostar por unos hábitos y un ambiente doméstico más sano. Nuestra salud, nos lo agradecerá.

Elisabet Silvestre
Dra. en Biología. Máster en Bioconstrucción. Autora del libro “Vivir sin Tóxicos” RBA.
www.habitatsaludable.info