Somos seres relacionales, hechos para vivir en comunidad. Nacemos dependientes y de esa dependencia surgen nuestras primeras experiencias con los otros, con todos aquellos que nos acompañan en el recorrido de la vida. No existiríamos ni seríamos quienes somos sin ese innumerable conjunto de personas y grupos que nos han impulsado de mil maneras hasta tomar la forma y personalidad presente.
En esas relaciones que nos moldean desde la infancia encontramos de todo: hay quienes nos animan e inspiran para que crezcamos, quienes nos frenan y nos ponen contra las cuerdas y también está el resto de los mortales que jamás conoceremos. Este último grupo es importante porque la mente colectiva se teje como una red, con los pensamientos del conjunto de la especie.
Cada persona que se presenta en nuestra vida viene a compartir vivencias para el aprendizaje mutuo. Esto nada tiene que ver con nuestros juicios sobre si esas vivencias son agradables o desagradables. De hecho, suele ser a través de las más complejas cuando solemos evolucionar más.
El aprendizaje es bidireccional, incluso aunque el rol de una de las partes sea el de profesor, guía o maestro, no importa la disciplina que sea. A través de los talleres y actividades diversas que he impartido en mi vida, he aprendido tanto o más de lo que he podido enseñar y no sólo sobre la materia en cuestión, también acerca de mí misma, de mi capacidad relacional, empática y de conocimiento de mis congéneres.
El contacto con otros seres humanos facilita la adquisición de saberes profundos sobre el alma, la psique y las emociones. Estos saberes no se acumulan a través de los libros ni yendo a la Universidad, se incorporan mediante el trato directo, la observación y el riesgo. ¿Por qué hablo de riesgo? Porque tenemos miedo a relacionarnos.
La mente colectiva contiene un enorme conjunto de creencias en contra de la bondad innata de nuestra especie. A menudo, a las personas confiadas se las considera ilusas o tontas. El temor a que nos hagan daño es el origen de estas ideas nefastas que nos hacen andar con cautela, elaborar estrategias y juegos de poder para sentir que tenemos el control.
Arriesgarse implica necesariamente abrirse a la relación con el otro. Por esta razón, el principal pilar que sustenta cualquier relación valiosa es “la confianza”.
Confiar es tener fe. Y tener fe consiste en enfocar nuestro corazón y nuestra intención en un objetivo esperado del que no tenemos ninguna garantía que llegue a suceder. Es un poco como apostar a la lotería. En muchas ocasiones he escuchado a personas que juegan, decir: “no sé por qué juego si nunca me toca”. Siempre me hago la misma pregunta, ¿por qué gastan su dinero si no tienen auténtica convicción? ¿No saben que así es imposible atraer la abundancia a su vida?
A medida que he ido haciendo años me he dado cuenta que las posibilidades de tener relaciones de calidad han menguado escandalosamente y esto me resulta más doloroso que el que a día de hoy no me haya tocado la lotería. Digo esto porque por cuestiones de probabilidad debería ser más fácil hacer amigos/as que engordar de golpe tu cuenta bancaria.
Quiero insistir en el asunto porque para la mayoría la confianza suele tener muy poco recorrido. ¿Por qué? Porque cuando el corazón se abre no podemos recurrir a nuestra memoria y basarnos en experiencias anteriores. La mente y el sentir funcionan en planos diferentes. Cada persona actúa, habla, piensa y siente como nadie que hayamos conocido antes, es única. Por eso, es preciso desechar toda comparación y dejarnos guiar por nuestros sentimientos.
Cuando nos aventuramos a iniciar una relación es porque hay algo que nos atrae. No me refiero en este caso a la atracción sexual que inicialmente se apoya en la parte física-biológica, me refiero más bien a un tipo de energía o de magnetismo que emana esa persona y nos anima a acercarnos y conocerla mejor. Funciona como una especie de química o de imán.
Este interés puede surgir de dos maneras: por similitud o por contraste. En el primer caso se amistan personas con caracteres, gustos e intereses parecidos. En el segundo, ambas partes son diametralmente opuestas y esa falta de semejanza genera mucha curiosidad.
Ninguna de las dos opciones garantiza nada. Personas muy afines pueden tener conflictos por los más nimios detalles o aburrirse mortalmente porque su similitud no les proporciona estímulos. Y los caracteres dispares pueden enredarse con facilidad en relaciones desiguales, con dominio de quien tenga la energía más fuerte o activa.
¿Por qué algo tan básico y necesario en la vida se hace tan complejo? Porque otro ingrediente vital además de la confianza es “el respeto”. Conocer al otro implica “verle” y actualmente vemos muy poco porque no nos tomamos el tiempo necesario. Miramos por encima, de pasada, y enseguida emitimos un juicio de valor “me gusta” o “no me gusta”. Así minimizamos el riesgo y el miedo a implicarnos.
Respetar implica aceptar a la persona como es y abandonar cualquier tipo de expectativa. Muchas relaciones fracasan porque cada parte espera de la otra que se comporte de tal o cual manera, que cambie determinados aspectos de su carácter o de su forma de hacer las cosas. Estas exigencias, que a veces funcionan de manera inconsciente, son fuente de conflictos y socavan progresivamente la interacción mutua.
Es cierto que, a medida que ampliamos nuestro conocimiento de alguien, el foco se abre y vemos otras cosas que antes no veíamos. De hecho, para enamorarse o iniciar cualquier relación, nos fijamos primero en las cosas que nos gustan. Después, a medida que tratamos a la persona, descubrimos otros aspectos que, queramos o no reconocer, ya estaban ahí.
Por este motivo, no resulta beneficioso intentar cambiar al otro. Si decides embarcarte en la relación tienes que tomar el riesgo de que la relación te cambie a ti, pero no porque la otra persona te fuerce a ello, sino porque en tu trato con ella aprendes cosas que te impulsan a cambiar. Si por el contrario, las cosas que no te gustan de la persona superan a las que sí, lo más honesto es despedirse con gratitud.
Finalmente, la tercera cuestión importante en una relación valiosa es “la fidelidad”. En el diccionario se define como “firmeza y constancia en los afectos, ideas y obligaciones y en el cumplimiento de los compromisos establecidos”. Desde el punto de vista de la pareja, esta palabra se utiliza en un sentido de “exclusividad”. Me refiero a que tu compañero/a jamás debería admirar, enamorarse y mucho menos acostarse con otra persona que no seas tú. Yo no comparto esa visión, para mí la fidelidad implica una adhesión incondicional.
Querer a alguien cuando todo es fluido y no surgen desavenencias es superfácil. Lo realmente complicado es mantener nuestro cariño cuando la persona hace, dice o tiene comportamientos que nos hacen sufrir aunque no sea a propósito. En la mayoría de las ocasiones las reacciones y conductas que consideramos “malas” surgen del inconsciente del individuo y no son controlables.
Por otro lado, la vida tiene un recorrido sinuoso y variable. Siempre se expresa de forma cíclica porque, como las estaciones, las personas cambiamos. No siempre disponemos de recursos internos o externos para abordar las situaciones que nos suceden y esos cambios tienen su repercusión en el entorno, afectando a quienes están más cerca.
“ámame cuando no lo merezca porque es cuando más lo necesito”
Hay una frase muy sabia que tengo presente desde hace años: “ámame cuando no lo merezca porque es cuando más lo necesito”. Que el otro continúe a tu lado cuando enfermas, cuando tienes una crisis, cuando surgen terceras personas, cuando difieren las formas de resolver un problema, etc., eso indica que te valora de verdad y quiere estar a tu lado atravesando las dificultades. Tiene fe en poder superarlas juntos, integrar el aprendizaje y continuar camino.
Si todos estamos en constante transformación, ¿quién puede estar seguro de lo que le depara el futuro? ¿Y si la situación que detona o pone a prueba la relación nace de ti?
Son las creencias sobre la “perfección” y la “armonía” las que nos hacen dudar cuando aparecen diferencias y conflictos. Tendemos a culpar al otro sin detenernos a reflexionar acerca del por qué sucede lo que sucede. Si la vida nos trae un determinado aprendizaje y lo rechazamos a la primera de cambio, volverá a enviarnos a otras personas que nos lo faciliten y, por regla general, cada vez la experiencia será más intensa.
se nos plantea un reto de tal envergadura para que aprendamos a querernos, respetarnos y empoderarnos
No estoy diciendo con esto que se soporten humillaciones y malos tratos, nada de eso. Tal vez se nos plantea un reto de tal envergadura para que aprendamos a querernos, respetarnos y empoderarnos. El otro siempre es un espejo, es un personaje con un rol y conviene recordar que ambos aprendemos de la interacción.
Considero que en una amistad o relación que se precie todo se puede perdonar. Quienes se apartan de tu lado de forma abrupta y pasan de todo a nada de un día para el otro, es porque no te quieren de verdad. Son personas con un alto nivel de exigencia, con esquemas mentales muy radicales y unas expectativas inalcanzables sobre la relación, por eso es mejor seguir caminos diferentes.
el juicio y los chismes destrozan las relaciones
Quiero finalizar manifestando que la crítica, el juicio y los chismes destrozan las relaciones. La energía destructiva que desatan hace prácticamente irrecuperable el trato cordial porque, al implicar a terceros, el problema se magnifica. Esto resulta especialmente hiriente porque tenemos la fea costumbre de juzgar de antemano y tomar partido sin escuchar todos los testimonios.
Si una relación te interesa de verdad es preciso afrontar cualquier conflicto de la manera más tranquila posible. Primero se necesita gestionar las emociones por separado. Una vez que llegamos a la calma, la mente puede ayudarnos a reflexionar sobre lo sucedido. Posteriormente, con más sosiego, nos reunimos, nos escuchamos y desplegamos nuestra buena voluntad hasta deshacer el entuerto.
La verdad siempre se encuentra en un espacio intermedio entre ambos, allí donde se entremezclan las verdades individuales. Es en ese espacio también donde residen el amor y el vínculo que nos une.
María del Mar del Valle
Educadora Social
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