El tantrismo hizo las primeras tentativas de elevar el sexo a la dimensión de espiritualidad. El secreto fundamental consiste en encumbrar al sexo a la categoría de meditación o, desde otro punto de vista, a la de oración, elevando la consciencia de los practicantes con una gran sintonía energética canalizada a través de la atracción
Según se va expandiendo la consciencia se trascienden las diversas dimensiones que conforman la cualidad de percepción de la realidad.
La observación es la herramienta fundamental en el método de investigación científica y de ella surge, en un momento dado, el descubrimiento de algo que siempre había estado oculto a nuestra percepción limitada, sin que ello suponga que no existiera hasta entonces.
Actualmente, nuestra percepción se encuentra encarcelada en las dimensiones «largo, ancho, alto, espacio-tiempo».
Decía Ramana Maharsi que «la verdadera naturaleza es aquello que permanece siempre. Los signos externos sólo son vislumbres que revelan al sí mismo». Trascendiendo al tiempo y al espacio se observa que la manifestación de la naturaleza se repite holísticamente, y así puede comprobarse a través de sus diferentes planos de manifestación.
Si tomamos como punto de estudio el proceso evolutivo de la raza humana en el gráfico espacio-temporal de la vida en la tierra, nos encontramos con los siguientes hallazgos:
– Nuestro planeta tiene unos 5.000 millones de años; en él, la vida nace hace 4.000 millones de años; las bacterias fósiles más antiguas datan 3.200 millones de años; los primeros mamíferos, 200 millones de años; los primates, 66 millones de años; los simios, 30 millones de años; los homínidos 7 millones de años; el homo sapiens, unos 160.000 años y el homo sapiens sapiens, quizá, 60.000 años.
– Antropológicamente, el paso de simio a homínido se produjo cuando se desarrolló el hábito de caminar sobre ambos pies: el bipedismo; lo cual provocó modificaciones en el esqueleto, en la pelvis y las rodillas y, sobre todo, la columna vertebral en relación con el cráneo, que se dispuso verticalmente, en contraposición a la horizontalidad anterior. Ello (con otros factores como la alimentación, etc.) fue la causa del aumento del tamaño del cerebro, la habilidad manual, la fabricación y creación de utensilios, etc.. Todo lo cual, junto con la adaptación al medio (y otros factores) dio lugar a ardipithecus, australopithecus, homo hábiles, ergaster, antecesor y sapiens.
– El eslabón perdido en este proceso evolutivo se denomina «consciencia», que viene a englobar las dos principales facultades humanas, a saber, la percepción de la realidad y la capacidad de actuación de manera libre y voluntaria.
Uno de los mayores descubrimientos de este nuevo ser (el ser humano) además del fuego, fue la toma de consciencia de que el sexo era la causa de la proliferación de la especie y de la continuación de la propia estirpe. Quizá éste haya sido el invento que ha influido más directamente en la apertura de la consciencia, que es, en definitiva, lo que eleva al ser humano a esa categoría. Este hecho modificó totalmente la interrelación entre los individuos del grupo y de los diferentes grupos entre sí.
Si tomamos como cultivo de estudio el gráfico diseñado respecto de las coordenadas del tiempo y el espacio en la vida de un individuo, descubriremos lo siguiente:
– La energía, en condiciones adecuadas, dentro del estatus evolutivo del ser humano, en un momento dado, toma forma. A partir de ahí, comienza a dividirse y a diferenciarse. Irrumpe en el mundo y, sólo cuando se han desarrollados sus capacidades humanas (de percepción de la realidad y de actuación libre y voluntaria) se le concede una nueva capacidad biológica: la de reproducirse. La reproducción se lleva a cabo a través de una energía que viaja en el vehículo de la atracción: la atracción hacia el afín, con la intención de experimentar la unidad originaria, aquella verdadera naturaleza.
En uno u otro gráfico (en el humano como especie, o en el Ser como individuo) esta manifestación energética recibe el nombre de «sexo». Evidentemente, el sexo, en el hombre, debido precisamente a su consciencia expandida, no queda reducido a su misión reproductora. Ésta, evidentemente, se utiliza cuando es precisa. La otra, es la que ha sido condenada y criminalizada por todas las religiones y por la educación.
En el momento culminante del sexo, en el orgasmo, las barreras que encapsulan nuestra capacidad de percepción de la realidad, como son el tiempo y el espacio, desaparecen y, consecuentemente, la consciencia se expande. En ese instante, se regresa al estado de soledad absoluta con uno mismo y uno se encuentra de nuevo, cara a cara, con su verdadera esencia. El «otro» es el mecanismo que permite acceder a esa experiencia.
A lo largo de la historia el acto sexual se ha sacralizado a través de los más diversos rituales. Desde aquellos tiempos en que se ofrecían orgías y aquelarres a los dioses pidiéndoles fecundidad y abundancia para el grupo, hasta esas prácticas secretas transmitidas de maestro a discípulo con fines espirituales. Ambos supuestos han sido prohibidos o condenados.
El tantrismo hizo las primeras tentativas de elevar el sexo a la dimensión de espiritualidad. El secreto fundamental consiste en encumbrar al sexo a la categoría de meditación o, desde otro punto de vista, a la de oración. Para ello, deben darse varios requisitos. Dando por sentados un cierto grado de elevación de la consciencia de los practicantes e, indiscutiblemente, una gran sintonía energética canalizada a través de la atracción, resulta imprescindible la prolongación del acto sexual y la mínima pérdida energética. Las claves de la prolongación del acto se encuentran contenidas en la respiración, la concentración, y el estado mental con el que se aborda el acto sexual. Y la llave que abre la puerta a la mínima pérdida energética, se encuentra guardada en la caja que contiene las leyes sobre el movimiento circular de la energía: canalización.
El acto sexual normalizado consiste en un derroche, un despilfarro, una expulsión de una energía contenida y concentrada a nivel exclusivamente genital. Ello lleva (tras haberlo soltado) a un estado relajado muy caro, que sólo puede lograrse a costa de una pérdida. Aporta un gran placer, eso sí, momentáneo y localizado. Por el contrario, la respiración profunda y pausada, acompasada con la de la pareja, la concentración en cada detalle, la descentralización de la zona genital, y el estado de la mente a través del rito, favorece la circulación de la energía en el círculo formado por los amantes.
El orgasmo, pasa de ser genital, a alcanzar la dimensión de total; de ser horizontal, a convertirse en vertical. El estado relajado se logra a través del incremento energético, en lugar de mediante su disminución. Deja de ser una experiencia monótona y pasa a ser una experiencia eterna.
La ejercitación en la práctica del sexo meditativo facilita que ocurra el acto sexual interno, que culmina en el orgasmo consecuencia de la unión de la energía masculina y femenina del individuo, el cual regresa, por un instante, nuevamente, a su unidad originaria.
La experiencia sexual meditativa nos recuerda la esencia del proceso de la muerte. El sexo tántrico supone la pérdida, por unos momentos, de los parámetros que nos enganchan a lo físico y, consecuentemente, del propio cuerpo. Ello supone la posibilidad de reencontrarse temporalmente con el estado que el Ser adquiere en el instante lúcido previo a la muerte, al momento del «tránsito». Instalados en el tránsito al que nos puede trasladar el sexo tántrico, tenemos la oportunidad de observación e investigación del otro lado.
El acto sexual consciente nos revela el misterio de «el juego de la dualidad». Ese cuyas reglas son obligatorias para poder experimentar la vida. Desde el orgasmo tántrico expandido se vislumbra que la división no es real, sino una mera estratagema ficticia imprescindible para existir materialmente.
Ya Shiva entregó a Devi la técnica: «Al comienzo de la unión sexual permanece atento al fuego del principio y, continuando así, evita los rescoldos del final».
El sexo es el método de la creación, la técnica de la ascensión, la vía más directa hacia la iluminación, el interruptor que enciende y apaga la chispa vital, el inicio y el fin de la dualidad, la varilla que abre el telón del amor. Debido a ello nos lo han robado, mutilado, mancillado y violado. A pesar de ello, aún permanece el conocimiento que nos permite recuperarlo.
Ángel Gracia Ruiz
Abogado
angelgra@telefonica.net