Darse Cuenta
Hace pocas semanas, a través de una red social me ubicó DANIEL C., un paciente a quien atendí una sola vez, hace 9 años, quien escribió: «Estimado Armando, mucho me alegra haberlo encontrado por aquí. No sé si se acuerda de mí, pero todos los días lo tengo presente, después de aquella terapia que cambió mi vida por completo. Espero que pronto nos encontremos ya que mi vida no ha parado de cambiar positivamente desde aquella regresión allá por 2003».
Revisar la ficha de este paciente, me dirigió a pensar en el fenómeno poco conocido por el público del «Darse cuenta». Hay distintas maneras de denominar a este instante mágico: «Insigh» en el psicoanálisis, «Darse cuenta» en la terapia gestalt, «Percatación» en el análisis trascendental, «Caer la teja» en el hablar popular chileno, «Caer el veinte para los mexicanos y «Caer la ficha» en el hablar cotidiano argentino. Estas últimas dos expresiones hacen referencia al mismo fenómeno: cuando en los antiguos teléfonos públicos se establecía la comunicación y entonces, caía la ficha o la moneda de veinte.
Me refiero al momento en el que, en la mente del paciente, se efectúa el descubrimiento, la asociación entre un síntoma y su causa. Es un «click», pero un «click» que cambia todo. Nada vuelve a ser igual. Es como separar dos cables que estaban en cortocircuito, interrumpiendo así el daño, o como movilizar la bola de pelos y jabón que obstruía una cañería, permitiendo que el agua fluya.
Fue Freud el primero que se fijó como meta terapéutica identificar al «trauma» que se hallaba detrás del síntoma. Para ello tomó prestada esa palabra de la medicina, donde significaba «golpe», para identificar a ese suceso del que no hemos podido hablar y que queda generalmente envuelto en la niebla del olvido o la represión y del que el paciente «habla» a través del síntoma. Y para permitir que el paciente lo «descubra» (explicárselo no sirve, no produce el «click», él necesita hallarlo por sí mismo) desarrolló el psicoanálisis, un camino largo y difícil, donde no siempre se logra el objetivo fijado.
En la Hipnosis Clínica Reparadora® creemos que el inconsciente del paciente siempre sabe por qué le pasa lo que le pasa, y que si lo interrogamos siguiendo algunas normas precisas, nos lo dirá y, mucho más importante, se lo dirá a nuestro paciente, facilitando su cura.
En el DVD que acompaña nuestro libro «Hipnosis Clínica Reparadora®, una terapia de desbloqueo emocional» de Natural Ediciones se puede ver como una paciente-alumna (fue filmado en un curso) se cura de varias fobias en menos de dos horas. El caso de Daniel C. del que nos ocupamos hoy fue, en cambio, de una vida anterior, aunque fuertemente ligada con sucesos cotidianos de esta vida.
El Caso Daniel C.
Es Enero de 2003, Daniel es argentino, de 32 años. Llega a la consulta lleno de angustia. Toda su vida se ha sentido «no querido». Cuando en hipnosis enfrenta puertas que lo conducen al pasado de esta vida o de una vida anterior su mente no consciente elige la del pasado remoto. Se encuentra entonces dentro de un niño, «Juancito», absolutamente solo y despreciado, que es ignorado por todos los demás. Lo que más lo hiere es el desprecio de los otros, la manera en que le dan la espalda, ignorándolo. Avanza luego en la reconstrucción de esa vida, donde finalmente consigue tener una familia en la que cría hijos que lo acompañan en el momento de su muerte.
La regresión a una vida pasada sirve para «despegarse» de un síntoma o en este caso de un sentimiento que tiene sus raíces en algo que no nos aconteció en esta vida sino en una anterior. El mero esclarecimiento del origen generalmente tiene como consecuencia la desaparición de ese síntoma. Cada vida es una unidad distinta. Si bien, Daniel ha tenido problemas de soledad, nunca ha sufrido ese abandono radical que torturó a «Juancito» impidiéndole tolerar ningún desprecio adicional. Es usual que, para que los sucesos de una vida anterior nos influencien de manera importante en la presente, haya debido acontecer algo que ha desenterrado ese pasado, algo que nos lo ha hecho evocar y sentir que otra vez se nos está repitiendo la misma historia. Yo llamo a ese acontecimiento «Evento disparador». Ya en vigilia Daniel consigue identificar cuál fue ese evento en su caso: se recuerda a los tres años, acostado en su cuna, con los pies dentro de la manga de un pullover para no caerse. En esa ocasión se despertó y comenzó a llamar cada vez más angustiadamente. Como no lo escucharon, preso de angustia, sintiéndose abandonado, concluyó orinándose, cosa que aún recuerda con pudor ahora, 29 años después.
Al momento de visitarme, Daniel trabaja en la recepción de un hotel, y cuando se retira al final de su jornada una de las dueñas está siempre trabajando en una oficina, de espaldas a él, y así se despide, sin darse vuelta. Ahora entonces, al concluir su regresión, comprende porqué ese gesto de desvalorización le genera una angustia tan grande que desde unos días antes ha optado por no saludar del todo al irse, para no experimentar esa quemazón interior que le provoca ese gesto de desatención.
Tuve una sola entrevista con Daniel. Pero tiempo después me envió este informe que me autorizó a publicar porque entiende que su experiencia puede resultarle de utilidad a otras personas que están sufriendo:
«Yo podría decir ahora que no soy el que fui, o que soy el que siempre quise ser».
«La historia fue muy casual si es que en la vida existen casualidades. Viví por 32 años buscando un amor que no llegaba, un reconocimiento que aunque hiciera lo que fuere nunca lograba, buscando en las miradas de mi entorno muestras de aprecio o de desaprobación y siempre era eso lo que veía, desaprobación, desprecio. Me refugié en actividades de servicio y comencé trabajando en la docencia y aunque daba todo de mí en cada clase, me sentía insatisfecho. Supuse que el día que obtuviera mi título de grado, las cosas cambiarían y no fue así. Por último estudié hotelería y supuse que esto si iba a satisfacer mi ansiedad de afecto pero tampoco en esta rama logré resultados, por más que mi turno de trabajo era el peor y que generalmente me sacrificaba haciendo doble turno para que mis compañeros pudieran tomarse más días libres, los resultados no me satisfacían. Comencé a creer que había algo que debía pagar, dada mi educación religiosa, y la única forma era el sufrimiento. Despreciado por todo aquel que se me acercara llegué a pensar que no merecía vivir. Cada vez que conocía a alguien, la relación duraba muy poco, llámese amigo, pareja o colegas de trabajo y siempre consideraba que no merecía tener a alguien a mi lado.
Contándole estas historias a un amigo quién también está en su búsqueda personal, me contó que estaba interesado en la terapia de vidas pasadas y que había leído muchos libros de Brian Weiss. Y que tenía el teléfono de alguien que se dedicaba a lo mismo. Llamamos impulsivamente desde casa, como quien comete un delito. Atendió del otro lado quién dijo ser el terapeuta, convinimos que nos atendería en su despacho al día siguiente. Parecíamos dos chicos a punto de hacer algo prohibido. Fue una tarde calurosa de enero que concurrimos al consultorio y preguntamos solo aquellas cuestiones que eran más inquisidoras, el psicoterapeuta, con toda calma nos explicó cada detalle que le consultábamos. Pensé para mis adentros ¿que puedo perder? Quedamos en que al día siguiente nos encontraríamos. Mi amigo me avisó posteriormente que no podría ir así que concurrí solo, sin expectativas ni ganas, mi vida estaba tan vacía.
Comenzamos con la regresión y recuerdo haber estado tan consciente que escuchaba el ruido del agua pasando por un caño dentro de la pared, sentía el ruido de los coches pasando por la calle y hasta las frenadas de los autobuses. Mientras, el terapeuta me daba indicaciones, yo mentalmente las seguía mientras me preguntaba qué hago aquí. Hasta que apareció en mi mente la imagen de un paisaje desconocido para mí, luego, brotó de mí, desde lo más profundo un llanto indescriptible y que siguió en mayor o menor medida a lo largo de toda la sesión. El dolor de años, de otras vidas estaba saliendo, yo simplemente dejaba salir mis lágrimas que no podía contener. Pude ver a un niño que sin nombre, ni familia, ni lugar para vivir pudo enfrentar la vida: ese fui yo. Ahí comprendí por qué a la edad de cuatro años decía a todo aquel que me quisiera escuchar «nadie me quiere, todos me hacen sufrir». De ahí también comprendí esa búsqueda de amor desmedida: tenía una soledad de varias vidas atrás.
Al terminar la sesión, sentía un alivio tan grande, me sentía otra persona. Inmediatamente comencé a notar los cambios, que hasta el momento han sido trascendentales. Al día siguiente tomé el vuelo que me llevaría a San Paulo, Brasil (viaje que tenía previsto con antelación). Regresé justo para comenzar a trabajar en el hotel en dónde por siete años había «padecido» el peso de cada día de labor. A partir de ese momento, el trabajo se hizo más liviano cada día, me agradaba atender a los huéspedes y comencé a tratarlos con afecto. Pude enfrentar a los gerentes quienes estaban acostumbrados a maltratar a todos los empleados y eso me valió el reconocimiento y respeto de todos mis compañeros, también casi un año después el despido. Lejos de sentirme excluido, fue para mí una liberación. Yo que me consideraba una persona débil, sin la energía suficiente como para resolver conflictos, pude encontrarme varias veces en las reuniones de conciliación con una de las gerentes, con la tranquilidad de quien tiene paz en el corazón. Precisamente era esa gerente quien con una mirada podía dominar mi estado de ánimo y a quien relacioné en la regresión con una de las mujeres que aparecían en una de las escenas. Ahora era yo quien con mi tranquilidad pude dominar su estado de ánimo.
Mientras tanto, mi otra actividad que es la docencia, tenía sus altibajos. A partir de la regresión hubo un cambio radical. Empecé a sentir un gran afecto por mis alumnos y fue recíproco, comencé a recibir e-mails y demostraciones de cariño de mis alumnos no solo los que cursaban la materia sino también de aquellos que la iban terminando. Fui ganando espacios y hoy soy parte del consejo asesor de la dirección de uno de los centros regionales de la Universidad en donde soy docente. Mi nombre ha sonado para varios cargos de importancia, estoy coordinando varios proyectos a nivel nacional e internacional y me he convertido en el líder natural y carismático del grupo de asesores.
Yo, todavía no lo puedo creer, pero es así. Me parece estar viviendo un sueño. Puedo sentir los olores, los sabores, las texturas, es como haber nacido el diez de enero del dos mil tres, cuando tuve mi primera y única sesión de psicoterapia con apoyo de hipnosis. Mi relación con la gente se restauró. Siento el amor de la gente y tengo un gran caudal de amor para dar. Es como tener incorporado un imán que atrae y atrae. Día a día siento la superación y siento que puedo llegar más y más lejos, tanto como mis sueños me lo permitan. Este es quien siempre quise ser».
Finalmente, es importante resaltar que no es imprescindible atravesar la hipnosis para se produzca el fenómeno del «darse cuenta». Es suficiente con que el paciente logre asociar causa y efecto. Una paciente que no podía orinar fuera de su casa aunque eso la obligara a abstinencias de más de 12 horas (era estudiante universitaria y estaba fuera todo el día) terminó con ese problema instantáneamente cuando asoció esa actitud con una humillación sufrida en la escuela primaria, a manos de una monja que no le permitió salir de clase para ir al baño y que la mantuvo en exhibición vergonzante frente a sus compañeros cuando, finalmente, se orinó encima. Y esa asociación la efectuó en vigilia, antes de la hipnosis.
Armando Scharovsky
www.hipnosisclinicareparadora.es