Editorial

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    El prestigioso Instituto Worldwatch publica cada año un
    anuario ambiental que nos alerta sobre las tendencias mundiales, cada vez más
    sobrecogedoras, nos hace poner los pies en el suelo, nos devuelve a la cruda
    realidad. El trepidante informe de este año, que recoge y analiza datos
    estadísticos de 2005, es aterrador.

    Según este informe, 2005 fue el año más caluroso de la
    historia; pese al Protocolo de Kyoto, la concentración atmosférica de dióxido de
    carbono batió todos los records históricos, el consumo de petróleo creció un
    1,3%, el uso de pesticidas sigue aumentando escandalosamente. También aumentó
    considerablemente el transporte aéreo y se fabricaron y vendieron más vehículos
    que nunca. La esquilmación de los recursos naturales continúa creciendo a un
    ritmo imparable. La pesca ha caído un 13% desde 1997. La producción y el consumo
    de madera, acero y aluminio en 2005 fue mayor que ningún otro año. Los costes
    militares globales ascendieron a más de un billón de dólares, el gasto más
    elevado desde el inicio de los 90.

    La población mundial creció en 74 millones durante 2005,
    alcanzando el récord de 6.450 millones. Más de 1.100 millones de personas viven
    en condiciones miserables, carecen de agua potable, vivienda digna, atención
    médica, y unos 2.600 millones carecen de acceso a instalaciones de salubridad
    suficiente.

    Para el WorldWatch Institute la biodiversidad está amenazada
    y estamos muy lejos de alcanzar un modelo de desarrollo sostenible, la humanidad
    ha sobrepasado en un 23% el capital natural disponible del cual depende. Entre
    los años 2000 y 2005, la superficie forestal global disminuyó en más de 36
    millones de hectáreas (casi un 1% de la superficie forestal total). Desde
    finales de 2005 se estima que un 20% de los arrecifes de coral habían sido
    “efectivamente destruidos”, mientras que un 50% están amenazados a corto o largo
    plazo. Un 20% de los manglares mundiales han sido destruidos durante los pasados
    25 años. El 12% de todas las aves están en peligro. El 3% de las especies
    vegetales están actualmente amenazadas de extinción.

    Son datos escalofriantes que deberían hacernos reflexionar
    sobre las causas y las consecuencias de esta devastación sin precedentes, y
    sobre las soluciones aplicables que se proponen desde las distintas instancias
    locales, nacionales e internacionales. Si no actuamos a tiempo, podríamos estar
    en la antesala de un Apocalipsis anunciado.

    El ex presidente de los Estados Unidos Al Gore acaba de
    estrenar “Una realidad incómoda”, película-documental sobre el cambio climático
    que aporta datos incontestables sobre la gravedad de la crisis ecológica. Una
    crisis que hará cambiar los mapas de la Tierra, provocará un colapso económico y
    una catástrofe humanitaria de incalculables dimensiones, dejará sin hogar a 200
    millones de personas y sin acceso a agua potable y alimentos a gran parte de la
    humanidad.

    El documental tiene un rigor científico incuestionable y
    demuestra que la clase política, los gobiernos y las instituciones
    internacionales no están a la altura de las circunstancias. No podemos seguir
    confiando en los políticos y menos aún en las grandes corporaciones
    internacionales, que son los verdaderos responsables de que hayamos llegado a
    esta situación. La búsqueda del mayor beneficio económico a cualquier precio nos
    ha llevado a poner en peligro la vida sobre la Tierra, con emisiones
    contaminantes que provocarán un aumento de las temperaturas de hasta 6 grados a
    lo largo de este siglo.

    Ni siquiera el cumplimiento de los objetivos del Protocolo de
    Kyoto puede ya impedir el biocidio y la devastación. Muchas regiones y países
    enteros quedarán sumergidos bajo las aguas, muchos manantiales, ríos y embalses
    se secarán. El aumento de la temperatura de los océanos alterará el curso de las
    corrientes marinas, los huracanes azotarán cada vez con más fuerza, los
    glaciares desaparecerán y el hielo de los casquetes polares de derretirá,
    elevando el nivel de las aguas. Los desiertos crecerán. La escasez de agua y de
    alimentos provocará guerras imparables por el control de los recursos, epidemias
    y hambrunas de dimensiones desconocidas hasta ahora.

    El proceso ya ha comenzado y no será fácil detenerlo. Habrá
    que modificar radicalmente nuestros hábitos de vida, reducir el consumo
    desaforado de productos innecesarios, el tráfico aéreo, el transporte por
    carretera, el uso de pesticidas, el crecimiento urbanístico, limitar
    drásticamente el uso de energías fósiles y desarrollar a toda velocidad
    tecnologías limpias, extender y generalizar el uso de las energías renovables
    (solar, eólica y biomasa). Pero en un mundo globalizado, gobernado por
    multinacionales cuyo negocio se basa en la esquilmación de los recursos
    naturales, nuestros gobernantes no serán capaces de impedir la destrucción
    generalizada. Sólo desde la ética, la conciencia y la responsabilidad de los
    ciudadanos es posible un cambio de rumbo, un giro radical hacia la
    sostenibilidad que ponga freno a esta locura o, al menos, limite los
    devastadores efectos del cambio climático para hacer posible la supervivencia de
    la vida sobre la Tierra.