Podríamos expresarlo de un modo sencillo: grandes ciudades,
incluso pequeñas comunidades, se han convertido en lugares inseguros, vivimos
actos de violencia con relativa frecuencia y las noticias nos informan de hechos
sumamente violentos que se producen a diario; por todo ello hay miedo y, como
escape del mismo, buscamos refugio en algún tipo de ideología que se supone nos
traerá todo aquello que ansiamos como seres humanos. Pero toda ideología es
limitada, es fragmentaria y necesariamente perpetúa el conflicto, genera más
violencia. De modo que como último recurso apelamos a la libertad como
estandarte final tras el cual guarecer nuestro derecho a vivir en paz.
Podríamos, también, exponerlo de este otro modo: hablamos de
la libertad como la principal cualidad exigible a una sociedad. Tras esa demanda
se esconde una ideología que dirige y define dicha exigencia. Nos identificamos
con algún tipo de corriente de pensamiento porque buscamos seguridad, buscamos
seguridad porque tenemos miedo.
Tratemos de ahondar en estos tres elementos clave que
aparentemente cubren nuestra convivencia y las posibilidades aparentes como
seres humanos, encasillando la discusión de la sociedad que permite a aquellos
que viven de la cosa pública abordar con estereotipos y de modo superficial los
problemas de los individuos. En el enfrentamiento entre colectivos, el político
tiene asegurado su sustento.
El miedo tiene que ver con el pensamiento y con la
autoobservación sin reacción. No se trata de que uno observe el miedo, el
observador, el uno es el miedo. Miedo y pensamiento son la misma cosa, descubrir
en el instante el pensamiento que desencadena la reacción de miedo, y que uno es
eso, es liberar una energía tremenda, la energía de la comprensión, la pasión
del descubrir. ¿Puede un ser humano desentenderse del mundo de los símbolos y
entrar en contacto con el de la realidad? Esto tiene que ver con la
inteligencia; la inteligencia no pertenece al individuo, tiene su propio
movimiento. (1)
Analicemos el papel de la ideología. No sé si se han
preguntado alguna vez por qué aceptamos como verdaderas ciertas ideas, ciertas
creencias, y como falsas otras. ¿Cómo hemos llegado hasta lo que somos? Hemos
acumulado experiencias, hemos acumulado conclusiones, y finalmente nosotros
mismos somos una conclusión. Nada sabemos de la capacidad de mirar, de ver, de
observar sin distorsión: como un ser extraño venido de otro mundo, despierto,
lúcido, pero sin posicionamiento, porque no tiene experiencia previa. El arte de
la percepción significa ?no estar posicionado?, dejar que la realidad comunique
su accionar. Toda ideología, toda estructura de pensamiento es limitada y crea
su propio contrario. Esa fragmentación, lejos de enmendar el conflicto, lo
genera, lo crea. Necesariamente cualquier movimiento para establecer un modelo
de pensamiento produce confrontación. ¿Podemos mirar los problemas que aquejan
al ser humano y a la sociedad, ver los problemas reales sin tamices ideológicos,
sin la distorsión que produce toda respuesta que busca no la solución a un
problema, sino la de dar respuesta a un ideal? Queremos ajustar, interpretar los
problemas a las soluciones aportadas por un sistema mecánico de
conceptualización, por lo que siempre hay una separación entre el hecho y su
solución. En la percepción del problema, en la observación de cada uno de sus
mecanismos de funcionamiento, se encuentra su comprensión y por tanto su propia
solución. La observación es un arte, pero no estamos interesados en la
comprensión (objeto de la observación), sino tan sólo en la realización, en
llevar a cabo la implantación en la realidad de alguna idea inventada por
alguien que creyó que la infinita realidad, si se ajustase a su inventada y
limitada estructura, el todo funcionaría a la perfección. ¡Como si la parte (una
parte nimia) pudiese apropiarse del todo y amoldarlo a su imperfección! El mundo
de la ideas, de los partidos, de las corrientes de pensamiento, tiene
internamente un elemento de perversión, y es su ineludible limitación.
Y, ¿qué podemos decir de la libertad? Hemos hablado de la
libertad pero jamás hemos indagado en la libertad de nosotros mismos. Estar
libres de nosotros, de lo que somos, de nuestro pasado, de nuestras creencias,
de nuestros complejos, de nuestras limitaciones, de nuestras querencias, de
nuestros ideales, de nuestro dolor. Somos esclavos de nosotros mismos, la
libertad tiene que ver con el arte de aprender, el aprender trae su propio orden
y su propia libertad, una libertad que no es tuya ni mía, es la libertad que
sólo produce el no estar condicionados, que tiene que ver con la creatividad,
con la compasión.