Auriculoterapia bioenérgetica

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    Según
    la teoría «Jing-Qi-Shen», los sentidos y sus órganos dependen del «Qi» y del «Shen»
    de los órganos y por tanto están relacionados entre sí a través de los sistemas
    «Zang-Fu» (órgano-víscera), «Biao-Li» (interior-exterior) y «Sheng-Ke» (ley de
    la interdependencia). Todo ello dentro del concepto holístico de interrelación
    de las partes en el conjunto. Y así, el Qi-Shen del H. rige los ojos y la vista;
    el de BP. los labios y el gusto; el de P. la nariz y el olfato; el de C. la
    lengua, la palabra, el tacto y el de R. la oreja y la audición. Por tanto, en
    todos los sentidos y sus órganos se proyectan las alteraciones del equilibrio
    energético, las disfunciones orgánico-viscerales y las alteraciones fisiológicas
    que puedan producirse en toda la economía energético-químico-física del
    organismo. Y así, una alteración gástrica, por ejemplo una úlcera, se
    manifestará con la aparición de puntos reactivos o barosensibles en la oreja, la
    nariz o los labios, alteraciones morfológicas de la lengua y cromáticas a nivel
    del iris.

    De todos ellos el más objetivable será el que corresponde a
    R. (oreja); pues sabemos que este movimiento es el almacén energético humano a
    través del cual se armonizan todos los sistemas a partir del «T´chongmai». Ello
    da origen a la Auriculodiagnosis y Auriculoterapia, como técnicas más usuales
    dentro del campo de la reflexología holística. Los campesinos chinos, mediante
    punción del lóbulo de la oreja, o extrayendo sangre de la vena que corre por
    detrás del pabellón de la oreja, podían curar el dolor o la irritación de los
    ojos y con masaje en el lóbulo curaban el dolor de cabeza, etc. En la actualidad
    y debido a la agresividad de las radiaciones electromagnéticas que invaden
    nuestro entorno y provocan el indeseable y solapado efecto pernicioso de la
    polución electromagnética o el «asesino invisible» como enfatizamos en muchas
    ocasiones los que estudiamos los conceptos de homeostasia o relación que el
    hombre guarda con su medio, se alteran con mucha frecuencia e intensidad los
    Meridianos de Acupuntura y consecuentemente los órganos internos con los cuales
    interactúan. Dichos Meridianos de Acupuntura son rutas electromagnéticas por las
    cuales circula una energía elaborada a nivel orgánico y que es la responsable de
    los biodinamismos de las vísceras. Este factor patógeno es de reciente
    aparición, prácticamente de la actual generación, por lo que el organismo aún no
    ha tenido tiempo de desarrollar mecanismos adaptativos que precisan de largos
    periodos de evolución. Ello conlleva la desorientación migratoria de muchos
    animales, la aparición de plagas y nuevas enfermedades que tienen este hecho
    como agente desencadenante. Por ello, las sesiones clínicas de acupuntura deben
    de reforzarse con técnicas denominadas «semipermanentes» (magnetos, cerámicas
    infrarrojas, parches adhesivos, semillas, agujas transdérmicas, etc.) que
    permanecen después de la sesión, realizando un determinado efecto que estimula
    los mecanismos de homeostasia del ser humano. Ello permite disminuir el número
    de sesiones clínicas manteniendo el efecto de las mismas en el tiempo. Nuestra
    experiencia nos revela que la acción terapéutica de la Acupuntura era mas
    intensa y persistente de 20 años para atrás que en la actualidad; con lo cual,
    tenemos que recurrir a este tipo de técnicas complementarias que nos permitan
    obtener el mismo rendimiento e incluso, en algunas ocasiones, mejorar las
    expectativas.

    Para entender el aspecto bioenergético de la Auriculoterapia
    como técnica, no solo reflexológica, es preciso realizar una breve explicación
    de los tres postulados básicos en los que se sustenta las terapias denominadas
    holísticas y que nos permitirían interpretar la Auriculoterapia como un
    microsistema interrelacionado con el resto del organismo a través de la ley de
    los cinco movimientos. Dichos postulados son: el equilibrio vital, lo energo
    correlativo holístico y la autorreparación.

    La medicina alopática, según es aplicada y enseñada, se
    desarrolla en un contexto prototípico o normotípico anatomo-fisiológico
    atribuido al cuerpo humano vivo y adulto y, por tanto, la enfermedad se
    considera como alteración anatomo-fisiológica, de acuerdo con su ortodoxia. Sin
    embargo, la medicina oficial, cuyo objetivo principal es la curación de la
    enfermedad y la preservación de la salud, no ignora, y cada vez se muestra más
    interesada, en la existencia de otras prácticas o métodos heterodoxos que parten
    de conceptos vitalistas o bioenergéticos que dan lugar a multitud de métodos
    terapéuticos no integrados en el contexto académico oficial, como por ejemplo:
    la magnetoterapia, fotonterapia, laserterapia, acupuntura, musicoterapia,
    cromoterapia, etc.

    Principios básicos de la Bioenergética

    Por ello, dentro de los ambientes científico-médicos modernos
    se están considerando cada vez con más interés los principios vitalistas de la
    antigua tradición médica oriental. Dichos principios, se pueden resumir en tres
    postulados básicos, que dan origen a toda una compleja estructura sobre la cual
    se fundamenta la práctica de las medicinas bioenergéticas:

    La energía es el principio integrador y regulador de todo
    ente físico-químico.

    Todo ente vital «responde al Cielo y a la Tierra», esto es,
    al influjo de dos fuerzas opuestas y complementarias, hecho que conforma la
    dialéctica cosmo-telúrica o Yang-Yin, en términos tradicionales, (Ley de la
    Relatividad).

    El Universo, sus manifestaciones y sus entes están regidos
    por la «Gran Regla» o principio de interrelación o interdependencia, descrita
    por la denominada Ley de los Cinco Movimientos y que referida al ser humano,
    proporciona una importante base de estudio que nos permite comprender las
    relaciones de estímulo e inhibición que los órganos y los diversos sistemas
    mantienen entre sí. (Ley de la Interdependencia). Por ello, en la antigua
    Tradición Vitalista, se define al ser humano como un ente energético sometido
    al influjo de dos fuerzas opuestas y complementarias y regido por la ley
    universal de la interdependencia.

    Esto nos permite sentar los principios básicos de la
    bioenergética:

    La enfermedad considerada como una alteración anatomo-físico-funcional,
    tiene, como causa etiológica habitual, un desequilibrio energético.

    Existe un sistema capaz de transmitir y recibir toda la
    bioinformación energética que constantemente nos envía nuestro medio vital.
    Este sistema se denomina sistema energético de meridianos o canales
    energéticos, que a su vez se anastomosan en el denominado Pericardio
    Energético o Maestro de Corazón, que vendría a ser el equivalente al cerebro
    en el sistema nervioso.

    Todos nuestros órganos y sistemas están relacionados entre
    sí de tal forma que la alteración de uno de ellos puede repercutir en
    cualquier otro, de acuerdo con la predisposición genética o a la adquirida
    (concepto de diátesis). Es decir, un mismo disturbio, como causa etiológica,
    puede originar cuadros patológicos en diversos órganos o sistemas.

    Debe existir una justa y equilibrada relación entre la
    energía circulante en el organismo y la materia circulante o sangre (como base
    de alimentación y desarrollo tisular).

    Todo estímulo bioenergético provoca una reacción de
    hiperemia, de acuerdo al principio anteriormente expuesto.

    Los estímulos bioenergéticos del medio provocan reacciones
    selectivas sobre los órganos y sistemas de acuerdo a su frecuencia, intensidad
    y longitud de onda.

    Esta acción de tropismo justifica la existencia de antiguas
    técnicas terapéuticas como la cromoterapia, musicoterapia, aromaterapia,
    terapia de sabores, etc.

    El sistema nervioso no es ni más ni menos que el medio a
    través del cual la energía desencadena un efecto bioquímico o biológico, de
    ahí su estructura mixta (energético-física).

    Basados en lo anteriormente expuesto, podemos concluir que
    actuando sobre los campos bioenergéticos se pueden prevenir las alteraciones
    bioquímicas consecuentes a un desequilibrio de polaridades y más aún, la
    verdadera curación de todo proceso patológico pasará por la regularización y
    armonización de la energía humana, vehículizada a través de los canales
    energéticos y transmitida a través del sistema nervioso. Este principio
    neurotrófico podría tender un puente entre la ortodoxia médica occidental de
    corte cartesiano y la heterodoxia bioenergética, más empírica.

    Nuestra medicina occidental tiene dificultades al tratar de
    explicar las relaciones hemoneurotróficas; para ello debe acudir a la teoría
    correlativista que nos indica que todo nervio es un conductor biológico de
    diversos «cuantos» o partículas elementales de energía. Según la «medicina
    cuántica», las partículas subatómicas implicadas en todo proceso bioquímico sólo
    pueden dar o recibir influjos energéticos de tipo foto-electro-magnético y por
    tanto, ello demostraría la indisoluble relación cosmo-telúrica o cosmogénica
    existente entre el ser humano y su medio vital. Ello nos lleva a considerar que
    la nutrición o proceso de asimilación y desasimilación de cualquier zona
    corpórea se realiza por la conjunción de dos fuentes: aportes físicos a través
    del sistema vascular, y aportes energéticos o «cuantos» a través del sistema
    nervioso. Se concluye que, actuando sobre la energía afluente o efluente en una
    determinada zona física, podemos variar los aportes sanguíneos (átomos,
    moléculas, enzimas, células, etc.) modificando todas las reacciones bioquímicas
    que se realizan constantemente en cualquier zona del organismo. La dualidad
    (energía y sangre) está representada en bioenergética por el denominado Tao
    Vital o íntima interrelación del Yang (energía) y Yin (sangre o materia). El Qi
    representa el «quantum» de energía humana, es el Yang de la filosofía taoísta;
    el Xue representa la sangre, la volemia o el conjunto de materia orgánica, ya
    que ésta precisa de la sangre para su nutrición, es el Yin. En su armonía está
    el equilibrio. Entre ellos se establece una interdependencia que, siendo
    armónica, sin predominio, es la base de la salud. Si predomina el Qi aparecerán
    signos de plenitud (hipertermia, hipertensión, cefalea, tensión muscular, rubor,
    opresión torácica, etc.); si predomina el Xue (de forma relativa) aparecerán
    signos de acúmulo y de descenso (edema, varices, hipotermia, hipotensión,
    lasitud, atonía muscular, etc.). La energía, por lo tanto, siguiendo el criterio
    vitalista, dinamiza la sangre, y ésta a su vez alimenta los órganos que generan
    energía. Este principio es fácilmente comprensible cuando observamos la acción
    de cualquier estímulo energético (luz, calor, magnetismo, etc.). Cuando
    aplicamos estos estímulos se provoca hiperemia y a su vez, este incremento de la
    vascularización, nutre los sistemas físicos, orgánicos y viscerales. Se deduce,
    pues, que para mantener una buena salud física, es preciso mantener un estado
    energético armónico. Según ello, el sistema nervioso en su conjunto es, ni más
    ni menos, que la vía de paso o el medio que precisa la energía para proyectarse
    en materia, siendo a su vez el transmisor de los estímulos del medio al sistema
    energético central (concepto oriental de Xinbao, Pericardio Energético o Maestro
    de Corazón).

    Un vez establecido el principio fundamental de que nuestra
    existencia es consecuencia de la dualidad energético-física, en la que
    intervienen los influjos energéticos vehiculizados o trasmitidos por el sistema
    nervioso al «magma» físico o sangre, podremos concluir que la salud depende de
    una equilibrada acción neurotrófica (de neuro ?nervio? y trofos ?nutrición?),
    como consecuencia inmediata, pero de los influjos energéticos como causa
    primaria; de ahí que se considere a la energía como principio integrador y
    regulador de toda la estructura físico-química. Este principio nos lleva a
    considerar el hecho de que el ser vivo es una unidad integrada y a desarrollar
    el concepto holístico, en el cual hasta el más recóndito espacio o función
    responde relacionándose con todo el conjunto. Todo ser pluricelular diverso,
    cuyo máximo exponente es el hombre, no es una asociación de células normotípicas,
    sino de células heterotípicas, adecuadas a su función específica, que se
    compensan generando una organicidad. Por ejemplo, la neurona es el máximo
    exponente de capacidad funcional, sin embargo, es el mínimo de capacidad
    reproductora, circunstancia completamente inversa al gameto. Por ello la
    organicidad o conjunto holístico, o conjunto de funciones individuales, se
    epicentran en la sangre (Xue) y se trasmiten o dinamizan por la energía (Qi), a
    través de la función neuronal. Mas el sistema nervioso no sólo es el responsable
    de la vida vegetativa sino también de la de relación, por tanto, deben de
    concurrir en esta simbiosis otra serie de factores que justifiquen el concepto
    holístico de integración neurotrófica. Para ello es preciso desarrollar la
    teoría de la integración neuro-endocrino- humoral como una circunstancia de
    equilibrio entre el rápido reflejo nervioso y el lento bioquímico humoral.

    La sangre circulante, como concepto de organicidad, es un
    sistema de interrelación relativamente lento, que de por sí no garantiza la
    homeostasia, entendida como acción de supervivencia. Se precisa, en nuestra
    economía vital, una reacción rápida ante cualquier estímulo del medio en el que
    desarrollamos nuestra actividad biológica. El desarrollo temporo-espacial de las
    reacciones bioquímicas a través del «magma nutricio» debe ser acelerado a través
    de la función neuronal, garantizando así la reactividad precisa ante cualquier
    factor de estímulo. Ahora bien, este sistema de acción y reacción vital humoro-celular-tisular-visceral
    tiene que estar controlado y sostenido en el espacio y el tiempo por un sistema
    que armonice el rápido reflejo neurológico y el lento hematotrófico. Dicho
    mediador es el sistema endocrino, capaz de regular la intensidad y el tiempo de
    reacción de acuerdo con las funciones de supervivencia y procreación, y así, por
    ejemplo, la mediación deberá de ser rápida en la liberación de adrenalina o
    insulina y lenta y persistente en la función ovárica o testicular, es decir,
    rápida en la supervivencia y relativamente lenta en la procreación.

    Este conjunto de funciones e interrelaciones configuran la
    denominada medicina holística o integradora, en donde se entremezclan los
    sistemas a través de una organicidad, haciéndose extensivo a cualquier parte del
    cuerpo humano. Lo neurotrófico y lo endocrinotrófico se consideran, por tanto,
    funciones reguladoras o complementarias de lo hematotrófico. En base a todo
    ello, la teoría correlativista, tan utilizada por la medicina ortodoxa para
    explicar hechos biológicos no concordantes con las explicaciones fisiológicas,
    solamente es posible admitiendo que el epicentro integrador en toda la
    estructura lo constituye la sangre circulante. Todo ente vital se define como
    una circunstancia física resultante del intercambio material-energético con el
    medio externo, o bien como una concreción biocósmica obtenida a través de lo que
    en las ciencias físicas se denomina la E.U.P. (Energía Universal Primaria) o S.I.
    (Singularidad Inicial) y lo que la antigua tradición denominan el «T?chi Wu» o
    el Uno (según Lao Tsé). Según esta consideración, todo lo biológico proviene de
    un principio cosmogónico y geomagnético. Esta teoría, que podría sorprender a
    los no iniciados en Física, nos indica claramente que las manifestaciones
    energéticas, comúnmente llamadas luz, calor, electricidad, etc., son flujos de
    partículas elementales extraídas de materias animadas de intensos y complejos
    movimientos. Por tanto, son formas protofísicas de la energía cinética originada
    por una masa.

    Resumiendo todo lo expuesto, debemos sintetizar: el ser
    humano es sensible a los influjos o mensajes de la Naturaleza o medio vital
    mediante unos «exteroceptores» que captan bioinformaciones, que son
    posteriormente trasmitidas a la sangre a través de corrientes nerviosas. Dichos
    «exteroceptores» los forman las complejas redes o canales de acupuntura, que se
    convierten así en centros de resonancia bioenergética y biomagnética, siendo los
    nervios los mensajeros bioeléctricos y la sangre la masa o materia receptora del
    mensaje. Por ello, el idiograma chino, que representa al ser humano, forma sobre
    un ente con los brazos hacia el cielo (posición energética) recibiendo el
    influjo cósmico (semicírculo) y con las piernas en la tierra, recibiendo el
    finito terrestre (semicuadrado).

    La autorreparación

    Si partimos de las premisas anteriormente establecidas,
    podemos afirmar que es posible, a través de influjos energéticos, actuar sobre
    el organismo, pudiendo, por tanto, corregir los desequilibrios y
    consecuentemente restablecer la salud. Este tipo de terapia se incluye en un
    contexto médico-sanitario en el cual se precisa efectuar un diagnóstico y
    establecer un tratamiento adecuado a la modalidad de los síntomas y su
    etiología. Por tanto, y al igual que en la medicina ortodoxa, es preciso
    analizar los mecanismos productores de la enfermedad y proponer un tratamiento
    que, de acuerdo con el grado de severidad y conocimientos del terapeuta, podrá
    ser etiológico, sintomático o paliativo. Consideramos, en base al criterio
    holístico, que el tratamiento sintomático o paliativo es incompleto, que sólo se
    puede justificar cuando el paciente ha sufrido destrucción irreparable e
    irreversible de uno o varios de sus componentes o sistemas físicos. Existen
    muchas técnicas, tanto alopáticas, como bioenergéticas dirigidas a este tipo de
    tratamiento.

    El tratamiento de fondo debe ir dirigido, no solamente a
    eliminar temporalmente o paliar los síntomas del enfermo, sino principal y
    prioritariamente, a favorecer o inducir la autorreparación eliminando el factor
    o factores primarios de desequilibrio, el denominado «Fuqi» (factor latente), en
    términos orientales. La medicina bioenergética dispone de recursos para poder
    realizar este tipo de tratamiento, ya que entiende que existen agentes de
    desequilibrio o influjos nocivos, como ya hemos descrito, capaces de provocar
    efectos en cadena que van desde el desequilibrio bioenergético, manifestado por
    síndromes típicos como cefalea, hipertensión, dolores idiopáticos, etc., hasta
    las enfermedades que implican destrucción de tejidos, pasando por alteraciones
    neurológicas, funcionales, bioquímicas y orgánicas. La mayor parte de los
    síndromes encuadrados por la medicina oficial como esenciales o idiopáticos, y
    otros muchos que por su sutileza o aparente falta de interés se consideran
    irrelevantes, son disturbios energéticos que es preciso conocer para poder
    actuar consecuentemente eliminando el factor etiológico o latente y favoreciendo
    la auto-reparación del organismo. Para ello, disponemos de un sistema denominado
    «Biao-Li», que significa Interior-Exterior, conjunto de relaciones que mantiene
    el interior orgánico con el exterior que se manifiesta a través de las
    conexiones que la piel guarda con la función interna a través de lo que la
    medicina moderna denomina dermatomas (Head, Mackencie, etc.) o reflejos víscero
    -cutáneos, o zonas reflexológicas (Nogier, Sherrington, etc.) y que ya hace
    5.000 años los orientales denominaban vías «Jing-Mai», meridianos o canales de
    Acupuntura y microsistemas como la aurículo, mano, podo, cráneo, rino o facio
    puntura.

    En el ser vivo existen, por tanto, unas comunicaciones
    energéticas, perfectamente descritas por las medicinas orientales, a través de
    las cuales los influjos de tipo energético penetran en el organismo, incidiendo,
    por tanto, sobre todos los procesos biológicos. Estos estímulos, cuando son
    aplicados de una manera correcta, pueden regular los campos bioenergéticos
    colaborando en el proceso de autoreparación orgánica.

    Conclusiones

    Por lo anteriormente expuesto la auriculoterapia, bien
    considerada como mera reflexología (concepto mecanicista occidental) o como
    miocrosistema (concepto holístico oriental), cumple una función imprescindible
    dentro de la praxis acupuntural por una razón básica que ya hemos apuntado
    anteriormente con el apartado de lo energo-correlativo holístico. Según ese
    principio la energía (Qi) interactúa con la materia (Xue), como ocurre en los
    procesos de electrosíntesis, fotosíntesis, etc. Ello da lugar a que la MTCH
    considere al Qi y al Xue las dos sustancias fundamentales de la vida. Ahora
    bien, en una entidad física, los estímulos energéticos deben de ser
    transmitidos, una vez recepcionados y transformados, a través de unos «cables»
    (sistema nervioso) y regulados en el tiempo e intensidad por unos «relés,
    acumuladores» (sistema endocrino). Cualquier estudioso de la Acupuntura sabe que
    en los textos antiguos no existen referencias terapéuticas sobre
    endocrinopatologías, ya que estos sistemas pertenecen al grupo de las llamadas
    «vísceras curiosas» o sistemas orgánicos que ni producen ni transforman energía,
    solo la consumen, por lo que no entran a formar parte del sistema Fu (productor)
    y del Zhang (transformador). La MTCH considera que el sistema neuroendocrino es
    el puente de paso que necesita la energía (Qi) para proyectarla en la materia (Xue).
    Ahora bien, si el puente está en mal estado o destruido no se puede alcanzar la
    orilla o costará mucho más trabajo vadear el río. Por ello, desde la antigüedad,
    los grandes maestros no sólo utilizaban los puntos de los meridianos sino
    también los de la oreja para efectuar un tratamiento integral de la pirámide
    biológica. Por ello, podemos concluir que la auriculoterapia es el complemento
    más activo y lógico de la acupuntura y que las zonas más importantes de la oreja
    serán «el muro y el antemuro». La oreja tiene dos grandes planos, el exterior
    (pabellón auricular) que representa el Qi (los meridianos) y la estructura
    musculo esquelética y articular y el interno (la concha) que representa la
    sangre creada por los órganos infradiafragmáticos (H., BP. y R.) e impulsada por
    los supradiafragmaticos (P., MC. y C.), en colaboración con el sistema gástrico,
    intestinal, vesical y biliar. La pared que separa lo externo de los interno, el
    Qi del Xue, son las zonas denominadas muro (pared del trago) y antemuro (pared
    del antitrago) y que es donde se ubica todo el sistema neuroendocrino: (cerebro,
    hipófisis, córtex, subcórtex, suprarrenales, tiroides, etc.) y por tanto, las
    zonas más habituales en el tratamiento con auriculoterapia.