El nacimiento de un ser humano se puede contemplar desde una
perspectiva fisiológica o desde una perspectiva emocional (o, por supuesto,
desde una perspectiva espiritual).
Gracias al trabajo y a las investigaciones del doctor Michel
Odent podemos comprender el proceso y las respuestas fisiológicas del
nacimiento, tanto en la madre como en el bebé, que además encajan como piezas de
un puzzle con las investigaciones en psicología, tanto a nivel teórico como
clínico, especialmente a través de procedimientos terapéuticos que permiten al
paciente vivenciar –ver y sentir– hechos concretos acontecidos dentro de su
madre y naciendo. Podríamos preguntarnos si estas vivenciaciones son fruto de la
imaginación de los pacientes, pero para los que trabajamos con estas técnicas de
regresión no cabe ninguna duda de su realidad puesto que siempre que hemos
contrastado los hechos que los pacientes relatan con la versión de madres y
padres, se ha comprobado su veracidad. Esto nos ha permitido acceder a cientos
de relatos en vivo y en directo de lo que siente un bebé desde el mismo momento
de la concepción. También comprender la influencia que tienen la gestación y
nacimiento, no sólo en el presente del bebé y niñ@, sino también en el resto de
su vida. Hace tiempo quedó escrito que «En la historia de una persona, su
gestación y nacimiento contienen hechos más transcendentales para él, que los
ochenta años restantes». Esta afirmación puede parecer exagerada o incluso
falsa, pero una vez se comprende cómo siente un bebé en el útero materno o
naciendo, una vez que se comprueba cómo las raíces de nuestra forma de ser más
profunda y las causas de patologías o desarmonías que nos afectan de adulto se
encuentran en estas épocas de la vida, esta afirmación adquiere el valor de una
auténtica verdad.
Y esta verdad nos otorga a madres y padres una gran
oportunidad, y también una gran responsabilidad, para influir en el futuro de
nuestros hij@s.
EL BEBÉ EMOCIONAL
Desde que el óvulo es fecundado se inicia un fantástico
proceso de multiplicación celular que dará como resultado el cuerpo del bebé a
punto de nacer. Hay quien opina que el bebé uterino –que a los tres meses tiene
todos sus órganos formados, a la espera de su acabado y crecimiento posterior,
que a los seis / siete meses podría sobrevivir si naciera– es una especie de
tumor benigno que va creciendo dentro de la madre y que a los más o menos nueve
meses va a ser expulsado con mayor o menor esfuerzo. Terrible percepción que
hace considerar la gestación y el nacimiento más como una enfermedad que como la
más maravillosa de las experiencias, sin tener en cuenta lo que siente el bebé,
ni las necesidades emocionales de la madre. Todos aceptamos que durante la
gestación, cualquier pequeña desviación en ese proceso de multiplicación celular
que va construyendo el cuerpo del bebé, va a tener consecuencias futuras en su
desarrollo fisiológico, más o menos graves dependiendo de la importancia de ese
«fallo». Pero es que igual sucede con su desarrollo psicoemocional, que se
inicia desde el mismo momento de la concepción, y hablar de desarrollo
psicoemocional es hablar de que el bebé intrauterino es capaz de percibir,
procesar, almacenar y dar respuesta a la información que le llega. ¿Qué y cómo
percibe el bebé?
Podemos plantear tres canales de percepción:
1 – Los inherentes a los órganos de percepción que se van
desarrollando a lo largo de la gestación: oído, tacto, gusto, olfato.
2 – A través de la sangre materna que el bebé recibe mediante
el cordón umbilical, que contiene sustancias como neurotransmisores u hormonas,
que producen en el bebé las mismas reacciones que en la madre. Por ejemplo una
de las hormonas del estrés, la adrenalina, que en la madre produce aumento del
ritmo cardíaco, de la presión arterial, tensión, ansiedad, etc. produce
exactamente lo mismo en el bebé. O por el contrario las endorfinas, que en la
madre producen tranquilidad, bienestar, paz, etc., y que actuarán de la misma
manera en el bebé.
3 – El más sutil de los canales, el que permite que el bebé
perciba lo que piensa, lo que siente su madre. Canal denominado «Percepción
Extrasensorial» porque está fuera de los canales de percepción que otorgan los
órganos de los sentidos o la fisiología. También podríamos llamarlo, desde la
visión de las diferentes energías que conforman el cuerpo humano «Percepción
Energética» ya que es capaz de percibir las energías de pensamientos y
sentimientos.
Desde que un ser humano es concebido, igual que su cuerpo
físico va a atravesar diversas etapas de evolución en sus capacidades
psicomotrices (succionar, reír, llorar, gatear, andar, hablar, etc.), también
sus formas de percepción van a evolucionar. Básicamente podemos hablar de una
percepción emocional que prevalece desde la concepción hasta los 12 / 14 años
(con una intensidad inversamente proporcional a la edad) y de una percepción
racional que domina a partir de esos años (con una intensidad directamente
proporcional desde los dos años de edad).
Desde la concepción hasta los, más o menos, dos años después
del nacimiento, la percepción podríamos calificarla de «altamente» emocional y
es, a partir de esa edad –época preverbal– donde el niño empieza (¡Ojo! Empieza)
el desarrollo de sus capacidades de percepción racional. Es evidente que no es
lo mismo hablar de un bebé de tres meses, que de un año, que de dos, de tres, de
cuatro, etc. La diferencia está precisamente en la evolución de sus capacidades
perceptivas y de sus experiencias vitales (aprendizaje), incluidas las de la
gestación y nacimiento.
La Percepción Emocional –subjetiva, global, intuitiva, de
imágenes, emocional–, es lo contrario de Percepción Racional –objetiva
estructurada en base al juicio, el contraste, la lógica, la razón–, que
prevalece en el adulto. La Percepción Emocional es subjetiva, es decir, hacia el
interior, lo que hace que cualquier impacto emocional que recibe el bebé o niñ@,
sea gratificante o traumático, se hace propio.
Es este un concepto fundamental para la comprensión de la
forma en que el bebé –en el útero y en su nacimiento– y el niño «sienten». Para
la comprensión de cómo percibe, procesa y almacena la información. Para la
comprensión de lo que el bebé y el niño necesitan para su equilibrio y armonía.
Surge una nueva pregunta: Siendo esto así, ¿qué importancia
tienen la gestación, el nacimiento, los primeros años de vida, si tan siquiera
nos acordamos de lo acontecido en estas etapas?
EL FENÓMENO DE LA «ANALOGÍA»
No sólo tienen importancia, sino que son fundamentales para
la historia personal de cada ser humano.
«Analogía» significa «relación de semejanza entre dos cosas
parecidas». Un ejemplo de percepción analógica es aquella que se produce cuando,
al oler a incienso, nos vienen imágenes de nuestro viaje a la India o cuando
escuchamos una determinada canción y en nuestra mente aparecen imágenes de aquél
primer baile romántico. El proceso es automático, no consciente. De igual manera
sucede con los impactos emocionales traumáticos que quedan almacenados junto a
las circunstancias que lo rodean. Son cargas de profundidad con retardo, ocultas
a nuestra mente consciente, dispuestas a estallar en situaciones «análogas»,
semejantes, a lo largo de nuestra vida.
El bebé intrauterino, por su percepción altamente emocional,
está abierto a todos los impactos emocionales, gratificantes o traumáticos,
sobre todo a los que provienen de su madre con la que mantiene una simbiosis
total, especialmente durante la gestación, nacimiento y primer año de vida. Sus
experiencias van conformando su «verdad sentida», el guión de sus respuestas a
los hechos concretos que vivencia.
Se va construyendo una «Biografía Oculta», con cargas
emocionales beneficiosas o dañinas, dependiendo del signo e intensidad de los
impactos. Ya de adultos, por una situación análoga (parecida o semejante), puede
estallar alguna de esas cargas emocionales negativas, convirtiéndose en una
Actualización Patológica o síntoma.
Lógicamente, esta Percepción Emocional del bebé y niñ@, esta
constatación de las consecuencias en su presente y futuro, hace que debamos
replantearnos aspectos de la gestación, el nacimiento y la educación infantil.
LA GESTACIÓN
Lo que siente la madre, lo siente su bebé. Y ya hemos visto
cómo lo siente, cómo lo procesa, cómo le afecta ahora y en el futuro. ¿Qué
podemos hacer para que este bebé se sienta feliz, aceptado, protegido, deseado,
amado?
En primer lugar, la madre debe procurar estar el mayor tiempo
posible en un estado de tranquilidad, de paz, de relajación. En segundo lugar,
mantener una comunicación intensa, constante, con su bebé a través de sus
pensamientos, de sus manos en el vientre. Para ello es también una gran
herramienta la relajación y la visualización. Cuando entramos en relajación
profunda, alcanzamos la percepción emocional, que es la percepción en que se
encuentra el bebé. Es como si fuéramos moviendo el dial de una radio hasta
encontrar la frecuencia de la emisora que deseamos escuchar. Sintonizamos con
nuestro bebé y se produce una increíble comunicación entre madre y bebé y
viceversa.
La madre debe intentar evitar estados emocionales negativos,
como la tristeza, las preocupaciones intensas, el miedo, la angustia y el estado
continuado de estrés. Debería replantearse, considerando lo anterior, todo lo
referente al entorno laboral de la mujer embarazada. Hoy en día no sólo no se le
apoya sino que en muchas ocasiones se le discrimina. Falta comprensión de lo que
supone la gestación para la madre, sus cambios fisiológicos, su mayor
sensibilidad, su necesidad de tranquilidad, de sentirse respetada, apoyada en el
proceso. Muchas mujeres embarazadas sufren de estrés durante su embarazo porque
se les exige la misma dedicación o esfuerzo, o incluso más, que si no lo
estuvieran. Hay suficientes estudios que demuestran el efecto negativo del
estrés sobre el desarrollo del bebé. El riesgo de que los bebés cuyas madres han
sufrido estrés durante el embarazo sean hiperactivos, tengan problemas de
motricidad y déficit de atención es mucho mayor que en caso de bebés de madres
no estresadas.
Los sentimientos y los estados de ánimo de las madres están
vinculados a hormonas y neurotransmisores que viajan por el torrente sanguíneo
y, a través de la placenta, llegan al cerebro en desarrollo del futuro bebé. Una
exposición prolongada a las hormonas del estrés, incluidas la adrenalina y el
cortisol, enseñan al cerebro en desarrollo a reaccionar según la modalidad de
«huida o combate» a lo largo de toda la vida, aunque sea inadecuado. Por otra
parte el empeño de la madre en el amor y la alegría, inunda ese mismo cerebro en
desarrollo con endorfinas y neurohormonas «positivas», por ejemplo la oxitocina,
que favorece una sensación sostenida de bienestar.
Las emociones e incluso los pensamientos de una madre afectan
directamente la «configuración» de la mente.
Tener un hijo es la más maravillosa de las experiencias y
vale la pena vivirla en toda su intensidad, con todos nuestros sentidos
abiertos, con toda su carga emocional, ya desde la gestación.
El papel del padre durante la gestación
El padre puede y debe ser más que un mero espectador en el
embarazo de su pareja. Tiene dos funciones importantes. La primera, sabiendo que
la madre necesita de un estado emocional equilibrado, debe hacer lo posible para
que su pareja se sienta querida, acompañada, comprendida, apoyada, en su proceso
de embarazo (incluida la satisfacción de los tradicionales antojos). La segunda,
el inicio del vínculo afectivo con su hijo, poniendo sus manos en el vientre de
la madre, hablándole, cantándole, jugando con él. Se ha comprobado que si el
padre ha entablado esta relación con su hijo durante la gestación, el bebé
nacido reconoce su voz entre la de otros hombres, reacciona con placer en sus
brazos, se siente tranquilo con él. Por su parte, el padre, demuestra un
instinto paterno afectivo muy superior a otros, que hasta ese momento, al tener
en brazos a su hijo por primera vez, no habían tomado conciencia real de su
paternidad.
EL NACIMIENTO
A nivel fisiológico el nacimiento es un proceso complejo que
exige el máximo de los cuerpos del bebé y de la madre. El Dr. Michel Odent
demuestra la importancia del estado mental y emocional de la madre para el
funcionamiento adecuado de los mecanismos que la naturaleza tiene previstos para
el acto de dar a luz. Su implicación en el aprovechamiento del cóctel de
hormonas que se generan, entre las que destacan las endorfinas –morfina
endógena, que producen madre y bebé– y la oxitocina –genera contracciones del
útero, induce el amor maternal–, que sólo podrá segregarse si no se produce
adrenalina, al ser antagonistas. La adrenalina se produce ante una situación de
peligro, de miedo, de inseguridad y ello nos da pistas para pensar qué aspectos
debemos cuidar en el entorno del nacimiento. El Dr. Michel Odent aboga por un
parto que hay que «mamiferar» en el sentido de respetar el proceso instintivo,
natural, del nacimiento, a través de la intimidad, la seguridad, la temperatura
adecuada, el lenguaje utilizado con precaución, la penumbra.
Desde la perspectiva del bebé, su nacimiento es un hecho de
alta carga emocional. Abandona el cálido y protector útero para surgir a un
mundo desconocido a través de un camino largo y lleno de obstáculos, que
implicará también la independencia vital respecto a su madre, que le ha
facilitado, a través del cordón umbilical, todos los nutrientes y el oxígeno
necesario para la vida.
Hoy en día, en la mayoría de los hospitales, se ha convertido
algo tan natural como dar a luz en algo «técnico», frío, olvidándose que el
nacimiento es un acto sagrado donde la madre y el bebé tienen necesidades
afectivas, emocionales. No se muestran las diferentes alternativas del
nacimiento y menos aún sus ventajas, al contrario, se negativizan alegando
riesgos importantes para la madre y el bebé.
Un nacimiento hospitalario «típico» hoy en día es: llegan las
contracciones y al llegar al hospital, tras una larga o corta espera, se
inmoviliza a la madre estirada en una camilla, se le practica enema y rasurado,
enchufada al gota a gota, con el cinturón de sufrimiento fetal y a la mínima se
le administra oxitocina (que sólo actuará a nivel muscular, pero no cerebral),
con lo cual las contracciones se acelerarán, se harán más intensas y dolorosas
(se ha roto definitivamente el proceso natural del nacimiento) y por lo tanto
tenemos todos los números para la epidural, fórceps, episiotomía o la cesárea.
Al nacer el bebé es cogido por unas manos enormes,
desconocidas, hay gritos, ruido, luces cegadoras, le cortan el cordón umbilical
antes de que deje de latir por lo que se asfixia y tiene que esforzarse al
límite para poder limpiar sus pulmones y poder inhalar ese aire salvador, pasa
de unas manos a otras, se le manipula lavándole, pinchándole, pesándole,
midiéndolo. Es separado de su madre, en la que ha tenido hasta ahora (toda su
vida) su hogar. Para acabarlo de arreglar no se apoya suficientemente el inicio
de la lactancia, sin apoyar ni asesorar a la madre. ¡Vaya recibimiento al bebé!
Imaginaros que en este momento os cojo del brazo, os llevo a
un aeropuerto y os embarco en un avión rumbo a un país desconocido en donde
vivirás a partir de ahora. El avión aterriza y bajas por su escalerilla. Hay una
multitud de personas que empiezan a gritarte, a zarandearte agresivamente. Nadie
te ayuda. No conoces a nadie. Estás solo e indefenso. Ahora, en cambio, supón
que al bajar las escalerillas del avión la gente te recibe con sonrisas,
abrazos, flores, hasta una banda de música toca en tu honor. ¡Sorpresa! Están
todos tus seres queridos esperándote, llenos de felicidad por recibirte.
Pregunta: ¿Cómo te sentirás viviendo en este país en el
primer caso? Pues ya ves, asustado, triste, compungido, agarrotado. Ya pueden
cambiar las cosas con el tiempo, pero esto no lo olvidarás nunca. Los miedos, la
desconfianza, la rabia o incluso el odio (sobre todo hacia mí que te he metido
en ese avión) te acompañarán para siempre.
En el segundo caso, todo lo contrario. Feliz, encantado,
confiado. Te sentirás a gusto, valiente, con ganas de vivir. Hasta me invitarás
para que vaya a verte algún día.
Lo mismo pasa con el bebé y su nacimiento. Aterriza en un
mundo desconocido (¡vaya aterrizaje en algunos casos!) y de lo que en ese
momento sienta, perciba, vivencie, van a depender muchas de sus características
personales de enfrentarse a la vida. El nacimiento deja una huella imborrable en
nuestra forma de ser.
En los nacimientos en casa, o naturales de los hospitales, el
bebé se complace al ser puesto junto a su madre, al cruzar la primera mirada,
llena de ternura. El bebé «lee» esa mirada, identifica su sentido de alegría, de
amor. Es la mejor de las bienvenidas. El bebé siente el olor, el calor, los
latidos del corazón, sobre el cuerpo de su madre. Empieza a respirar
tranquilamente, sin ahogos. Ni siquiera nota el corte del cordón umbilical, que
ha dejado de latir. Se siente feliz, está junto a su mamá.
También es capaz de acercar su boquita al pezón de ese cálido
pecho y empezar a mamar. ¡Aquí sí que se está gusto! El cóctel de hormonas se
completa con la prolactina (relacionada con el apego y con el inicio de la
lactancia).
¿Qué es un buen parto?
Para contestar a esta pregunta no hay que tomar como
referencia la «forma» en que se desarrolla el parto. Hay que tomar como
referencia cómo lo ha vivenciado la madre y por resonancia con ella, cómo lo ha
vivenciado el bebé.
La forma es importante. No cabe duda que es mejor siempre
plantear un parto natural (mamífero, según definición del Dr. Michel Odent) que
una cesárea programada o un parto hospitalario clásico en que un buen parto es
un parto rápido, con todo lo que supone de falta de intimidad, medicación,
inmovilización y montaje tecnológico entre otras cosas. Pero como sabemos que
las percepciones del bebé tienen como base principal las de la madre, puede ser
mejor para una madre llena de miedos, obsesionada con no «sufrir», una cesárea
(mejor no programada sino cuando llegue por naturaleza el nacimiento y esperando
a que el proceso de parto esté lo más adelantado posible para permitir le
generación del antes comentado cóctel de hormonas). Con ello no quiero juzgar
esa decisión sino pensar en lo mejor para el bebé en este caso, en que el
problema sería más la desinformación, la preparación previa y la manipulación
que le han llevado a esa opción, que el hecho en sí.
También puede ser obligada una cesárea en casos de peligro
para la vida del bebé o de la madre, aunque desde luego no en tantas ocasiones
como nos quieren hacer creer, pudiendo tomar como referencia las recomendaciones
de la OMS.
¿Qué puede hacerse si no hay más remedio que efectuar la
cesárea? ¿Supondrá un daño psicológico irreparable para el bebé? Desde luego que
no. Sobre todo si la madre, informada y consciente de la capacidad de
comunicación que tiene con su bebé, está en contacto mental y emocional continuo
con él –permitiéndolo así la epidural, en que la madre mantiene la conciencia–,
transmitiéndole tranquilidad, explicándole lo que sucede (sí, habéis leído bien,
explicándole lo que en cada momento está sucediendo. Los bebés son capaces de
percibir y entender más de lo que podemos imaginar). Si añadimos el no cortar el
cordón umbilical hasta que deje de latir, el colocar al bebé en el pecho de su
madre (se puede hacer aunque sea cesárea), no interrumpir el contacto madre-bebé
si no es imprescindible y el menor tiempo posible (y ahí está el padre para
cogerlo en este caso), el iniciar la lactancia… será el mejor de los
nacimientos.
Desde al Plataforma de Derechos del Nacimiento defendemos que
el mejor parto para la mujer es el mejor parto también para el bebé y es la
mujer, suficientemente informada, la que debe decidir cómo dar a luz,
otorgándole las posibilidades de llevarlo a cabo, sea cual sea la forma
decidida. Es un derecho básico de respeto y libertad sobre el propio cuerpo. No
se puede manipular, desinformar, obligar, como se hace con muchas mujeres, que
quedan sin más opciones que las que pasan por el parto hospitalario típico.
Dar a luz es un acto sagrado, digno de respeto por lo que
entraña en cuanto al surgimiento de una nueva vida, por lo que supone como
vivencia para la madre, por lo que implica en el futuro del bebé, que es lo
mismo que decir en el futuro de toda la humanidad. Al fin y al cabo los bebés de
hoy serán las mujeres y hombres del mañana. Bebés, niños, en armonía lo serán
también de adultos, llevando a sociedades igualmente en armonía, de lo que
estamos más bien faltos en la actualidad.
ANTE TODO: INFORMACIÓN
La gestación, el nacimiento, son los hechos más importantes
en la vida de las personas, tanto vivenciándolo como bebé, como siendo madres y
padres. En las últimas décadas se ha tecnificado tanto la gestación y el
nacimiento que se ha perdido en gran medida la oportunidad de experimentarlo con
toda su carga emocional, con toda su fuerza vital.
Toda mujer tiene el derecho (y yo diría además el deber) de
informarse de las diferentes posibilidades que tiene de traer a sus hij@s al
mundo, de lo que supone cada una de ellas, teniendo en cuenta sus propias
necesidades y las del bebé; escogiendo la que crea más adecuada a sus
expectativas y deseos. Para ello no hay más remedio muchas veces que «buscar»
esa información fuera de los cauces hospitalarios y médicos usuales, tarea que
facilitan grupos y asociaciones dedicados a informar, asesorar y proteger los
derechos de madres y bebés (incluidas las valiosas asociaciones de apoyo a la
lactancia).
Sólo la concienciación de madres y padres de lo que supone
una manera u otra de dar a luz puede hacer cambiar finalmente actitudes y
protocolos irrespetuosos con las mujeres y sus bebés. Son muchas las personas
dispuestas a promover este imprescindible cambio, por bien de los bebés, las
madres, los padres y de toda la sociedad.
«El nacimiento es un acto sagrado, una representación en la
Tierra de la Creación de la vida. Dar a luz es un acto sublime de amor, lleno de
afecto y entrega. Toda madre, todo bebé, tiene derecho a vivirlo en toda su
intensidad, con toda su carga emocional. Respetando el nacimiento, respetamos al
Ser Humano, respetamos la Vida y sembramos semillas para un mundo mejor».