Dibujar estructuras circulares
aporta, apacigua y crea quietud física y emocional. De esta forma, se genera una
buena salud, lo cual aporta equilibrio a la psique
Madrid.
Parque del Oeste. Una tarde de finales de julio. Había ido en metro hasta
Moncloa y encontrado un sitio en que vendían papeles de acuarela estupendos.
Camino unos pasos por el parque y encuentro una mesa con bancos a ambos lados.
Ideal. Plena de luz y a resguardo del sol. Es la única libre, como guardada para
mí. Alrededor corretean niñas y niños. Me siento, despliego mi arsenal de
lápices, papeles, reglas, colores, compás y acuarelas. Disfruto. Sin timbres,
sin límites, sin reloj.
De pronto oigo sólo los pájaros pero no el
bullicioso griterío infantil. Se me han acercado curiosos. Han hecho un corro en
torno a mí. Tendrán entre ocho y diez años. Sus ojos de maravillado asombro
confieren un incalculable valor al mandala que llevaba empezado y que acabo de
terminar. Movida por su generoso interés, ofrezco traer mandalas al día
siguiente para que ellas y ellos coloreen. Voces de adultos nos sacan del
ensueño. Está atardeciendo. Quedamos mañana, a la media tarde, en esa misma
mesa.
Compartir dibujos
Aún no ha bajado el calor de julio en
Madrid cuando acudo a la cita. Cinco han venido iluminados de sonrisas. Pero no
queda una mesa libre. La nuestra está ocupada por un adolescente de tez morena y
rasgos africanos que debe rondar los dieciséis. Saludo y le pregunto si habla
español. Asiente.
Con delicadeza le pregunto entonces si nos
permitiría compartir la mesa bajo promesa de no molestarle. En un español sin
casi acento nos acepta gentilmente. Nuestro despliegue invade el espacio, pero
él no se molesta. Reparto los mandalas, le ofrezco uno que rehúsa.
Explico cómo colorear siguiendo mi táctica
particular y, pasados unos momentos, los siete estamos inmersos en el divertido
universo particular de los mandalas. El joven ha tomado el que antes rehusara.
Desaparecemos del mundo del espacio y del tiempo. Hasta que las voces de los
adultos vuelven a sacarnos del ensueño. Está atardeciendo.
Apenas un puñado de lápices, acuarelables,
dos o tres pinceles y un único vaso de agua. Ha alcanzado para todos. Si algo ha
escaseado serían las palabras. Ni una disputa, ni un desacuerdo. Sólo la
fascinación de compartir juntos lo que había en esa deliciosa tarde mágica, en
Madrid, un verano.
¿Y qué es eso de los mandalas?
Diccionarios y enciclopedias coinciden: «Literalmente, la palabra Mandala nos
remite al sánscrito y se podría traducir como disco, círculo o forma circular».
Añaden que «en el hinduismo y en el budismo es un dibujo complejo de estructura
circular que representa las fuerzas que regulan el universo y sirve de apoyo a
la meditación. La palabra Mandala es además conocida como rueda y totalidad. Y
se define también como un sistema ideográfico contenedor de un espacio sagrado».
Desde el punto de vista espiritual es un
centro energético de equilibrio y purificación que ayuda a transformar el
entorno y la mente.
Ya en tiempos remotos se utilizaba.
Considerados originarios de la India, los mandalas se hallan propagados por
todas las culturas orientales y también en las indígenas de América, así como en
las de los aborígenes australianos.
En nuestra cultura occidental, los
encontramos a menudo en las cúpulas de las iglesias y en la estructura misma de
muchas de ellas. En la planificación urbanística de muchas ciudades
renacentistas se tenía en cuenta esa misma conformación. En la arquitectura
urbana han sido base de diseño recurrente a lo largo de siglos. Las fuentes de
muchas plazas, sin ir más lejos, nos dan muestra de ello.
Estructuras circulares
¿Cómo es posible que los encontremos de
oriente a occidente, en todas partes y en todas las épocas?
Porque su estructura está presente en la
naturaleza, en nosotros mismos, en cuanto nos rodea y de muchas maneras.
Las flores, en general, son mandalas y son
muchos los vegetales y elementos que siguen estructuras circulares y en espiral,
como las disposiciones de las hojas de árboles y arbustos, o las piñas de los
pinos, por ejemplo.
También nuestras propias células podemos
verlas como mandalas. Y los átomos de los que están formadas, su núcleo y sus
partículas son verdaderos mandalas en movimiento.
Nuestro sol y sus planetas alrededor, los
sistemas de los soles y las galaxias también se organizan y se mueven por el
cosmos de forma circular, espiral y elíptica, mandalas y más mandalas, desde el
átomo hasta el infinito.
¿Y qué es el zodíaco si no un mandala?
Estamos rodeados de mandalas. En cierto modo, todos y cada uno de nosotros
también somos mandalas vivientes.
Durante el ejercicio de mi profesión como
docente en la Enseñanza Secundaria trabajaba siempre con mandalas sin atreverme
a darles ninguna connotación. Las muchas restricciones halladas en la práctica
exigían ser cauta en cuanto pudiese salirse de lo prescrito por las jerarquías
educativas.
Los creaba y confeccionaba yo misma como
ejemplos de ejercicios que resultan motivadores para el alumnado a la hora de
desarrollar los temas de dibujo geométrico.
Experiencia con Mandalas
Hasta que, finalizando la última década
del siglo, alguien me hizo recordar que eso que hacíamos en clase eran mandalas,
no sólo bonitos y atractivos, sino plenos de posibles repercusiones y
utilidades.
Comencé a reflexionar e indagar. Ese viejo
concepto que ya conocía ampliaba ante mis ojos su radio de alcance cobrando auge
un nuevo enfoque. A partir de ahí, seguí utilizándolos para trabajar ciertos
contenidos con los alumnos, pero ofreciéndolos de forma expresa y abierta con la
intención de abrir la mente y abarcando algo más que el mero aspecto geométrico
de diseño y color.
Poco a poco, curso a curso, despacio y
paulatinamente, fui elaborando experiencias con mandalas que incluían algún
ejercicio de respiración y una breve visualización dirigida. Tuvieron en general
muy buena acogida por los participantes resultando, no sólo voluntarias y
apetecidas, sino además divertidas y gozosas, a la par que relajantes.
He observado que el inicio de buscar y
hallar el centro del papel ayuda a encontrar el propio centro y, por tanto, a
centrarse. He ahí el primer paso.
A través del mandala se puede ir de la
dispersión a la concentración, avanzando desde la circunferencia hacia el
centro. O se puede, en cambio, salir de la timidez hacia la comunicación
avanzando desde el centro hacia fuera.
Partimos de tan sólo esos dos elementos:
el centro y la periferia. Con ello estamos proporcionando un espacio de
manifestación exclusivo y particular para que el Ser se exprese desplegando
todas las posibilidades individuales y particulares del sí mismo en cada
momento.
Pintar mandalas también apacigua y aporta
bienestar. La buena salud se apoya en el equilibrio de la psique.
Jung comenzó utilizando los mandalas para
explorar su propia psique. Estudió el mandala en todas las culturas. Quiso estar
seguro de que en verdad el mandala es una forma arquetípica universal que
representa tanto al Ser como al mundo.
Constató que, en el inconsciente, nuestras
experiencias vitales y nuestros sueños se unen en forma de símbolos o motivos
arquetípicos, muy útiles para nuestro crecimiento cuando aprendemos a discernir
sus significados. Una forma magnífica de expresarlos es a través de los mandalas.
Yo me permití aplicarlos un tiempo en el
ámbito pedagógico. Más tarde, cuando mi salud se quebró y mi equilibrio personal
y profesional se tambaleaba amenazadoramente, pude comprobar en mí misma su
valor terapéutico. Comencé creando mi propio mandala-personal por prescripción
de una médica amiga.
Viví la experiencia de forma tan sanadora
y extraordinaria que, seguidamente, me dediqué a crear mandalas personales para
las personas más cercanas y queridas con el deseo y la esperanza de que pudieran
serles de alguna ayuda.
La intención era, y sigue siendo,
canalizar a través del mandala la energía y la ayuda que mejor convenga en el
momento, para superar el proceso que se esté atravesando, transmutando el dolor
en gozo en la medida de lo posible.
Poco a poco me fui atreviendo a crear
mandalas individuales o particulares, con el propósito consciente de
proporcionar una ayuda complementaria a personas que por uno u otro motivo la
demandaban.
Antes de empezar siempre me paro a meditar
y a rezar. Pido permiso al Yo Superior y al alma de la persona. Invoco la
asistencia de los Seres de Luz, me ofrezco y solicito que mis manos sean su
instrumento para canalizar la energía sanadora, confortadora o activadora que se
precise, según el caso. Ello se manifestará intuitivamente a través de números,
formas y colores. Procurando cada vez dejar a un lado las ideas preconcebidas y
las limitaciones del intelecto.
Vivencias
Estas experiencias me obsequian a menudo
vivencias de hondo sentir y divina fusión, fuera de los límites
espacio-temporales, altamente conmovedoras. Y en otras ocasiones, momentos muy
divertidos, especialmente al descubrir algunos aspectos anecdóticos.
Muchas veces soy la primera sorprendida al
ver lo que va surgiendo y fluyendo en formas y colores. Cada persona es en
verdad un universo y así lo refleja el mandala que va saliendo en cada
oportunidad. Todos tan diferentes y a la vez manteniendo la misma esencia común.
Dibujar y colorear mandalas activa el
hemisferio derecho del cerebro directamente y sin esfuerzo, y esto provoca el
movimiento de las partículas que lo componen. Con ello, facilita el despertar de
la inteligencia y de la conciencia, abarcando desde el ámbito físico al
espiritual y abriendo el puente entre ambos.
Los opuestos se complementan. Sólo hace
falta abandonar las resistencias y dejar que la armonía y la aceptación
disuelvan los conflictos con nuestra propia autenticidad. Sólo así podremos
abrazar nuestra sombra y perder el miedo al potencial de nuestra cegadora luz
interior.
El mandala es un acto de amor. Tanto más
fructífero cuanto más desinteresado, como toda verdadera entrega.
Considero preferible renunciar a las
expectativas y fomentar la propia escucha y la observación.
Que cada persona se abra poco a poco a la
experiencia y se permita descubrir cómo repercute en su estado interior y en su
actitud.
Entregarse cada vez al mandala que
aparece, al color que surge. Elegir confiar y dejarse llevar pacientemente por
el impulso que nace y fluye desde el interior. Esas son mis premisas. Y también
es algo que los mandalas facilitan. Nos muestran el reflejo del origen. Nos dan
la imagen del paso de lo no manifestado a lo manifestado.
Trabajar con mandalas nos puede devolver a
la comprensión de la esencia que somos. Puede restaurar los lazos que nos unen.
Minimizar o dejar de lado las diferencias que nos distancian y nos separan.
Podemos plasmar cada uno el mandala
perfecto que ya somos. Podemos componer entre todos un mandala mayor. Podemos
integrarnos conscientemente en el gran mandala que es la tierra y éste a su vez
en el cosmos?
Mandalas dentro de otros mandalas
extendiéndose como fractales hasta el infinito.
Si me preguntas qué beneficios te pueden
aportar los mandalas puedo responderte que justo aquellos que llevas ya
guardados en tu interior. Así los veo, como una instantánea del alma, una
muestra de lo intangible que hay en nosotros y en la vida.
Reflejo de nosotros
Nos ofrecen un reflejo de nosotros mismos,
porque recogen la suma de lo que somos, de nuestra canción interior.
Crear un mandala es una forma de descubrir
y componer tu propia canción interior. Colorear una copia de un mandala es como
interpretar una melodía. Ya existe, pero la haces nueva, das tu versión con tu
tono y tu estilo.
Puedes dar el mismo mandala a montones de
personas para que lo coloreen. Salen todos diferentes. Así varía el tono y la
melodía de cada ser.
¿Y qué es el ser, qué somos nosotros?
Somos sonidos y colores de formas danzantes componiendo el mandala del mundo en
cada instante.