Desde pequeño nos inculcan el miedo en nuestra vida, y éste
se graba en el cerebro y memoria logrando que cada situación la vivamos de forma
más angustiosa
Vamos
a compartir la aventura de reconocer, con la idea de
vencer, a un monstruo que se ha convertido en peste y, por su forma de recorrer
el planeta, en pandemia. Es el forjador de fracasos, tiene muchas caras y es
terriblemente contagioso, por eso se desarrolla con éxito entre nosotros, se nos
presenta en la mas tierna infancia infectado por los adultos que ya lo padecen.
Nos referimos a un gran conocido por todos, a quien
denominamos miedo, la peor de las pestes que ha asolado nuestra sociedad, ya que
produce actitudes mezquinas, fracasos personales, crisis económicas, de pareja,
familiares, guerras sociales, religiosas, territoriales y cuanto conflicto
personal y social se te ocurra pensar.
Por ese motivo, es de vital importancia reconocerlo y
descubrir su origen. Porque si no aceptamos que está incorporado en nosotros y
desconocemos cómo se produce es imposible que lo podamos erradicar. Nuestra
tarea no es luchar con él, es entenderlo, aceptar que está, aceptar que se
manifieste y producir los cambios necesarios hasta dejarlo salir.
Protegernos
Lo comenzamos a incubar cuando empezamos con la independencia
de movimientos. Quienes nos aman, con la intención de protegernos nos comienzan
a inculcar el miedo, recurren a las palabras, y en algunos casos gritos, también
le suelen sumar gestos exagerados y frases como: ¡Cuidado!, ¡Eso no!, ¡Es
peligroso!, etc.
Esto se nos comienza a grabar en nuestro cerebro y en nuestra
memoria corporal logrando que cada situación a la que nos enfrentamos estemos
esperando el sonido de las palabras y actitudes recriminatorias a las que nos
acostumbraron en la infancia, teniendo en cuenta que hasta los nueve años las
oimos más de cien mil veces.
A esto le debemos sumar las características genéticas,
astrológicas y educativas, las formas de respetar investiduras jerárquicas, nos
inventan dioses que están en todos lados y nos controlan las veinticuatro horas
del día y están listos para castigarnos si no cumplimos las reglas establecidas.
La vida comienza a resultar una carga y, como anexo, le
agregamos conciencia que es un subproducto del temor. Tu conciencia hace que en
tu vida, cada hecho lo transformes en un ladrillo que agregas a tu mochila,
haciendo tu camino cada vez más difícil.
Ya se instaló, se hizo materia, lo verás llegar con distinto
rostro en cada examen de la vida porque tiene la adaptabilidad del agua y la
misma potencia. No se rinde, ingresa por cada grieta que le dejamos, es
incontrolable y, en algunas situaciones, nos provoca la misma sensación de
ahogo. No lo reconocemos porque estamos acostumbrados a convivir con él, sin
percibirlo, pero siempre lo sentimos.
No nos serviría de nada que te presionen para que pierdas el
miedo, porque no existen consejos para una persona con pánico. Quien lo padece
pierde la objetividad para escuchar porque en realidad se ha convertido en miedo
cada molécula de su cuerpo, está preparado para fracasar en la vida si no altera
su calidad de vida.
Comparaciones y frustación
Cuando hablamos de fracaso no nos referimos a lo que
mostramos socialmente, que nos es útil para elevar lo que llamamos autoestima,
pero en realidad es el resultado de comparaciones donde pensamos si somos o
tenemos más o menos que los demás. Nos referimos a la frustración de saber que
puedo pero no me animo.
Debemos buscar la desinstalación del miedo produciendo un
cambio desde lo mas profundo del ser, en lo físico como tarea principal,
cuidando nuestro cuerpo de una forma natural con gimnasia o una alimentación
adecuada.
Recuerda que los miedos quedan grabados en una memoria
corporal, transformándonos en seres dubitativos ante la toma de decisiones, y
esto produce el fracaso.
Desde lo interno es importante lograr la ayuda mutua, la
sinceridad, aceptar la independencia de criterios, que nuestras relaciones no
sean competitivas. Ése es el cóctel que nos dará la seguridad necesaria para
lograr los objetivos.
Una conexión con nuestro entorno desde la alegría, a
sabiendas que no somos más pero tampoco menos que quienes comparten nuestra
existencia; que no hay seres superiores o inferiores, sean éstos sobresalientes
o con cargos jerárquicos en la sociedad. Es importante darse cuenta de que lo
que podemos perder en cualquier caso es poco importante comparado con las cosas
que tenemos y nos hacen feliz.
Demostrémonos que tenemos la idea de vivir nuestra vida al
cien por ciento, ya que es muy corta, y si la vivimos con temor estaremos
evitando las puertas desconocidas que no sabemos hacia donde nos podrían llevar,
quedándonos con la duda de si no se nos habrá escapado, entre ellas, la mejor
oportunidad sin desarrollar nuestro verdadero potencial, por lo que será siempre
una vida a medias.
Nuestra sociedad (padres, maestros, compañeros,
instituciones, etc.) cuando nos inculcó la competencia y nos habló de una sana
competición fue el primer mensaje de temor que nos imprimió, el miedo a
defraudar la confianza y que esto nos hiciese perder el cariño de nuestros
mayores, a cuidar la imagen ante los demás, a esconder debilidades dejando de
ser nosotros mismos.
Nos enseñaron a amar al otro, pero debemos luchar y
prepararnos para ganarle, en deporte, habilidades, estudios, religión, y hasta
en estética, creando un estado de confusión de amor y lucha. La confusión es
miedo, ya que tenemos que demostrar que somos mejores. A partir de ese momento,
quien fue compañero y en teoría debería amar pasa a ser rival, por eso es a
quien debemos aplastar en la competencia.
En esa lucha sin cuartel que nos enseñaron a vivir con
nuestros seres queridos todos perdemos. Cuando alguien nos supera, nos produce
enojo, depresión por no estar a la altura de las circunstancias, justificamos la
mentira o tratamos de ser los que nunca pierde. Qué fiasco de relaciones vamos
creando con esa línea de conducta.
Debemos evitar todo tipo de competencia para disfrutar del
juego.No tenemos que ganar, sólo jugar lo mejor que se pueda, colaborando con el
otro, ayudando a que logre sus objetivos, que se sienta valorado. De esa forma,
realzaremos la partida y disfrutaremos con quien nos acompaña en ese momento de
la vida.
Qué hermoso sería el mundo -y cuando hablo de mundo me estoy
refiriendo al mundo de cada uno- si esto que trato de transmitir con las
limitaciones del caso lo pudieses aplicar para producir uno de los cambios más
importantes que te puedan ocurrir. Esto significa no competir con la pareja, los
hijos, los amigos, compañeros de trabajo, con los equipos de fútbol, en
política, etc.
No luches, no te rindas la vida es una aventura maravillosa
que nos han regalado para disfrutar. Nos merecemos todo lo que nos rodea, sea
esto material o espiritual. Sólo si tienes la decisión de rendirte habrás
logrado fracasar. En la vida nadie te dará lo que quieres, pero siempre
cosecharás mucho más de lo que siembres; mientras tanto, disfruta el recorrido
hasta llegar a la meta fijada.
Todo lo que piensas que quieres lograr te está esperando;
debes romper la barrera que se produce cuando quieres satisfacer a los demás. No
esperes la aprobación, comienza a ser tú mismo, no estás solo. En tu interior
hay un ser que nació libre y espera para compartir una existencia sin temores.
Si recurres a él lograrás la felicidad y, cuando lo hayas conseguido, la
irradiarás a quienes te acompañan y esto será el antídoto a ese gran flagelo de
la vida que es el miedo.
Es un deseo con gran amor y gratitud porque en este juego que
elegimos no hay contrincantes, sólo un compartir, comparándolo con el hecho de
que cada molécula de agua en sí misma nos puede parecer insignificante, cuando
sumamos millones de ellas nos quitan la sed, nos dan la vida nos convierten en
lo que somos. Sólo debemos sumarnos cuidándonos pero con la firme intención de
disfrutar.