Los cuencos sonoros se usan para
la concentración, la relajación y la eliminación de tensiones. No hace falta ser
experto/a para beneficiarse de su sonido, basta concentrarse en un ambiente
apacible, oír su sonido y sentir su vibración durante unos minutos: el efecto es
inmediato.
Incluso las personas que no prestan
atención a los sonidos sutiles quedan perplejas al oír un cuenco o campana
tibetanos; también los animales, que adoptan actitudes curiosas. Esto ocurre no
tanto por la peculiaridad y larga duración del sonido como porque la vibración
también se siente con el cuerpo entero, aunque no seamos conscientes de ello.
Podemos verificarlo fácilmente. Basta sostener un cuenco a la altura del
estómago y tocarlo suavemente poniendo atención. Se experimentará una sensación
que ninguno de nuestros equipos de sonido puede igualar.
He aquí una razón para mantenernos receptivos a los nuevos
sonidos, a menudo procedentes de Oriente, que, como la repetición discreta de
mantras o la meditación, pueden devolver la quietud a nuestra mente en la paz de
nuestra casa después de una jornada de trabajo no siempre gratificante. Pero ¿en
qué consiste este cuenco? ¿Cómo está hecho? ¿Cuál es su función?.
Existen testimonios arqueológicos de que el bronce, aleación
sencilla de cobre y estaño, se utilizaba en algunos lugares del sur de Asia a
principios del segundo milenio A.C. El hallazgo del bronce y su elaboración,
debieron estar relacionados más con la posibilidad de elevar y mantener las
altas temperaturas de un horno que con la posibilidad de localizar, extraer y
transportar los minerales. Parece que la manufactura del bronce se desarrolló
antes que la del hierro por ser éste un material menos dúctil y, por lo tanto,
más difícil de trabajar con medios precarios. La historiografía, en su afán por
controlar el tiempo al servicio del progreso, ha querido también ordenar el
pasado inmediato antes de la aparición de la escritura llamándolo «edad del
bronce» y «edad del hierro», apelativos que afortunadamente no utiliza la
antropología actual pero que no están del todo ausentes de los libros de texto
escolares. Pues bien, desde el punto de vista de los materiales esenciales y
probablemente de su manufactura podemos decir que muchas de los cuencos que hay
en la actualidad están hechos como en los tiempos protohistóricos, pues el
material de base en cobre y su producción artesanal. La estudiosa del tema Eva
Rudy Cansen dice haber recogido de cierta tradición que los cuencos genuinos se
componen de siete metales, asociados cada uno a un planeta de los siete entonces
conocidos: oro/Sol, plata/Luna, mercurio/Mercurio, cobre/Venus, hierro/Marte,
estaño/Júpiter, plomo/Saturno. La proporción de metales que en realidad tienen
los cuencos es muy variable. En cuanto a su manufactura, que es artesanal, se
ignora quiénes eran verdaderamente aquellos herreros, probablemente itinerantes
y al servicio de los monasterios. Es imposible recabar información sobre estas
personas que debía ser algo más que artesanos.
Otro tanto ocurre con la función de los cuencos. ¿Para qué
servían? De nuevo un halo enigmático rodea la respuesta. En los monasterios
tibetanos hay cuencos, en Ladak hay cuencos, en Nepal, en Bután hay cuencos.
Podrían ser recipientes que servían para las ofrendas en los altares o para ser
tañidos en comunidades religiosas que los poseían en formas y tañanos
diferentes. Hay cuencos con inscripciones en el exterior -existe una foto de C.G.
Jung en su despacho sobre cuya nesa hay un cuenco con inscripciones- que tenían
uso astrolígico.
Hay cuencos que, llenos de agua hasta un límite y tañidos,
dibujan cierta figura geométrica en su interior. En cualquier caso, parece que
muchos servían para comer, lo que es plausible también en tierras pobres en
arcillas; además un recipiente metálico se limpia bien donde se carece de agua.
Los recipientes de materiales diversos de importación que actualmente llegan a
estas zonas explican en parte que todavía haya bastantes cuencos en circulación.
Los llamados cuencos o campanas tibetanos carecen de badajo,
tienen forma de cuenco o recipiente y su diámetro y espesor son muy variables.
Se tañen frotando con una baqueta en el borde exterior en círculos uniformes, en
el mismo sentido o en sentido opuesto, después de que se ha conseguido la
vibración; también percutiendo en la parte superior externa. Las baquetas tienen
diversos tamaños y formas, son de madera especialmente dura y pueden terminar en
fieltro, goma virgen o cualquier otro material blando que atenúe el golpe y
acentúe los armónicos. Se consiguen sonidos especiales cuando se tocas varios
cuencos al tiempo. No hay cuencos que suenen mal juntos, pues se armonizan entre
sí sin que se pueda explicar por qué. Lo mismo ocurre con varios cuencos
percutidos unos tras otros, aunque se pueden hacer asociaciones más o menos
agradables. Cuando se tocan varios cuencos, el sonido resultante es algo más que
la suma de sonidos. Además, si uno de ellos no se toca, acercando el oído se
comprobará que suena por simpatía al ser tañidos los demás. Si se aproxima la
boca abierta al borde externo del cuenco que suena y se modula la apertura de
los labios, se obtendrán sonidos peculiares, la cavidad bucal actúa como caja de
resonancia. Se trata de sonidos que hasta ahora no habíamos tenido oportunidad
de oír. La riqueza de armónicos de los cuencos, la intensidad con que éstos
suenan y su persistencia después de que el sonido fundamenteal se va
debilitando, los hacen prácticamente incontrolables dentro de la escala
diatónica. Por eso, tener cuencos tibetanos supone dejarse llevar a experimentar
con el sonido improvisando y descubriendo al margen de nuestros hábitos
auditivos y de las pautas de la música occidental. Para comprobar cómo se
produce esta experimentación de manera espontánea, basta dejar cuencos a un
niño. De la misma manara, si queremos saber qué cuenco es el adecuado para sí,
hay que experimentar con el sonido. Un buen método es hacer que otra persona
toque diferentes cuencos; con los ojos cerrados o de espaldas la persona que
elige identificará varias veces sin equivocarse el sonido del cuenco adecuado.
Explicación plausible es que el sonido del cuenco identificado esté
sensibilizando el chakra o el órgano del cuerpo que lo necesita.
Los budistas zen los utilizan para la meditación. Cuando se
sientan a meditar, una vez en la postura, dan un glope ligero a la campana con
el que inducen a la concentación. El efecto de vibración de la campana es
percibido por todo el cuerpo si éste se coloca en actitud receptiva. Se acentúa
la percepción si el cuenco se aproxima a una zona determinada del cuerpo con
intención de sentir diferentemente el sonido. De aquí el uso terapéutico de los
cuencos. Hay terapeutas que rodean de cuencos a su cliente tumbado boca arriba
y/o los colocan encima del cuerpo y los hacen sonar por percusión y frotación
uno a uno, por secuencias o por grupos.
Se pueden llevar a cabo aplicaciones terapéuticas con los
cuencos individualmente o con varias personas. Una zona del cuerpo
particularmente sensible a la vibración es la del plexo solar, que suele
alterarse en momentos de tensión y estrés. La vibración la relaja y
descongestiona. Otra aplicación consiste en sostener el cuenco en la línea que
va del pubis al entrecejo (línea de los chakras principales) haciéndola sonar
paulatinamente de abajo a arriba estando el receptor en postura de relajación.
Hay otras aplicaciones que se descubren intuitivamente a base de experimentar.
No hay peligro, el cuenco tibetano es inocuo. No obstante es conveniente dejar
de tocarlo cuando se hace difícil mantener la concentración o cuando el sonido
se hace desagradable, aunque sea al primer toque. Por cierto, hay personas que
no soportan el sonido de los cuencos. No tenemos explicación para este hecho.
A caballo entre la terapia y la fruición estética está el
concierto de cuencos o campanas tibetanas. Asistir a un concierto de estos es
algo más que una simple audición.
El lama Gangchen Rimpoche suele tener un cuenco junto a sí y
cuando dirige una ceremonia acompaña el principio o el final de cada período de
una recitación con una suave percusión .
El Tíbet es la meseta más elevada y grande del mundo. Ocupa
siete veces más espacio que España. En ella se cree que viven ahora
probablemente no más de cuatro millones de personas. Muchas de ellas practican
aún una agricultura de subsistencia y todavía quedan nómadas en las «thang», que
son grandes llanuras de escasísima vegetación y donde los sonidos, en los
espacios abiertos o en la penumbra de los monasterios, tienen particular
relevancia. Alexanda David Neel, que Tíbet, describe el modo de vivir de estas
personas, que recogen excrementos de yak para encender una pequeña hoguera donde
calentar el té con manteca que acompañan de una torta de cebada llamada «psamba»,
base de su alimentación. Mucho tiene que ver la economía, tan precaria, la
altitud, la irradiación de la tierra y la escasez de vegetales, animales y
hombres en la profunda espiritualidad de estos pueblos. Algo de esta
espiritualidad creemos percibir cuando sentimos el sonido de un cuenco tibetano.
USO DE LOS
CUENCOS TIBETANOS
SONIDO
Cada cuenco tiene un sonido peculiar y cada persona una
manera de tocar de acuerdo con su carácter, incluso con su estado de ánimo. Lo
mejor es experimentar con el sonido.
Algunas sugerencias:
? Sujetarlo por su base con la punta de los dedos.
? Sostenerlo sobre la palma de la mano.
? Colocarlo sobre una tela mullida.
? Golpear en el borde exterior.
? Deslizar el mazo en torno al borde superior externo:
– variando la presión.
– variando la velocidad.
? Cubrir el mazo con fieltro o goma.
? Tocar varios cuencos al tiempo (la vibración resultante
es más que la simple suma de los sonidos).
VIBRACIÓN
La vibración intensa y prolongada del cuenco no sólo se oye,
también se siente. La vibración es percibida por todo el cuerpo. La percepción
se acentúa si se aproxima el cuenco a una zona determinada del cuerpo.
Una parte del cuerpo particularmente sensible a la vibración
es la del plexo solar, a la altura del estómago, que suele alterarse en momentos
de tensión. La vibración que emite el cuenco la relaja y descongestiona.
En todo caso, el efecto de la vibración en el cuerpo tiende a
eliminar las tensiones y a desbloquear energía en órganos y meridianos.
El cuenco debe dejar de tocarse cuando empieza a resultar
difícil mantener la concentración o, simplemente cuando la vibración se haga
desagradable, aunque sea al primer toque.
SENTIR EL CUERPO
La primera condición para relajarse en sentir el cuerpo; la
segunda, apaciguar la mente.
En un lugar tranquilo y sin ruido:
? Sujétese el cuenco a la altura del estómago y hágase sonar
con la atención puesta en la vibración.
? Sujétese el cuenco en la línea que va del pubis al
entrecejo. Se hará sonar paulatinamente de abajo a arriba. Cada persona puede
detenerse en sus zonas más sensible de esta línea.
? Tendido(a) sobre la espalda, colóquese el cuenco sobre el
cuerpo en una zona particularmente sensible o tensa y hágase sonar dejando
penetrar la vibración.
LIMPIEZA
Se puede hacer con percusiones seguidas y suaves o con
frotación continua.
? De personas. La persona objeto de la limpieza permanece
de pie; la persona que limpia lleva el cuenco de abajo a arriba y de arriba
abajo, por delante y por detrás, deteniéndose en algún punto si procede; por
último da vueltas en el sentido de las agujas del reloj.
? De animales. Análoga a la anterior.
? De lugares. Primero un toque prolongado con frotación
continua y suave, después toques selectivos recorriendo el lugar enteramente. Se
efectuarán toques percusivos particularmente intensos en los puntos que sea más
necesario limpiar.