La macrobiótica busca el
equilibrio físico y mental a través de la dieta. Pero ¿cómo surge esta forma de
alimentación? Para comprender este concepto de forma integral hemos comenzado
por el significado etimológico de la palabra, haciendo un repaso por la historia
y centrando la atención en los principales alimentos de esta dieta.
La raíz del término Macrobiótica se halla en las palabras
griegas y sánscritas: «Makros» que significa «grande». «Maka» que expresa
«maravillosa». Biótica que proviene de «Bios» , que quiere decir «vida» y denota
una manera de vivir. Resumiendo: Vivir un estilo de vida ordenado, responsable,
equilibrado que nos permita alcanzar la longevidad con salud.
El primer registro conocido del vocablo Macrobiótica se
encuentra en el ensayo del griego Hipócrates, ensalzado El Grande,
originario de Cos, titulado «Aire, agua y lugares» datado hace unos 2.400 años,
donde lo emplea para referirse a las personas longevas y sanas. Este
inconmensurable sanador, cuya terapéutica concede un papel primordial a la
dietética, es tenido por el padre de la medicina occidental, cuyos miembros
todavía se gradúan universitariamente como médicos alopáticos recitando el
juramento hipocrático.
En sus obras «Alimentos», y «Medicina y Tradiciones» declara
lo siguiente:
? «Que tu alimento sea tu principal medicina».
? «El pan (describe con insistencia) se elaborará con
granos que mantengan su envoltura, ya que contiene los nutrientes básicos que
nos alejarán de las enfermedades». (Hoy correspondería al pan integral
biológico.)
? «Para alimentarse de forma equilibrada y vivir en salud
es preciso consumir cebada, avena y trigo», que eran los cereales más
cultivados en los territorios gobernados por Grecia.
Hipócrates no cesa en toda su obra de orientarnos sobre la
forma natural y equilibrada de alimentarse para vivir macrobióticamente.
Herodoto, Aristóteles, Galeno, Platón y otros clásicos
también utilizaban la voz Macrobiótica para describir un estilo de vida
responsable y sano que giraba alrededor de una dieta moderada, cuyo resultado
era la mejora de la salud y el logro de la longevidad sin lacras físicas,
mentales ni espirituales.
Durante siglos los pueblos se mantenían sanos y fuertes con
los productos naturales que obtenían de sus campos o de las tierras cercanas,
incluidas las plantas sanadoras, el agua pura y el aire ozonificado, rebosante
de iones negativos. Todo ello apuntalado con sus creencias intelectuales,
morales y espirituales. Quienes se alimentaban siguiendo el dicho: Come de todo
un poco, con sosiego, masticando y ensalivando los alimentos, seguían los
principios dietéticos de la Macrobiótica. El naturismo clásico con más de dos
milenios a sus espaldas tiene una completa biblioteca de obras que tratan sobre
alimentación humana, donde el espíritu macrobiótico ronda por doquier. Las
advertencias dietéticas que Don Quijote de La Mancha propina a su escudero
Sancho Panza las hace suyas cualquier naturópata macrobiótico.
Los estudios actuales consideran al japonés Ekken Kaibara
(1630-1716), quizás el primer teórico naturista oriental que divulgó y, en parte
sistematizó, la naturopatía de su tiempo y sentó las bases higienistas y
filosóficas de lo que dos siglos después eclosionaría como Macrobiótica nipona.
Kaibara viajó sin descanso (Ohsawa haría lo mismo). Escribió libros de botánica
y herbología, de alimentación, de ética y moral sanadora, de masaje, presiones y
ejercicios físicos, de geología y geografía haciendo hincapié en la descripción
de zonas y lugares especialmente salutíferos. Con 83 años, en plena forma,
publica, «Secretos japoneses de la buena salud». Se traduce al inglés
inmediatamente. Kaibara escribe: «Tanto la enfermedad como la salud se las crea
uno mismo». «Es lógico que quien sepa conservar la salud poseerá una condición
orgánica potente, constitución a parte, capaz de vencer cualquier enfermedad
durante una larga y gozosa vida», rememorando el multimilenario Tao Te Ching que
anota: «La vida la tenemos en nuestras propias manos».
Hasta mediados del siglo XIX la dieta general de Japón era
muy similar a la dieta Macrobiótica actual. Los lácteos eran desconocidos y los
animales servían para las labores agrícolas, acarrear objetos, transportar
personas… pero no por su carne. El consumo de pescado y verduras del mar
formaba parte de la dieta normal japonesa. Para desgracia del pueblo nipón, el
año 1883 se le retiró el apoyo oficial a la medicina naturista ancestral,
tradicional, y se institucionalizó la importada medicina occidental, que en 1871
introdujeron los médicos-cirujanos alemanes.
El canon terapéutico de Hipócrates resiste los embates del
tiempo hasta finales del siglo XIX. Precisamente, el año 1860 se publica en la
ciudad alemana de Jena, la octava edición (la primera data de 1796) de la obra «Makrobiotik
oder die Kunst, dass Menschliche Leben Zu verlängerer» («Macrobiótica, o el arte
de prolongar la vida a los hombres»), del afamado y laureado sanador germano,
Christophe Wilhelm Von Hufeland (1762-1836). Se tradujo a todos los idiomas
dominantes, y por supuesto al japonés, al chino y al ruso. Fue médico personal
de Goethe. Hufeland, a pesar de su eclecticismo terapéutico era hipocrático
hasta la médula y no cabe la menor duda de que había leído la traducción inglesa
del libro escrito por Kaibara, «Secretos japoneses de la buena salud». Ohsawa,
en uno de sus viajes a Alemania, antes de escribir el «Zen Macrobiótico», se
entrevistó con un descendiente de Hufeland para rendirle homenaje y recabar
información (1957).
Rastreando el pasado japonés nos encontramos con un personaje
fundamental que sentó los cimientos naturopáticos, higienistas y dietéticos que
permitieron a Ohsawa levantar la formidable fortaleza de la Macrobiótica
moderna. Nos referimos al sanador naturista y médico del ejército japonés, Sagen
Ishizuka. Nació en 1860. Estudió medicina occidental y a los 28 años ejerce de
médico militar. La vertiginosa y occidentalizada transformación de Japón estaba
arrinconando el valiosísimo acerbo de la dietética tradicional y del naturismo
ancestral.
Con 30 años se le agravan las molestias crónicas renales que
padecía. Los tratamientos alopáticos no podían curarle. Con Hufeland y Kaibara
en el corazón, y el bullicio que en el cerebro le ocasionaba la menospreciada
tradición dietética de sus conciudadanos, decide revivirla y presentarla en
forma científica. Elabora una dieta y la experimenta para curar su grave
enfermedad renal. Elimina la carne y los lácteos. Se alimenta principalmente de
arroz integral, pan integral, miso, rábano daikon, tofu, legumbres, hortalizas y
verduras, frutos secos, pipas de girasol y de calabaza, semillas de sésamo,
infusiones depurativas alcalinizantes…
Se recupera y acaba sanándose. Estudia Antropología y
Química. Se empapa de la prensa científica occidental. En 1897, a la edad de 38
años publica su obra cumbre, «A Chemical Nutritional Theory of Long Life» («Una
teoría dietético-química de la longevidad»), donde describe un sinfín de
experimentos dietético-naturistas evaluados científicamente.
No ha transcurrido un año cuando pone a disposición del gran
público una guía práctica sobre dieta que llegó a editarse 23 veces. Se trata
del libro Shoku You (Alimento nutritivo). Su consulta, establecida en Tokio, se
transformó en un lugar de peregrinaje donde acudían multitud de enfermos
desahuciados para implorar que les visitase. Tuvo que limitar a cien el número
de pacientes que atendía diariamente. Se hizo famoso más allá de sus fronteras.
Con el mayor afecto y agradecimiento nos aproximamos a la
obra colosal y vida ejemplar de un hombre pacífico, de un ser humano espiritual,
Nyoiti Sakurazawa, que al llegar a Europa tomó el sobrenombre o seudónimo de
Georges Ohsawa con el que se le conoce mundialmente. Ohsawa nació en Kioto el 18
de octubre de 1893. Se queda huérfano -el padre los abandonó y la madre muere
tuberculosa- a la edad de nueve años. Debe trabajar para vivir y tiene que
cuidar a su hermano y a sus dos hermanas. También mueren tuberculosos. Ohsawa
acaba enfermando de tuberculosis pulmonar e intestinal. Es declarado incurable
por la medicina alopática oficial.
Lee el libro de Sagen Ishizuka y entra en contacto con él,
convirtiéndose en su más fiel alumno y seguidor. Pone en práctica la dieta que
le recomienda y se cura. Se une a la Shokuyo-Kai y escribe numerosos artículos
para su revista. Al poco es elegido presidente de la Asociación. Inicia la
publicación de los primeros libros, entre ellos una interesante biografía de su
mentor, Sagen Ishizuka. Transcurren unos años y funda «El Instituto del
Principio Unificador» y más tarde el definitivo «Centro Ignoramus», que hasta
hace pocos años aún dirigía su inteligente e inquebrantable esposa, ya
centenaria, Lima. Hasta la masiva aparición de libros de Ohsawa , eran muy pocas
las obras japonesas que trataban sobre salud y dieta.
La primera mención del término Macrobiótica la utiliza Ohsawa
en la posdata de la traducción japonesa que hace del libro de Alexis Carrel, «La
incógnita del Hombre». Queda claro que después de Hipócrates y varios clásicos
de la Antigüedad griega, y tras el alemán Hufeland, es Ohsawa quien le da pleno
sentido a la palabra Macrobiótica. La emplea por primera vez en el texto de su
popular obra «Macrobiótica Zen», publicada en inglés por el Centro Ignoramus de
Japón en 1960.
En realidad Ohsawa cambió el Yin/Yang oriental bautizándolo
por Macrobiótica. En 1920 llega a París y a pesar de las dificultades y
obstáculos que tuvo que vencer logró, en sucesivas estancias, ganarse un buen
puñado de amigos y simpatizantes. Introdujo el consumo de cereales y un montón
de específicos y alimentos japoneses que enriquecieron la frágil dieta
vegetariana. Dio a conocer en Europa, la técnica de los Bonsái, el Judo, los
arreglos florales, la dígitopuntura, etc. Desde el punto de vista filosófico su
descubrimiento de «La Espiral Logarítmica» es impagable.
Hasta su muerte en 1966, a la edad de 73 años, Ohsawa dedicó
su vida entera a aproximar Oriente y Occidente utilizando la filosofía y la
dietética. Difundió el estilo de vida macrobiótico con pasión predicando con el
ejemplo. Dio unas 6.000 conferencias, seminarios y cursillos. Atendió a miles de
enfermos en más de 30 países. Publicó cerca de 2.000 artículos y más de 300
volúmenes.
Sembró con rigor, pero generosamente, los granos de arroz de
sus convicciones macrobióticas, que no eran otras que llevar al mayor número
posible de seres humanos la libertad, la paz, la salud, la felicidad. Sus ideas
movieron y siguen moviendo inversiones incalculables en numerosos campos
relacionados con la alimentación.
Importancia de los cereales
Así pues, los cimientos nutricionales de la Macrobiótica
actual, como defendía Hipócrates y millones de sanadores a lo largo de la
historia, están constituidos por los cereales en grano integrales biológicos, es
decir, obtenidos ecológicamente mediante maquinaria y técnicas agrarias limpias,
no invasivas , respetuosas con la variopinta vida de la tierra y su medio
ambiente, sin manipulación genética, ni pesticidas, herbicidas, abonos químicos,
aguas contaminadas, etc.
Los cereales son los últimos vegetales en aparecer. Sus
minúsculos granitos contienen la memoria genética de toda la diversidad vegetal
que les precedió. En la cadena de la evolución animal acontecida durante
millones de años, el hombre es el último en surgir. Nuestros genes son la
síntesis de toda la diversidad genética animal que existe y existió.
Nuestro cráneo, nuestro cerebro, nuestra masa encefálica,
nuestra constitución ósea, nuestra energía, nuestra inteligencia,
espiritualidad, etc. están directamente condicionados por la calidad de los
nutrientes cerealísticos que hemos ingerido. Los cereales propios de cada
continente permitieron la aparición de diferentes civilizaciones: el arroz, el
trigo, el mijo, el maíz, la avena, la cebada, el centeno, el alforfón, la quinoa,
el amaranto… Gracias a ellos, y al ser el hombre omnívoro pudo derrotar al
resto de los animales hostiles, adaptarse a los cambios climáticos y vicisitudes
de la naturaleza y erigirse en el supremo dominador de la Tierra y ahora del
espacio.
Cereales y Macrobiótica forman una entidad inseparable. La
dieta número siete de Ohsawa, tan cruel y sistemáticamente vilipendiada por
envidia, ignorancia, interés… Está constituida exclusivamente de cereales. Es
la dieta cumbre de la Macrobiótica. La que siguieron los grandes maestros
espirituales de Extremo-Oriente, Jesucristo en varias ocasiones, en su tiempo
algunas órdenes monásticas, ermitaños para alcanzar la espiritualidad suprema…
La que logra la curación «milagrosa», la que aseguraría el establecimiento del
Reino de los Cielos en la Tierra, si puntualmente la practicaran millones de
seres humanos. Con el cultivo y consumo generalizado del arroz la Macrobiótica
alcanza su máximo esplendor, al ser el arroz ( integral biológico) el cereal más
equilibrado y el que casi no deja residuos tóxicos en el organismo.