La energía que impregna todo el
Universo es la de amar. Está a nuestra disposición y estamos contenidos en ella
como el océano contiene a los peces, pero al igual que los peces, fluimos por
ella sin darnos mucha cuenta, incapaces de vivirla conscientemente y, menos aún,
de utilizarla como lo que es: una herramienta que crea, integra, materializa
cosas y facilita intercambios.
Estamos
todavía demasiado ciegos a esta corriente energética. La buscamos fuera cuando
fluye dentro, no percibimos la capacidad que tiene de integrar los valores del
ser y, menos aún, de relacionar que la vida es vida, gracias a la energía de
amar.
En ese afán de dar con ella a todo precio,
el ser humano se funde en encuentros afectivos y se confunde con tanto
affaire amoroso, para terminar igual de ignorante y más decepcionado si
cabe, acerca de la experiencia real de amar. Vivimos más tiempo enroscados en la
idea de cómo debe ser eso de amar que en el acto mismo de amar. Es una materia
que ha hecho correr ríos de tinta a lo largo de la historia como bien sabemos,
tanto se ha dicho y tanto se ha escrito al respecto, que hasta las palabras han
perdido su sentido.
Por eso pienso que el significado último
de todo este cambio que anhelamos profundamente los buscadores sinceros de la
verdad, tiene que ver con la apertura de un estado de conciencia donde lo
trascendente quede plenamente integrado en nuestra vida.
El código de acceso a ese salto de
conciencia es la vivencia de la energía de amar. La educación y el desarrollo de
la naturaleza trascendente del ser humano disipa la angustia existencial y
propicia la implantación de la energía de amar.
A partir del descubrimiento y la vivencia
del sentimiento de trascendencia se instaura el nuevo estado de conciencia que
irá modulando cambios sustanciales a nivel de la materia, máxime si pensamos en
términos de una humanidad que excede los seis mil millones de individuos, un
hecho hasta hoy nunca alcanzado en este Planeta y que supone que, ahora, hay
mucha energía física a disposición para producir transformaciones.
Como resultado evolutivo de esta
transformación consciente, el hombre irá experimentando la emergencia de
renovadas estructuras celulares que faciliten la implantación de esa corriente
energética en el cuerpo humano.
El cuerpo humano se va modulando a partir
de los cambios de conciencia, la conciencia hace al cuerpo. Tal vez las nuevas
conciencias que están naciendo ahora ya vengan con esos dispositivos activos, y
en la medida que aquí resuene el eco de esa vivencia en una masa crítica
suficiente, su efecto terminará siendo percibido a nivel planetario. Por tanto,
merece la pena reflexionar acerca de la importancia de nuestra participación y
cooperación en todo este proceso evolutivo, principalmente, para no quedarnos
una vez más a la espera o en la ingenua contemplación de la llegada de los niños
de luz que van a cambiar el planeta.
Lo que precisamos es una firme disposición
a activar la luz que ya traemos, empezar a vivir con lucidez, para que nos
podamos encontrar con las conciencias que están llegando y potenciar
conjuntamente el cambio planetario. Esos niños que están naciendo necesitan
sentir una mano compañera que les agradece su llegada, les reconoce en su
esencia y les apoya en la tarea que vienen a realizar.
Nuestro trabajo evolutivo personal cobra
ahora una nueva responsabilidad: convertirnos en un espacio abierto y receptivo
para que las nuevas generaciones sientan la vibración afín y no se encuentren
tan perdidas y desamparadas como lo estuvimos nosotros.
Necesitamos tener una conciencia clara de
que el mayor impedimento que existe hoy para la implantación de la nueva
corriente vibratoria de amar en el Planeta es la energía del miedo, del
sufrimiento y del escepticismo.
Desde el miedo y el sufrimiento, ¿cómo
vamos a ser capaces de reconocer a los jóvenes colegas que están llegando? Por
más próximos que estén, aunque sean nuestros hijos, no es suficiente para
establecer la conexión con la nueva vibración. No podemos sintonizar con ellos
desde la genética del miedo, porque ellos ya vienen sin los viejos códigos del
antiguo paradigma y están mucho menos predispuestos a sucumbir ante la
incertidumbre.
La corriente vibracional del miedo y el
sufrimiento está profundamente arraigada en nuestro pasado, sostenida a través
de la cultura, los sistemas de creencias, y está plenamente vigente. La
humanidad no sabe todavía vivir sin estos referentes, no sabe ser feliz, no
consigue afirmarse en la idea de que la vida merece ser vivida y gozada en
libertad. Nos compete estar atentos al hecho de no transmitir ni imponer viejos
criterios que ya no sirven más a nadie. La lucidez es una condición
indispensable para evolucionar con conciencia. La educación en la vida lúcida,
en la evolución consciente es el camino imprescindible para ampliar conciencia
de uno mismo.
Amar es un acto consciente
Hay que perder el miedo para empezar a
amar. Donde hay miedo no hay amor, donde hay sufrimiento no prospera el amor. La
activación de la propia lucidez se corresponde con la actuación de nuestro nivel
de evolución, ese inmenso potencial energético que impulsa al individuo a
brillar con ética por lo que verdaderamente es y a no vivir más eclipsado por el
miedo y la angustia.
Ha llegado el tiempo de trascender la
paradoja que se nos plantea como resultado de una educación castradora de
nuestros talentos y cualidades y encontrar el medio de brillar con luz propia,
sin deslumbrar a nadie, y contribuir así desde una acción que se apoya en lo
mejor de cada uno, a la evolución consciente en la Tierra. Esto equivale a decir
que toca atreverse a ser uno mismo porque, nunca antes en la historia del
Hombre, hemos estado tan cerca de conseguirlo como ahora.
Sólo cuando el individuo pierde el miedo a
la vida disipa definitivamente el terror de la muerte, la disolución, los
cambios, y osa ¡por fin! SER. Ahora es cuando realmente no tiene nada que
perder.
De este modo consigue liberar espacio
suficiente en el mundo íntimo para empezar a amar en un cuerpo humano. Es el
tesoro que nos reserva la vida en la Tierra: descubrir la riqueza que supone
amar aquí, en un cuerpo denso y en condiciones aparentemente tan adversas.
Pero como todo tesoro, permanece escondido
a la luz de los sentidos que se distraen con el amor materialista, el amor de
las formas y de los encantamientos, el amor facilón sin compromiso o, ese amor
posesivo, pasional y ciego, el amor desde el miedo.
En la vida humana las emociones son
moduladoras de sentimientos. Llegamos al sentimiento a través de las emociones
que, en la Tierra, son la sal y la pimienta de la vida. Es más, me atrevería a
decir que las emociones son esencialmente humanas y añaden un condimento
primordial al conocimiento de las cosas.
El problema que acarrea el mundo emocional
es que se hace con el poder global de nuestra realidad encarnada y llega a ser
tan evidente y consustancial, que terminamos pensando que sin ese toque de
avidez por la intensidad, no hay vida, o que ésta carece de sentido. El sentir
termina impregnado de esa fatal intensidad que desenfoca el diseño original de
las cosas. La emoción, que tendría que venir a sumar cualitativamente y a dotar
de vitalidad al sentimiento, acaba deformando y caricaturizando dramáticamente
la percepción de la verdad.
Por eso, considero que una parte
importante del proceso de recuperación de la lucidez en la Tierra viene dado por
el trabajo con el mundo emocional. La emoción filtra y gradúa nuestro sentir
acerca de las cosas porque éste es el planeta del sentir, aquí las cosas las
sentimos principalmente y luego las pensamos. Nuestra forma de pensar está
completamente impregnada del mundo emocional, de ahí que de la calidad y salud
de nuestro mundo emocional también dependa la calidad y la salud de nuestras
ideas.
Pensar y sentir son procesos inseparables
y aunque parece que se viven separados, no lo son. De la adecuada depuración de
nuestras emociones depende la calidad de nuestros pensamientos para que, la
noble actividad de pensar, no sea utilizada para triturar el residuo
contaminante de las emociones enfermas.
Una meta más en este proceso de evolución
lúcida consiste en pensar con libertad para sentir sin densidad, ni dramatismo y
para amar con consciencia.
El drenaje del mundo emocional enfermo es
la base del trabajo de autoconocimiento. Miedos, traumas, impedimentos,
inseguridades, etc. bloquean la libre expresión de nuestras cualidades y
talentos, y así tenemos a la gente limitada en sí misma y por sí misma,
identificándose con lo más inmaduro de su naturaleza, viviendo en su propio
sótano oscuro, cuando puede brillar con la luz de sus mejores valores.
Ahora bien, ¿resulta más cómodo vivir en
el miedo? ¿es más rentable para nuestras sociedades inmaduras que la gente viva
asustada y enferma? ¿está usted realmente dispuesto a asumir el compromiso de su
transformación? Las respuestas a estos temas están dentro de cada uno. Tal vez
recordar que los cambios son posibles, quizá difíciles, pero siempre posibles.
Vivir en la Tierra permite materializar imposibles, aunque estos lleven un poco
más de tiempo.
Entiendo la energía de amar como una
energía universal, una fuerza integradora de todas las cualidades del ser que,
cuando se descubre en uno, principalmente, como resultado de la transformación
de la energía emocional de los miedos y el sufrimiento, comienza su reinado en
ese espacio que antes ocupaba la sombra, opera cambios profundos de conciencia y
promueve el salto a otras espirales de evolución.
La energía de amar se descubre dentro de
sí y produce una transformación tan potente que influye en la materia, en el ADN
y en todo soporte que permita la expresión de la conciencia.
El descubrimiento de la energía de amar es
el regalo que proporciona el planeta Tierra al individuo que está haciendo un
trabajo lúcido que, por supuesto, es mucho más que un trabajo bien hecho,
porque, además, es un trabajo consciente.
La energía de amar es la energía que
ecualiza todas las cualidades del ser, cohesiona en la conciencia todo su
conocimiento y todos sus valores, otorga la identidad y el pasaporte a la
libertad, hacia otros estadios de evolución que no requieren más de la forma
para SER, con conciencia de SER. El amor es la energía de la libertad de la
conciencia.