Dentro de algunos años, la producción mundial de petróleo
convencional empezará a disminuir, mientras la demanda mundial no deja de
aumentar. El choque resultante de esta creciente hambre petrolera estructural
con la disminución de la producción es inevitable, a causa de la importancia de
la dependencia de nuestras economías respecto del petróleo barato y la
imposibilidad de privarlas de él de la noche a la mañana.
Lo más que podemos hacer es amortiguar el choque. Para ello
esta perspectiva próxima debe convertirse desde hoy en el objetivo único de una
movilización general de la sociedad con consecuencias drásticas en todos los
sectores, so pena de caos. Esta anticipación está basada en el método del
geólogo americano King Hubbert, que predijo en 1956 el pico de la producción
petrolífera de los Estados Unidos para 1970. Y acertó exactamente.
La transposición del método de Hubbert a otros países ha dado
unos resultados predictivos similares: hoy, todos los campos petrolíferos
gigantes (que son los que cuentan) ven como su producción es cada día inferior,
salvo en el «triángulo negro» Irak-Irán-Arabia Saudita.
El pico de Hubbert para este Oriente Medio petrolero debe
esperarse hacia el año 2010, dependiendo de la recuperación de que la plena
produccion iraquí sea más o menos tardía, y también de la tasa de crecimiento de
la demanda china.
Los sectores más afectados por el alza continua de los
precios del petróleo crudo serán la aviación y la agricultura intensiva, pues
los precios de queroseno para la primera y los de los fertilizantes y también
del gasóleo para la segunda están directamente relacionados con el precio del
crudo.
Esto exigirá primero la necesaria flexibilidad política
estabilizadora para bajar, durante un tiempo, los impuestos del petróleo cuando
suban sus precios de origen. Más adelante, los transportes terrestres, el
turismo, la petroquímica y la industria del automóvil sufrirán los efectos
depresivos de la disminución de la cantidad de petróleo (empobrecimiento) y del
consiguiente aumento de precio ¿Hasta que punto esta situación llevará a una
recesión general? Nadie lo sabe, pero la ceguera de los políticos y el pánico
acostumbrado de los mercados nos hacen temer lo peor.
Actualmente, esta profecía de seguro cumplimiento es
universalmente ignorada, negada o subestimada. Pocos son los que miden
exactamente la inminencia y la dimensión de su cumplimiento. Michael Meacher,
exministro de medio ambiente del Reino Unido (1997-2003), escribía recientemente
en el Financial Times que, a falta de una toma de conciencia general y de
decisiones planetarias inmediatas de cambios radicales en materia de energía,
«la civilización afrontará la perturbación más aguda y, sin duda, la más
violenta de la historia reciente».
Si a pesar de todo queremos mantener un poco de humanidad en
la vida en la tierra en la década 2010-2020, deberemos, como sugiere el geólogo
Colin Campbell, pedir a todas las naciones que cierren hoy un acuerdo fundado
en: garantizar a los países pobres la importación de un poco más de petróleo;
prohibir beneficiarse de la penuria petrolera; estimular el ahorro energético y
el desarrollo y uso de las energías renovables. Para alcanzar estos objetivos,
este acuerdo universal deberá poner en práctica las medidas siguientes: cada
estado reglamentará las importaciones y las exportaciones de petróleo; ningún
país exportador de petróleo producirá más petróleo del que le permita su tasa de
empobrecimiento anual calculado científicamente; cada Estado reducirá sus
importaciones de petróleo a una tasa de empobrecimiento mundial previamente
acordada.
Ni los economistas ni los políticos, sobre todo los
americanos, se pondrán de acuerdo en esta prioridad necesaria obligada por la
econometría física. Los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos nunca han
aceptado la puesta en cuestión del modo de vida americano. Desde el primer
choque petrolero de 1973-1974, todas las intervenciones militares americanas
pueden ser analizadas a la luz del temor a la falta de petróleo barato. Primero
fué el pico de la producción petrolera americana en 1970, que permitió a la OPEP
provocar el primer choque petrolero, coincidiendo con la guerra del Yom Kippur.
Los estados occidentales trataron entonces de recuperar el control y conjurar el
espectro de la penuria, y lo hicieron, no por medio de la sobriedad energética,
sino por la activación de los campos petroleros de Alaska y del Mar del Norte.
Después, en 1979, la revolución iraní y el segundo choque petrolero permitieron
a la OPEP reconquistar su posición de privilegio y las economías occidentales
pagaron su voracidad petrolera con la recesión de los años siguientes.
A principios de los años 1980, y para reconquistar los cursos
y los flujos de petróleo, los americanos financiaron y armaron a Saddam Hussein
para que hiciera la guerra a Irán, y también forjaron, con la complicidad
añadida del rey Fahd en Arabia Saudita, el aumento de las exportaciones de crudo
a Occidente, con la consiguiente baja de precios. Ésto permitió el contrachoque
petrolero de 1986, y con él la recuperación de la creencia occidental en la
abundancia ilimitada del oro negro, y la continuación de la avidez energética
hasta las guerras contra Irak (1991 y 2003).
Durante los mismos quince últimos años, los múltiples
conflictos de los Balcanes tienen su origen y su solución en la voluntad
americana de alejar de Rusia los caminos de transporte del petróleo del mar
Negro y del mar Caspio hasta los puertos del Adriático, pasando por Bulgaria,
Macedonia y Albania. La geopolítica del petróleo permite cualquier pacto con los
«diablos islamistas», desde el Asia central hasta Bosnia, y también la
connivencia más cínica con los terroristas, hasta el reciente viaje de Tony
Blair a Libia para que Shell aumente el volumen de sus reservas. El actual
proyecto americano de un Gran Oriente Medio, aunque se revista de
consideraciones humanitarias y democráticas, no es otra cosa que un intento de
poner definitivamente sus manos en todos los grifos petrolíferos de la región.
Más de treinta años de preocupaciones con el petróleo no han
servido para que los dirigentes americanos y europeos se den cuenta de la crisis
energética que se perfila a corto plazo. A pesar de lo que dicen René Dumont y
los ecologistas desde la campaña presidencial de 1974, los gobiernos de los
países industrializados han continuado creyendo en el petróleo barato y casi
inacabable (en detrimento del clima y de la salud de las personas, perjudicadas
por las emisiones de gas de invernadero) en vez de organizar la «descarbonización»
de nuestras economías.
Pero el choque petrolero que se anuncia para el final del
decenio no se parece a los anteriores. Esta vez la partida no es geopolítica,
sino geológica. En 1973 y 1979, la penuria era de origen político, pues la causó
una decisión de la OPEP. Después el suministro se recuperó fácilmente al llegar
de nuevo a un acuerdo con la Organización. Hoy es la producción de los pozos lo
que está en declive. Aunque los Estados Unidos consigan imponer su hegemonía en
todos los campos petrolíferos del mundo (Rusia aparte), su ejército y su
tecnología no podrán nada contra el empobrecimiento del petróleo convencional
que se acerca. De todas formas, queda demasiado poco tiempo para sustituir un
fluido tan barato de producir, tan energético, de tan fácil empleo, tan fácil de
almacenar y transportar, de usos tan variados (doméstico, industrial,
carburante, materia prima…), y reinvertir, en menos de diez años, los cien mil
millones de dólares que son necesarios para substituir el petróleo por otra
fuente de abundancia que, además, no existe.
¿El gas natural? No tiene las características del petróleo y,
de todos modos, alcanzará su pico de producción mundial unos diez años después
que éste, hacia el año 2020. El único camino viable es la sobriedad petrolera
inmediatamente organizada por un acuerdo internacional como el antes descrito,
que permita un final pronto de nuestra adicción al oro negro.
Sin esperar a este delicado acuerdo internacional, nuestros
nuevos electos regionales y nuestros próximos electos europeos deberían
empeñarse en alcanzar localmente los objetivos de este proyecto, organizando en
sus territorios la disminución del uso del petróleo. Si no lo hacen, el
racionamiento lo impondrá el mercado en cuanto los precios del petróleo suban
sin parar, y después, gracias a la propagación de la inflación, el choque
llegará a todos los sectores. Cuando bien pronto se llegue a los 100 dólares el
barril, no se tratará de un sencillo choque petrolero, sino del fin del mundo
tal como lo conocemos.