En la década de los ochenta, sus ideas y sus libros abrieron nuevos senderos
a los movimientos naturistas y alternativos-ecologistas, especialmente en los
países anglogermanos.
Cuando se cierra una puerta se abre otra.
Cada despedida nos conduce a una nueva cita, a un nuevo lugar en cualquier otra
parte. Cerrar una ventana. Dejar algo tras de sí comporta abrirse a nuevas
perspectivas, tareas y esperanzas.
Esas líneas encabezan el libro de Helen Nearing Living and leaving the
good life. En él nos habla de la vida compartida con su marido Scott, del
amor que ambos se profesaron, de la muerte de Scott a quien ella acompañó
hasta el último suspiro.
La muerte, para Helen, no era ningún fantasma amenazador. La idea que ella
tenía del “buen vivir” englobaba el concepto del “buen
morir”.
Uno de los más impresionantes pasajes del libro es la narración
minuciosa del óbito del Scott: “Amor mío, mi eterno amor.
No tienes que aferrarte a nada. Le susurraba al oído mientras besaba su
rostro con toda la dulzura de mi alma. Suéltate. Abandónate. Despréndete
de todo. Tu cuerpo físico es sólo el caparazón de tu otro
cuerpo invisible. Déjate llevar por la corriente incontenible del río
de la vida infinita. Has compartido conmigo una existencia gozosa. Has querido,
sabido y podido cumplir con tus compromisos, deberes y tareas. Ahora puedes, con
pleno derecho, iniciar una nueva vida. Transmútate en luz, en energía
cósmica. Mi amor te acompañará en cada instante. En esta
tu casa lo dejas todo perfectamente ordenado.
Notaba cómo segundo a segundo se me iba alejando. Su respiración
se iba volviendo más lenta y débil… hasta que cesó de repente.
Acababa de transmutarse. Lo sentía liberado, realizado, y en ese instante
su energía levitó estremeciéndose, aleteando como la última
hoja seca de su árbol ya marchito, y aún tuvo fuerza para musitar
sonriendo: “Todo… está… en orden”. Deseaba confirmarme
por enésima vez que su marcha correspondía a lo que tantas veces
habíamos hablado, y pude percibir con una nitidez asombrosa la transmutación
de la materia visible en energía invisible”.
La desaparición física de Scott fue para Helen sólo un nuevo
capítulo en la relación amorosa que con él mantenía,
no su final. Estaba plenamente convencida de que el amor que ambos se profesaron
seguiría robusteciéndose.
Helen nació en 1904 en el pueblecito de Ridgewood, New Jersey (EE.UU.).
Sus padres eran burgueses intelectuales interesados por el arte y la música.
De joven, Helen viajó con frecuencia a Europa y entre otras localidades
cursó estudios de violín en Viena y Ámsterdam. En 1928 conoció
a Scott Nearing que era 21 años mayor que ella.
Scott era diplomado en ciencias económicas y sociales. Tenía un
gran futuro como profesor universitario. Ahora bien, Scott como persona y catedrático
era una personalidad incómoda. Se manifestaba públicamente contra
el trabajo realizado por los niños. Denunciaba los míseros salarios
que recibía la clase obrera y, sobre todo, se oponía a la economía
de la guerra. Scott, socialista radical y pacifista a ultranza fue despedido de
la Universidad. Las editoriales anularon los contratos que habían firmado
para publicar varias obras suyas, incluso los libros que ya habían editado
fueron retirados de las librerías. Las revistas y periódicos también
boicotearon los artículos de Scott.
En esos días en que Scott se hallaba acosado, abatido y arruinado, con
45 años de edad, se cruzó en su vida con la inquieta y sensible
Helen que a la sazón había cumplido 24 abriles.
Durante un tiempo la pareja vivió sin casarse. Los dos estaban de acuerdo
en llevar una vida sencilla, humilde, guiados por el lema: Si se es pobre resulta
más llevadero vivir en el campo que en la ciudad. En 1932 lograron adquirir
una destartalada y vieja granja en Vermont. A pesar de que ninguno de los dos
tenía la menor idea de trabajos manuales, jardinería, construcción,
reparaciones, etc., aprendieron con rapidez y éxito los nuevos oficios.
La pareja decidió seguir la dieta vegetariana obteniendo de su propio huerto
casi todos los alimentos que precisaban para el sustento. Prescindieron de la
cría y sacrificio de animales por razones de higiene, salud, moral y ética.
Años más tarde, tras la publicación de su libro “Vivir
una buena vida”, que apareció primero en los Estados Unidos de Norteamérica
y acto seguido en Alemania alcanzando un gran éxito de ventas, convirtiéndose
en obra de referencia y consulta imprescindible para los movimientos naturistas
en general, la popularidad de Helen y Scott se hizo tan multitudinaria que empezaron
a interesarse por ellos un considerable número de personas de todos los
orígenes sociales y continentes.
A éste primer gran éxito siguieron la publicación de otros
volúmenes en los que prosiguieron vertiendo sus sorprendentes experiencias
y sus particularísimas opiniones, teñidas con frecuencia de una
explosiva carga provocativa.
En el libro Recetas de la buena vida, convertido en un clásico del arte
culinario alternativo, Helen recopiló sus experiencias y recomendaciones
como cocinera.
La vida de nuestros dos enamorados no fue fácil, desde el punto de vista
de nuestra sociedad de consumo. Los dos trabajaron duro y sin descanso. Más
de un invitado e inesperado visitante ha dejado constancia del alto precio que
ambos tuvieron que pagar para vivir “su buena vida”: Renuncia al consumo
de carne, tabaco, alcohol, televisión, radio, teléfono y calefacción
central.
Tal vez, y precisamente por eso, Helen y Scott se mantuvieron sanos y fuertes,
física y psíquicamente hasta el final de sus vidas. A Scott, cumplidos
los 99 años aún se le veía cortar leña con el hacha
en el jardín.
En cuanto a Helen, mantuvo todo su empuje y energía tras la muerte de Scott.
Con 84 años viajó a Europa. Participó en una gira en bicicleta
a través de Holanda. Fue miembro de un taller de trabajo en Grecia. Se
desplazó a Moscú para asistir a una conferencia internacional sobre
la mujer. Disertó como invitada de honor en el Congreso Mundial Vegetariano
que se celebró en La Haya, etc., etc.
Transcurridos 8 años de la muerte de Scott, Helen escribió, a la
edad de 88 años el libro ya citado Living and leaving the good life. En
él se ocupa de los asuntos que conciernen a su ancianidad y a su muerte:
“Sentía una ineludible necesidad de soltarme, de desprenderme, de
liberarme de muchas cosas, objetos, actividades, pensamientos, proyectos. Era
consciente de que mi obra estaba casi terminada. Fui siempre una impenitente y
despreocupada viajera que encaró su vida a guisa de unas felices vacaciones
y palpaba cómo el final del viaje estaba próximo”.
El 17 de septiembre de 1995, a la edad de 91 años, Helen Nearing nos abandonó
en un accidente de coche. Cuatro días después de morir, la redacción
de la editorial alemana, Pala-Verlag (Ute Galter y Wolfgang Hertling) recibía
una carta de Helen remitida desde EE.UU., fechada el 16 de septiembre. Les comunicaba
que su último libro consistía en una recopilación de citas
que vería la luz el próximo mes en su país. En el reverso
del sobre, como era habitual en ella, prolongaba la misiva con una postdata: “Espero
abrazaros de nuevo pronto a todos para pasar con vosotros el invierno y meditar
viendo florecer la primavera en mi querida Europa”.