Historia de la terapia floral (Parte I)

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    El
    investigador Hermano José nos brinda la oportunidad de conocer el interesante
    trabajo que ha realizado en el campo de la Terapia Floral. En los próximos
    cuatro números de Natural vamos a averiguar, incluso, qué flores le
    hubieran venido bien al mismísimo Dr. Bach.

    Aunque
    sea en forma de síntesis, creo que es necesario el hacer mención, más o menos,
    de una serie de datos que ayudarán al lector a tomar una posición, lo más
    correcta posible, a la hora de abordar la Terapia Floral.


    Entiendo por medicina la ciencia que tiene
    por objeto el conjunto de actividades con las finalidades siguientes: el
    conocimiento, prevención, conservación, curación o alivio de las enfermedades
    del cuerpo humano. Los primeros datos del originario chamanismo se encuentran
    25.000 a. de J.C. en Europa Occidental. Las pinturas rupestres muestran a los
    chamanes, que por cierto, en la colectividad de cazadores, el chamán era
    escogido por considerarse que estaba en contacto con los dioses. Entre las
    finalidades se encuentran el combatir las enfermedades que se consideraban obra
    de un espíritu maligno.

    Entre 3000-500 a. de J.C. con la invención
    de la escritura a finales del IV milenio a. de J.C. se inicia la prehistoria de
    la humanidad. Las primeras posibilitan que la medicina se manifieste por primera
    vez con su perfil bien definido. Sobre los comienzos de la medicina china, india
    o precolombina, los datos obtenidos son de fuentes muy posteriores, recogidas a
    partir del I milenio d. de J.C.

    A partir del 3000 a. de J.C. las creencias
    religiosas deciden que los médicos egipcios entienden que la salud del ser
    humano depende de la voluntad de los dioses. Por lo que se responsabiliza de las
    epidemias, plagas, etc. a los dioses, invocándoles también para que les
    protegieran la salud o les aliviara, al menos.

    A partir de 1900 a. de J.C. en Mesopotamia
    se considera ciencia la mántica, que es un conjunto de doctrinas de adivinación
    y diferentes ritos. Los sacerdotes que practicaban este tipo de medicina tenían
    una formación especial en astrología e interpretación de los sueños. En este
    tiempo se consideraba al hígado como órgano central y sede del alma.

    En el siglo XII a. de J.C. se consideraba
    al opio, calmante divino contra el dolor.

    En 1060 a. de J.C. en Palestina, surgió
    una epidemia tremenda de peste que provocó numerosas víctimas entre los
    filisteos; según la Biblia es un castigo de Dios por saquear el templo sagrado
    de los israelitas.

    Del 500 a. de J.C. al 400 d. de J.C. la
    medicina griega fue esencial por su carácter técnico. Aparte del aspecto
    quirúrgico, el desarrollo de la medicina griega se basa principalmente en la
    producción de ideas conceptuales, con la relación entre salud y enfermedad.

    Hacia el 460 a. de J.C. surge el médico
    más famoso de la antigüedad. Considerado el creador de la medicina racional
    empírica.

    El filósofo griego Platón describió
    la medicina de Hipócrates como la medicina basada en la filosofía natural
    y ratificó la idea de que el médico necesita conocer el conjunto (totalidad) de
    la naturaleza, antes de poder tratar al paciente. El médico debe disponer de la
    inteligencia para poder distinguir en qué relación se encuentran el cosmos y la
    naturaleza con el ser humano. De esta forma, Hipócrates se incorpora al
    grupo de médicos que tienen en cuenta que la relación entre el ser humano y la
    naturaleza depende, sobre todo, de las influencias exteriores. Los exámenes
    geográficos, climatológicos y meteorológicos son interesantes para ordenar las
    enfermedades según las estaciones del año y los tipos constitucionales
    (flemáticos, coléricos, sanguíneos, melancólicos).

    Hacia el 330 a. de J.C. Aristóteles,
    junto con Platón, funda en Atenas su propia escuela filosófica
    (Peripatos) que formula, entre otros fundamentos científicos esenciales para la
    medicina. Para Aristóteles, el corazón es el órgano central del cuerpo
    humano y, por lo tanto, es el centro del alma. La filosofía aristotélica se basa
    en la polaridad del corazón (sangre roja caliente) y del cerebro (humor claro
    frío), que suelen influirse recíprocamente. Para investigar la naturaleza,
    Aristóteles
    compone una colección íntegra con descripciones de plantas y
    animales insólitos.

    Siglo I. Dioscórides escribe en
    Roma el tratado de medicina más importante de la antigüedad. Tratado en cinco
    volúmenes considerado un clásico de la farmacéutica durante 16 siglos. En esta
    obra se mencionan más de 600 plantas, 35 animales y 90 minerales, así como sus
    posibles efectos terapéuticos. El punto esencial de la obra es el conocimiento
    de las plantas (botánica); describe la ubicación y la forma de cada una de las
    plantas medicinales; sus efectos, preparación, su uso y dosificación. Para
    determinar sus propiedades curativas se basa, según la teoría de los humores, en
    cuatro estados: frío, caliente, húmedo y seco. Hacia el 162 ya había adquirido
    gran fama con sus diagnósticos y curaciones. En su ejercicio profesional destacó
    que la enfermedad es un estado anormal y que la salud sólo puede conservarse con
    el fortalecimiento del cuerpo.

    Galeno fue
    el médico griego más famoso de la primera época cristiana. Desarrolló, retomando
    la teoría hipocrática de las cualidades, elementos y humores, una patología
    detallada y estrictamente sistematizada. Este concepto de la patología humoral
    se considera hasta el siglo XIX el más importante de la historia de la medicina
    europea.

    La discrasia.
    Según la patología humoral, un desequilibrio de los humores
    (discrasia) es el responsable de todas las enfermedades. Se distinguen cuatro
    humores: la sangre (localizada en el corazón), la mucosa (en el cerebro), la
    bilis amarilla (en el hígado) y la bilis negra (en el bazo o bien en los
    testículos), a los que se le atribuyen las siguientes cualidades primarias en
    forma de pares: el calor y la humedad, la sequedad y el frío.

    La sangre es húmeda y caliente; la mucosa,
    fría y húmeda; la bilis amarilla, caliente y seca, y la bilis negra, seca y
    fría. Según esta idea, Galeno explica, por ejemplo, que la piel se pone
    amarilla en una hepatitis por causa de un derrame de bilis amarilla.

    En el caso de los catarros se trata de un
    derrame de mucosa que baja del cerebro. Para diagnosticar la mala mezcla de
    humores en el cuerpo, Galeno examinaba el pulso y la orina.

    La patología humoral ofrece al médico tres
    puntos distintos de partida para la terapia: la regulación de la forma de vida,
    el tratamiento con medicamentos y la eliminación de los humores dañinos.

    Dado que Galeno consideraba la mala
    alimentación y la forma de vida una de las causas más importantes de las
    enfermedades, confía sobre todo en los efectos curativos de la dietética. Los
    métodos de tratamiento se dividen en: los que previenen una enfermedad, los que
    atacan el mal en sí y los que sólo tratan de contrarrestar los síntomas.

    En 653. Según la concepción musulmana no
    es la naturaleza la que cura, como afirma Hipócrates, sino Dios
    Todopoderoso, quien no envía ninguna enfermedad que no tenga curación. Basándose
    en estos principios, Mahoma enseña a honrar a los médicos y a los medicamentos,
    pero sin perder la confianza en la providencia divina.

    Hacia el 1030, el médico de cabecera persa
    del califa de Bagdad, Abu Allí ibrn Sina (lat, Avicena), redacta con el
    Canon de la medicina una obra tipo, que durante varios siglos constituirá
    la base de la medicina científica. Dicho Canon de la medicina trata, con un
    orden ejemplar, la medicina general, los medicamentos, y la patología de la
    cabeza a los pies.

    Partiendo de la teoría del alma de
    Aristóteles
    , diferencia los tres tipos de almas y las subordina al alma del
    mundo. La teoría del alma de Avicena influye especialmente en el famoso
    escolástico Santo Tomás de Aquino (siglo XIII).

    1000-1009. En la segunda mitad del siglo
    XI, en los alrededores del monasterio de Cluny, se congregan hombres y
    mujeres que para la salvación de sus almas han decidido dedicarse al cuidado de
    los enfermos.

    Este aumento en el número de laicos que
    cuidan enfermos también se observa en otros países de Europa, tiene su origen en
    el movimiento de reforma monástica del siglo X del monasterio de Cluny.

    1250-1299. Durante la Alta Edad Media,
    Alberto Magno
    y Arnau de Vilanova destacaron en la investigación de
    las ciencias naturales; en sus trabajos recurren también, en especial, a las
    tradiciones alquimistas. Alberto Magno, conde de Bollstädt, redactó un
    texto sobre botánica realmente interesante, De vegetabilibus. Este
    dominico logra grandes méritos en la difusión y valoración de los escritos de
    Aristóteles
    , y de las obras de autores árabes y judíos. El famoso
    investigador médico español Arnau de Vilavona redactó, durante su
    estancia en la universidad de Montpellier, las Parábolas de la medicina.

    Siglo XIV. Prosperan en centroeuropa
    numerosas localidades con aguas minerales. En la floreciente actividad de los
    baños durante la Alta Edad Media se mezclan distintas tradiciones: el baño
    ritual para conseguir la pureza espiritual (antes de la boda, en días festivos o
    antes de ser armados caballeros).

    La cultura de los mayas, en
    la península de Yucatán, después de una primera época de florecimiento entre los
    siglos IV y X, experimenta de nuevo un empuje.

    Los médicos pertenecen a la casta
    sacerdotal y se encargan de los ritos y del culto religioso para invocar a los
    dioses benéficos.

    Los rituales terapéuticos incluyen el
    reconocimiento de culpa de los enfermos frente a los dioses y la invocación a
    éstos por parte de los médicos. La sangría se practica como una especie de
    desagravio.

    Las comadronas predicen la hora del parto,
    realizan el ritual del nacimiento y, tras éste, dan masajes al útero y a los
    órganos abdominales de la madre.

    1408. Jean de Gerson, sacerdote,
    catedrático y canciller de la Sorbona de París, explica en la tercera parte de
    su obra catequista, Opus tripartium, el Arte de morir. Formula cuatro
    etapas del proceso de la muerte espiritual:

    1. Exhortaciones para someter a la
    voluntad de Dios todopoderoso y soportar con paciencia los padecimientos que
    envíe.

    2. Preguntas sobre si el enfermo se
    arrepiente de sus pecados y pide perdón a Dios.

    3. Oraciones para invocar la ayuda de
    Dios, de la santa Virgen María, de los ángeles custodios y de los santos
    protectores, en especial de los patrones de los moribundos, San Cristóbal y
    Santa Bárbara.

    4. Disposiciones para el que ayuda en el
    tránsito a la muerte, que se refiere sobre todo a la confesión y a los santos
    óleos.

    A partir de entonces surgen libros para la
    muerte. El más famoso de los libros para la muerte, que se edita durante el
    siglo XV es el Ars moriendi de las cinco tentaciones.

    A diferencia de Gerson, todas las
    recomendaciones se centran en el momento que se realiza la muerte, sobre todo en
    las medidas de defensa contra las cinco tentaciones del diablo: tentación de la
    fe, impaciencia, desesperación, orgullo y codicia.

    1491. Para la yatroastrología es
    fundamental la hipótesis de la interacción entre los cuerpos celestes
    (macrocosmos) y el organismo de cada ser humano (microcosmos).

    Tal correspondencia puede imaginarse
    suponiendo analogías materiales o fuerzas omnipresentes a través de las cuales,
    las estrellas (signos del Zodíaco) y los planetas influyen sobre los seres
    humanos.

    Por consiguiente, la aparición de una
    enfermedad puede atribuirse a la influencia (unflux) de las estrellas. El
    arte de la interpretación astrológica es decisivo para descubrir las causas y
    determinar las medidas terapéuticas, obtener los medicamentos y averiguar las
    perspectivas de curación y el modo de prevenir la enfermedad. La creencia en el
    poder de los astros se remonta probablemente a los comienzos de la historia de
    la Humanidad.

    1527. Paracelso refleja en su obra,
    que se ocupa de la medicina, la teología y la alquimia, un mundo o caballo entre
    la Edad Media y los tiempos modernos.

    El núcleo de su doctrina está compendiado
    en su obra Paragranum, que se compone de cuatro pilares que sustentan su
    nueva medicina: la filosofía (ciencia de la naturaleza), la astronomía
    (influencia de los cuerpos celestes en el ser humano), la alquimia (preparación
    de medicinas) y la virtud (entendida como capacidad curativa de los médicos).

    Con la metáfora de los médicos
    (interiores), Paracelso recurre a la vieja idea de los poderes curativos
    intrínsecos de la Naturaleza. En su Labyrinthus medicorum errantium,
    Paracelso
    escribe: «Por ello debéis saber que, ante todo, el médico debe de
    conocer que camino quiere seguir la Naturaleza. Pues ella es el primer médico, y
    el ser humano el segundo. Allí donde actúa la Naturaleza, el médico debe
    contribuir a que la Naturaleza actúe como ella pretende».

    1600-1700. Descartes crea la
    yatromecánica.
    Sobre la base del antiguo atomismo y de sus partículas y
    elementos, Descartes desarrolló una teoría que abarca todos los procesos del
    cuerpo humano, atribuyéndolos a principios físicos y mecánicos. El alma
    perceptiva y pensante (anima rationalis), que tiene su sede en la glándula
    pineal, constituyente sin embargo una excepción en la teoría cartesiana. Surge
    así una concepción vital mecanicista y tecnomórfica, que se podría simplificar
    con el nombre de «teoría mecánica de los seres vivos». Las líneas físicas
    fundamentales de esta teoría las establece Descartes en sus escritos
    Principia philosophiae
    (Ámsterdam, 1644) y De homine (Leiden, 1662).

    Para Descartes, el calor que reside
    en el corazón representa el primer principio del movimiento. El calor se nutre
    de la sangre, que le llega a través de las venas. A ellas se han conducido
    previamente los líquidos nutricionales elaborados en el estómago e intestinos.
    Las arterias transportan el calor y los nutrientes a todas las partes del
    cuerpo. De los corpúsculos más agitados de la sangre surgen determinadas
    partículas de aire (spiritus animalis), que llenan el cerebro y que posibilitan
    allí las funciones cerebrales fundamentales (captación de sensaciones: fantasía,
    memoria). Desde el cerebro, y a través de los conductos nerviosos, se reparten
    los «espíritus» a los músculos, siendo los nervios los que captan las
    sensaciones, y los músculos los encargados de transmitir el movimiento a todos
    los miembros del cuerpo.

    1600. Bajo el título De magnete, el
    médico y físico inglés William Gilbert, miembro del Colegio Real de
    Médicos (Royal College of Physicians), publica sus investigaciones sobre los
    fenómenos del magnetismo, que ejercen una gran influencia en el físico alemán
    Johannes Kepler
    y Otto van Guericke, entre otros.

    El globo terráqueo se manifiesta como un
    gran imán y cada uno de los pequeños imanes (terella) muestra un gran parecido
    con la Tierra: están siempre rodeados por un campo de fuerzas invisible.

    El magnetismo aplicado a la medicina
    obtiene una nueva justificación. El modelo físico de interacción magnética sirve
    como modelo de explicación sobre la influencia de cuerpos externos, (Tierra y
    astros) en el organismo. Al mismo tiempo, la aplicación terapéutica del
    magnetismo mediante piedras imanes artificiales toma un nuevo impulso. La
    magnetización tiene entonces una justificación técnica y tecnológica, que junto
    con la electricidad resulta determinante para la medicina general moderna.

    1694 Friedrich Hoffmann y Georg
    Ernst Stahl
    se encuentran entre los médicos alemanes más destacados, crearon
    en la Universidad de Halle, dos escuelas de medicina que compiten entre sí.
    Hoffmann
    basa su sistema yatromecánico en la convicción de que las leyes
    naturales son también válidas para el organismo humano. En su opinión, el cuerpo
    es una máquina hidráulica, con fibras que impulsan las corrientes de líquidos
    mediante contracciones y extensiones. Como un reloj todas las funciones están
    vinculadas estrechamente entre sí.

    El movimiento más importante es, según
    Hoffmann
    , la circulación constante de la sangre, que protege al cuerpo de su
    deterioro y, por eso, tiene el mismo significado que la vida. Las
    irregularidades en el movimiento son la causa directa de la enfermedad. El
    espasmo, es decir, la contracción convulsión de fibras, y la atonía, la
    relajación excesiva, tiene, en un sentido, un importante significado. Las
    irregularidades varían, sobre todo, la estructura y las características del
    flujo sanguíneo. Una velocidad excesiva aumenta la fricción y el calor en el
    cuerpo. Si el movimiento es más lento, las sustancias se apelmazan, forman
    grumos y obstruyen los vasos.

    Las sustancias dañinas ya no son filtradas
    y eliminadas, lo que puede ocasionar putrefacción o que la sangre se estanque y
    se expandan demasiado los vasos, haciendo que finalmente revienten.

    Stahl
    contrapone al concepto mecánico de Hoffmann su concepto asimétrico. Según
    él, los seres vivos dependen solo hasta cierto punto de las leyes del mundo
    material. El alma es la causa de cualquier movimiento sano o enfermo del cuerpo
    humano. El lazo de unión entre el cuerpo y el alma es la circulación de la
    sangre que es guiado por el alma a través de las venas y arterias con la ayuda
    de la regulación de la tensión de los tejidos y la amplitud de los poros. Las
    irregularidades en este «guiar» de la sangre, originaron, al igual que en la
    teoría de Hoffmann, defectos mecánicos en el cuerpo humano.

    1700-1800 Al principio del siglo XVIII la
    fisiología estaba marcada por la funcionalidad de la Naturaleza, que se
    descubría ante el científico, ya fuera en lo grande o en lo microscópicamente
    pequeño. De la misma manera que la elaborada maquinaria de un reloj permite
    descubrir al relojero que la hizo era posible deducir la sabiduría del creador a
    través de la naturaleza (fisicoteología). De acuerdo con el espíritu de la época
    se crearon grandes sistemas teóricos, que con una visión general cerrada
    intentaban explicar los procedimientos vitales basándose en principios
    generales; este es el caso de Friedrich Hoffmann y

    Georg Ernst Stahl.

    Con el tiempo surgieron protestas y dudas
    de carácter fundamental. ¿De dónde surgían los principios? En el campo de la
    física, Isaac Newton descubrió con la gravitación la causa única para el
    movimiento circular de las estrellas, así como el principio de la caída de los
    cuerpos. Describió exactamente, es decir, matemáticamente, pero renunció a
    establecer conjeturas tomando como lema la famosa frase «no formulo hipótesis».

    Albrecht Von Haller,
    médico y poeta suizo, formuló en 1730: «Ningún espíritu creado puede entrar en
    el interior de la naturaleza; puede darse por satisfecho si se demuestra el
    cascarón exterior». Haller, después de dar clases de anatomía, botánica y
    cirugía durante diecisiete años en la Universidad de Gotinga, publicó en 1752,
    como resultados de numerosos experimentos con animales una disertación sobre las
    partes susceptibles y sensibles del cuerpo humano. La susceptibilidad, es decir,
    la capacidad de contracción y la sensibilidad o sea capacidad de sentir, eran
    consideradas las fuerzas básicas de la vida. Se decía que ambas estaban unidas a
    ciertas estructuras anatómicas; la primera a las fibras musculares y la segunda
    a los nervios. Apoyándose conscientemente en Newton, Haller describió
    solamente los efectos de esas (fuerzas implantadas) y prescindio de explicar su
    esencia. De esta forma le asignaba al organismo viviente fuerzas específicas
    que, según él pensaba, eran determinadas por la estructura anatómica, pero que
    se diferenciaban de forma esencial de las características mecánicas de una
    máquina. Según Haller, en la creación de la sensación no sólo es
    indispensable el nervio, sino también el alma.

    De esta forma fue rechazado el
    materialismo que propagaba Julien Offroy de La Mettrie en su libro que
    llevaba por título El hombre máquina. Pero Haller también hizo
    frente con su experiencia a una segunda teoría muy difundida, la del alma
    (animismo) de Georg Ernst Stahl; esta rechazaba explicaciones mecánicas y
    señalaba que reacciones específicas del cuerpo viviente, el «organismo», eran
    acciones directas del alma inmortal.

    Haller
    demostró que algunas partes del cuerpo, como el corazón y el intestino, aún
    contraen en respuestas algunos estímulos después de estar separados de cuerpo
    por largo tiempo. De esta forma se había refutado la idea de que el alma, como
    principio no corporal e inseparable, era responsable de la reacción a ciertos
    estímulos; esta reacción está más bien definida por la contracción de las fibras
    musculares.

    De acuerdo con la nueva forma de
    comprender lo vivo, cambio también la idea que se tenia de las tareas a
    desempeñar por el médico. Una fisiología mecanicista le daba el papel de
    ingeniero que, partiendo de lo conocimientos que tenía de la elaborada
    maquinaria del cuerpo humano, interviene en el funcionamiento del rodaje cuando
    una interferencia impide que desempeñe sus funciones. Según la teoría de Sthal y
    sus seguidores, la enfermedad, por el contrario, es un esfuerzo oportuno del
    alma para quitar un obstáculo del camino, como por ejemplo, evacuar del cuerpo
    una materia patógena, lo que demuestra un efecto visible de la fuerza creativa
    de la naturaleza, transmitida desde la edad antigua. El médico ha de apoyar esta
    fuerza a través de las medidas adecuadas; él es un sirviente de la naturaleza.
    En este contexto cabe citar la frase, que Christoph Wilhelm Von Hufeland
    utilizó como lema para su consultorio: Natura sanat, medicus curact morbos
    (la Naturaleza cura, el médico trata las enfermedades).

    1755 El médico William Cullen, uno
    de los más distinguidos maestros de la Universidad de Edimburgo, desarrolla un
    sistema propio para explicar el fenómeno de la llamada patología nerviosa. En
    ella intenta aunar las teorías de Friedrich Hoffmann, sobre el espasmo y
    la atonía, con la teoría de la irritabilidad de Albrecht Von Haller.

    Cullen
    atribuye a la enfermedad un trastorno del sistema nervioso. Según él todos los
    posibles efectos que inciden en el cuerpo se realizan a través de las
    terminaciones nerviosas en las que se estimula el movimiento. Este se transmite
    hasta el cerebro a través de los nervios, y allí se produce una sensación.
    Desencadena un acto de voluntad que provoca a su vez un movimiento dirigido a
    los músculos. Debido al movimiento los músculos se contraen.

    En 1795 el médico alemán Christoph
    Wilhelm Hufeland
    publica el diario de famarcología y cirugía prácticas. En
    esta obra, dirigida a médicos de orientaciones muy diferentes, argumenta a favor
    y en contra de la medicina alternativa que Hufeland entiende como un
    valioso complemento para la comprensión global de la medicina. Con ello pretende
    divulgar la homeopatía, la acupuntura, la hidroterapia y otros muchísimos
    métodos naturales.

    TERAPIA FLORAL

    Introducción

    La parte de la medicina que se ocupa del tratamiento de las
    enfermedades, y que engloba el estudio de los distintos métodos y remedios
    curativos, y su utilización científica y racional para sanar o aliviar a los
    pacientes, la llamamos terapéutica, y en la que debemos diferenciar las diversas
    formas: la terapéutica sintomática está orientada a enfrentarse a los
    síntomas, maquilla la situación pero al no ir a la causa, su efectividad es
    simplemente relativa; la terapéutica patogénica, se enfrenta al engranaje
    de la enfermedad; la terapéutica etiológica
    ,
    que ataca el origen de la enfermedad, y en mi opinión es la más razonable y, con
    diferencia, la más efectiva pero también la mas dificultosa.

    La terapéutica debe regirse por el
    principio primum non nocere, que exige no poner impedimentos a las
    potencias energéticas de la naturaleza, sino a inducirlas y auxiliarlas.

    Las medidas utilizadas en las diferentes
    terapéuticas son: química, quirúrgica, física, biológica, etc.

    Con estas líneas, hoy en la revista
    «Natural», un medio de comunicación importante del ramo de las Terapias
    Naturales, doy comienzo la exposición de mi estudio de investigación, con
    bastantes aspectos novedosos sobre la Terapia Floral, trabajo realizado con
    ilusión y con la esperanza puesta en que sea lo suficientemente atractivo para
    que el conocimiento llegue al máximo de personas posibles, incluyendo a las que
    no la conoce en profundidad y así puedan disfrutar de dicha terapia.

    Al considerar la Terapia Floral, de alguna
    de las maneras, en una situación entre la Fitoterapia y la Homeopatía, creo
    conveniente dar unas pinceladas acerca de éstas. Desde el principio de los
    tiempos el reino vegetal es una excelente despensa de productos nutricionales,
    asimismo es una extraordinaria botica, ya que las plantas medicinales no sólo
    conservan la salud sino que también la restablecen, y por cierto, no únicamente
    en el ser humano, además en animales como el perro, el gato, etc. Se sabe,
    gracias a unos documentos sumerios de más de 4.000 años antes de J.C., que
    existían ya por entonces especificaciones de qué partes, dosificación y forma de
    preparación y propiedades curativas encerraban las plantas.

    También el Pen Tsao o Gran
    Herbolario Chino, que se remonta al tercer milenio antes de J.C., y el papiro de
    Ebers, alrededor de 500 años antes de J.C., hacían referencia al consumo
    y utilización de las plantas medicinales, entre las que se encontraban: el
    ajenjo, el beleño, la coloquintida, el enebro, etc.; que por entonces se
    utilizaban de forma empírica, y que cambió el día que se empezaron a descubrir
    los principios activos que, en definitiva, son los que confieren las propiedades
    curativas.

    Dichos principios pueden ser: alcaloides,
    glúcidos, gomas, mucílagos, aceites esenciales, ácidos, ceras, sustancias
    amargas, etc. De las plantas se pueden utilizar distintas partes con fines
    curativos, por ejemplo: corteza, flores, frutos, hojas, madera, raíces,
    semillas, tallos, etc. La planta se puede preparar de diferentes formas:
    infusión, decocción, maceración, inhalación, compresas, emulsiones, cataplasmas,
    baños de vapor, etc.

    En los años 30, por ejemplo, en España, la
    Fitoterapia quedaba restringida al ámbito de los remedios caseros. En la década
    de los 60 empezó a producirse un cambio en esta situación. La sociedad española
    empezó a tomar conciencia real de las limitaciones de la Medicina Alopática:
    efectos secundarios, contraindicaciones, intoxicaciones, mayor masificación y
    despersonalización, entre otros factores. Al tiempo, el concepto de salud se fue
    ampliando a una idea de bienestar integral, enfoque que encuentra una respuesta
    favorable en los tratamientos naturales, y de ahí, el resurgir de los
    tratamientos con plantas medicinales.

    La Homeopatía es la medicina natural,
    concretamente biológica, que aplica clínicamente el principio fundamental de la
    similitud, Similia similibus curentur; Hahnemann expone con este
    aforismo que las sustancias en dosis pequeñas son capaces de curar las
    alteraciones que ellas mismas producen si se administran en dosis elevadas. El
    término Homeopatía proviene del griego y significa homeos ? similar, y patos ?
    sufrimiento. En 1790, Samuel Cristian Friedrich Hahnemann, medico
    alópata, químico, farmacólogo y toxicólogo alemán, al traducir la Materia Médica
    de William Cullen, famoso catedrático de química, fisiología y medicina
    práctica, ciudadano de Gran Bretaña, en el que afirmaba que las propiedades
    astringentes y amargas de la corteza de quina, por su contenido en quinina,
    poseía las propiedades responsables de la efectividad en el tratamiento de la
    fiebre de los pantanos, le dio pie para empezar a experimentar a Hahnemann
    en sí mismo, primero preparando el remedio homeopático a partir de una cepa de
    la quina a la que por cierto, en Homeopatía se le llama china; entonces empezó
    tomando dosis altas, aumentando la cantidad gradualmente durante cierto tiempo;
    enseguida empezó a percibir los signos del paludismo alcanzando un estado
    comprometido, donde Hahnemann tuvo que recurrir al remedio preparado con
    anterioridad para dar solución y salir de la situación a la que había llegado;
    el principio fundamental de la similitud había resultado favorable.
    Posteriormente, Hahnemann realizó más de cien veces el experimento con
    distintos venenos como por ejemplo el arsenicum, el aconitum, el mercurio, y
    siempre con buen desenlace.

    En la primera época de la Homeopatía, los
    remedios tenían que estar diluidos y más tarde además dinamizados; Hahnemann
    llegó a esta conclusión después de múltiples observaciones y comprobaciones al
    respecto.

    Breves datos biográficos del doctor Edward Bach

    Edward Bach nació el 24 de septiembre de
    1886 en Mosely, pequeña localidad cercana a Birmingham, ciudad de Gran Bretaña;
    uno de los tres hijos de una familia de origen galés.

    Edward crece en el entorno de una familia
    creyente, en un espacio de tierra de labrantía y flores silvestres, y con una
    constitución física débil, lo que en parte, le induce a rechazar juegos bruscos,
    enérgicos o violentos, sin embargo, se encontraba feliz caminando tranquilamente
    al aire libre observando todo aquello que le rodeaba, el agua corriendo por el
    cauce del río, el canto alegre de los pajarillos y en especial por la flora.
    Edward era una criatura con una especial espiritualidad, también se preocupaba
    de los problemas de los demás.

    La genética, los que le rodeaban, él, la
    ubicación y las circunstancias marcaron su futuro hacia una personalidad NIEP
    conforme a mi línea de calificación, según la orientación de la energía:
    Introvertido (N), función de la percepción: Intuitivo (I), función basada en
    juicios: Emocional (E), orientación hacia el mundo exterior: Percepción (P), y
    ahora, entre las otras siguientes características: abierto, adaptable,
    armonioso, bueno, compasivo, comprensivo, comprometido, contemplativo, creativo,
    curioso, decidido, idealista, imaginativo, indulgente, perfeccionista, soñador,
    tolerante y virtuoso.

    En 1902, con 16 años, finalizó los
    estudios preuniversitarios. Pero en vez de ingresar entonces en la universidad,
    como él deseaba, por problemas económicos por los que atravesaban en su casa
    complaciendo a su padre, se puso a trabajar en el taller de fundición de latón
    de su familia, ocupando diferentes puestos durante los tres años que estuvo allí
    trabajando. Este tiempo fue suficiente para que el joven Edward se diera cuenta
    de que en las fábricas, talleres, etc., no se tomaban medidas preventivas como
    la utilización de caretas, mascarillas y gafas, o la de disponer de una
    ventilación aceptable con el fin de poder evitar diversas enfermedades, bien de
    aparato respiratorio, del hígado, riñones, ojos u oídos por ejemplo, que
    provocaban pérdidas de jornadas de trabajo y del salario correspondiente,
    además, por si fuera poco, de los gastos añadidos derivados de la propia
    enfermedad, por conceptos de consultas y tratamientos.

    Bach advertía cómo los obreros temían
    contraer ciertas enfermedades y también se percataba de que las conductas que
    adoptaba cada uno de ellos eran distintas, como diferentes eran las
    circunstancias a su vez. Hay que recordar que en esa época la legislación
    inglesa, oficialmente no proporcionaba ayudas a los operarios, jornaleros,
    artesanos, etc., cuando éstos enfermaban.

    Este tiempo, que podía haber sido un
    tiempo perdido, contrariamente se puede decir que como Edward había deseado
    fueran los tres primeros años de universidad, de conocimiento humanístico y
    psicológico sobre el ser humano.De esa manera práctica llegó a comprender lo que
    representaba la afección para los seres humanos; dicho entendimiento provocaba
    en el joven Bach una intensa condolencia y deseo de llegar a tener conocimientos
    suficientes para poder prestar asistencia médica adecuada a aquellos que la
    necesitasen.

    Sin duda, estos tres años fueron semilla
    apta que se diseminó por medio del tiempo, produciendo las Flores de Bach. A los
    20 años de edad se le planteó el dilema de qué carrera realizar, si medicina o
    teología, pues las dos le interesaban mucho; pero después de meditarlo
    profundamente se decidio por la primera, empezando en 1906 los estudios en la
    facultad de medicina de la universidad de Birmingham, realizando las prácticas
    posteriormente en el Hospital University College de Londres, donde obtuvo la
    licenciatura en 1912 a los 26 años.

    Edward enseguida se dio cuenta de que los
    estudios y sistemas que le enseñaron en la universidad estaban relacionados con
    las patologías más que con los pacientes, y además, los inconvenientes de las
    limitaciones de los tratamientos alopáticos; todo aquello no tenía nada que ver
    con la medicina humanista y personalizada que él había pensado, dirigida al
    paciente y con productos naturales y métodos sencillos.

    En 1913, trabajó en el hospital del
    colegio universitario de Londres como médico traumatólogo; es ese mismo año pasó
    a ocupar el puesto de cirujano jefe de Traumatología en el hospital Nacional de
    Temperancia de Londres. Al poco tiempo tuvo que cesar de su puesto de trabajo
    por enfermedad.

    A principios de 1914, el doctor Bach,
    coincidiendo con una mejoría de su estado de salud, inicia una misión nueva como
    bacteriólogo asistente en el Hospital Unversity College de Londres. Los
    resultados de sus investigaciones de esta etapa fueron positivos: descubrió la
    relación evidente entre algunas bacterias digestivas (estómago-intestino) y la
    patología crónica. Hay que recordar que en aquel tiempo, estos tipos de
    bacterias no eran consideradas importantes de cara a la salud.

    El doctor Bach, de todas formas, creó un
    remedio a partir de estas bacterias dañinas; una vez preparado, empezó a
    recetárselo a los pacientes, logrando resultados favorables. Aún así, no estaba
    totalmente satisfecho, ya que el método utilizado de insertar la aguja, además
    de producir dolor, era algo engorroso e incordiante. El doctor Bach, ya por
    entonces, tenía muy clara la forma de tratar a los pacientes; no debía ser
    agresiva, libre de efectos secundarios y, por supuesto, dirigida al enfermo y no
    a la patología.

    Desde el momento que dio comienzo el año
    1914 se temía por la explosión de la Primera Guerra Mundial, lo que sucedio a
    mediados de año.

    El doctor Edward Bach solicitó ser
    alistado en el ejército para ir al frente a defender a su país, pero no fue
    aceptada su solicitud a consecuencia de su delicado estado de salud, sin
    embargo, se le asignaron más de 400 camas para heridos de guerra en el hospital
    del colegio universitario.

    En el verano de 1917 el doctor Bach tuvo
    una comprometida hemorragia como consecuencia de un tumor maligno con metástasis
    en el bazo; tuvo que ser intervenido rápidamente para salvarle la vida, el
    pronóstico fue de extrema gravedad y con pocas esperanzas de vida.

    Por un lado las pocas fuerzas físicas que
    tenía en ese momento, y, por otro, la sentencia del diagnóstico, le echaban por
    tierra sus planes de crear un terapéutica basada en la teoría de que los
    desequilibrios eran las causas de las enfermedades; el abatimiento le duró,
    relativamente, poco tiempo, ya que enseguida se dio cuenta que lo correcto era
    ponerse inmediatamente a trabajar con el fin de intentar revertir su precario
    estado de salud, recordando y poniendo en práctica su propia teoría de que la
    enfermedad es fruto del estado de ánimo.

    Al tiempo que prestaba servicio en el
    hospital del colegio universitario, abrió una consulta privada, pero a la
    conclusión del año 1918, la dirección del hospital determinó la prohibición al
    cuadro médico de su plantilla pasar consulta particular. El doctor Edward Bach,
    sin titubear, decidió dejar su plaza en el hospital, manteniendo así su propia
    consulta.

    En 1919 pasa a ocupar plaza de
    bacteriólogo en el Hospital Homeopático de Londres; al poco tiempo consiguió el
    Organón del doctor Samuel Hahnemann, libro que empezó a leer de inmediato con
    expectación y reserva al mismo tiempo; Organón que dice en alguno de sus puntos
    lo siguiente:

    Punto 1. La única misión del médico es
    curar al enfermo.

    Punto 2. Curar significa reestablecer la
    salud; ello implica eliminar totalmente la enfermedad aplicando principios
    comprensibles.

    Punto 9. La fuerza vital espiritual es la
    energía que anima el cuerpo y su funcionamiento. Nuestra mente puede gobernarla.

    Punto 11. La enfermedad resulta de la
    perturbación dinámica e invisible de la fuerza vital; el síntoma es la
    perturbación orgánica consecuente perceptible; las medicinas dinamizadas
    influencian dinámicamente a la fuerza vital. Similitud con el magnetismo.

    Punto 12. Los síntomas perceptibles
    expresan toda la perturbación morbosa de la energía interna y su desaparición
    implica la restauración de la fuerza vital en su integridad, vale decir, la
    salud.

    Punto 14. Todo lo que esté enfermo en el
    hombre se expresará con síntomas; tal es la infinita bondad del Protector de la
    vida.

    Punto 24. Las medicinas homeopáticas que
    producen un estado morboso artificial similar a un caso de enfermedad son las
    únicas que pueden curarlo.

    Es de este modo que ellas se transforman
    en unilaterales y aparentan ser una enfermedad local en la cual el síntoma de la
    perturbación mental, leve en un principio, crece hasta volverse síntoma
    principal y en gran medida ocupa el lugar de los otros síntomas (los corporales)
    a cuyas intensidades somete de un modo paliativo, resultando como si las
    afecciones de los órganos corporales más groseros hubieran sido transferidas a
    órganos espirituales y mentales, donde el anatomista jamás ha llegado, ni
    llegará, con su escalpelo.

    Punto 217. Para estos casos el remedio más
    adecuado será el que produzca en organismos sanos síntomas mentales y corporales
    similares.

    Punto 225. Las enfermedades mentales cuyo
    origen no sea corporal son las menos, pero puedan perjudicar grandemente a la
    salud.

    Punto 228. Los casos de enfermedad mental
    o emocional de origen corporal deben ser tratados con antipsóricos y
    auxiliarmente con un régimen de vida y terapia psíquica.

    Punto 260. Tratándose de pacientes
    afectados por enfermedades crónicas, es preciso investigar cuidadosamente cuanto
    pueda obstaculizar la curación, pues esos errores en la dieta o en el régimen de
    vida, así como otras influencias nocivas, tienden a agravarlas.

    En fin, el doctor Edward Bach siguió
    leyendo, punto por punto, hasta el último, el 291, del Organon, libro
    fundamental de la homeopatía, escrito por el doctor Samuel Hahnemann.

    El doctor Bach quedó sorprendido que
    puntos que él mantenía como sumamente importantes en su planteamiento de salud
    natural a partir de sus estudios coincidan con las investigaciones que un siglo
    antes había realizado el doctor Hahnemann, como por ejemplo, que hay que tratar
    al ser humano en su conjunto y no a la enfermedad, y que la enfermedad crónica
    está estrechamente relacionada con la toxemia intestinal, etc. Merced a los
    principios esenciales de la homeopatía el doctor Edward Bach logró elaborar
    siete remedios denominados con el término nosode. Los nosodes o bioterápicos son
    preparados o conseguidos según un proceso técnico homeopático siempre a partir
    de sustancias de procedencia microbiana, no definidas químicamente, de
    secreciones o excreciones patológicas o no, de tejidos procedentes de animales,
    de vegetales o de alergenos. La Farmacopea Homeopática Alemana implanta la norma
    de esterilizar previamente la materia prima empleada para la elaboración de los
    nosodes. Únicamente cumpliendo las mencionadas condiciones previas pueden
    proseguir el desarrollo de la fabricación según la homeopatía. Por consiguiente,
    los nosodes no son vacunas, sino remedios de naturaleza homeopática. Estos
    remedios sólo pueden ser beneficiosos a partir de la 3CH (de la tercera
    centesimal), salvo en el caso del suero anticolibacilar, que puede llegar a
    utilizarse a partir de la 3D (la tercera decimal), y exclusivamente puede ser
    administrado por vía bucal u oral.

    En el siguiente paso, el doctor llegó a la
    conclusión de que existían siete estados psicológicos y cada uno de ellos
    relacionado con cada uno de los siete grupos de bacterias descubiertas con
    anterioridad en el laboratorio. Cuando amanece 1928, Edward Bach empieza a
    investigar remedios y sistemas naturales para utilizarlos posteriormente en la
    curación de las personas, lo que le lleva a trasladarse al país de Gales, donde
    recorriendo sus verdes praderas descubre en la flora, algunas plantas con flores
    con un encanto especial y una fuerza energética vibratoria capaz de reequilibrar
    la conciencia alterada por la flaqueza del ser humano.

    Bach afirma que la enfermedad no es
    crueldad ni castigo, sino el correctivo, la herramienta, que nuestra propia alma
    utiliza para que nos demos cuenta de nuestros propios errores, para evitar que
    cometamos más daño y así traernos de vuelta al camino de la verdad y la luz, del
    cual nunca debiéramos habernos alejado.