La terapia sistémica familiar ideada por Bert Hellinger, “las Constelaciones
Familiares”, es un instrumento sencillo que permite, con una intervención
muy breve, sanar sufrimientos ligados a la dinámica inconsciente que nos
vincula a nuestro sistema familiar y en particular con las generaciones anteriores.
Si bien se basa en fundamentos de Análisis Transaccional, Gestalt, PNL,
Hipnosis, Dinámica de Grupo, esta herramienta terapéutica es muy
original y particularmente eficaz, allí donde las demás terapias
encuentran resistencias insuperables. Resulta además un enfoque muy esclarecedor
y liberador para cada uno.
Hace unos veinticinco años el entonces psicoanalista Bert Hellinger descubrió
que las personas podíamos sentir emociones que no nos pertenecían,
que podíamos tomar decisiones y seguir unos destinos que no se correspondían
con nuestras vidas, ni se podían explicar por ninguna psicoterapia. Por
otra parte observaba que, en Alemania, un número inusual de suicidios inexplicables
se producían en las familias de los antiguos nazis ahora olvidados.
Fue el punto de partida de sus terapias sistémicas familiares hoy llamadas
“Constelaciones familiares”.
Esa terapia se basa en lo siguiente: la familia es un sistema unido por un inconsciente
o, mejor, por una “conciencia familiar”, que actúa a un nivel
conciente y de modo a veces opuesto a nivel inconsciente. Gracias a esa conciencia
todos los miembros del clan heredan el amor y la energía de todos sus antecesores.
Como todo sistema, busca el equilibrio, la armonía. Lo que desorganiza
el sistema familiar es, primero no respetar su orden jerárquico, por ejemplo
excluyendo o desplazando a uno de sus miembros, luego no respetar el vínculo
de respeto y de amor hacia cualquier persona de la familia, y en fin los desequilibrios
entre el dar y el tomar. Cuando un familiar no ha sido respetado, cuando por cualquier
motivo el clan familiar se encuentra desequilibrado, se pone en marcha la compensación
del sistema, una compensación ciega, que hace que un miembro más
joven se sienta culpable de este desequilibrio y se ofrezca reproduciendo la desdicha
del antecesor.
La primera gran necesidad humana, la que asegura la supervivencia del clan y por
ende de la especie, es la necesidad de pertenencia. El sentimiento genuino que
impulsa toda nuestra vida, y que se esconde detrás de todos los demás
sentimientos, es el amor y su corolario: el miedo a ser rechazado. Este amor garantiza
nuestra pertenencia.
Y el cemento inconsciente del clan es la mala conciencia. La gran ley familiar
es la del amor: es transmitir amor. Es dar y recibir por amor, respetar a los
padres y padres de sus padres por amor, tomar la realidad tal y como es por amor
y es también entregarse por amor para compensar el sufrimiento de un hermano
nacido muerto y del que no se ha vuelto a hablar, un padre accidentado, un tío
despreciado y olvidado, un encarcelamiento, un suicidio, un crimen, una enfermedad
dolorosa o irreversible…
Ahora bien, esa compensación ciega se decide de un modo inconsciente y
a una edad en general tan temprana que el razonamiento subyacente es un pensamiento
mágico, ilusorio, que en vez de aportar la paz a la familia, aporta más
dolor: “Si él ha sufrido, ha muerto, está mal que yo disfrute
de mi vida, voy a sentir y padecer lo mismo que él…
Si yo sufro su enfermedad, o me muero en su lugar, él no se va a morir,
si ha muerto puede volver…
Si él ha hecho un daño irreparable a alguien y no lo ha expiado,
voy a expiarlo yo con la enfermedad o la muerte…”
Toda la energía de la persona se involucra entonces en una reparación
imposible y se vive toda clase de penalidades o desgracias.
Esa dinámica, esa decisión inconsciente de sufrir por amor, causa
los mayores sufrimientos sin conseguir su propósito -compensar, restablecer
la armonía-. Por el contrario, provoca un dolor aún mayor en la
conciencia familiar, creando nuevas “implicaciones sistémicas”
o vínculos dramáticos para los descendientes de la persona que se
castiga por amor.
Dice Hellinger que es más fácil, más “barato”,
sentirse culpable que disfrutar de la vida. Es más barato seguir sufriendo
y creer que el sufrimiento redime. Es más fácil llevar cadenas,
viviendo la herida de otro, que tomar su propia vida tal y como es. Es más
fácil sufrir que cambiar.
Pero la compensación trágica se puede transformar en compensación
liberadora, liberadora para el clan como para la persona. Primero gracias a la
toma de conciencia del vínculo sistémico destructivo, de la compulsión
al fracaso, a la desgracia, etc. Luego tomando la vida como ha venido, con alegría
y compromiso. Y de este modo se detiene el círculo vicioso de la compensación.
La heridas de las generaciones anteriores sí se pueden sanar. Transformando
la dependencia inconsciente, para con la persona maltratada por la vida, en aceptación,
y autonomía. La energía vital, bloqueada por la fidelidad inconsciente,
se libera entonces permitiendo que la persona haga el duelo de su propio dolor,
devuelva al familiar su destino y pueda empezar a vivir su propia vida y disfrutar
de ella.
Ese camino, desde la toma de conciencia de las causas de nuestro malvivir, enfermedad,
fracaso, etc… descubriendo las cadenas amorosas que nos atan al pasado, hasta
la liberación de las mismas en un gran impulso de amor y de energía,
es el camino que permite recorrer la terapia de las Constelaciones Familiares.
La terapia se realiza en grupo. Una persona propone liberarse de un malvivir y
describe brevemente la historia de su familia y los sucesos dolorosos sufridos
más o menos hasta la generación de los abuelos. El terapeuta le
dice entonces que elija entre los presentes representantes para varios miembros
de su familia y los distribuya en el espacio. A partir de ese momento los representantes
sólo escuchan sus sensaciones, y la dinámica interna de la familia
surge, en el silencio, a través de los desplazamientos y sensaciones de
los representantes. Entonces el terapeuta dirige la evolución de la constelación
familiar restaurando paso a paso el amor y el respeto, hasta conseguir liberar
la energía bloqueada de la persona.
Esa liberación permite cambios muy profundos, a menudo espectaculares,
a veces inmediatos. Aunque es al cabo de un año o dos cuando se puede apreciar
una transformación profunda en la vida de la persona, que por fin es ella
misma y puede empezar a dirigir esa vida suya hacia sus propias metas, beneficiándose
de la riqueza, el apoyo y el amor de las generaciones anteriores.
Es un trabajo de una gran sencillez y sinceridad, muy conmovedor, sin teatralización
de los sentimientos. Y su eficacia es sorprendente cuando la persona está
dispuesta a soltar sus creencias limitadoras.
Todos llevamos fidelidades y deudas inconscientes que nos limitan, y todos nos
podemos beneficiar de esta terapia. Y basta con que un miembro de una familia
haga su constelación, para que toda la familia empiece a cambiar y a recobrar
su armonía.
Como terapia llega donde ninguna otra llegaba hasta hoy. No se opone a las demás
terapias, sino que las hace avanzar a pasos agigantados. Y para los terapeutas
es un instrumento que deben conocer para integrarlo a su quehacer, aumentando
así el alcance y eficacia de su intervención.