La palabra anglosajona «mobbing» define el acoso inmoral, despiadado y
traidor de quienes se unen para destruir a alguien que está por encima de ellos
en el ambiente laboral o familiar. La base de este comportamiento radica en la
falta de preparación, autoestima y valía, sin embargo estas personas pueden
resultar muy peligrosas cuando sus víctimas les otorgan poder.
La masa silenciosa se mueve aunque no haga ruido, porque esa
no es su estrategia. Los mediocres no llegan a pensar tanto y sólo siguen su
propia y natural inercia. Pero eso sí: se camuflan tras su mediocridad, su
ignorancia y su mala educación, y desde esas trincheras comunes, como las
manadas de lobos, se agrupan y atacan.
Atacan con alevosía, tozudez, ignorancia y estupidez, pero no
con inteligencia. Eso sería demasiado para ellos. Algunos incluso pueden llegar
a parecer listos a veces, pero se les desenmascara fácilmente.
La subterránea movilización de los mediocres, sutilmente
manipulada por gente con intereses oscuros y generalmente ilícitos, –dado que no
respetan al prójimo ni los valores de los demás–, se ha condensado por fin en
otra nefasta moda actual: el «mobbing».
Los anglicismos son útiles, porque con una sola palabra
designan todo un fenómeno. En este caso el «mobbing» significa el acoso inmoral,
despiadado, sibilino y traidor de los que, desde su falta de preparación,
conciencia, autoestima y valía, se unen como las termitas (cuando no hay calidad
hace falta cantidad), para destruir a alguien que, merecidamente y por valores
coherentes, está por encima de ellos.
En su pequeña y retorcida mente, disfrutan de antemano de uno
de los pocos placeres que se permiten, y es el imaginarse la caída del pedestal
que están intentando socavar. Lo que no saben es que ese mismo pedestal, si cae,
puede caerles encima. No son tan listos para preverlo y nunca lo serán.
Un poco de historia
Es alarmante que, en el siglo XXI, más todos los anteriores
que llevamos en este planeta, la humanidad esté perdiendo sus más elevados
valores, y que permitamos impunemente que se actúe sin el más mínimo atisbo de
lealtad ni de honor, hacia uno mismo y hacia los demás. El «mobbing», como la
depresión y la falta de recursos propios para enfrentarse a la vida, son los
síntomas evidentes de lo débil y enferma que está nuestra sociedad. Y dice el
refrán: «entre todos la matamos y ella sola se murió». Este fenómeno es tan
antiguo como la historia del hombre, desgraciadamente.
Cuando Jesús dijo: «A los pobres los tendréis siempre
con vosotros», se refería a esa subhumanidad: a los pobres de espíritu, a
las masas oscuras y negativas, a los que pueblan el submundo de la maledicencia,
la envidia corrosiva y la crítica destructiva, alimento del que nutren sus
delicadas mentes. A los que, lejos de intentar copiar para aprender y mejorar,
critican para destruir porque ante todo, se sienten tan mal consigo mismos que
no se atreven ni a conocerse. Y el primer paso para solucionar un problema es
reconocer que se tiene un problema.
En lugar de ello, se dedican con ahínco digno de mejor causa
a difamar, criticar, y vituperar soterradamente, valiéndose de ruines
subterfugios o a veces de forma directa, a todos aquellos a quienes envidian y
cuyos puestos en la sociedad les gustaría ocupar, (¡Dios nos libre!), mientras
se dedican con brío a echar la culpa a los demás (o a la sociedad, o al
gobierno, o a Dios…) de lo que les pasa, práctica habitual en la incultura de
masas.
Conocí a Jaime: 45 años, carnicero de profesión, separado,
nada agraciado por más señas, presentando siempre un talante agresivo, nervioso
y hosco. En una conversación que, lógicamente, duró poco, manifestó lo
siguiente:
–Yo podría haber llegado a ser…
–¿Qué?
–Pues muchas cosas, lo que hubiese querido, ministro o algo
así.
–Y, ¿qué te lo ha impedido?
–Pues que no me gustaba mucho estudiar y me puse a trabajar
de joven…
–Podías haber estudiado por tu cuenta o en escuelas
nocturnas…
–Sí, pero después de trabajar y salir por ahí estaba muy
cansado…
–Ya, claro, ¿y ahora?
–Ahora ya es tarde… ya me han jodido la vida…
–¿Quiénes te han jodido tu vida?
–¡Todos!, ¡todo el mundo…!
–¿Todo el mundo? Pues eso es mucha gente…
–¡No, pero quien tiene la culpa de todo lo que me pasa es el
Gobierno!
–¿El Gobierno? Pues también son bastantes ahí… y, ¿ellos lo
saben?
–¡El Presidente tiene la culpa de todo, porque sino las cosas
no estarían así y a mí no me iría tan mal…!
–¡Ah, el Presidente nada menos! Pues si que eres importante.
Y ¿estás seguro de que él sabe todo lo que te ha hecho?… no sé yo si el pobre
podrá dormir por las noches…
Y tras una mirada furibunda y quedarse sin habla, (lo cual es
lo normal…) mientras las venas del cuello se le ponían cada vez más tensas y su
tez y calvicie enrojecían, se dio media vuelta y se fue, con lo cual todos nos
quedamos mucho más tranquilos y pasamos a otros temas de conversación
interesantes.
Para muestra baste un botón. Solo que de botones de estas
calañas están las mercerías nacionales a rebosar.
Proyección hacia los demás
Este ejemplo es una nimiedad, pero sumado a todas las
nimiedades constantes («los que triunfan es porque son unos pelotas; seguro que
ese coche lo ha robado; debe de acostarse con alguien para que la promocionen
siempre; algún enchufe tendrá por ahí…») configuran un espectro social que se
blande y esgrime a diestro y siniestro y que llega a infectar a quienes, por
estar arriba y tener cosas más importantes que hacer, no piensan ni se imaginan
que puedan estar siendo el centro de la diana de los rastreros termiteros
profesionales, que deberían tener en su nómina un «plus» de Experto Traidor.
Decía Schopenhauer: «He aquí la explicación del por
qué al aparecer lo excelente donde quiera que aparezca y sea de la especie que
sea, la inmensidad de las medianías se conjura y cierra filas en su contra a fin
de no dejarlo prosperar y, si es posible, llegar incluso a asfixiarlo.» Y
también, en sus aforismos, comenta: «…A una media docena de cabezas de borrego
chismorreando con desprecio acerca de un gran hombre.»
Citemos ahora a John Chaffee: «Cuando hay personas que se
distinguen de la masa, la masa, en vez de desearles lo mejor y ayudarlos en lo
posible, muestra una clara tendencia a echarles el guante y obligarlos a
retroceder. Esa falta de caridad suele ser efecto de la envidia, pues quienes
forman parte de la masa pueden suponer que el éxito ajeno podría ser un reflejo
negativo de su propia falta de méritos.»
La tendencia del ser humano, por su propia neurología, es ser
feliz, huir del dolor y acercarse al placer. ¿Qué ocurre entonces? Pues que la
falta de educación adecuada, sobre todo en valores, y la falta de autoestima y
respeto a uno mismo, hacen que ese vacío y malestar interior se proyecte hacia
los demás, como un espejo, en lugar de mirar hacia dentro de sí y buscar la raíz
de su frustración para sanarla y no necesitar seguir sufriendo ni vengándose en
el prójimo, porque ni así se llega a la salvación ni va a ganarse nada con ello,
como mucho una bonita úlcera de estómago.
Y ese perverso ejemplo ha calado tan hondo en nuestra
sociedad que el mobbing es ya ingrediente habitual en nuestras escuelas,
importado directamente no sólo del ambiente laboral, sino también del familiar,
donde la violencia y el «todos contra todos» se está convirtiendo en el segundo
deporte nacional.
Y así va el país, y así nos va a todos los que intentamos
sobrevivir en él. En esta guerra no declarada pero real, hay que prepararse para
ir ganando batallas. ¡A por ellos, que son muchos, pero muy cobardes!
«Contra la masa, la excepción.
Contra el acoso, la distancia.
Contra la mediocridad, la diferencia y la excelencia.
Contra la envidia, la indiferencia.
Contra el ataque, la denuncia.
Contra la crítica, el silencio o la risa.
Contra los bulos, la verdad.
Contra el asedio, el vacío.
Contra la insidia, el sarcasmo y la ironía.
Contra los termiteros, un buen insecticida: Maquiavelo, por
ejemplo.»
Planes de acción
Conviene ser prudente porque estos nefastos traidores acaban
camuflándose como víctimas de la situación que ellos mismos han creado, con lo
cual lanzan la pelota al tejado ajeno. ¡No la recojas! Tus respuestas han de ser
la mejor raqueta de tenis. Una buena respuesta a tiempo, clara, directa y
contundente, y no se atreverán a volver. No hay nada más peligroso que los que
adoptan el papel de víctimas y «pobre de mí». No caigas en esa trampa: es puro
chantaje emocional. Contra el victimismo, astucia.
Y además, soporte moral : fortaleza interior, una gran
autoestima, valor y coraje, poder personal, presencia, preparación constante,
aprovechar las oportunidades de crecimiento, para que todo ello permita dos
cosas:
• Que los termiteros sientan cada vez más rabia y envidia y
se mueran por fin de un infarto o de su propia bilis, con lo cual ¡problema
resuelto! Más puestos de trabajo libres y más sitio para aparcar.
• Que la persona afectada sea capaz de dar cada vez más y
mejores respuestas contundentes, claras y directas, de modo que los enanos
mentales se lo piensen dos veces antes de elegir a su víctima propiciatoria.
Otro plan de acción importante: conseguir que en las empresas
se aplique la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y se evalúen los riesgos
psicosociales. De ese modo se llevarán a cabo planes concretos de prevención y
una selección de personal adecuada para crear una «cultura de relaciones
humanas» que potencie la salud y el bienestar en todos sus términos, que según
la OMS incluye los aspectos social y psicológico además del físico.
También es básica la elección de las amistades y centros
educativos y culturales. ¡Cuidado! Todo es contagioso, como la peste… y hay que
saber elegir. Puedes ir además con una grabadora en el bolso en caso de
necesidad para las oportunas pruebas que, aunque no sean legales, sí pueden ser
disuasorias, sobre todo si las pones en un casete con un buen altavoz en una
reunión de dirección. ¡A grandes males, grandes remedios! Y recuerda: de los
cobardes nada se ha escrito, así que no entres a formar parte de ese pelotón de
inútiles.
Lo importante es darse cuenta de una cosa: si permites que
las cosas que hagan o digan los demás te afecten, el problema pasa a ser tuyo
por tu incapacidad de respuesta. No nos sentimos mal por lo que hagan o digan
los demás: nos sentimos mal con nosotros mismos porque no sabemos o no nos
atrevemos a responderles de forma contundente, clara y sin rodeos, como se
merecen y se están buscando.
Eso significa que todavía en tu interior, por la «educastración»
recibida, estás dando más importancia a los demás que a ti mismo. Ahí radica el
problema. Y sólo tú tienes el poder de solucionarlo. Si quieres, puedes.