Nuestros órganos, nuestras emociones

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    Desde el enfoque macrobiótico que, esencialmente se basa en el equilibrio
    del Yin-Yang, la dimensión física, mental y emocional no se puede
    separar. La actitud, los pensamientos y sentimientos afectan directamente a la
    condición física y ésta afecta a los anteriores. Tampoco se pueden ignorar los
    hábitos de vida y el alimento diario.

    Podríamos fácilmente caer en la trampa de pensar que los
    alimentos para nutrir el cuerpo son los menos importantes, pero no es así. Con
    lo que comemos fabricamos la sangre, la linfa, y todos los líquidos orgánicos
    que se encargan de nutrir la dimensión celular y también de mantenerla limpia,
    propiciando así su correcto funcionamiento y reproducción.

    Todos nuestros fluidos están influidos por nuestras
    emociones, y a su vez influyen poderosamente en ellas. Nuestras emociones
    afectan a nuestro psiquismo y a nuestra actitud ante la vida. Puede resultar
    imposible o muy difícil intentar cambiar el «mal carácter» de alguien, pero
    relativamente fácil indicarle lo que debe o no debe comer para eliminar el
    exceso de toxinas en el hígado. Es la forma más rápida, práctica y efectiva de
    cambiar las cosas, significa empezar por la raíz.

    Cada órgano vital, además de cumplir con todas las funciones
    fisiológicas que ya conocemos, posee una dimensión sensorial, emocional, mental,
    social, ideológica y espiritual. Abordar lo físico y cambiar la condición de la
    sangre a través de una alimentación sana e inteligente es, sin duda, lo más
    sencillo y con ello estamos influyendo en toda la unidad del ser humano.

    En la sociedad moderna no se establece relación alguna entre
    la forma de alimentarse y problemas de comportamiento o síntomas como:

    • Pérdida de memoria

    • Fatiga

    • Hablar demasiado o nada en absoluto

    • Falta de disciplina

    • Ansiedad

    • Tristeza

    • Miedos

    • Exceso de preocupación

    • Comportamiento inestable

    • Dependencia

    • Quejas constantes

    • Enfado e irritabilidad

    • Colapso familiar

    Pero todos estos síntomas nos indican qué órganos vitales,
    sin estar enfermos, están desequilibrados energéticamente.

    Si no somos capaces de vivir en armonía con la vida que nos
    rodea aparece el desequilibrio y esto conduce al desorden y luego a la
    enfermedad.
    El primer síntoma que nos avisa de nuestros errores es la fatiga, tanto física
    como mental, que genera cansancio, pérdida gradual de un comportamiento y
    pensamiento claros y la tendencia a la queja.

    El siguiente paso es el de los achaques y dolores físicos,
    sentimientos de tristeza, pérdida de la confianza en uno mismo, olvidos,
    obstinación y fijación en problemas insignificantes, perdiendo de vista lo
    esencial.

    A continuación se altera la calidad de la sangre, se
    debilitan los glóbulos rojos y blancos, aparece la acidez y alteraciones en la
    tensión arterial, anemias y problemas de piel. Estos síntomas, muy
    frecuentemente vienen acompañados de nerviosismo, irritabilidad, depresión,
    miedo y pérdida general de dirección en la vida.

    Si la calidad de la sangre sigue debilitándose y la persona
    no corrige su estilo de vida y su forma de alimentarse, surgirá la ira, la
    impaciencia, la intolerancia, la frustración, pensamientos y creencias
    ilusorias, y otros desequilibrios emocionales.

    Síntomas que avisan

    Aquí ya puede aparecer la enfermedad en forma de disfunciones
    o cambios estructurales o celulares que afecten a órganos internos o glándulas.
    En la dimensión psíquica, los síntomas son la obstinación, la preocupación
    crónica, el comportamiento egocéntrico, mentalidad estrecha, una visión muy
    rígida de la vida e incapacidad para vivir el momento presente.

    Diversos desórdenes nerviosos pueden surgir de esta tendencia
    degenerativa, como pérdida de coordinación, parálisis parcial o total y otras
    condiciones músculo-esqueléticas. Mentalmente se traduce en una visión muy
    negativa de la vida, pérdida de autodisciplina, comportamientos y pensamientos
    caóticos y tendencias autodestructivas.

    Finalmente aparece la peor enfermedad en el ser humano: la
    arrogancia, el egoísmo y la vanidad. La persona siente que el mundo está en
    contra de ella y que sus enfermedades, síntomas o dificultades están totalmente
    desconectadas de su estilo de vida, comportamiento y dieta.

    El cerebro guarda una estrecha relación con los intestinos,
    no solamente desde el punto de vista estructural: ambos tienen muchos repliegues
    y recovecos que les permiten procesar una enorme actividad funcional, a pesar
    del pequeño espacio que ocupan. Mientras los intestinos procesan el alimento
    físico, el cerebro procesa el alimento mental en forma de impulsos y
    vibraciones. Los problemas intestinales se reflejan a menudo en la toma de
    conciencia y por supuesto también sucede a la inversa. Por ejemplo, el
    estreñimiento da lugar al pensamiento de frustración y a la incapacidad para
    concluir las tareas empezadas, y cerrar así los diferentes ciclos de la vida.
    Así, las diarreas pueden venir acompañadas de una necesidad compulsiva de hablar
    sin parar y una incapacidad de seleccionar correctamente lo que queremos y lo
    que no.

    «Somos lo que comemos», es mucho más que una frase famosa e
    incluso interesante, es cierto. En la medicina energética y de una manera muy
    especial en la macrobiótica –que utiliza la comida como única medicina–, la
    cocina se convierte en una verdadera alquimia donde se equilibran el yin y el
    yang para crear un terreno de salud y bienestar. Pondremos sólo dos ejemplos de
    yin-yang extremos en los alimentos para asomarnos mínimamente a sus resultados.

    Yin. Los alimentos expansivos como el azúcar y otros
    alimentos yin extremos abonan y favorecen los desequilibrios emocionales y
    mentales. Los microorganismos de los intestinos son los responsables de
    sintetizar las vitaminas del grupo B, que son transportadas al cerebro en forma
    de ácido glutámico y estimulan los centros nerviosos que influyen en el
    desarrollo de la conciencia humana. Los azúcares simples impiden este proceso,
    expandiendo los tejidos neuronales y provocando pérdida de atención,
    concentración y pensamiento claro.

    Actualmente, desde la infancia hay un desequilibrio en los
    niveles de azúcar en sangre que conduce a la depresión y la ansiedad y que
    lentamente impide reconocer la realidad tal cual es, y no como nos gustaría que
    fuese.

    Yang. Los alimentos muy contractivos también producen
    alteraciones emocionales y mentales. La persona se vuelve muy absorbente,
    posesiva, celosa y al mismo tiempo desarrolla muchos sentimientos de culpa.

    La vida no siempre es amable y todos sabemos de las
    dificultades, el dolor y la infelicidad, pero algunos viven el dolor cuando toca
    y luego vuelven a ser felices agradeciendo a la vida «sus favores», mientras que
    otras permanecen atadas a sus viejos recuerdos, que reviven constantemente. Esta
    actitud viene alimentada por productos muy yang (contractivos), como demasiado
    pan y horneados, productos animales, huevos, aves de corral, sal, etc. Estos
    alimentos contraen y endurecen el cerebro, los centros nerviosos y los chakras
    impidiendo que los recuerdos sean liberados.

    Dada la naturaleza energética de cada órgano vital, los
    alimentos extremos yin-yang suelen crear desequilibrios más o menos importantes
    dependiendo de la cantidad que se ingiera, de la persona, su condición, edad,
    sexo, ocupación y carácter.

    Desequilibrios emocionales

    • El mal genio, el enfado, la agresividad son «enfermedades
    del hígado». Cuando el hígado está «energéticamente sano» se asocia con la
    calma, la paciencia y la tolerancia.

    • La histeria, excitación, hipersensibilidad, nerviosismo,
    hablar sin parar o emplear la ironía con demasiada frecuencia apuntan al corazón
    e intestino delgado. En situaciones de equilibrio de esos órganos brota la
    tranquilidad, la calma y una expresión divertida, con «chispa».

    • La ansiedad, la duda, el escepticismo y los celos, son
    desequilibrios del bazo, el estómago y el páncreas. En condiciones saludables
    estos órganos favorecen la simpatía, la sabiduría, la inteligencia y el
    entendimiento.

    • Exceso de autoridad y dominio sobre los demás, dificultad
    para comunicarse adecuadamente y compartir los espacios con los demás,
    pensamientos repetitivos e ideas obsesivas, apegos y fijaciones son
    desequilibrios del pulmón y el intestino grueso. En armonía estos órganos
    fomentan la flexibilidad necesaria para el proceso de transformación en el ser
    humano

    • El miedo, la falta de autoestima, la timidez, la
    desesperanza se relacionan con desequilibrios de riñón o disfunciones en la
    vejiga. Cuando estos órganos están bien aparece el valor, la inspiración y la
    confianza.

    El prejuicio, la discriminación, el odio y la violencia son
    distintivos de estos tiempos modernos y se abordan como problemas sociales o
    culturales. Desde la perspectiva macrobiótica y la cocina curativa, todos estos
    síntomas no se pueden separar de la salud física mental y emocional, y surgen de
    un estilo de vida totalmente desequilibrado, que incluye una forma de comer
    desequilibrada.

    Podríamos decir sin miedo a equivocarnos que la causa básica
    del prejuicio y el odio es el endurecimiento de las arterias (arteroesclerosis),
    lo que contribuye a una visión estrecha y limitada de la vida. Igual que la
    sangre cada vez tiene más cerrados sus canales, más estrecha es la visión de la
    persona acerca de lo que le rodea.

    Las enfermedades de corazón, como ya sabemos, van en cabeza
    en el aumento de enfermedades degenerativas en nuestra sociedad moderna y
    especialmente en los países desarrollados. La carne, huevos, quesos, pescados y
    otros productos animales son la causa número uno del endurecimiento de las
    arterias, incluyendo aquellas que llevan la sangre al cerebro, nutriendo sus
    estructuras neuronales. También los alimentos ricos en grasas saturadas, el
    exceso de sal, los productos muy concentrados o contractivos, alimentos
    congelados, tostados o cocinados de forma muy yang contribuyen a este proceso.

    Aunque el problema se acrecienta cuando, para compensar este
    exceso de productos yang, se acompañan con un exceso de alimentos muy yin, como
    el azúcar, leche, alcohol, bebidas industriales, helados y otros alimentos muy
    expansivos, que pueden disparar el yang acumulado de forma explosiva y
    totalmente caótica en forma de ira, odio o violencia.

    Por su propia naturaleza energética los factores yang no
    provocarían violencia. Pueden conducir a la vileza, crueldad y otras condiciones
    muy negativas. Pero para liberar la energía yang acumulada se necesita del yin
    extremo: las drogas, el alcohol, el azúcar, la leche, son los principales
    productos que pueden disparar esta descarga metabólica.

    La cocina curativa que practicamos en el enfoque macrobiótico
    es una llamada a una dieta más simple, más inteligente y más limpia que ayude a
    la persona a estar más sana en todos sus aspectos, pero no reduce su objetivo a
    la salud individual.

    Michio Kushi es la persona que más ha trabajado para enseñar
    los secretos del yin y del yang en cada alimento, acercándose a la mentalidad
    occidental con un Gran Propósito, al que nunca, los que tenemos la suerte de
    conocerle, le hemos visto renunciar: una Humanidad en Paz.