La tierra nos ofrece salud por
todos sus rincones, pero los seres humanos, que nos proclamamos civilizados,
hemos cortado casi el cordón umbilical energético que nos une con la naturaleza
de la que tomamos parte. Hay que centrarse más en los sentidos y aquietar la
mente.
Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en el verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Juan Ramón Jiménez
La tierra es el lugar en el que vivimos mientras viajamos por
el espacio. Es la «Madre» para los que no perdieron contacto con ella. La Madre
tierra nos alimenta, nos cuida y nos protege en ese viaje entre las estrellas.
Los alimentos que «cocina» la tierra
La tierra nos ofrece sus mejores alimentos, como toda madre
buena cuida de sus hijos. Los alimentos más sanos y los que mejor favorecen la
renovación y autorregulación del cuerpo no son los que contienen más calorías o
más proteínas, sino las frutas, las verduras, los frutos secos, los cereales y
las legumbres, que han recogido durante todos los meses de maduración la energía
de los cuatro elementos de la naturaleza (tierra, agua, aire, sol).
De los cuatro elementos de la naturaleza, los alimentos vivos
extraen el quinto elemento, es decir la quintaesencia o energía vital. Los
alimentos vivos son concentrados de la energía destilada de la naturaleza que
nos cuida y nos protege.
El ser humano se forma en la «cultura» pero no olvidemos que
además crece con «natura». Si cortamos la unión con «natura» descenderá nuestra
energía y nuestra capacidad de vivir, y la capacidad de vivir es lo que nos
queda en un mundo en el que predomina el pensar o intelectualizar sobre el
sentir. El ser humano que no tiene contacto con la tierra es un ser
«desterrado», es un «Juan sin tierra».
Los alimentos más sanos que nos ofrece la tierra son aquellos
que en su estado natural, y sin mucha preparación ni manipulación, son
agradables al gusto, al olfato (aroma), a la vista (color) y al tacto. Los
alimentos que nos ofrece la tierra son los más bonitos en toda su gama de
colores y los que presentan un agradable aroma. Estas características son algo
que los diferencia de los comestibles (que se pueden comer), y que sin llegar al
rango de alimentos llenan con frecuencia nuestros platos.
El contacto con la tierra
En nuestra civilización el ser humano ha cortado la conexión
con la tierra, vive en las grandes ciudades a falta de superficies naturales y
no mantiene contacto con ella. Apenas contempla la naturaleza en los
documentales de la televisión y no conoce los ciclos naturales ni los sigue para
el mantenimiento de la salud física, psíquica y social.
Cuando caminamos descalzos en la hierba o en la arena de la
playa estamos integrándonos con la tierra, sintiendo su energía, su
electromagnetismo. Esta es una de las mejores recomendaciones en muchas
enfermedades y trastornos, especialmente en los problemas circulatorios,
varices, flebitis, artrosis, artritis de las piernas, etc. En la orilla de la
playa se juntan las fuerzas de los cuatro elementos de la naturaleza (tierra,
agua, aire y sol). Muchos problemas óseos mejoran al caminar descalzos en
contacto con la madre tierra.
Los niños pequeños, guiados por su instinto, disfrutan
caminando descalzos y no les gusta utilizar los «zapatones» que les colocamos
los adultos y que les dificulta el libre caminar, al igual que a los presos les
bloqueaba la pesada argolla.
Contemplar la naturaleza
Todos los días deberíamos caminar en la naturaleza mínimo una
hora, en el campo o en los parques de las ciudades. En nuestra sociedad en la
que vivimos tanto hacia fuera, hacia las actividades externas, necesitamos
momentos de quietud en contacto con la naturaleza. Necesitamos pararnos y sentir
nuestro cuerpo interior, al mismo tiempo que el «cuerpo» de la naturaleza de la
que tomamos parte. Cuando contemplamos la naturaleza nos alimentamos de ella y
si caminamos por el campo, el bosque o la montaña, captamos las formas y los
colores de las piedras, los aromas de las plantas y las flores, los sonidos de
los árboles y animales, nos cargamos de energía y vitalidad. Decía Rudolf
Steiner que el ser humano se alimenta también de lo que capta por sus sentidos.
Lo que entra por los ojos que ven, los oídos que escuchan, la nariz que siente
el aroma, la boca que gusta, la piel que siente la caricia. Todo lo que captamos
por nuestros sentidos forma nuestros órganos internos y la energía que se
manifiesta con ellos.
El sonido o la armonía de los sonidos en la naturaleza: el
canto de los pájaros, el viento soplando entre los árboles o nuestras pisadas al
caminar nos ayudan a buscar nuestra propia armonía. Y la salud siempre tiene que
ver con la armonía o el mantenimiento de un ritmo.
Nos sería fácil captar dichas fuerzas de la naturaleza sino
estuviéramos tanto en nuestros pensamientos y en nuestro diálogo interior con
nosotros mismos. El ser humano necesita darle menos vueltas a su cabeza y
recoger las sensaciones que le llegan del mundo que le rodea, necesita bajar a
los sentidos. Abrirse a la naturaleza para aquietar los pensamientos.
Cuando se pierde o cambia el ritmo hablamos de enfermedad o
disarmonía (aumenta el pulso o la temperatura, aumenta la sensibilidad o el
dolor, disminuye la capacidad respiratoria o la capacidad de filtrar la sangre
por los riñones, se acelera o disminuye el movimiento intestinal en la diarrea o
en el estreñimiento, se aceleran los latidos del corazón…). La cadencia de la
naturaleza nos ayuda a sentirnos mejor y recuperar el ritmo interno perdido.
Todos los grandes místicos de occidente y oriente han
manifestado su predilección por la contemplación de la naturaleza, de la tierra
como ser vivo que nos mantiene, sostiene, protege y nutre. Para ellos, el
contacto con la naturaleza es de lo más «natural».
«La justicia es la bella distribución de la luz, el calor, la
fuerza y los dones que tan generosamente nos da la naturaleza».
Peter Deunov
El agua, fuente de vida
El agua representa el origen de la vida. Durante los nueve
meses de gestación nos encontramos "nadando" en el líquido amniótico, en las
aguas primordiales. Al final de este tiempo "se rompen las aguas", nacemos del
agua y aparecemos a la luz (dar a luz). Este es el mito del nacimiento de
Afrodita o Venus surgiendo de las aguas o de Moisés, el salvado de las aguas.
El agua es uno de los elementos de la Naturaleza y su energía
es necesaria para la vida. La fuerza vital de la Naturaleza y del cuerpo humano
dependen de ella. Donde hay agua hay vida; cuando falta el agua aparece la
muerte. Esto es tanto para los seres vivos que nos rodean como para nuestro
propio organismo. La sequía o falta de lluvia ocasiona la destrucción de los
vegetales y la falta de agua en nuestro organismo nos lleva a la muerte en unos
días. Los procesos vitales van siempre unidos al elemento líquido de la
Naturaleza.
No hay nada más flexible que el agua.
Pero para vencer lo duro y lo rígido
nada lo supera.
La rigidez conduce a la muerte.,
La flexibilidad a la vida
Lao-tse
Nuestro cuerpo está formado por un 70 por ciento o más de
agua viva que circula en forma de sangre, de linfa, jugos digestivos, líquido
cefalorraquídeo (en el cerebro y médula espinal) líquido extracelular (fuera de
las células) o intracelular (en su interior), sudor y lágrimas (de risa y
tristeza), etc. Esta corriente natural lleva las sustancias nutritivas a las
células y recoge de ellas las sustancias tóxicas para eliminarlas al exterior.
La orina es «agua» que elimina sustancias de desecho y tóxicas.
El agua viva, filtrada y llena de energía de los alimentos
naturales: frutas y verduras, es la de mejor calidad. No hay agua embotellada
que se le parezca. Cuando comemos mucha fruta y verdura aportamos mucha agua
naturalmente filtrada y viva a nuestro cuerpo. Si comemos sanamente no
necesitamos beber tanta agua. Los alimentos más sanos son, inevitablemente, los
que contienen la misma proporción o más de agua que nuestro organismo. Las
frutas y las verduras están compuestos en más del 80 ó 90 por ciento de agua. De
la cantidad del agua que entra con los alimentos o cuando bebemos líquidos el
cuerpo renueva de un 20 a un 30 por ciento eliminándola por la orina, aliento,
heces, transpiración, sudor; el resto sirve para regenerar el líquido vital de
nuestras células.
Si por el contrario no comemos ni fruta ni verdura, ingerimos
menos agua que la que verdaderamente necesita el cuerpo y las células. Las
células sentirán la falta de líquido, informarán al cuerpo y al centro de la sed
en el cerebro y aparece la sensación de sed.
De esta manera, si bebemos agua o zumos, como lluvia fértil
llenará el cuerpo y evitará la sequía. Imaginemos que comemos alimentos que
contienen sólo un 30 por ciento de agua. Como dicha cantidad se encuentra muy
por debajo de los dos tercios de líquidos que forman nuestro organismo vivo,
aparecerá la sed para cubrir la falta de agua.
Cuando llevamos una alimentación no adecuada nuestro cuerpo
acumula muchas sustancias tóxicas, incluida la sal de cocina. Por su propio
instinto de vida, ante dicho cúmulo tóxico, el organismo retiene agua en el
intento de diluir dichas sustancias nocivas. Cuanto más se diluyen las
sustancias tóxicas almacenadas en nuestros órganos menos dañarán a las células.
Es éste un mecanismo de autorregulación, pero al aumentar la cantidad de
líquidos también incrementa el volumen de sangre y con ello puede aparecer un
aumento de la tensión sanguínea o hipertensión.
El agua nos ayuda a limpiar el cuerpo, pero el exceso de agua
«inunda» nuestro organismo. Hay ciertas personas, con más frecuencia mujeres,
que tienen retención de agua en su cuerpo y que además, en contra de su propio
instinto, beben mucha agua siguiendo la recomendación del médico o por los
comentarios de alguna amiga. Cuanta más agua beben más retención sufren, y la
retención de líquidos es una de las causas importantes de obesidad y origen de
otras enfermedades. Con frecuencia las personas que tienden a retener agua
parecen «botijos andantes» y nunca tienen sed. Aquellos que se encuentran en
esta situación es mejor que hagan caso a su instinto y no se obliguen a beber
sin sed, pues de lo contrario encharcarán sus células y empeorará su salud.
Un eficaz limpiador corporal
El agua no sólo nos limpia por fuera para mantener la higiene
corporal externa cuando nos duchamos o bañamos, también nos «limpia» por dentro.
Quizás el ritual del bautismo, que antiguamente se llevaba a cabo sumergiendo
totalmente a la persona en el río o el lavado ritual de los pies, sean un
recuerdo de la capacidad de limpiar internamente del líquido elemento. Cuando
nos encontramos física o psicológicamente agotados, una ducha o un baño en el
agua nos ayudan a «descargar» el cuerpo y la mente. Muchas veces nos hemos
sentido más ligeros y con más vitalidad después de mantener contacto con el
agua.
El agua también nos descarga la electricidad estática que
acumulamos en nuestro cuerpo debido a que llevamos ropa de fibra sintética o
mantenemos contacto con el aire acondicionado, las moquetas de fibra, los
electrodomésticos, el ordenador o el coche. Tras varias horas de trabajo con el
ordenador podemos dejar las manos bajo el grifo abierto para «descargarlas» y
refrescarnos la cara, la nuca…
El hecho de beber un poco de agua, un zumo de frutas o
verduras, nos recarga igualmente de energía cuando nos sentimos corporal o
psicológicamente cansados. Si estamos emocionalmente afectados o «descargados»,
energéticamente hablando, un trago de agua o zumo nos ayuda a recobrar la
vitalidad perdida. Para quitar un «mal trago», lo mejor es un buen trago de agua
o zumo.
El agua, aparte de ser H2O, es uno de los
elementos vitales que la naturaleza pone en nuestras manos para mantener la vida
y la salud. Es el elemento líquido que a todo se adapta y que todos los
obstáculos vence.