Suciedad

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Últimamente se me hace difícil seguir adelante. Siempre he tenido fe en el ser humano y en su capacidad de cambio, sin embargo, cada vez cuesta más encontrar a personas que vayan por el mundo sin armadura y que vean más allá de las apariencias. Hemos logrado manifestar la máxima decadencia como sociedad al adoptar la misma forma de funcionar de esa minoría que siempre nos mantuvo esclavos.

Estamos completamente condicionados por patrones de separación, desconfianza, competitividad y abuso. Lo más penoso es que las creencias que consideramos propias, nos las inculcan desde la infancia para que encajemos en el sistema. Trabajo duro, esfuerzo, sacrificio y renuncia son, en mayor o menor medida, las bases que sustentan este paradigma caduco.

La vida se proyecta en un escenario futuro lleno de felicidad: cuando consiga el título, cuando encuentre trabajo, cuando tenga familia, cuando tenga mi casa…, cuando, cuando, cuando… Intentamos cubrir etapas como el burro detrás de la zanahoria, agotándonos por el camino sin rebelarnos y sin reclamar nuestro derecho a ser felices ahora.

Cuando llegamos a la meta estipulada estamos exhaustos, pero enseguida planificamos un nuevo objetivo. Vamos corriendo a todos lados como pollos sin cabeza y se nos escapa el momento presente porque siempre está el foco puesto en el devenir. Con el día a día lleno de obligaciones, ¿cuánto tiempo dedicamos a las cosas que nos interesan? ¿No os resulta antinatural y poco gratificante?

La manera de “ganarse la vida” es para la mayoría una fuente de infelicidad, un desgaste de la salud y del ánimo que, con suerte nos permite llegar a fin de mes en una rueda infinita que jamás compensan las pagas extras, las vacaciones o una buena jubilación. Por eso la mala fama de los lunes, ¡pobres lunes! ¿Qué nos han hecho ellos?

La vida no tenemos que ganarla, se nos ha otorgado ya y tenemos derecho a vivirla, sin embargo, el sistema nos permite únicamente sobrevivir. El empleo debería ser una fuente de abundancia y de realización personal, de lo contrario supone un deterioro para el individuo a todos los niveles por tener que “tragar” con cosas que le disgustan.

Hasta hace pocas décadas, se valoraba la experiencia tanto vital como laboral, ahora sin embargo, tener más de 45 años y quedarse en desempleo es todo un hándicap pues los empresarios siempre buscan gente joven. Esto plantea un contrasentido respecto a la tendencia a alargar la jubilación: nos quieren productivos hasta edad avanzada pero el “mercado laboral” nos margina a medio camino.

Toda la vida dedicando más tiempo del debido a un trabajo que la mayoría detesta para tener un piso, un divorcio, varias patologías y una jubilación que no da para llegar a fin de mes. Con suerte, cuando concluye la etapa laboral uno no tiene más que ganas de caerse muerto porque ha perdido por el camino toda intuición sobre cómo sentirse feliz.

Y la juventud también lo tiene muy difícil porque se pretende que con 20 años todos tengan carrera, dos másteres y dos años de experiencia y, con todo respeto, las cuentas no salen.

Para mí esta forma de vida no es otra cosa que esclavitud.

Y por si fuera poco, a la esclavitud laboral hay que añadirle la esclavitud inmobiliaria, estrechamente ligada a la anterior. Aquellos “afortunados” que tienen crédito bancario para embarcarse en la compra de una segunda o tercera residencia, van pagando la hipoteca con el sudor de sus inquilinos.

Encontrar una vivienda a un precio razonable y tratando directamente con los propietarios es prácticamente imposible. Todos quieren “asegurarse” y por eso recurren a las inmobiliarias, unas sanguijuelas de cuidado. Desde que se ha instaurado este modelo, el precio de los alquileres se ha “disparatado” y las posibilidades para la gran mayoría de encontrar unas condiciones decentes han menguado.

Mi hermana, por ejemplo, ha tenido que pedir un préstamo para poder alquilar un pisito de nada en la ciudad donde trabaja. Va a pagar la mitad de su sueldo a una familia que ya tiene su vivienda habitual. Después escuchas a muchos quejarse de que hay “okupas”, yo pienso que hay demasiado pocos. Existen más edificios que personas y muchas de ellas no pueden acceder a una vivienda digna cuando es un derecho que recoge la Constitución.

Eso refleja que damos más importancia a la posesión de cosas que al bienestar de nuestros congéneres.

Se ha montado una sociedad para que sus individuos estén prácticamente siempre en la cuerda floja y si falla el trabajo que es la base del sistema, todo cae como un castillo de naipes. Cuando ya no se puede pagar el alquiler o la hipoteca te vas a la “miércoles”. Entonces, ¿a quién recurres? Si tienes suerte igual puedes volver con tus padres, si no es así, ¿qué haces?

Conviene hacerse dos preguntas: ¿qué es ser pobre? y ¿quién puede ser pobre?

Ser pobre para nuestra “suciedad” es no tener recursos materiales para salir adelante. Hay quienes creen que vivir de ayudas sociales y de caridad es una salida fácil. Puede haber excepciones, pero mínimas. Sólo quien haya pasado por situaciones de carencia comprende el alcance tan devastador que tiene para las personas. No es sólo que no puedan cubrir sus necesidades básicas, es que se sienten miserables, excluidas, unas marginadas. Remontar la crisis es un auténtico acto de valentía pues es corriente caer en estados de depresión y desde ahí es complicadísimo recuperar una cierta estabilidad.

Los que más tienen no quieren perder su estatus y ese miedo les lleva a abusar y a temer a todo el mundo. Deberían revisar la creencia “soy porque tengo”, pues el “tengo” puede cambiar en cualquier curva del camino. Por eso, respecto a quién puede ser pobre la respuesta es: “todos”. Nadie está exento de tener una mala racha y caer en el ostracismo. Y no siempre se dispone de una familia que pueda o quiera ayudar.

La buena noticia es que la “suciedad” se puede cambiar entre todos porque es una creación colectiva. No es preciso realizar grandes gestas ni acudir a efímeras manifestaciones, el cambio llega con actos individuales y diarios de rebeldía ante la desigualdad y el formato socioeconómico de “supervivencia”. El cambio se crea mediante una convivencia armónica con “los otros”, pues cuanto más separados estamos, más desvalidos nos sentimos y más cuesta arriba se torna la existencia.

Es absolutamente necesario recuperar el valor de la cooperación pues, en mayor o menor medida, todo el mundo está sometido por razones similares. Debemos sustituir las creencias de escasez por otras de abundancia. La Tierra es muy generosa, lo que ocurre es que el actual reparto de recursos es mezquino e injusto y tampoco generamos confianza y unión entre nosotros para quitarnos de una vez el yugo y recuperar nuestra soberanía.

Creer es crear. ¡Hagámoslo! ¡UBUNTU! (yo soy porque nosotros somos)

Eliminando toda la “suciedad” incrustada en nuestra psique y en la mente colectiva podremos construir una nueva “sociedad” donde cada individuo se sienta valioso simplemente porque existe y donde vivir merezca la alegría.

María del Mar del Valle
Educadora Social
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