Alimentación holística

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En las últimas décadas se ha puesto muy de moda todo lo que tiene que ver con la alimentación. Lo que antes se circunscribía únicamente al ámbito de la supervivencia (comer para mantener la vida), ahora está tomando diversos carices: salud, dieta, sostenibilidad, ética, deleite y hasta espectáculo.

Desde la salud se han empezado a tomar en consideración la composición y el grado de acidez de los alimentos, las incompatibilidades entre los distintos grupos, las calorías, las intolerancias, los aditivos e incluso el ayuno como forma de generar bienestar y limpieza orgánica. Se ha descubierto que no somos capaces de integrar todo lo que introducimos en el cuerpo y que numerosas dolencias se deben al mal estado de nuestro intestino. La razón: consumimos demasiados productos industriales. Esto hace que el organismo se inflame o engorde a causa de la bien llamada “comida basura”, lo que suele originar, más tarde o más temprano, desarreglos y enfermedades.

Existen formas de producción alimentaria que son muy cuestionables porque generan la sobrexplotación y el envenenamiento de la Tierra y también porque provocan daños colaterales en especies tan importantes para los ecosistemas como las abejas. Queremos de todo y en todo momento: tomates en invierno, coliflor en verano, kiwis en cualquier época, ya sean de aquí o de Nueva Zelanda, etc. El negocio de la alimentación humana está centrado en dar gusto a nuestros caprichos y nos fijamos más en la apariencia que en el contenido. Por ejemplo, no cuestionamos el efecto de los transgénicos o que las verduras y hortalizas tengan cada vez menos nutrientes.

Por si esto fuera poco, la dieta principal se basa en el consumo de cadáveres y eso nos llena de violencia. Sacrificamos a gran escala todo tipo de animales para saciar nuestra gula y, puesto que el universo es energía, cuando mueren, el miedo y el sufrimiento quedan impresos en su “carne”. Si tuviésemos que matarles con nuestras manos, la mayoría de la población sería vegana por una cuestión de empatía. Quienes deseen elevar su vibración en consciencia, lo van a tener difícil si continúan comiendo de esta manera.

Mientras una gran parte de la población humana muere de hambre y de sed o ingiere comida llena de toxicidad, hay lugares donde la gente se recrea con degustaciones gastronómicas a precios impagables… Es una cocina “pija” que no busca nutrir, sino satisfacer paladares hambrientos de estímulos. Y en los últimos tiempos, han aparecido programas de competición culinaria en TV, programas que sólo buscan aumentar la audiencia mediante un tema que está de moda.

Somos la única especie con hábitos que van en contra de su salud

Tenemos un cuerpo diseñado para mantener la vida, pero con las “cosas” que ingerimos, es normal que su capacidad de autoconservación esté cada vez más disminuida. La proliferación de alergias, cánceres, enfermedades autoinmunes y degenerativas es una buena prueba de ello. En resumidas cuentas, somos la única especie con hábitos que van en contra de su salud.

Dicho todo esto como introducción para explicar de dónde procede la decadencia de nuestros vehículos físicos, quiero centrarme en otro aspecto de nuestra alimentación aún más descuidado y del que no somos conscientes en absoluto. Se trata de cómo nutrimos a nuestra mente y a nuestro cuerpo emocional.

Desde pequeña me gustó ir al cine. Cada domingo mi madre me daba 10 pesetas para ir a ver la película que ponían en la sesión de tarde. Me impactaba ese mundo mágico, esa ventana a la que me asomaba para observar qué les ocurría a otras personas en otros lugares y, por un lapso de tiempo, podía introducirme en su piel.

Eso se trasladó pronto al ámbito del hogar cuando mis padres compraron el primer televisor. Como siempre he sido muy empática, me sumergía a tope en la historia y lo pasaba fatal. No entendía por qué las películas terminaban cuando todo se arreglaba y el chico y la chica se casaban o cuando el protagonista conseguía su sueño. Esto me ocasionaba grandes disgustos y llantinas que trataba de ocultar porque se burlaban de mí. Con el tiempo, fui entrenando la capacidad de poner distancia emocional y separar un poco más “realidad” y “ficción”.

Hace años tuve la oportunidad de realizar un curso universitario sobre escritura de guiones audiovisuales. Yo había hecho previamente teatro y era una entusiasta del cine alternativo. Una de las claves que me enseñaron los profesores de este curso es que todas las historias se basan en la resolución de “conflictos”. Entonces entendí por qué mis fantasías infantiles no se cumplirían jamás y por qué terminado el conflicto, ninguna película me contaría lo bien que les iba a los personajes, tendría que imaginarlo.

Comparto mi experiencia porque esta es la perspectiva desde donde se crean todas las historias que “consume” nuestra mente, así, mantenemos un incesante conflicto en todas nuestras vidas de “ficción”, casi tan verdadero como si fuese “real”. La capacidad de empatizar nos lleva a vivenciar en primera persona aquello que observamos, al igual que cuando revivimos un hecho pasado se despiertan las mismas emociones y pensamientos de aquel momento. Realmente, ni nuestra mente ni nuestro cuerpo emocional toman una distancia total de lo observado en esas situaciones ajenas que denominamos “ficción”.

Los productos audiovisuales atrapan nuestra atención y sus estímulos sensitivos, emocionales y mentales

Por eso, sostengo que los productos audiovisuales atrapan nuestra atención y sus estímulos sensitivos, emocionales y mentales, producen efectos en nuestro campo energético y logran con el tiempo modificar nuestras preferencias según los intereses de las élites. Es deliberado y tiene como propósito el control social. Esto es algo bien conocido en el mundo del marketing a través de la publicidad subliminal.

Resulta bastante lucrativo para el sistema mantenernos en el miedo, en la frustración y en la ignorancia. No interesa que descubramos que somos seres creadores, que somos amor y que albergamos una capacidad infinita para crear belleza y armonía. El “ocio” que nos venden no nos empodera ni nos muestra quienes somos en realidad, está diseñado para transmitirnos límites y que aceptemos que el poder siempre está afuera, que no podemos actuar sobre nuestro destino y nos conformemos con las migajas del festín de otros.

Desde mi punto de vista, en las últimas décadas el séptimo arte ha degenerado muchísimo. No creo que sea por falta de talento, seguro que se están escribiendo buenas historias, pero quien decide qué y cómo se cuenta no es quien las escribe, esa decisión la toma quien las produce, quien tiene el dinero. Y a día de hoy, el objetivo principal no es hacer arte, es hacer negocio.

La oferta que se exhibe actualmente en las salas, denota una gran falta de creatividad: los inacabables remakes de antiguos éxitos, la reiteración de temáticas, el exceso de efectos especiales, la velocidad de montaje de los planos que a veces no dejan ver lo que ocurre, la superficialidad de las tramas y un largo etcétera. Cuando algo tiene buena acogida por el público, se exprime en forma de saga hasta desgastarlo y, finalmente termina por dejarnos un mal recuerdo. Pero lo peor de todo es que parece existir un acuerdo general por mostrar la cara más fea de la creación humana.

En su mayor parte, las películas y series actuales presentan contenidos banales, repiten patrones sociales y ofrecen una visión desagradable y deshumanizada del mundo, muy pocas abordan temas amables, con sensibilidad y cercanos al corazón. Sin embargo, cada día suceden hechos insólitos, logros y auténticas proezas dignas de ser contadas que podrían revertir milenios de oscuridad, pesimismo y hostilidad. Pero esta es una demanda que debemos hacer los espectadores a través de cambios contundentes en nuestras preferencias de consumo.

Nos ha lavado tanto el cerebro que hemos perdido una cualidad básica para sobrevivir en esa jungla virtual: el discernimiento

El gran problema es que se nos ha lavado tanto el cerebro que hemos perdido una cualidad básica para sobrevivir en esa jungla virtual: el discernimiento. Ya no sabemos evaluar los efectos que nos causan los estímulos que recibimos porque nos movemos en modo automático. Nos han educado para validar lo que nos cuentan los “expertos” de cada campo sin cuestionarlo, por eso hemos incorporado ideas ajenas en nuestro mundo de creencias, sin darnos cuenta de que son implantadas porque no han surgido de nuestro razonamiento, de nuestra reflexión.

Al no tener el filtro del discernimiento somos muy, pero que muy manipulables. Nos creemos libres, pero al perder esa capacidad de reflexionar, también perdemos la capacidad de elegir, que es imprescindible para el ejercicio de la libertad humana. Hemos entregado nuestro poder personal a los medios de masas, ellos tienen la llave a nuestra esfera interna y pueden acceder desde cualquier plataforma, desde nuestros propios hogares.

También incluyo en este grupo a los periodistas que actúan como mercenarios del sistema. La búsqueda del sensacionalismo y del impacto les conmina a mangonear lo que sucede y a seleccionar los hechos más dramáticos y caóticos. Esto provoca un grave desequilibrio, hace que tengamos una visión sesgada de la vida y que aumente la desconfianza, el miedo y la separación entre nosotros/as. Con el agravante de que las noticias se tienen siempre por “reales”, no por “ficción”.

En un mundo gobernado por las tecnologías, los medios de comunicación y el dinero, puede parecer una utopía proponer que se establezcan pautas éticas a todo un elenco de vendedores de historias, pero lo considero imprescindible. Me he planteado cientos de veces la necesidad de elaborar un código deontológico que rechace aquellas prácticas profesionales que contribuyen a mantener la violencia, el miedo o la injusticia en la mente colectiva. La misma energía y dinero invertidos en dar forma a estos nefastos imaginarios se puede utilizar en otros proyectos más armónicos.

Me parece una enorme incongruencia que el ser humano pase toda su vida buscando la felicidad y no se dé cuenta de que para atraerla ha de estar alineado con el amor, el éxito, la paz o la cooperación, por citar algunos anhelos compartidos. Cree que está solo en esa búsqueda y que tiene que competir por alcanzar su felicidad a costa de la del resto, si es necesario. Nos han hecho creer que las soluciones están siempre afuera, por esa razón, podemos pasar la vida como el burro detrás de la zanahoria y no haber avanzado ni un paso en el logro de nuestros objetivos.

Animo a cuestionar lo que nos cuentan y cómo nos lo cuentan. Animo a dejar la pasividad a un lado, empezar a reflexionar y tomar decisiones sobre los asuntos que nos conciernen. Es hora de salir del letargo al que nos someten mediante el mal llamado “ocio”. Hay imágenes de violencia que me causaron un impacto tal que, a pesar de ser adulta, no consigo disolver de mi mente, así que, ¿qué vamos a pedir a la gente joven que se está educando en estos valores y cada vez antes tiene acceso a las tecnologías que los difunden? Resulta un milagro que con estas influencias consigan enfocar su vida hacia asuntos o profesiones de carácter social y humano.

Creamos con nuestra mente, así que lo mejor es avanzar sin dar rodeos hacia el logro de nuestros sueños. Opino que una auténtica revolución en el mundo audiovisual consiste en crear historias llenas de armonía y de amor, donde todo ocurra de manera fácil, milagrosa y feliz. Donde cada cual logre éxito, encuentre su sitio, consiga su propia realización y comparta sus dones con sus congéneres. Aquí cabemos todos. Cada persona con su vibración particular y su encaje único en el puzzle de la vida.

Puesto que vivimos en un universo cuántico y cada pequeña decisión marca un curso diferente en nuestra historia personal y colectiva, es urgente y necesario elegir bien cómo alimentamos todos nuestros cuerpos. De la misma manera que este cambio dimensional nos conmina a replantear nuestra alimentación física, es imprescindible analizar lo que “consumen” nuestros cuerpos mental y emocional para crear pronto una masa crítica que eleve nuestra vibración hacia el amor.

María del Mar del Valle
Educadora Social
asdipagua@gmail.com