La gestación y la primera infancia determinan nuestra actitud ante la vida. La tristeza, la pasividad ante los problemas, la ira o el resentimiento son, por lo general, actitudes que no corresponden a nuestras circunstancias actuales sino a la etapa prenatal o a la primera infancia. Un buen método para curar estos trastornos emocionales consiste en recrear los sentimientos de nuestros primeros años para, a continuación, ejercer el perdón hacia uno mismo y hacia los demás.
Los primeros siete años de vida marcan al ser humano y crean patrones de conducta que luego se repiten a lo largo de los años. Detectar los momentos cruciales donde estos eventos se han producido, sumado a un sincero propósito de reconciliación con los personajes de nuestra historia personal, son el punto de partida para alcanzar la paz interior y la felicidad que todos anhelamos.
Cada día es más conocido el hecho de que la etapa de gestación y primera infancia son decisivas en el desarrollo emocional de los individuos. Durante la gestación, la madre transmite al bebé todas las emociones que ella vive y éste las capta sin contar con los recursos necesarios para manejarlas. Esto lo convierte en un ser absolutamente vulnerable a los acontecimientos que le rodean.
Nuestras primeras decisiones
El bebé percibe hechos tales como:
1.- La forma en que un ser humano es gestado (situación de amor y entrega o, por el contrario, violencia, rabia, obligación, abuso?).
2.- El proceso de aceptación del embarazo por ambos padres y su familia, sobre todo en casos en que los progenitores no han programado la venida del bebé.
3.- El transcurso del embarazo (la manera en que la madre percibe su estado, ya sea como un regalo o como una carga.
4.- Por último, el momento del nacimiento, en el cual el niño es separado de su madre y enfrentado a un mundo desconocido, golpeado para que respire rápidamente, nuevamente separado al ser cortado el cordón umbilical y finalmente llevado a un cuarto, por lo general frío y totalmente ajeno al vientre materno que le ofrecía seguridad.
Todos ellos se constituyen en factores determinantes para el desenvolvimiento emocional del ser humano.
Estos acontecimientos son los primeros contactos del niño con el mundo y, por lo tanto, determinarán las primeras grabaciones e interpretaciones que éste hará, tanto de las personas que lo rodean como de las circunstancias vividas.
Aunque resulte difícil de creer, un ser tan pequeño ya es capaz de hacer interpretaciones y tomar decisiones, aunque en forma muy básica: por ejemplo, puede no moverse si se cree rechazado, posiblemente porque siente miedo de la suerte que pueda correr; o sumirse en la tristeza, conducta que con seguridad reproducirá más adelante sin encontrar a simple vista una explicación razonable para ello.
Estos sentimientos, decisiones e interpretaciones son, por lo general, reforzados por acontecimientos posteriores al nacimiento. De esta manera, las acciones de cada día se convierten en un proceso de remembranza más que en una vivencia del presente: acción y reacción, causa y efecto. Es por ello por lo que generalmente, después de los siete años, una vez que el aprendizaje se ha consolidado, los seres humanos no tomamos nuevas decisiones respecto a nuestras reacciones frente al mundo, sino que reproducimos las que hemos ?grabado? previamente.
Este hecho nos convierte en una especie de robots que repiten las mismas historias, en un ciclo infinito donde sólo cambian los personajes y los escenarios, dando la sensación de que la situación no es la misma. Sin embargo, si logramos ir un poco más allá de las apariencias, observaremos que se mantienen intactos los sentimientos asociados: miedo, culpa, victimismo, rabia, rencor, abandono, etc.
Recordar para perdonar
Afortunadamente, en los últimos años tanto la ciencia como la religión han coincidido en la necesidad de recordar y recrear estos hechos, muchas veces dolorosos, que han marcado nuestras vidas, como medio para sanar las heridas y cambiar las decisiones que fueron tomadas en esos momentos cruciales y de las cuales normalmente no tenemos conciencia, convirtiéndonos en sus esclavos.
Sin embargo, muchas veces el simple hecho de recordar no es suficiente para borrar los sentimientos de dolor, rabia, culpa, miedo y soledad. Es necesario sentirlos en profundidad y agotarlos: rescatar al niño/a) de la situación en la que se sintió desvalido y vulnerable y perdonar a todos los personajes involucrados. Todo ello con el fin de liberar la energía que ese acontecimiento mantenía retenida, lo cual no sólo puede desembocar en depresiones, amarguras e infelicidad, sino en muchos casos en enfermedades a veces mortales.
De todo lo anterior se deduce la importancia del perdón como medio de sanación personal y vía para reencontrarse consigo mismo. No es casual que cada día existan más estanterías en la mayoría de las librerías del mundo dedicadas a la autoayuda y al desarrollo personal. En verdad, existen muchas maneras de lograr el autoconocimiento; sin embargo, el método aquí descrito se ha convertido en una de las técnicas más utilizadas por representar un medio rápido y directo de detectar el origen de los problemas logrando solucionarlos de raíz.
Los talleres en grupo pueden representar una excelente opción para aquellas personas que deseen incursionar en esta excitante experiencia de auto-rescate y reconciliación. En éstos se presentan diferentes situaciones, muchas veces relacionadas con las experiencias de nuestras vidas, de tal modo que se crea una especie de sinergia en el proceso de sanación. Además, los talleres de grupo son una buena oportunidad para detectar problemas muy concretos, que pueden ser profundizados posteriormente, ya sea por la misma persona, si cuenta con las herramientas necesarias, o por un especialista.
Independientemente del método, no hay duda que si queremos vivir una vida plena, libre de temores y de culpas, así como brindarles un mundo mejor a nuestros hijos, es necesario escudriñar un poco en nuestro interior y superar aquellos eventos cruciales en los que nos podamos encontrar atascados. Es preciso, bajo cualquier circunstancia, tomar la decisión de perdonar, una y otra vez de ser necesario, hasta que la paz y el amor se conviertan en una constante en nuestras vidas. Ya es hora de darnos cuenta de que la felicidad de cada uno está en nuestras manos.
Irulú Carolina Labarca León