Sana, sana, culito de rana

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    De pequeños, cuando nos dábamos algún golpe, nuestra madre
    solía acariciar la parte dolorida, diciendo “Sana, sana, culito de
    rana”. No es probable que las madres tuvieran intención de frotar
    a sus hijos con un batracio, pero lo cierto es que en la piel de algunas ranas
    se encuentran sustancias 200 veces más potentes que la morfina para calmar
    el dolor. Sin ir muy lejos, con el veneno del sapo común se puede tratar
    el reúma.
    Científicos de todo el mundo están descubriendo nuevas aplicaciones
    terapéuticas al veneno de sapos y ranas. Unas aplicaciones que ya eran
    conocidas por diversas tribus del Amazonas, y que ahora son objeto de estudio
    por instituciones tan prestigiosas como el Instituto Nacional de Salud, de Estados
    Unidos y los museos de Historia Natural de París y Nueva York, que están
    investigando las propiedades analgésicas y antibacterianas de las sustancias
    segregadas por algunos de estos anúridos. Herpes, afecciones cardíacas,
    esclerosis, Alzheimer o síndrome de Down, son algunas de las enfermedades
    que los venenos de sapos y ranas pueden ayudar a tratar.
    Mientras en Occidente las ranas sólo han sido apreciadas por lo que de
    suculento pudieran ofrecer sus ancas, en China o el Amazonas estos animales son
    capturados, e incluso mimados, para aprovechar las propiedades de sus glándulas
    cutáneas. En el caso de las tribus indias, para emponzoñar sus flechas
    y para calmar el dolor. Los líquidos que exudan los sapos comunes (Bufo
    bufo) hace cientos de años que se emplean en China para contener hemorragias
    y estimular las funciones vegetativas.
    Pero ha sido sobre todo gracias a un sólo hombre, el investigador John
    Daly, del Instituto Nacional de Salud, de Estados Unidos, como la ciencia ha conocido
    de la existencia de las propiedades terapéuticas en las toxinas que segregan
    sapos y ranas. Daly tiene identificadas más de 300 sustancias procedentes
    de ranas con interés farmacológico e incluso ha “bautizado”
    a muchas de ellas, capturadas en sus viajes por Suramérica. Es el caso
    de la Phyllobates terribilis, un pequeño batracio de color verde cuyo nombre
    debe al hecho de ser la rana más venenosa del mundo. Un solo ejemplar puede
    matar a medio centenar de personas.
    El descubrimiento de esta especie se produjo al observar que, a diferencia de
    lo que ocurría con otras ranas, que eran empaladas a fuego lento para extraer
    su veneno, en el oeste de Colombia, los indios chocós sólo necesitaban
    rozar su piel para envenenar las flechas. Con un único ejemplar pueden
    obtener 50 mortíferos dardos. Los chocós las guardan en cañas
    de bambú y las consideran uno de sus tesoros más preciados. Eso
    sí, se abstienen de tocarlas con los dedos.
    La letalidad del veneno fue analizada por Daly, que encontró en él
    la presencia de batratoxina, que si bien es una de las sustancias más tóxicas
    que existen, ha servido para comprender mejor el papel de los canales del sodio
    en el sistema nervioso. Unos canales que, según el equipo del Daly, son
    un factor importante en las arritmias cardiacas y en diversas enfermedades neurológicas,
    como la esclerosis lateral amiotrófica.
    Sin embargo, es la histrionicotoxina, la toxina presente en la rana Dendrobates
    histrionicus, la que ofrece mayores posibilidades para la investigación,
    según el químico y biólogo Manuel Pijoan, que ha recogido
    numerosa documentación sobre ranas y sapos e incluso ha visitado a los
    indios chocós.
    “Es un campo muy moderno y muy poco conocido, que presenta enormes posibilidades
    para el sistema neuromuscular”, asegura Pijoan. Las histrionicotoxinas,
    al igual que las pumiliotoxina B, procedente de la Dendrobates pumilio, afectan
    a la conducción de mensajes a través de las células del sistema
    nervioso. Esto ofrece, según Manual Pijoan Agran interés en el tratamiento
    de enfermedades como el Alzheimer, el síndrome de Down y la miastenia grave.
    Por su parte, en los árboles de la Guayana francesa, puede encontrarse
    la Pyllomedusa bicolor, cuya piel segrega una serie de sustancias con propiedades
    analgésicas y antibacterianas, y que está siendo estudiada por el
    Museo de Historia Natural y el Instituto Monod, de París.
    La investigación sobre muchas de estas ranas es algo más que una
    posibilidad. Recientemente científicos del laboratorio Abbot publicaron
    un estudio en la revista Science, que demuestra que un compuesto obtenido a partir
    del veneno de la Epipedobates tricolor -otra de las ranas descubiertas por John
    Daly en Ecuador-, el ABT-594 es 200 veces más poderoso que la morfina para
    calmar el dolor, sin producir dependencia. De momento los ensayos han sido realizados
    sólo con ratones, pero, según el doctor José María
    Infante, de Abbot, “es de esperar que las pruebas en humanos sean positivas”.
    También en los bosques australianos pueden encontrarse ranas con venenos
    curativos. Científicos de la Universidad de Adelaida, en Australia, han
    encontrado que la piel de varias especies de ranas del género Littoria,
    contiene una sustancia eficaz contra el virus del herpes y la bacteria a la que
    se relaciona con la osteomelitis, entre otras enfermedades. Un laboratorio se
    ha hecho cargo de las investigaciones y ya está previsto lanzar un fármaco
    basado en esta sustancia.
    Condón químico
    No tanta suerte ha tenido la empresa farmacéutica Magainin, en Estados
    Unidos. Descubrieron una crema vaginal basada en magaininas y aminosteroles, compuestos
    originados en ranas y tiburones, que no sólo era un buen espermicida sino
    que en las pruebas realizadas en ratas se comprobó que impedía todo
    tipo de infecciones. Además, no producía irritaciones. Pero esta
    crema, que podía haber supuesto una revolución en los métodos
    de anticoncepción, nunca llegó a las farmacias. La empresa no disponía
    de los fondos necesarios para realizar pruebas en humanos y ningún laboratorio
    se ha atrevido a hacerse con la patente por miedo a las demandas en caso de surgir
    cualquier problema.
    Uno de los mayores expertos europeos en venenos, Delfín González,
    director científico del Centro de Estandarización de Venenos, opina
    que las sustancias antirreumáticas del veneno del sapo común (Bufo
    bufo) también “tendrán que esperar” para verlas concentradas
    en una cápsula, debido los complicados trámites necesarios para
    poder aprobar un fármaco.
    En la Francia de los años cincuenta se utilizaban miles de sapos para curar
    el reúma. El tratamiento tuvo que interrumpirse porque los científicos
    no lograron sintetizar el compuesto en el laboratorio y la utilización
    masiva de sapos era inviable. También fracasaron las investigaciones realizadas
    en Argentina sobre su aplicación contra el cáncer, por problemas
    con la justicia.
    Alucinógenos
    La piel de sapos y ranas no sólo ha servido para curar enfermedades o matar
    enemigos, sino también para producir alucinaciones. Los indios matse, en
    Perú, se inyectan con sus flechas el fluido que segrega una rana arborícola,
    que secan al fuego. En Estados Unidos y Australia ha habido casos de muertes por
    infusiones de pieles de sapo. En el desierto de Sonora, en Arizona, se encuentra
    el Bufo alvarius, el sapo más alucinógeno que existe. Su veneno
    provoca alucinaciones parecidas al LID o la mescalina. En dosis altas puede ser
    mortal.
    Pero uno de los preferidos por los iniciados en este mundo es el más accesible
    bufo marino, cuya piel lamen -a veces a costa de sus propias vidas-, como asegura
    Óscar Campos, cuidador del Zoo de Madrid. Hasta tal punto ha llegado a
    extenderse esta “moda” que en los norteamericanos estados de Georgia
    y Carolina del Norte se han promulgado leyes que prohíben lamer pieles
    de sapos.
    No se conoce si en la Edad Media se conocían estas propiedades, pero algunos
    pueden empezar a replantearse el cuento del príncipe y el sapo. Así
    que cuando la princesita besó al sapo y vio al príncipe puede que
    lo que en realidad encontrase fuera un simple mendigo que pasaba por allí.
    Envenenamiento
    Sapos y ranas no pican ni escupen ni mucho menos muerden. Lo que hacen algunos
    de ellos es proyectar el veneno que se encuentra situado en unas glándulas
    detrás de los ojos, aunque la mayoría lo exudan a través
    de la piel. En caso de tropezar con algún sapo Ahay que estar tranquilos,
    asegura Delfín González. “La intoxicación sólo
    puede venir si alguien lo toca y el veneno entra en contacto con los ojos o con
    una herida, en cuyo caso se debe lavar rápidamente y acudir a urgencias”.
    Los casos más frecuentes de envenenamiento suelen producirse en perros
    que juegan con el animal.
    Los sapos suelen encontrarse en zonas húmedas y en cuanto a las ranas,
    no existen especies venenosas en España, salvo las que se encuentran en
    los zoos.
    Mitos y creencias
    sobre sapos y ranas
    Sapos y ranas han fascinado a todas las culturas, que les han abierto un hueco
    en su peculiar concepción del mundo. Debido al sonido que producen antes
    de las tormentas, a las ranas se les ha relacionado con la lluvia. En Australia
    y en el Amazonas existen ritos mágicos para pedir a las ranas que traigan
    la lluvia pues se piensa que al croar atraen el agua. En la India la palabra “rana”
    significa “nube” en sánskrito. Ellas personifican la tormenta.
    Pero esta asociación entre lluvia y ranas es algo más que un mito,
    por tanto que existen muchos testimonios de ranas lloviendo desde el cielo. La
    Biblia ya habla de estos sucesos, acaecidos en el Antiguo Egipto. La explicación
    se encuentra en el viento que arrastra a estos animales desde un lago o estanque
    para caer en cualquier otro sitio.
    En China se mira a la luna creyendo ver un sapo y la tradición atribuye
    los eclipses cuando el sapo intenta comerse la luna. En Japón, otra tradición
    atribuye buena suerte a las ranas. De la rana-toro se dice que desciende de un
    antepasado que podía aspirar todos los mosquitos de una habitación
    con una sola inspiración.
    En nuestra cultura, además de los cuentos de sapos y príncipes encantados,
    aparecen multitud de frases relacionadas con los batracios, como “tragarse
    un sapo” o “hasta que las ranas críen pelo”.