Cuatro reflexiones sobre la educación

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    «La crisis educativa podría tener una solución mediante la autonomía de los
    centros escolares». «La verdadera educación nunca ha de ser dogmática, sino totalmente libre y
    abierta a todas las ideologías». «Rudolf Steiner hablaba de la importancia de educar lo anímico en los
    jóvenes, es decir, el aspecto emocional y mental, y no sólo lo físico y lo
    puramente racional»

    1. AUTONOMÍA ESCOLAR Y ESCUELAS LIBRES

    La descentralización en materia educativa que se ha estado
    llevando a cabo recientemente en nuestro país, ha abierto un nuevo camino en el
    campo educativo que es preciso recorrer hasta su final. Podríamos decir que, así
    como ha habido una descentralización del Estado hacia las Autonomías, debe haber
    otra descentralización (la más importante y definitiva) de las Autonomías a los
    Centros Escolares, dando lugar a la autonomía escolar y las escuelas libres.

    De no ser así, los centros pasarían de un centralismo estatal
    a un centralismo autonómico, siendo el resultado el mismo que antes, o incluso
    peor, pues podrían surgir nuevos «reyezuelos» o «caciques» que dirigen la
    educación de una forma caprichosa e irresponsable. Recientemente los directores
    de Instituto madrileños denunciaron «el alejamiento de la Consejería de
    Educación de la realidad de sus centros educativos, el desconocimiento de cómo
    trabajan los equipos directivos, el menosprecio del trabajo de los departamentos
    de orientación, etc.» Igualmente podríamos señalar, a este respecto, la falta de
    igualdad de oportunidades (que defiende la Constitución) de las oposiciones a
    los cuerpos de profesores de primaria y secundaria en algunas autonomías, tema
    en el que deberían intervenir las más altas autoridades académicas y jurídicas
    del Estado.

    El estado centralizado pertenece a las estructuras políticas
    autoritarias del pasado que se están desmoronando en casi todo el mundo. La
    etapa en que los políticos dirigen y controlan toda la educación tiene que
    llegar a su fin. Es una exigencia y una necesidad de las sociedades libres y
    responsables. La actual crisis educativa podría tener una solución mediante la
    autonomía de los centros escolares, lo que hasta ahora sólo ha sido un eufemismo
    en las diversas leyes de educación, pues hay que tener en cuenta que la
    verdadera autonomía escolar no podrá venir nunca de arriba, sino que ha de
    llegar como consecuencia de una toma de conciencia y de responsabilidad de los
    educadores, de los padres y de los alumnos, los tres principales sectores del
    sistema educativo.

    La autonomía de los centros será útil y efectiva si estos
    tres sectores asumen tanto la libertad como la responsabilidad que le
    corresponde a cada uno en particular y a todos en conjunto. La característica
    esencial de las escuelas modernas pioneras en la educación es ser libres y
    responsables (y por supuesto, competentes profesionalmente). Sin libertad no hay
    avance, no hay evolución, y no se puede asumir la responsabilidad, así como sin
    responsabilidad la libertad está vaciada de contenido.

    Estos son, pues, los conceptos claves para una autonomía
    escolar, como para todo proceso de madurez: libertad y responsabilidad. Cuando
    los educadores, los padres y los alumnos (y primero y principalmente aquellos
    dos, por razones obvias) tomen conciencia de este hecho, habrá llegado el
    momento de asumir la autonomía escolar, y con ello un verdadero cambio en la
    educación. Todo abandono y dejadez, toda falta de colaboración entre esos dos
    sectores impedirá cualquier intento de solución a la crisis educativa, pues la
    alianza entre padres y educadores es imprescindible y ha de jugar un papel
    decisivo.

    Por su parte los políticos actuales (a los que no deberíamos
    exigir lo que nosotros no poseemos, ya que son la expresión de nuestras
    conciencias en las sociedades democráticas) es probable que sigan intentando
    controlar la educación en los niveles de primaria y secundaria porque saben que
    ello asegura, posteriormente, un control sobre los ciudadanos. Lo cual no debe
    impedir que se les exija su grave responsabilidad y su colaboración (enormemente
    valiosa si es positiva) para acelerar todo ese proceso hacia la autonomía
    escolar.

    El ambiente escolar que hoy se respira en la mayoría de los
    centros denota un malestar que es preciso saber atacar, mediante la comprensión
    de estos hechos. Hay que comprender, ante todo, que la solución a ese malestar
    nunca podrá venir de fuera ni de arriba, sino de ellos mismos. A mi juicio, son
    los educadores y los padres los que más deberían reflexionar, pues -aunque
    parezca paradójico e incluso demagógico- los alumnos están suficientemente
    concienciados de que «eso no funciona, hay que cambiarlo», pero ellos son el
    último eslabón de esos tres sectores básicos y, por tanto, los que tienen menor
    poder de decisión.

    De ello se desprende que los actuales profesores, aun
    comprendiendo su anómala e injusta situación actual, tienen que asumir que son
    ellos los profesionales de la educación y, por tanto, tienen una grave
    responsabilidad en el proceso educativo. Por su parte, los padres deberían
    implicarse más en la educación de sus hijos y reflexionar sobre la pasividad que
    caracteriza a una parte de ellos y la grave repercusión sobre sus hijos.

    Toda la sociedad ha de comprender que esos tres sectores
    educativos deben ser los principales responsables de los centros escolares y
    decidir, dentro de un plan, lo que mejor les conviene dada su peculiaridad y su
    idiosincrasia, lo mismo que los concejales de cada Ayuntamiento poseen la
    autonomía para decidir sobre la política de su municipio, y lo mismo que la
    universidad tiene su propia autonomía ¿En qué ha de ser diferente, a este
    respecto, un ayuntamiento cualquiera de un centro escolar?, o ¿es que los
    profesores de primaria y secundaria son menos responsables que los
    universitarios?

    Paralelo a la autonomía de los centros debería ir la creación
    de escuelas libres y las cooperativas escolares, con ayudas económicas de la
    administración. Unas y otras no deberían ser escuelas ideológicas, pues la
    verdadera educación nunca ha de ser dogmática, sino totalmente libre y abierta a
    todas las ideologías. Las Organizaciones Europeas de la Educación Independiente
    no gubernamental han firmado una «Declaración en defensa de una educación
    plural, libre y democrática», y en la que hacen «una reflexión sobre la
    necesidad de planteamientos nuevos, equilibrados y creativos en una sociedad
    cada vez más globalizada, si se quiere lograr una verdadera educación integral».
    La escuela (como la universidad, los ayuntamientos, la ciencia, etc.,) si no es
    libre, no podrá cumplir su función.

    En el Informe Europeo sobre la Calidad de la Educación
    Escolar (mayo de 2000), uno de los retos es el de la descentralización, donde se
    aborda la necesidad de otorgar cada vez más autonomía y responsabilidad a la
    escuela. El educador y pedagogo sueco, F. Carlgren, dice a este respecto: «Los
    representantes de la vida política y económica deberían aprender a no
    inmiscuirse en este delicado proceso de trascendental importancia mediante
    métodos y programas de enseñanza inadecuados? deberían concentrarse en el deber
    que les incumbe en realidad, es decir, proporcionar la libertad y las
    condiciones económicas que se precisan para la realización de estas iniciativas
    independientes». Aquí se prueban los verdaderos estadistas.

    2. LOS JÓVENES Y LA EDUCACIÓN

    Los graves problemas que son habituales en muchos jóvenes,
    hoy día, como el alcohol, las drogas, la violencia, la conducción irresponsable,
    etc., están creando situaciones verdaderamente dramáticas en muchas familias con
    repercusión en toda la sociedad. Hasta el momento parece que no se ha encontrado
    la solución adecuada, pues mientras unos los achacan ingenuamente a la edad,
    otros intentan corregirlos mediante leyes, decretos y normas externas, y los hay
    que reconocen no saber qué hacer al respecto.

    En mi opinión, toda esta situación muestra la grave
    desorientación que sufre nuestra sociedad en materia educativa. La educación
    convencional imperante en la actualidad es incompleta y bastante trasnochada, no
    sirve para orientar al niño y al joven por los derroteros trazados por el mundo
    del tercer milenio. Grandes sectores de la humanidad están demandando a gritos
    un cambio en las estructuras dominantes, tanto en el campo político y económico
    como en el cultural y educativo. En este último deberían saber los que gobiernan
    que es necesario un cambio en profundidad que afecta a toda la sociedad,
    comenzando por los padres en relación a sus hijos y continuando con los
    educadores y los medios de comunicación social, en especial la televisión y el
    cine.

    La pauta a seguir la dan los grandes pedagogos y educadores.
    Así el sueco Frans Carlgren, hablando de los problemas de la pubertad, dice:
    «Todo relato de las causas de la corrupción criminal y otras graves
    depravaciones sociales suele ser una historia del descuido de predisposiciones
    elementales que no han recibido una dedicación suficiente; por regla general se
    trata de falta de contacto anímico con el entorno más próximo durante la más
    tierna infancia».

    Viene a decir F. Carlgren que la falta de una educación
    adecuada en la familia, ya en los primeros años, es la causa de la mayoría de
    los graves desvaríos y de la irresponsabilidad que padecen tantos jóvenes. Y
    bien es sabido que, si no se conocen las verdaderas causas de un problema, no es
    posible solucionarlo. Al parecer no hay aún en nuestra sociedad (ni en los
    ciudadanos ni en los responsables políticos) una conciencia y un conocimiento
    claros de las verdaderas motivaciones de ese comportamiento habitual de muchos
    jóvenes.

    El gran educador y polifacético Rudolf Steiner ya en 1924
    hablaba de la importancia de educar lo anímico en los jóvenes, es decir, el
    aspecto emocional y mental, y no sólo lo físico y lo puramente racional. Una
    educación en este sentido está aún ausente en la mayoría de las aulas y de las
    familias, a pesar de lo mucho que se habla hoy de la necesidad de una educación
    de las emociones, de una educación integral, de toda la persona.

    Mucho queda por hacer en este campo, pues la mayoría de las
    leyes y normativas de educación son insuficientes. No se sabe o no se tiene el
    coraje necesario para reconocer la ausencia de una educación integral que
    alcance a todas las facetas del ser humano, que considere al niño como un ser
    que tiene que encontrarse a sí mismo, mediante la libertad, la reflexión y la
    responsabilidad en un entorno adecuado, en el que sea posible satisfacer las dos
    necesidades elementales de todo niño: la de imitar y la de tener una autoridad.

    Todo educador -sea padre o profesor- debe saber que el niño
    en la edad preescolar siente una gran necesidad de imitar, y posteriormente
    necesita tener una autoridad a quien admirar. Por eso dice el citado F. Carlgren
    que «tener ejemplos que imitar en la edad preescolar y autoridades que admirar
    en la edad de la enseñanza primaria, serían necesidades profundamente arraigadas
    y latentes en todo ser humano, y que deberían ser satisfechas durante la
    infancia si no se quiere que los niños padezcan para el resto de su vida la
    manía de imitar y la falta de crítica».

    De esa forma el joven podrá evitar la tendencia y el peligro
    de imitar modelos antisociales y de admirar autoridades huecas y falsas. Hasta
    aquí es preciso ahondar si se quiere comprender el verdadero significado de esa
    rebelión constante de muchos jóvenes que lleva a algunos de ellos a ese infierno
    que les origina, a veces, la muerte, porque no tuvieron -a su debido tiempo- el
    ejemplo y el modelo a quien imitar ni la autoridad responsable a quien admirar.
    Puede resultar algo duro oír estas afirmaciones, pero es una realidad que puede
    constatarse en la vida de la mayoría de los jóvenes que caen en la trampa del
    alcohol, la droga, la violencia o la conducción irresponsable.

    Del análisis de estos hechos se desprende que la solución a
    estos problemas no es de hoy para mañana, ya que requiere cambios profundos en
    casi toda la sociedad. Quizás por ello la sociedad en general es reacia a
    reconocer abiertamente esos hechos y no acierta con la única solución que parece
    posible: una verdadera educación en la familia y en la escuela. Los padres, los
    educadores y los responsables políticos han de recuperar la autoridad moral
    perdida y ser los modelos a imitar por los niños y los jóvenes. De lo contrario
    los graves problemas de la juventud seguirán presentes en nuestras vidas.

    Volviendo a los grandes educadores y pedagogos, ellos nos
    recuerdan que si queremos educar bien a nuestros hijos, primero tenemos que
    educarnos a nosotros mismos, pues ?según reza un viejo aforismo- nadie da lo que
    no tiene. Alguien dijo: «Para encauzar a un niño por la senda que debiera
    seguir, viaje usted por ella de vez en cuando». Y aquí radica el verdadero
    problema: ¿Quién educa al padre y a la madre? ¿Quién educa al educador? ¿Quién
    educa a los poderes políticos? Una buena reflexión a tener en cuenta antes de
    promulgar cualquier ley educativa.

    3. LOS PROFESIONALES DE LA EDUCACIÓN

    ¿Qué sería de la salud en un país sin médicos? ¿Qué sería de
    la ciencia y la tecnología en un país sin investigadores? Lo mismo cabe
    preguntarse: ¿Qué será de la educación en un país sin educadores? Si la palabra
    «educación» es hoy una de las más pronunciadas en casi todos los medios, quizás
    sea porque nuestro mundo está tomando conciencia de la importancia del
    conocimiento y del acceso a la cultura, hasta ahora patrimonio de unos pocos.

    Hoy se oye afirmar que sólo a través de la educación podrán
    salir los pueblos de su miseria, que la riqueza de un país no consiste en tener
    petróleo, diamantes, etc., sino en tener educación, o que la mejor forma de
    erradicar la pobreza en el mundo es la educación. Por eso se considera ese
    derecho como uno de los prioritarios y se reconoce en la Declaración Universal
    de los Derechos Humanos, en las constituciones de los diferentes pueblos del
    mundo, así como en otros muchos convenios, pactos y declaraciones
    internacionales.

    Por tanto la necesidad de contar con profesionales de la
    educación parece evidente y necesaria. Ellos han de ser los principales
    responsables (aunque no los únicos) de esa materia, lo mismo que los médicos han
    de serlo respecto a la salud.

    La pregunta «¿Existen educadores en nuestro país?» podría
    parecer una osadía, una imprudencia o una tontería para aquellos que hacen
    sinónimo «profesor» y «educador»; pero si preguntáramos a los propios profesores
    si ellos se sienten educadores, podríamos tener la sorpresa de que una mayoría
    respondería probablemente que no. Y la razón sería muy simple: Porque no han
    recibido, en sus respectivas carreras, la formación de educadores sino de
    profesores. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre ambos conceptos? Sin entrar en
    disquisiciones al respecto, se puede afirmar que el profesor es el que imparte
    unos determinados conocimientos, sean estos de matemáticas, inglés, mecánica o
    peluquería. La misión del profesor sería, en principio, la de instruir. En
    cambio el educador no se limita a impartir conocimientos, a instruir, sino que
    ha de «educar», tarea de una enorme responsabilidad y complejidad que exige,
    entre otras cosas, una formación psicopedagógica, así como la posesión de un
    perfil educativo, pues su objetivo es formar integralmente al alumno.

    En la actualidad, la insuficiente formación como educadores
    que reciben los profesores de primaria y la ausencia de esa formación en los
    profesores de secundaria, hace que estos cuerpos estén atravesando, hoy, unas
    dificultades que sólo ellos conocen verdaderamente, ya que la sociedad en
    general, como la propia administración educativa, les exigen que sean casi los
    únicos responsables de la educación de los niños y de los jóvenes, es decir, que
    sean verdaderos educadores.

    Esto no se les puede exigir por la sencilla razón de que no
    han sido formados para ello, hasta el punto de que no existe en el campo de la
    enseñanza «el perfil educativo», lo que sería lógico y deseable, como existe en
    otras profesiones. Lo cual quiere decir que, desde el punto de vista de las
    administraciones educativas, puede ser profesor de esos dos niveles cualquier
    licenciado o diplomado, tenga o no conocimientos psicopedagógicos y posea o no
    el perfil educativo propio e imprescindible para esta profesión.

    Parece que los políticos responsables de la educación han
    sido algo conscientes de esas carencias, y crearon la llamada «Formación del
    Profesorado» para intentar paliar, de alguna manera, esa anómala situación. Pero
    esa «formación» es incompleta y llega algo tarde, pues debe exigirse en el
    periodo de formación del futuro educador. Hasta ahora nada ha cambiado en la
    práctica, pues el CAP (o Certificado de Aptitud Pedagógica), además de su
    brevedad, nunca ha tenido verdaderos contenidos educativos.

    El TED (Título de Especialización Didáctica) que introduce la
    Ley de Calidad debería ser esa oportunidad de cambiar las aguas desde la fuente;
    pero, incluso deseando lo mejor (que su desarrollo sea realmente «educativo»),
    es probable que resulte insuficiente e incompleto, ya que sólo las Facultades de
    Educación (siendo fieles a su denominación) deberían ser, en mi opinión, los
    centros idóneos de formación de los futuros educadores, sean estos de Primaria o
    de Secundaria. Las Facultades de Letras y de Ciencias no pueden seguir siendo
    los centros de formación de educadores (al menos exclusivamente y sin conexión
    alguna con la Facultad de Educación).

    Si en los centros de primaria y secundaria, en lugar de
    profesores se necesitan educadores, mucho han de cambiar las cosas, pues hay que
    comenzar educando al educador. Eso sería tomar la educación en serio y con
    responsabilidad, y no sólo hablar y hablar de «educación». Resulta paradójico e
    incomprensible (rayando en el absurdo) que lo que más necesita, hoy, saber un
    educador -pedagogía y psicología escolar- no sólo está ausente en su formación
    académica, sino también en los temas de las oposiciones para acceder a esos
    cuerpos, y en cambio los conocimientos que se les exige apenas los utilizan y
    los necesitan en su profesión diaria. De ahí que la frustración en los
    profesores jóvenes puede llegar demasiado pronto.

    Urge, pues, una seria reflexión y un cambio profundo en la
    formación del profesional de la educación, el profesor, que ha de ser un
    verdadero educador, si se quiere de verdad superar la grave crisis educativa que
    padecemos.

    4. LOS PADRES Y LA EDUCACIÓN

    De los tres sectores principales que intervienen en el
    sistema educativo (educadores, padres y alumnos), la participación de los padres
    debe ser considerada como básica y fundamental para conseguir una verdadera
    educación, pues ellos son los que ponen la primera piedra de ese importante
    edificio que marcará el futuro de cada ser humano.

    En el Informe Europeo sobre la Calidad de la Educación
    Escolar (mayo de 2000), que comprende 16 indicadores de calidad, uno de ellos es
    la «Participación de los padres». Allí se dice que su participación en la
    educación de los hijos influye considerablemente en la mejora del funcionamiento
    y en la calidad de la educación.

    Asimismo en el informe sobre «La situación profesional de los
    docentes», realizado por el Instituto IDEA y la FUHEM, se dice que «la
    colaboración entre profesores y padres es un requisito necesario para mejorar la
    calidad de la enseñanza y una asignatura pendiente en el funcionamiento del
    sistema educativo». En el mismo sentido se ha expresado el Defensor del Pueblo,
    en más de una ocasión, recomendando la colaboración de las familias con los
    centros docentes, en especial hablando de la violencia escolar.

    La Convención sobre los Derechos del Menor, en su art. 27.2,
    dice: «A los padres les incumbe la responsabilidad primordial de proporcionar,
    dentro de sus posibilidades y medios económicos, las condiciones de vida que
    sean necesarias para el desarrollo del niño».

    Esta idea de la importancia del papel de los padres en la
    educación de los hijos la encontramos también en diversas investigaciones (según
    las cuales los estudiantes que mejor rendimiento obtienen en sus estudios, son
    aquellos que cuentan con el apoyo de sus padres), así como en los grandes
    pedagogos y educadores, filósofos, etc. Entre las sentencias de Pitágoras, por
    ejemplo, una reza: «Padre de familia, ten el sentido de diferenciar el bien y el
    mal para que tus hijos no los confundan».

    Todas estas afirmaciones acerca de la importancia de la
    participación de los padres en la educación de los hijos, contrastan con la
    realidad que encontramos, hoy día, en nuestro país y en el mundo occidental en
    general. Así, según el citado informe de IDEA y la FUHEM, una mayoría de los
    profesores se queja de la poca colaboración y participación de las familias en
    la educación de sus hijos.

    En efecto, en los medios educativos es sabido que hay un
    número de padres que muestran una cierta pasividad en relación a la educación de
    sus hijos. Son muchos los niños que se crían solos, teniendo como única
    referencia la escuela (los otros niños) y la TV. En nuestro país los niños pasan
    más de dos horas diarias de media frente al televisor, y según un estudio
    publicado en la revista Science, los niños que ven más de una hora de tele al
    día, pueden convertirse en adultos violentos.

    Esta ausencia o pasividad de los padres tiene unas
    repercusiones nefastas sobre los hijos. Pero veamos cuáles pueden ser las causas
    de esa actitud de los padres para poder atisbar algunas soluciones. La socióloga
    Inés Alberdi dice a este respecto. «El cambio en la vida de la mujer ha
    modificado las estructuras familiares». En efecto, en las sociedades
    occidentales se ha generado, en los últimos decenios, un cambio familiar
    profundo derivado de varios factores, entre los cuales el más significativo
    quizás sea la incorporación de la mujer al trabajo, unido al movimiento mundial
    de la liberación de la mujer. Estos cambios han hecho tambalearse al viejo
    edificio familiar y a la propia sociedad.

    Es evidente que las primeras víctimas de esa situación son
    los hijos, pues la madre ha sido, hasta muy recientemente, la que permanecía en
    el hogar al cuidado directo de los hijos y, hoy con su ausencia, el contacto con
    ellos es menor. Nuestra sociedad sufre, en la actualidad, las consecuencias que
    todo cambio lleva consigo, y no ha encontrado aún una nueva estabilidad para la
    familia. La incorporación del padre y de la madre al mundo laboral supone una
    falta de tiempo para la atención a los hijos.

    Esta situación también ha generado una nueva relación entre
    padres e hijos. Me refiero al grado de permisividad peligrosa y de debilidad al
    que han llegado algunos padres para intentar compensar ?según su parecer- la
    ausencia entre ambos, concediéndoles casi todos los caprichos porque, de lo
    contrario, creen que sus hijos pueden frustrarse. Es éste un grave error
    educativo que tiene consecuencias fatales para el futuro de los hijos, pues la
    psicología educativa enseña lo contrario: los niños y jóvenes terminan
    frustrados cuando sus padres no han aprendido a decir «no» a su debido tiempo.

    Ante esta situación no deberíamos caer en la trampa de buscar
    responsables concretos, pues la responsabilidad ?en este caso como en tantos
    otros- se diluye entre toda la sociedad en mayor o menor grado. La única postura
    coherente es, a mi juicio, reflexionar seriamente sobre el grado de
    responsabilidad personal en ambos cónyuges, y asumir la libertad de elección de
    que hoy se dispone para bien y para mal, sin echar la culpa a los demás. Por
    ejemplo, habría que comenzar preguntándose, antes de tener un hijo, si sabemos o
    no educarlo y si podemos o no hacerlo, pues no olvidemos que tanto el padre como
    la madre proyectan sobre sus hijos tanto sus virtudes como sus defectos, y
    quizás en especial sus frustraciones.

    Conocernos un poco mejor a nosotros mismos, esa podría ser la
    primera tarea de todo educador (sea profesor o padre). El psicólogo francés,
    Pierre Daco, dice: «La educación de los demás comienza por la educación de uno
    mismo. No hay excepción a esta regla». Por otra parte, no olvidemos que el
    ejemplo siempre ha sido y será la regla de oro de toda educación, y
    especialmente en la infancia. Ser un «buen» padre y una «buena» madre es un reto
    difícil, pero necesario e imprescindible para una «buena» educación de los
    hijos.

    Y recordemos, para terminar, otra sentencia del gran
    Pitágoras: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres», y
    los versos de Goethe:

    «Sí, los niños serían bien educados si los padres estuvieran
    bien educados».