Editorial: La curación imaginaria

    735

    Siempre hubo médicos -y «no médicos»- que cuestionaron las teorías oficialistas y practicaron métodos terapéuticos «no ortodoxos». Algunos con notable éxito.

    Hoy, el uso, el abuso o el mal uso de los medicamentos es la causa de uno de cada cuatro ingresos hospitalarios. Es pues evidente que seguimos practicando una medicina «alopática» muy agresiva y que necesitamos tratamientos más naturales, alternativos.

    Esta reflexión ha llevado a muchas personas a buscar métodos alternativos de salud en corrientes terapéuticas como la acupuntura, el quiromasaje, la homeopatía, la naturopatía, etc., o a diseñar tratamientos eficaces y no agresivos al margen de la «ordodoxia».

    Unos y otros, licenciados o no, han tenido incontables problemas a causa de su «disidencia». Problemas legales, burocráticos, administrativos, judiciales, tras los que no es difícil imaginar el largo brazo de «la mafia médica».

    Algunos médicos no ortodoxos han sido infundiados, expoliados, perseguidos, incluso encarcelados por su disidencia. Es el caso, por ejemplo, del doctor Ryke Geerd Hamer, con una larga y fructífera trayectoria profesional, que ha acabado con sus huesos en la cárcel pese a las sonoras quejas de sus pacientes, quienes aseguran haber superado graves enfermedades gracias a su ayuda. Hamer fue extraditado recientemente por España para cumplir condena en Francia.

    No menos sonoras fueron las protestas de los consumidores de «bio-bac», un medicamento «no ortodoxo» capaz de intervenir con éxito en procesos tumorales. El fabricante, al que algunas multinacionales farmacéuticas le han ofrecido una fortuna por la patente, también fue tratado como un delincuente, detenido y encarcelado, hasta que pudo demostrar su inocencia.

    Que la acupuntura, la homeopatía, o la naturopatía son técnicas muy eficaces está fuera de toda duda. Existen multitud de estudios y evidencias científicas que lo demuestran. Sin embargo, la todopoderosa industria farmacéutica, a través de sus largos e intrincados tentáculos, sigue intentando desacreditar a las medicinas naturales y a las técnicas «alternativas», con todos los medios a su alcance.

    Hace unos años, el Colegio de Médicos dijo que la acupuntura, la naturopatía o la homeopatía no tenían rigor científico y, en consecuencia, se negó a reconocerlas. En definitiva, la acupuntura «no interesa». Curiosamente hoy se pretende que «para ejercer como acupuntor hay que ser médico». Esa es la consigna. Sin embargo, nueve de cada diez acupuntores en ejercicio no son médicos lincenciados, así que estamos ante un ataque en toda regla contra todo un colectivo profesional. Algo parecido sucede con otras corrientes terapéuticas.

    El «cártel» que controla el gran negocio farmacéutico necesita seguir instalado en el monopolio de la salud, sin nada al lado que le haga sombra. No le interesan los remedios naturales, no le interesa la acupuntura, la naturopatía, el quiromasaje…, pero si hace falta se apropia de todo ello para neutralizarlo, para anularlo o reducirlo a su mínima expresión. El negocio es el negocio y lo que no se vende en farmacias estorba.

    Y en medio de ese remolino de intereses, ese espectáculo con el que nos obsequian las multinacionales farmacéuticas, esa guerra soterrada contra los acupuntores, homeópatas, naturópatas, suceden escenas tan grotescas como la que se nos brindó hace poco con motivo de la publicación del polémico estudio Gerac (German Acupuntura Trials).

    Se practicaron una serie de pruebas sobre tres grupos de pacientes alemanes. Al primero se le colocaron agujas según el sistema tradicional, al segundo en puntos no considerados terapéuticos y al tercero se le administró fármacos convencionales.

    La revista alemana Der Spiegel, y luego el dominical del diario El País, se hicieron eco de los resultados, pero para poner en entredicho la eficacia de la acupuntura en el tratamiento del dolor con el más estúpido de los argumentos. El titular era muy elocuente: «La curación imaginaria».

    Pues bien, resulta que el susodicho estudio concluye que el grupo que peores resultados obtuvo fue el de los pacientes que fueron tratados con fármacos, mientras que los mejores resultados los obtuvieron quienes fueron tratados con agujas de acupuntura. Y entre estos, los que fueron tratados con acupuntura «falsa» obtuvieron similares resultados respecto a los que fueron tratados con acupuntura «verdadera». Pero lo anecdótico, un medio supuestamente serio como El País, lo convierte en titular, y lo verdaderamente escandaloso, o sea que los fármacos son peores incluso que la acupuntura falsa, se minimiza. Ya se sabe, quien paga manda.

    «Lo realmente notable del estudio Gerac -dice un informe de Cofenat que publicamos en este número-, la viga que los médicos se niegan a ver, es que pone de manifiesto la inutilidad de algunos tratamientos farmacológicos. Aún leyendo torcidamente los resultados resultaría que la acupuntura, o el poder mental del placebo (esta vez con agujas) es más eficaz a veces que los fármacos. Esa si es una noticia.»