Hay algunos conceptos en el campo de la salud que necesitan
una revisión, al menos una «puesta a punto», y uno de ellos es el de
«enfermedad».
Si la salud es armonía, cuando esta armonía se pierde aparece
un nuevo estado, la enfermedad. En la enfermedad se pierde el ritmo normal del
organismo: la temperatura se eleva, el pulso se acelera, el ritmo respiratorio
disminuye o es dificultoso, se reduce la capacidad de filtración de los riñones,
aumenta el ritmo digestivo (diarrea) o disminuye (estreñimiento), el ritmo
mental o los periodos de sueño y vigilia cambian (insomnio)… en una palabra,
se pierde el ritmo.
Este estado de falta de armonía, o enfermedad, representa
muchas veces una forma de expresión o una llamada de atención; una oportunidad
para el cambio, una posibilidad para retomar algunos asuntos pendientes
(físicos, psicológicos y sociales) y un momento para hacer caso al cuerpo y
dedicarnos más a nosotros mismos, permitiéndonos hacer cosas que no nos
permitimos cuando estamos sanos, como estar más abiertos a la necesidad de todo
ser humano de recibir cariño y atención.
¡Cuántas personas llegan a «mejorar» su estado psicológico y
anímico a consecuencia de una enfermedad! ¡Cuántos enfermos se han curado
psicológica y anímicamente y han cambiado su forma de vida tras aceptar una
grave enfermedad! Así planteado pienso que puede ser un concepto un poco difícil
de entender para una sociedad que considera enfermo a quien padece síntomas
orgánicos (catarro, bronquitis…) y sano al que no los tiene, aunque la persona
sea «gravemente» egoísta, envidiosa, celosa y con «irrellenables» ansias de
poder y dinero. A más de una persona con una enfermedad grave le he oído
agradecer su situación porque gracias a ese proceso ha comenzado a vislumbrar el
verdadero significado de su vivir y lo mucho que se habían apartado de su guión
de vida. Con la aparición de una grave enfermedad muchas cosas superficiales
hasta entonces importantes, pierden su importancia y adquieren, en cambio,
significado las verdaderamente importantes.
Una persona enferma necesita recuperar y mantener la
capacidad de expresión (ex – presión, sacar al exterior lo que está preso) o de
lo contrario el cuerpo se encargará de hacerlo a través de una enfermedad. Decía
Sir William Osler: «Los órganos lloran las lágrimas que los ojos se niegan a
derramar».
Es necesario favorecer el potencial de autocuración del
enfermo y poner en movimiento su capacidad innata de autorregulación o el poder
curativo de la Naturaleza, la Vis Medicatrix Naturae de la filosofía griega.
Para ello el enfermo necesita un referente, alguien que no sólo sepa de
enfermedad y cómo tratarla (no maltratarla) sino que le ayude a llevar una vida
más sana y equilibrada. Un médico puede ser un compañero experto en el viaje
hacia la curación de la persona enferma. Un proverbio judío dice: «Médico,
cúrate a ti mismo». El médico del futuro tiene que reconocer poco a poco las
capacidades de autorregulación y autocuración de la persona enferma y ayudarle a
desplegar las fuerzas curativas que esperan ser despertadas en su interior.
Observar el cuerpo y la respiración de forma con-tinuada son
dos buenas maneras de acercamos a la salud. El ritmo respiratorio y la profun-didad
de la respiración muchas veces se alteran ante una urgencia, el dolor, el miedo,
el sufrimien-to o la cercanía de la muerte física del enfermo. La calma
respiratoria que se obtiene tras observar la respiración o una respiración
abdominal y completa son elementos de gran ayuda en el camino hacia la salud y
hacia la recuperación de la consciencia de la totalidad cuerpo-mente que somos.
Tenemos que vivir en el cuerpo entero, no sólo del cuello
hacia arriba, únicamente en la cabeza. Esta sociedad está centrada tanto en el
ámbito mental que se olvida de otros procesos vitales y a la vez necesarios para
el completo desarrollo del ser humano como son la sensación, el sentimiento, la
emoción, la relación afectiva, la imaginación, la inspiración creativa y la
profunda intuición. Es necesario más que nunca una verdadera ciencia de la
salud, no tan guiada por la lucha contra la enfermedad sino por favorecer la
salud y los factores de salud que la mantienen y la recuperan cuando la persona
enferma.
Si no «vivimos» el cuerpo aparecerá el dolor como una manera
de llevar consciencia a las zonas del cuerpo de las que no somos conscientes. El
cuerpo nos indica que hay algunas zonas que no están siendo atendidas o
cuidadas. Antonio Blay decía que aprendemos por el discernimiento o por el
sufrimiento (por el darse cuenta o por el dolor). La verdadera curación,
inevitablemente va unida a una transformación en la conciencia de la persona
enferma, y a un cambio en los hábitos de vida.
El reposo, el descanso, es un factor necesario para la
persona agotada. Durante el trabajo y el movimiento, mientras nos sentimos
fuertes, gastamos energías; con el reposo, cuando nos sentimos débiles, nos
cargamos. El ritmo trabajo-descanso es muy necesario en el mantenimiento del
equilibrio, siempre cambiante, al que llamamos salud.
Con mucha frecuencia la enfermedad manifiesta aquello que no
manifestamos o expresamos en nuestra vida; lo que no decimos, lo que nos
callamos, lo que nos tragamos. Lo que no decimos en forma de palabras lo podemos
manifestar, consciente o inconscientemente, a través de una enfermedad. Cuando
lo que pensamos, sentimos, hacemos y hablamos o expresamos se encuentra
alineado, nos estamos curando. Cuando pensamos una cosa, sentimos otra, hacemos
una tercera y expresamos de una cuarta manera distinta, no estamos alineados
sino alienados y aparece la enfermedad. Cuando intentamos ser algo diferente de
lo que verdadera y profundamente somos, nos vamos enfermando poco a poco. Cuando
«somos» lo que somos, y seguimos un camino con corazón, como decía Don Juan a
Carlos Castaneda, nos vamos curando. Decía V. von Weizsacker, máxima figura de
la medicina antropológica, «la salud es la realización de la verdad de cada
uno».
Es necesario conocer la salud y los factores de salud que nos
ayudan a mantenerla o recuperarla. Si sólo conocemos la enfermedad y sus
síntomas, no conocemos más que una parte. Es como conocer la noche, las
estrellas y constelaciones que pueblan el cielo en la oscuridad, sin saber que a
lo largo del día sale el Sol y podemos ver el campo, las montañas, la
naturaleza. Favorecer la salud es mucho más importante que luchar contra la
enfermedad.
Curar viene del latín curare, que significa cuidar. Es
necesario e imprescindible cuidarse para curarse.