Construcción sostenible

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    La construcción de viviendas, oficinas y
    edificios en general ha mejorado enormemente nuestra calidad de vida, pero
    igualmente ha supuesto un enorme coste ambiental, en todas las fases, desde la
    fabricación de los materiales de construcción al funcionamiento de los
    edificios, para terminar generando una enorme cantidad de residuos, la mayoría
    inertes, que acaban vertiéndose a veces en cualquier lugar.
    La sostenibilidad en la construcción supone
    reducir el impacto ambiental a lo largo de todo el ciclo de vida, minimizando
    la cantidad y toxicidad de los materiales de construcción, construyendo
    edificios que proporcionan luz y confort térmico con un mínimo consumo de
    energía, y reciclando los materiales de construcción al final de su vida útil.

     

    La
    construcción y mantenimiento de los edificios, según el Worldwatch Institute,
    consumen el 25% de la madera mundial, el 17% del agua, y el 40% de la energía
    y los materiales en general. La construcción a nivel mundial emplea cada año
    más de 3.000 millones de toneladas de materias primas. Los edificios, tanto en
    su construcción como en su funcionamiento, ocasionan el 32% de las emisiones
    mundiales de CO2. Igualmente el 30% de los edificios
    nuevos padecen el síndrome del edificio enfermo. Los frigoríficos y los
    acondicionadores de aire utilizan sustancias como los CFC y los HCFC (hidroclorofluorocarburos)
    que destruyen la capa de ozono, o que como los HFC (hidrofluorocarburos) son
    potentes gases de invernadero. La iluminación, los electrodomésticos y otros
    usos absorben una parte importante del consumo de electricidad, y los consumos
    energéticos en calefacción y agua caliente representan en algunos países hasta
    un tercio del total de la energía consumida. Directa e indirectamente
    (fabricación de cemento), la construcción ocasiona cerca del 25% de las
    emisiones de dióxido de carbono. La fabricación de aluminio, PVC, cemento,
    ladrillos, hierro y otros materiales de construcción contribuye de forma
    significativa a la emisión de contaminantes al aire y al agua.
    La industria de la construcción en un sentido
    amplio, desde los arquitectos y promotores, a las empresas constructoras,
    juega un papel clave en dar pasos hacia la sostenibilidad. El aumento del
    nivel de vida y el desarrollo económico ha supuesto la sustitución de los
    materiales tradicionales, como adobe, ladrillos, piedra, madera o bambú, por
    el acero, el aluminio, el vidrio y el hormigón. Igualmente ha aumentado el
    espacio útil por persona en prácticamente todos los países industrializados.
    Los nuevos edificios prestan nuevos servicios y comodidades a sus residentes,
    pero a costa de un enorme aumento del consumo energético y de agua.
    La construcción de una vivienda media en EE.UU. de
    160 metros cuadrados genera unas 7 toneladas de residuos. Pero lo que produce
    sin duda un mayor volumen de residuos es la demolición. La construcción, tanto
    en Estados Unidos como en la Unión Europea, genera una cantidad de residuos
    superior a los residuos sólidos urbanos (R.S.U.), que en la U.E. es un 50% más
    que los R.S.U. En España en 1999 se generaron cerca de 25 millones de
    toneladas de escombros de derribo y tierras de excavación, cifra muy superior
    a los R.S.U. A pesar de la enorme cantidad de residuos que genera la
    construcción, este problema apenas ha llamado la atención de los ciudadanos y
    los responsables políticos, quizás porque no plantea los problemas ambientales
    y sanitarios de los RSU y los residuos tóxicos y peligrosos de la industria.
    Salvo pequeñas cantidad de PVC, cables, plomo y algunas pinturas y aislantes,
    la mayor parte de los residuos generados por la construcción son inertes y
    carecen de toxicidad, y al no haber materia orgánica, tampoco generan
    lixiviados, ni hay que tratar los gases del vertedero. Pero la enorme cantidad
    de residuos, la superficie requerida por las escombreras y el enorme
    despilfarro de materias primas, obligan a replantear las prácticas actuales.
    Sin embargo, como han demostrado algunas
    actuaciones, se pueden reducir en más de un 60% los escombros y residuos que
    van al vertedero, a causa de la construcción de nuevas viviendas, la
    rehabilitación o la demolición. Igualmente hay grandes posibilidades de
    reciclar los escombros, sobre todo los materiales inorgánicos, como ladrillos
    y los bloques de hormigón. Estos últimos se pueden triturar, y el polvo
    resultante se puede mezclar con cemento para fabricar hormigón nuevo.
    También se debe recuperar y reciclar el vidrio, el
    hierro y otros metales, como el cobre, el plomo y el aluminio. Más complicado
    es el reciclaje de la madera (vigas, etc.), aunque se puede hacer, de forma
    parecida a como se recicla el papel: la madera se tritura y se reutiliza la
    fibra para fabricar nuevos productos, como maderas aglomeradas. Los tubos
    corrugados, compuestos por varios materiales plásticos, al igual que los
    aislamientos, no son reciclables, por lo que su destino son los vertederos
    controlados.
    La mayor parte de los residuos de la demolición
    son materiales de origen pétreo, que no presentan problemas de toxicidad, son
    inertes, son reciclables y en el peor de los casos sirven para sub-bases de
    carreteras, terraplenes o empleos parecidos (presas, construcciones
    marítimas). Los sistemas actuales de demolición, como señala el ITEC (Institut
    de Tecnología de la Construcció de Catalunya), son poco adecuados con el
    objetivo de minimizar los residuos que se originan en la construcción, porque
    lo que hace falta “no es derribar los edificios sino desconstruirlos”. El ITEC
    define la desconstrucción como el conjunto de acciones de desmantelamiento de
    un edificio que posibilita un alto nivel de recuperación y aprovechamiento de
    los materiales, para reincorporarlos de nuevo al ciclo constructivo. Su
    finalidad principal es reducir los millones de toneladas de residuos inertes
    que innecesariamente se incorporan a los vertederos, y minimizar el impacto de
    la fabricación de nuevos productos.
    La desconstrucción es muy diferente a la
    demolición habitual, y tiene lugar de forma inversa a la construcción, planta
    por planta y en sentido descendente, iniciándose con la retirada de los
    equipos industriales y el desmontaje de la cubierta, para acabar con los
    cimientos. El fin que se persigue es la separación y recogida selectiva de los
    residuos, para su reciclaje posterior. Gran parte de los residuos de
    demolición son aprovechables. Pero para ello hay que empezar a diseñar la
    construcción para que sea desconstruida, utilizando los materiales de
    construcción con una composición más homogénea y fácilmente separables.
    El principal problema es el económico. El
    reciclaje es viable, pero caro, al ser un proceso intensivo en mano de obra, a
    diferencia de la clásica demolición y traslado de los residuos al vertedero
    más próximo. Los precios de los productos recuperados son muy bajos, excepto
    algunos metales, como el aluminio, plomo y cobre. El vidrio, el hierro y el
    PVC se pagan entre 4 y 8 ptas, y se deben llevar al lugar donde se recuperan.
    El precio no compensa, en términos estrictos de contabilidad, su recuperación.
    Dados los costes de la mano de obra, no cabe pensar en ninguna rentabilidad
    económica en el marco actual. Para cambiar la insostenible dinámica actual
    hacen falta, pues, nuevas leyes, ayudas y/o subvenciones por parte de las
    administraciones públicas, y tasas más altas sobre los residuos de obra, que
    deberían ser finalistas (destinadas a cubrir los costes del reciclaje y
    disuadir de verter los residuos). Los países con la legislación más avanzada
    son Alemania, Dinamarca, Holanda y Suiza.
    El reciclaje y recuperación de los residuos en la
    construcción, enmarcados en una política de avance hacia la sostenibilidad
    ambiental y social, es uno de los mayores retos de la vivienda del futuro, que
    ha de ser más eficiente energéticamente, ha de emplear la luz natural y las
    energías renovables, debe estar adaptada al clima local, tiene que prescindir
    de los materiales tóxicos, ha de contemplar todo el ciclo de vida, debe
    emplear materiales locales y ecológicos, y sobre todo debe proporcionar una
    vivienda adecuada a todos los sectores sociales.