La felicidad, un compromiso ético

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    Vivimos una época muy acelerada. Hay un intenso movimiento en todos los
    ámbitos: los descubrimientos científicos, los cambios sociales (migraciones),
    los cambios culturales, las comunicaciones, los transportes,… Se podría
    hablar de un gran despliegue de energía, una especie de intensa vibración
    y ruido. Si observamos la evolución de la historia, veremos que hay una
    aceleración progresiva de manera que el ritmo del acontecer de las cosas
    es cada vez más intenso. Cabe pensar que los cambios sociales y en la naturaleza
    que vive hoy una persona es equivalente a lo producido a través de varias
    generaciones anteriores. Todo este ritmo de cambios se produce simultáneamente
    en cada persona.
    Desde el principio de los tiempos, desde el Big-bang, el universo se comporta
    en términos de dos polaridades complementarias: yin – yang, expansión
    y contracción, centrífugo y centrípeto, dar y recibir, materia
    y luz, etc.
    El ser humano está inmerso en esta polaridad y cuando trata de evolucionar,
    de crecer, trata, decimos, de equilibrarse, equilibrar en sí mismo estas
    dos polaridades existenciales. Estas dos polaridades son complementarias, no puede
    darse una sin la otra. Su equilibrio quiere decir que se encuentran en una fase
    estable, por corta que ésta pueda llegar a ser.
    Este equilibrio de polaridades ofrece una referencia para el trabajo personal.
    El término desarrollo personal ha sido muy cuestionado. Se plantea que
    no hay desarrollo. Lo que puede aspirar la persona es a ser efectivamente ella
    misma, renunciar a la alineación, tratar de no vivir en términos
    de expectativas ajenas o ideales impuestos. En este sentido, el desarrollo que
    cabe es el de la activación, el ejercicio de las potencialidades de cada
    cual. Esa es la evolución a la que podemos aspirar.
    Entendemos la felicidad como una experiencia subjetiva. Se manifiesta de muy diferentes
    maneras. No es la ausencia de sufrimiento. La felicidad es un estado consciente
    y se tiene cuando se acepta su ofrecimiento y nos permitimos vivirla. Ser feliz
    puede ser un regalo sin más que se acepta, pero es algo también
    que se logra. Suele percibirse como un estado de conciencia puntual. La felicidad
    se ofrece y hay que tomarla, aceptarla. Es importante considerar este aspecto.
    Normalmente hay una actitud de espera con respecto a la felicidad, algo que nos
    debe ocurrir. Hay que tomar una actitud activa al respecto. La felicidad es un
    logro al que se accede por una decisión y un trabajo. Efectivamente puede
    resultar más o menos fácil.
    Tiene que ver con vivir el momento, con estar presente. Puede ser más o
    menos fugaz y es un estado que da acceso especialmente a la creatividad, al sentimiento
    de alegría y a compartir. La felicidad se irradia. Emana de nosotros lo
    mejor y genera un aura positivo en torno nuestro.
    Decimos que ser feliz constituye un acto de decisión. Conlleva un determinado
    estado de conciencia y supone un tipo de estado energético en la persona.

    Hay algo contrario a la felicidad en esta aceleración del suceder de las
    cosas, en tanto que este movimiento puede constituir una fuga de la conciencia,
    una fuga de la percepción de sí mismo, de estar en sí. Tiene
    que ver con el momento que vivimos. El despliegue de cambios, la sobrecarga de
    estímulos puede conducir a una especie de descentramiento, a una dispersión.
    La atención se mantiene sobre una serie de secuencias, gestiones laborales,
    de compras, de desplazamientos que tienden a dejar a la persona fuera de sí.
    La cantidad e intensidad de trabajo que desarrolla una persona promedio corresponde
    a una actividad entusiasta, motivada, fundamentada en un proyecto. Tal proyecto,
    tales fundamentos, normalmente no se dan. A lo sumo, la persona se encuentra urgida
    por la resolución de una situación laboral, el afrontar toda una
    serie de gastos en los que se encuentra comprometido para mantener un espacio
    donde dormir y el consumo de toda una serie de productos y actividades que le
    conducen más que nada hacia un cierto adormecimiento, una cierta embriaguez:
    3 ? horas/día de consumo televisivo en este país, alcohol, tabaco,
    mantenimiento de imagen, desplazamientos en coche (sorprende el extraordinario
    número de desplazamientos que se realizan cotidianamente, la excesiva proliferación
    de vehículos de un lado para otro, como si se fuera a alguna parte), …

    Esto no quiere decir que ver la televisión, tomar vino, fumar, vestir de
    forma elegante o viajar constituyan de por sí una alineación. Sin
    embargo, la acumulación de todo ello, cuando se carece de un nivel de conciencia
    de sí mismo y del entorno en el que se vive, se podría entender
    más como una manera de mantener tal falta de conciencia que como una apertura
    a vivir el momento de manera más plena, el aquí y ahora, a la conciencia
    de sí. Por ejemplo, el vestir es una forma de comunicación. Constituye
    una posibilidad para mejorar las relaciones y el soporte para un despliegue de
    creatividad y belleza, del mismo modo que el lenguaje hablado o musical son instrumentos
    de comunicación. Podemos comprobar fácilmente cómo los diferentes
    lenguajes nos muestran algo de la creatividad y la esencia de la persona o se
    presentan como un discurso monocorde y homogéneo que constituye un caparazón,
    una barrera detrás de la cual se oculta el ser.
    El acceso a la felicidad es posible mediante un ejercicio de conciencia, trascendiendo
    estas circunstancias. Consiste en tener una mirada adecuada sobre el mundo y las
    cosas. Energéticamente es un estado que se reproduce y se entrena. Podemos
    ser conscientes de la cantidad de problemas que inundan el planeta y nuestra sociedad
    y al mismo tiempo reconocer a cada momento la extraordinaria belleza de la vida.
    Cada día, cada momento es un verdadero regalo. No se trata de negar los
    problemas o las dificultades que haya, sino de reconocer la belleza implícita
    a todo. Del mismo modo que nos duchamos cada día como una medida higiénica,
    podemos cuidar nuestra visión y sentimiento sobre las cosas, los demás,
    el mundo cotidianamente. Del mismo modo que cada día aseamos nuestro cuerpo
    físico, aseemos nuestro cuerpo emocional y psicológico y espiritual.
    Ser feliz se entrena, se decide y, cuando se logra, se comparte.
    No hacer lo posible por ser feliz es negarse a dar lo mejor de uno mismo. No es
    sólo una agresión contra sí, es un acto de violencia contra
    la vida, incluyendo a aquellos que nos quieren y tienen derecho de nosotros.
    Podemos llevar con nosotros un montón de problemas. La vida da muchas vueltas
    y nos confronta con toda clase de dificultades. La felicidad no depende de esto.
    Si fuera así, muchos podríamos renunciar a ser felices de manera
    definitiva. Ser feliz es fundamentalmente vivir el presente, renunciar a lamentarse
    y aceptar que hay lo que hay. Da lo mismo lo que protestemos o suframos por ello,
    eso no cambia nada. Por eso, no ser feliz es un delito contra la vida, es un acomodo
    estéril.
    La felicidad es uno de los espacios donde se refleja el conflicto básico
    entre las luces y las sombras, entre lo espiritual y lo material. Ambas energías
    muestran por todas partes su realidad. El ser humano tiene tendencia a aferrarse
    al dolor. Defendemos nuestro dolor, lo reivindicamos. Es como si quisiéramos
    proteger algo muy nuestro: la indignación ante algún agravio. Reivindicamos
    el derecho a sufrir, a estar indignados por tal o cual cosa. Es importante que
    reconozcamos esta tendencia para poder desprendernos de ella y expandir nuestra
    capacidad de comprensión y reconocimiento de la naturaleza. La vida es
    un regalo un momento tras otro.
    Cuando esto no nos resulta evidente, disponemos de un importante arsenal de técnicas
    sencillas para trabajar. La higiene energética y la psicoterapia están
    a nuestro alcance. La práctica de la relajación profunda, la meditación,
    o el vacío mental nos permiten especialmente deshacernos de las influencias
    más recientes y paulatinamente de otras más profundas que constituyen
    verdaderas intoxicaciones, ?quistes? que obturan, emborronan la expresión
    de nuestro ser y nuestra vivencia, nuestro estar en el mundo. Son técnicas
    bastante fáciles de aprender, aunque conviene ser riguroso en los aspectos
    fundamentales de su práctica. Su ejercicio regular es lo que llamo ?higiene
    energética?.