A dónde vas cuando no estás

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En ocasiones sucede que conduces hasta el trabajo y lo haces de modo automático, cambias de marcha, te detienes en los semáforos y circulas en compañía de gran número de otros vehículos sin colisionar con ellos. Sin embargo, si te preguntaran sobre sucesos que han acontecido mientras pasabas por allí, seguramente no podrías recordarlos porque aunque permaneciendo presente, estabas ajeno a todo. Sólo si algo hubiera roto la monotonía, habrías salido de ese ensimismamiento.Sin embargo, durante ese período de tiempo ¿dónde permanecía enfocada tu atención?, acaso ¿sabes en qué estabas pensando? Seguramente no.

Todas las veces que pasas por momentos así, se demuestra que tu consciente se encuentra en otro lugar. Es algo así como una especie de estado en automático, que manifiesta un cierto grado de disociación entre cuanto sucede fuera y cuanto ocurre dentro.

Lo que se pone de manifiesto durante esos instantes es que eres capaz de enfocar toda tu atención y por tanto toda tu consciencia en un lugar al margen del entorno y de tu propio vehículo corporal. La conciencia entonces va allí donde va tu atención y generalmente tu conciencia es enfocada en tu pensamiento, fundiéndose con él, de tal modo que todo tú está allí donde esta tu pensamiento.

Ello en sí mismo no es bueno ni malo. Nos cuentan del Sr. Newton que cuando se enfrascaba en el desarrollo de sus nuevos modelos de física mecánica, que incluso requerían del desarrollo de nuevos conceptos matemáticos, podía pasar días enteros olvidado de dormir y comer. Su hermana le llevaba bandejas con comida a la puerta del granero en el que trabajaba y que le hacía las veces de despacho y laboratorio. Al cabo de las horas, ella regresaba y constataba con frustración que la comida permanecía intacta. Mientras, él permanecía trabajando y manifestaba un terrible carácter si por un motivo tan nimio como el comer, era distraído de su tarea. Ese estado de absorción mental que demostraba el Sr. Newton, es muy distinto de los estados de desconexión que manifiestan la mayoría de las personas.

El 4 de julio de este año, se publicaba en la revista Science, un trabajo realizado en la Universidad de Virginia en colaboración con la Universidad de Harvard, liderado por el psicólogo Timothy Wilson («Just think: the challenges of the disengaged mind»), en el que se solicitaba a sujetos voluntarios, permanecer en silencio e inactividad por períodos entre seis y quince minutos. Se realizaron hasta 11 tipos de experimentos diferentes. Los sujetos manifestaban verdadero desagrado a la hora de permanecer a solas con el propio pensamiento, sin poder realizar ninguna otra tarea, que observar su psique. Al ver estos resultados, los investigadores pensaron qué podría suceder si al sujeto le daban a escoger entre permanecer a solas con el propio pensamiento o recibir un estímulo negativo (pequeña descarga eléctrica provocada por un dispositivo de 9 voltios). Lo sorprendente es que en el 67% de los hombres y en el 25% de las mujeres, preferían autoadministrarse la pequeña descarga eléctrica, antes que seguir a solas con el propio pensamiento, sin ninguna otra tarea a la que poder dedicarse.

Parece ser que cuando vagamos perdidos en nuestra propia mente de manera espontánea, el suceso no nos resulta desagradable, incluso lo hacemos de forma completamente inconsciente. Otra cosa es, cuando la tarea consiste precisamente en eso, permanecer centrados en nuestra mente sin otra cosa que poder hacer.

La cuestión es que nuestra mente a menudo permanece proyectada en un pensamiento errático, del que el sujeto posee poco o ningún control. A diario circulan miles de pensamientos inundando nuestra mente de ruido. Porque de eso se trata, de ruido mental. Todos esos pensamientos cuando son observados por el sujeto, demuestran girar en torno a no más de diez o doce contenidos distintos. Esto es, la persona le da vueltas a cosas una y otra vez, variando esos contenidos muy poco a lo largo de días, semanas, meses o incluso años. Casi podríamos decir que se trata de una especie de ruido mental blanco, que permanece de fondo en nuestras mentes y con el que conscientemente no solemos enfrentarnos.

En condiciones normales, la persona mira más hacia afuera que hacia adentro. El sujeto, mientras permanece estimulado por todo cuanto sucede afuera, rodeado de miles de estímulos que le llegan de todas partes (su familia, amigos, trabajo, publicidad, el smartphone, las nuevas redes sociales, etc.), se encuentra distraído de sí mismo y en esa medida, toda esa estimulación exterior, le hace permanecer ajeno a todo el ruido interior. En el experimento de Wilson, cuando se le solicita que se encuentre a solas consigo mismo, cuando el ruido interior se hace manifiesto, ese ruido que siempre ha estado ahí y en el que de cuando en cuando se introduce de forma inconsciente, ahora resulta insoportable.

En general, nuestro modo de vida, es permanecer en ese estado de hiperestimulación desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, eligiendo en la mayoría de los casos el ruido exterior al interior. Toda esa actividad hace que el individuo no tenga espacios de silencio y peor aún, al no estar acostumbrado y mucho menos educado, a qué hacer para traer a su mente a estados de silencio y serenidad, cuando de pronto se encuentra conscientemente a solas ante su interior, se siente extraño e incómodo.

Lo grave, lo muy grave y enfermo de estos hechos, es que demuestran que la mayoría de los ciudadanos permanecen inmersos en un estado mental verdaderamente disfuncional.

Claro que el camino hacia el equilibrio y el bienestar es muy exigente para el individuo. En primer lugar, éste ha de superar su dependencia a estar constantemente estimulado por el exterior (recientemente un programa de radio muy conocido encuestaba a sus oyentes y les preguntaba si preferían quedare sin vacaciones o quedarse sin móvil… te dejo que respondas tú mismo al loco resultado que obtenían). Superada su adicción, una vez que mira hacia dentro, debe superar la extrañeza del propio paisaje interior y lo desagradable que resulta la constante verborrea mental. Más allá de ese paso, estará el de superar la automática identificación con el propio pensamiento, de manera que cada idea, le arrastra fuera de su centro de equilibrio y silencio. De no ser orientado y entrenado, de manera natural le resulta una tarea prácticamente imposible, traer la quietud a su mente. Es algo que voluntariamente nunca o casi nunca ha sido capaz de experimentar.

El problema de la mente ruidosa, es que hace que el individuo nunca esté viviendo en el presente. Y ello es dramático, porque es aquí y ahora donde y cuando todo sucede, el lugar en el que se puede obrar el cambio que tanto anhelas.

El sujeto, al identificarse con el pensamiento, se identifica con el viento, permaneciendo siempre errático y desenfocado. Así, el individuo permanece proyectado fuera de sí mismo, ocupando su mente, ya sea con pensamientos del pasado, como del futuro y que pocas veces tienen que ver objetivamente con la realidad que es presente. Divaga, por ejemplo, sobre cómo dejará de fumar y cuáles serán las condiciones que habrán de reunirse para que ese último cigarro sea fumado. Fantasea en lo que desayunará mañana y en que comerá después para iniciar ese régimen y así perder esos kilos que le sobran.

Por contra, no está plenamente presente y enfocado cuando enciende el cigarro, ni cuando se sienta a comer y se vuelve a atracar saciándose más allá de lo que el apetito le pide. Una y otra vez se traiciona viviendo en una realidad que aborrece, por vivir dentro de una fantasía creada por el ruido mental que aumenta cada vez más la distancia entre lo que es y lo que él o ella, desearía que fuera.

La persona en este estado no escucha, sino que está más pendiente de ese argumento con el que va a rebatir, así nunca podrá comprender el punto de vista del otro. En ese estado mental, la persona ni siquiera se relaciona con el otro, sino que lo hace con la fantasía que del otro ha construido. Por eso se enamora de alguien que luego descubre que no es como creía. Porque tanto el paraíso como el infierno, lo lleva incorporado en el repetitivo discurso de su pensamiento. Todo ello le pasa desapercibido, porque ha perdido la capacidad de reflexionar, esto es, de verse a sí mismo a través de la mirada interior.

Hoy día, la mayoría de nosotros, viviendo en este estado de desconexión interior, nos hemos convertido en verdaderos desconocedores de nosotros mismos y sobre todo, hemos perdido la capacidad para activar todo el potencial de recursos interiores que permanece latente y que todos tenemos. Porque solo en la mente silenciosa, hay espacio para que emerjan nuevas ideas, intuiciones llenas de certeza y una visión renovada de nosotros mismos y de la realidad en la que vivimos.

Es muy posible que alguna mañana al despertarte, te haya sucedido que eras plenamente consciente, pero sin saber ni quién eras, ni dónde estabas, ni qué habría de acontecer ese día. Un instante después, es como si el software con toda esa información (identidad, lugar que ocupas, obligaciones, etc) se descargase, perdiendo ese estado maravilloso que disfrutaste durante un momento, en el que sencillamente existías en perfecto equilibrio. A ese estado tan especial es a lo que la tradición hinduista llama el «Sat Chi» o estado de consciencia pura. Ese tipo de estado es el que se puede alcanzar mediante la práctica de ciertas habilidades que te dan acceso a estados en los que la mente queda en reposo y puede vaciarse de contenido. Es entonces, cuando existes en verdadero equilibrio, ajeno a ninguna polaridad, en un estado de presente continuo. Y no sólo eso, tal estado mental, permite que accedas a niveles más profundos, allí donde surge la pregunta de «¿qué es eso que en el vacío contempla su propia existencia?».

En los años ochenta, el Dr. Tomio Hirai de la Universidad de Tokio, realizó una serie de interesantes experimentos (ver: «Zen meditation and psychotherapy»). Como él mismo acuñó hizo ciencia de la experiencia mística y al objeto de lo que aquí tratamos, el experimento que más nos interesa es uno en el que observaba los cambios que sufría el cerebro, mediante el registro en un encefalograma, de tres grupos diferentes: sujetos normales, sujetos meditando con técnicas zen y yoguis capaces de entrar en estados de samadhi. Todos ellos debían escuchar metrónomos a un ritmo constante. Los sujetos normales pasaban períodos en los que su cerebro escuchaba y dejaba de escuchar el estímulo sonoro, es como si su atención y conciencia se focalizase y se dispersase alternativamente. Los practicantes de zen, escuchaban siempre los estímulos del metrónomo. En todo momento permanecían atentos. Por el contrario los yoguis capaces de entrar en verdaderos estados de absorción interior, sólo escuchaban los metrónomos al principio y al final de la sesión. Como vemos las diferencias son sorprendentes y sólo los sujetos entrenados y disciplinados, eran capaces de enfocarse y centrarse ya sea hacia fuera como hacia adentro de una forma constante y estable.

La persona capaz de hacer silencio interior, de recuperar su propio centro, de forma natural se reequilibra y se distancia de estados polarizados y desenfocados. Aquel que encuentra y practica el camino interior pasa de juzgar a observar, de rebatir a comprender y de vivir dormido con los ojos abiertos, a vivir consciente, integrando la vida como una experiencia en presente continuo en la que sólo uno es el protagonista y el mayor de los responsables de cuanto sucede.

Ante la situación a la que la humanidad en su conjunto ha llegado, ahora que el modelo de sociedad conocido parece quebrarse, tan necesario como encontrar sistemas energéticos alternativos, sostenibles y baratos, lo es, el avanzar en descubrimientos sobre la naturaleza de la consciencia humana.

libro-la-conexion-perdidaTerminamos volviendo a la publicación de T. Wilson en Science, que comenzaba citando una frase de la obra El Paraíso Perdido de John Milton: «La mente es la propia morada y, en sí misma, puede convertir el cielo en un infierno, y el infierno en un cielo»… ¿Dónde eliges vivir tú?

Óscar Mateo
Licenciado con grado en Psicología con la especialidad Clínica por la Universidad de Comillas. Autor del ensayo: «La Conexión Perdida». Editorial Kolima.
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