Las relaciones amorosas fracasan porque en ningún momento de nuestra formación la sociedad nos da un modelo de lo que de hecho es una relación de amor, o cómo obtener éxito en ella. Existen fundamentalmente tres niveles en las que operan las relaciones íntimas, y nuestra formación social solo nos prepara para hacer frente a uno de ellos –el más superficial– y con bastante ineptitud, por cierto. Este nivel superficial se denomina el nivel de las expectativas. Este es, por lo general, el único nivel que dirigimos conscientemente.
El nivel de las expectativas se compone de nuestra autoimagen y autoimportancia. Cuando nos acicalamos frente a un espejo, lo que nos estamos arreglando son las expectativas de lo que queremos crear en otras personas. Es el nivel de nuestros sueños y fantasías, en el que todo el mundo está tan impresionado con nosotros como nosotros mismos.
En el nivel de las expectativas lo que más nos interesa acerca de una posible pareja es su atractivo físico, su forma de vestir y comportarse, los antecedentes sociales y educativos que tenga, sus perspectivas de futuro, lo “cool” que es él o ella, como él o ella se fija en nosotros, y lo que los demás pensarán de nosotros por haber elegido esta pareja.
El nivel de las expectativas, una “relación amorosa” es en realidad, un acuerdo de aprobación, un contrato que estipula: “La persona contratante de la primera parte se compromete a pretender que honra, ama y obedece a la persona contratante de la segunda parte; a cambio de esta consideración, la persona de la segunda parte se compromete a no traicionar, lastimar o exponer a vergüenza pública a la persona contratante de la primera parte (ver en cuadro anexo los hechos específicos que se consideran como ‘daño’, ‘traición’ y ‘vergüenza pública’). Cualquier violación a este acuerdo por cualquiera de las dos partes se considerará como un motivo válido para el rencor, la venganza, y todas las formas de comportarse como si fuese un bebé grandote.”
En el nivel de las expectativas nos sometemos a otra persona no por amor, sino por aprobación. El amor y la aprobación no tienen nada que ver entre sí. El amor es una sensación liviana de alegría y felicidad, mientras que recibir la aprobación es una sensación de restricción, posesión y ahogamiento que, sin embargo, muy por dentro, nos produce un subidón de ego. Esa exaltación del ego no es felicidad –es gloria y autoimportancia a la que se nos ha entrenado a considerar como amor.
El nivel de las expectativas termina eventualmente porque su premisa básica es obtener algo por nada. En este nivel, todo lo que estamos exteriorizando (“dando”) es falso: sólo es para impresionar a otras personas o para recibir otra cosa de regreso. Estamos dando falsedad y deseando obtener algo real (felicidad); y no es así como funciona el universo. Aquí no existen los viajes o almuerzos gratis.
Lo que nos mantiene engañados es que casi todos los mensajes que recibimos –de parte de nuestros padres y compañeros, nuestros profesores y predicadores, nuestros líderes y los medios de comunicación– es que el nivel de expectativas sí funciona; y si no nos está funcionando es nuestra culpa y deberíamos sentir vergüenza de nuestro proceder.
¿Para quién está funcionando? Mire a su alrededor. ¿Cuántos matrimonios verdaderamente felices conoce (de más de 10 años de duración, porque ese es el período –algo más largo– para que el nivel de expectativas se diluya)? Claro, hay algunos… pero no son muchos; y, generalmente, las personas involucradas en este tipo de matrimonios son muy especiales por propio derecho.
¿Verdad que esto es así? Pero también existen muchísimas parejas que en la superficie parece que se llevan de maravilla, pero que por debajo se encuentran miserables: ambos han aprendido a reprimir sus verdaderos sentimientos y están resignados a su miseria sin dejarlo entrever. Estas personas jamás pasarán del nivel de expectativas.
La razón por la que el nivel de las expectativas termina destrozándose inevitablemente –aunque puede y a veces logra que después nazca el verdadero amor después del estrellón– se debe a que es totalmente narcisista: no incluye a la otra persona. No permite a la otra persona ser una persona, sino sólo un reflejo de nuestra más preciada autoimagen –que tenga sentimientos y pareceres propios.
Por ejemplo: ¿se le permite a nuestra pareja tener sexo con quienquiera él o ella? ¿Le permitimos a nuestra pareja sentir deseos sexuales por alguien que no seamos nosotros? ¿Es permitido que nos diga que no le satisfacemos como pareja sexual? La lista continúa y continúa… Aquí solo mencioné las expectativas sexuales porque éstas son prácticamente universales, pero construimos todo tipo de barreras para que nuestra pareja se mantenga prístina e inmaculada y sólo para nosotros –esperamos que siempre estén de acuerdo en cuanto al dinero, la forma de educar a los hijos, la carrera o profesión, religión, etc.; esperamos que dejen a un lado sus propias aspiraciones y decisiones para apoyarnos totalmente.
El nivel de expectaciones inevitablemente se autodestruye bajo su propio peso y por cansancio absoluto. Cuando las personas se involucran unas con otras en el nivel de aprobación, o con cualquier agenda que no sea la del amor, entonces todos deben trabajar horas extras para convencerse o convencer a la pareja; y ésta es una situación inaguantable.
El nivel de expectativas sería suficientemente problemático y contradictorio por sí solo, si fuera el único nivel en que nos relacionamos con otras personas. Desafortunadamente, hay dos niveles más profundos que en realidad gobiernan el curso de nuestras relaciones, y estos niveles más profundos contradicen el nivel de las expectativas.
El nivel que está por debajo controla el nivel de expectativas, lo que asegura que el nivel de expectativas eventualmente fracase, o se sostenga con gran sufrimiento, es el nivel de condicionamiento. Este es el nivel de nuestro condicionamiento básico social, que es odiarnos a nosotros mismos. Debajo del brillo y la gloria de nuestras expectativas, nuestras autoimágenes, está la triste verdad de que, en realidad, estamos avergonzados de nosotros mismos. Se nos enseña a estar insatisfechos con nosotros mismos por nuestros padres y por la sociedad.
Considerando que el nivel de expectativas se ha establecido para que la gente sea “agradable” a los demás (establece el acuerdo: “No te voy a exponer como un mentiroso y un farsante si tú no me denuncias como mentiroso y falso”). El nivel de condicionamiento está configurado para dividir a la gente y para provocar el temor y la desconfianza entre ellos. No estamos capacitados para relacionarnos íntimamente entre nosotros, sino más bien para hacernos la guerra unos a otros, sentir dolor, celos, rivalidad y crítica; para someternos los unos a los otros y doblegarnos, en lugar de ser felices y aceptarnos. La relación padre/hijo es la configuración básica de este conflicto. La guerra entre hombre/mujer está injertada sobre ello.
Mientras que el nivel de las expectativas nos dice que lo que queremos es vivir felices para siempre, estamos condicionados por nuestra sociedad a odiarnos a nosotros mismos y a negarnos ese mismo amor que se nos dice que estamos buscando. Estamos condicionados por nuestros padres a odiarnos a nosotros mismos precisamente de la misma forma en que nuestros padres se odiaban a sí mismos.
El nivel de condicionamiento es el nivel que nos lleve a buscar al psicoterapeuta (por desgracia, después de que el daño ya está hecho). Cuando éramos pequeños estábamos tan abrumados por nuestros padres –tan impresionados por su divinidad– que tenemos miedo de expresar o permitirnos sentir abiertamente la ira o cualquier otro sentimiento que ellos desaprobarían porque contradicen sus expectativas. Por lo tanto, el nivel de expectativas de nuestros padres se convierte en nuestro nivel de condicionamiento.
La sociedad llama “amor” a nuestra infatuación por nuestra autoimagen y, así, en nuestro nivel de expectativas nos decimos que vamos a establecer relaciones para conseguir el “amor”; mientras que en el nivel de condicionamiento lo hacemos para negarnos a nosotros mismos las relaciones amorosas, para identificar a través del reflejo de otra persona dónde exactamente fallamos y somos incapaces de dar y recibir amor.
Uno bien podría preguntarse por qué la gente querrá volver a representar las situaciones que en su infancia les trajeron el mayor dolor y trauma. La razón es porque esas heridas nunca sanaron correctamente: todavía están abiertas, supurantes y extremadamente sensibles al tacto. Sólo abriendo de nuevo las heridas y limpiando la basura, el odio a sí mismos, puede darse una verdadera sanación. Y solo mediante la reproducción de una situación similar a la que inicialmente produjo esas heridas, pueden ser reabiertas. En realidad, ésta no es la única manera de hacerlo porque hay métodos mucho más agiles de lograrlos, como la imaginación active; sin embargo, ésta es la forma más popular de conseguirlo.
Al igual como en el nivel de expectativas donde nuestro objetivo es la validación de nuestra imagen, en el nivel de condicionamiento nuestro objetivo es volver a recrear toda la confusión emocional que nuestros padres nos ocasionaron, pero esta vez para adueñarnos del anillo del amor que nuestros padres nos negaron.
Hasta hace poco tiempo la sociedad ha usado el quinto mandamiento y una serie de sanciones sociales para controlar el nivel de condicionamiento. Freud fue uno de los primeros en observar correctamente este nivel tan difícil de la interacción humana, y en la actualidad hay un sinfín de buenos libros cuyo tema es sobre los padres tóxicos, sobre como nos casamos con nuestro padre o madre, y sobre como buscamos en el matrimonio el mismo dolor y falta de satisfacción hacia nosotros mismos que nuestros padres nos hicieron sentir en nuestra infancia. El problema es que no nos molestamos en leer estos libros hasta que nuestra relación ya está muy mal. Estos libros deberían ser de lectura obligatoria para todo estudiante de básicos.
“¡No culpe a sus padres, solo espere a que usted tenga hijos!” ellos (nuestros padres) nos repiten. Bueno, pues están equivocados; debemos culpar a nuestros padres, porque solo culpándolos conscientemente estaremos en la posición de perdonarlos conscientemente. Solo cuando podamos ver que fue el propio auto-odio que sus padres les impusieron cuando niños lo que los provocó a repetirlo en nosotros; solo cuando los podamos ver como personas con tanto dolor como el nuestro, quienes verdaderamente trataron de darnos lo mejor según su criterio; solo entonces podremos perdonarlos. Y será entonces cuando nos podremos perdonar a nosotros mismos y soltar todo ese odio, pues ya no será necesario repetirlo o culparnos porque amamos a nuestros padres, y todo lo que les importaba era estar en lo correcto.
El tercer, y más profundo nivel de relacionarnos es el nivel del karma –el nivel de las lecciones que estamos tratando de aprender de ciertas personas, basado en nuestra mutua experiencia en otras vidas y realidades. Todo lo que esté equivocado o descentrado se origina en el nivel karmático. Nuestro nivel instintivo, nuestras primeras impresiones, son un buen indicador del tipo de karma que nos une; pero nuestras mentes conscientes muchas veces entierran este sentimiento tan pronto como lo experimentamos.
Por ejemplo, podría suceder que aquella persona que nos enardece sexualmente es porque en una vida pasada la violamos y la torturamos; puede ser que por algunas encarnaciones, esa persona ha estado deseando tener una encarnación en que pueda enderezar la cuenta. Ese podría ser el karma que tenemos que resolver ahora (con esa persona); pero todo lo que nuestra mente sabe en un nivel de expectaciones es que esa persona nos enciende sexualmente y queremos que esa persona lo valide teniendo relaciones sexuales con nosotros. Así que metemos nuestra cabeza en la soga del ahorcado; y luego nos preguntamos por qué la relación no funciona como deseamos.
Los niveles del karma y condicionamiento trabajan en tándem para controlar nuestras circunstancias actuales y el curso de nuestras relaciones. Por ejemplo, si en el nivel de condicionamiento queremos re actuar el abandono de nuestro padre o madre, y escogemos a una pareja que en una vida previa nosotros abandonamos. Esto puede considerarse como una penitencia; aunque también lo podemos ver desde el punto de vista “lo que se hace se paga” –como diciendo: “yo te hice sufrir en una vida pasada, y ahora quiero saber cómo te sentiste– sentir lo que yo te hice sentir.” En el nivel del karma y en el de condicionamiento, tratamos de reproducir eventos que producirán una resonancia con algún tema emocional aun no resuelto por la totalidad de nuestro ser.
Las agendas que nos hemos propuestos solucionar en esta vida a nivel del karma muchas veces nos son reveladas en esa primera impresión que tenemos, y que inmediatamente reprimimos. Es difícil de describir y es diferente para cada persona, pero frecuentemente al conocer a alguien con quien tenemos una agenda kármica pesada, sentimos un flashazo, un sentimiento o pensamiento consciente de algo que deseamos o tememos de esa persona. Y entonces inmediatamente “olvidamos” lo que acabamos de sentir, porque si tenemos un karma negativo con esa persona entonces ese flashazo provino de una parte de nosotros que no queremos reconocer –una parte que esa persona será encargada de representar abiertamente para nosotros, para metérnoslo por la fuerza por la garganta, hasta que seamos forzados a reconocerlo. Así que “olvidamos” esta primera impresión, y más adelante pretenderemos que no comprendemos por qué la persona que amamos y en la que confiamos totalmente pudo cambiar tantísimo.
Desde luego que ahora podemos ir a un terapeuta que nos induzca una regresión a vidas pasadas para chequear el tipo de karma que tenemos pendiente con esa persona antes de involucrarnos seriamente –algo así como pedirle a nuestro probable cónyuge que se haga un examen de SIDA o chequear su trayectoria crediticia. En la India, la astrología ha sido utilizada históricamente para conseguir este tipo de información. También podemos evitar dificultades futuras con tan solo fijarnos en lo que sentimos instintivamente sobre otras personas, en vez de hacernos los ciegos a la información más esencial de una relación.
Así que la intensidad básica o el tema emocional de una relación se establece en el nivel del karma; el guión particular, la secuencia de los eventos que se desplegarán mientras dure la relación se establece de acuerdo al nivel de condicionamiento, y la parafernalia, las apariencias superficiales o el show que actuemos para beneficio de los espectadores, se establece en el nivel de expectativas.
La brillantez del nivel de expectativas nos ciega a lo que sucede en los dos niveles más profundos; y ya sabemos que el nivel de expectativas es una mentira. Lo que en verdad está sucediendo en los niveles de condicionamiento y de karma es bastante visible, pero pretendemos no darnos cuenta y pretendemos que no lo comprendemos, y esto lo hacemos para mantener viable el nivel de expectativas por el más tiempo posible.
Por “mentira” se comprende algo que sentimos pero que reprimimos o escondemos. Por ejemplo, si nuestra pareja sexual está haciendo algo que no nos gusta y/o que nos enfría, y nosotros seguimos sufriéndolo porque sentimos vergüenza a decírselo porque tememos herir sus sentimientos, esa es una mentira. Cada vez que no comunicamos algo que sentimos porque nos avergonzaría hacerlo, o porque no queremos dañar o provocar a la otra persona y volvernos el blanco de su desaprobación, estamos mintiendo. Y si comenzamos por mentir, luego continuaremos por actuar furtivamente detrás de sus espaldas. Las mentiras engendran mentiras.
Podemos saber si se está mintiendo en una relación de la siguiente manera: Si hay un área en la que no le tenemos confianza, donde nosotros nos reprimimos, donde le tenemos miedo (a su desaprobación o rechazo), donde sentimos algo ajeno a BIEN acerca de esa persona, entonces esa es el área en la que estamos mintiendo. Estamos entrenados para mentirle a la gente, y luego nos sentimos traicionados si salen a luz nuestras mentiras.
Lo que una mentira es: una contradicción. Las mentiras siempre deben existir en pares, mientras que la verdad –amor– es singular. Por ejemplo, en el nivel de expectativas tendremos el par: “quiero que seas totalmente honesto conmigo” y “no quiero saber cuan atraído te sientes por xxx.” En el nivel de condicionamiento podemos poner este par: “¡Mami, yo verdaderamente te amo!” y “Nunca voy a dudar de tu amor hacia mí.” En el nivel del karma las mentiras no existen como tales (es representar este papel lo que lo vuelve una mentira) pero podríamos decir que la mentira básica o dualidad de este nivel es “Tú y yo somos dos” y “Tú y yo somos uno.”
Todas las mentiras que hay en una relación nacen al principio de ella. Al decir nacen significa conscientemente. Conscientes por unos instantes, y luego –igual de conscientemente– reprimidas, ignoradas, olvidadas. En el nivel del karma las mentiras básicas se establecen en los primeros segundos de la relación. Las mentiras del nivel de condicionamiento (el plan de juego de quien va a herir a quién, y cómo), usualmente se establecen cuando la relación se formaliza –cuando se toma la decisión mutua de ponerse serios y entregarse. Y el nivel de expectativas es una mentira total desde el primer momento.
Cualquiera que tenga los ojos abiertos se puede dar cuenta de lo que está sucediendo. Algunas veces nuestros padres, amigos, y otras personas tratan de advertírnoslo, pero estamos “tan enamorados” y “el amor es ciego” y estamos tan “felices” que no lo queremos ver. No queremos que nada ni nadie nos baje de esta linda nube en la que estamos subidos; esta bella mentira que nos estamos inventando.
Y por cada una y todas esas mentiras, debemos pagar un precio. Aquí está funcionando una ley kármica, y cada mentira, sin importar que tan chiquita sea, algún día saldrá a la superficie y tendrá que ser reconocida y admitida, o la relación estará condenada –condenada a ser algo diferente a una relación amorosa, porque en una relación de amor no existe un solo espacio para una mentira de cualquier clase, en cualquier momento y por cualquier razón.
Todas estas alarmas en nuestra sociedad acerca del crecimiento desaforado de los divorcios, estas llamadas para regresar a los “valores tradicionales”, es un montón de palabrería. Los valores tradicionales siempre fueron una mentira total, y es inconcedible como la sociedad los soportó por tanto tiempo. Valores tradicionales significa que usted se casa en el nivel de expectativas, y jamás se pregunta si está bien hecho. Usted aprender a vivir con esa mentira, con infelicidad, y se muerde la lengua porque las sanciones de la sociedad (lo que piensan los vecinos acerca del divorcio) son muy estrictas. En vez de regresar a vivir nuestras mentiras, nuestra sociedad debiera de dejar de glorificar el nivel de expectativas. Tal como con la guerra, cuando la gente deje de glorificar la infatuación, la gente dejará de buscarla.
Las relaciones amorosas fracasan porque llegamos a ellas con un montón de formas mentales ficticias acerca de quienes somos y qué buscamos encontrar… y nos estrellamos de cara con unas agendas de condicionamiento y de karma muy pesadas de las que ni teníamos idea de que pudieran existir. Conscientemente no tenemos conocimiento de cuáles son nuestras expectativas hasta que esas expectativas no se cumplen. Y no comprendemos lo que nuestros padres nos hicieron hasta que nuestro cónyuge nos hace lo mismo –nos hace sentir ese viejo dolor en el estómago.
Mientras que sigamos relacionándonos con esta persona en cualquiera de estos tres niveles, no nos estamos relacionando con otra persona –sino con nuestra imagen personal; con nuestras heridas de la niñez; o con nuestras inseguridades o miedos más profundos. En el nivel de expectativas nuestro enfoque está dirigido al futuro; en el nivel de condicionamiento está enfocado en el pasado; y en el nivel karmático esta enfocado en el pasado remoto. Una relación de amor, sin embargo, involucra relacionarse con una persona de carne y hueso en el momento presente.
Bob Makransky
(Texto selecciónado de Viviendo la Magia por Bob Makransky). Ganadora del Premio ‘Reader Views Reviewer´s Choice Award’; de los premios de la ‘Asociación de Editores de Sacramento’ como el mejor libro no-ficción y como el mejor libro Espiritual; y finalista de los ‘Premios de Excelencia de la Nueva Era’ en el ‘National Indie Excellence Awards’ y de ‘USA Book News Best Book Awards’