El viaje del ser humano de la oscuridad a la luz
Reparar el trauma del nacimiento – Nuestra manera de llegar a este mundo y relacionarnos con esa primera experiencia puede condicionar muchas de nuestras decisiones, de nuestras conclusiones y creencias acerca de la vida, de nosotros mismos y de las relaciones. «Entrar a la vida al propio ritmo y dar la bienvenida a cada experiencia, aprendiendo a abrazarla en lugar de defenderse de ella o luchar». Ese sería el ideal de cada vida humana, la pureza de existir, sin más. El fruto del proceso iniciático de una concepción, gestación y nacimiento envuelto en consideración, amor y acogida. El viaje del héroe que muestran las tradiciones más antiguas. Toda cultura y cada época diseña el nacimiento de sus descendientes según lo que la necesidad ha ido marcando. Una necesidad que es desde luego supervivencia, pero puede incluir también algo que va más allá de ésta. En nuestro actual contexto, nuestra llegada a este mundo, aún en nacimientos aparentemente «normales», está impregnada de dolor, lucha, separación, terror, impresiones del entorno. Llevamos la huella de la brusquedad o incluso la violencia en nuestro nacimiento y la reproducimos simbólicamente muchas veces. Mientras mantengamos «trazas» de esos inicios no derramaremos nuestra verdad auténtica de forma generosa y gratificante. Libre. Nuestra manera de llegar a este mundo y relacionarnos con esa primera experiencia puede condicionar muchas de nuestras decisiones, de nuestras conclusiones y creencias acerca de la vida, de nosotros mismos y de las relaciones. Nuestra existencia pude estar marcada por:
- Sufrimiento y miedo
- Repeticiones inexplicables de pautas autodestructivas
- Las creencias negativas que proyectamos al conseguir nuestros objetivos.
- La imposibilidad de relación, de establecer vínculos y el sentimiento de soledad y separación
- Dificultad para poner en práctica nuestra creatividad, plasmar y concretar proyectos e ideas.
Lejos estamos de una cultura evolutiva que considere el nacimiento como un aprendizaje a la vida en su totalidad, a recibir el aliento de vida como el don supremo, y esa primera experiencia como algo amable, suave, y lejos de la lucha. La prioridad entonces sería crear antes que nada un espacio de seguridad en sintonía y continuidad con el útero para que no hubiese ruptura y el tránsito iniciático se diese de la manera más suave posible, con el dolor atenuado, la sensación de separación mitigada por esa misma intención de no romper el continuum de energía amorosa y protectora que envuelve al bebé y que le permite al recién nacido asimilar el cambio con el mínimo dolor posible.
La necesaria distancia no tiene por qué ser vivida como desgarradora separación sino como liberación y aprendizaje hacia su propia autonomía. En lugar de sentirse dependiente, frágil ante la experiencia, y por extensión más adelante, ante cualquier nueva experiencia o reto, sentirse libre. En esta cultura que conocemos hemos creado un nacimiento que es fruto de una visión patriarcal de la existencia: siempre alguien externo, una autoridad «superior» decidiendo por nosotros, en ocasiones: cuando respiraremos por nosotros mismos, cuando nos separaremos de nuestra madre, incluso, y últimamente cada vez más, cuando naceremos.
Así, el respirar autónomamente se convierte en una dolorosa imposición y en una cesión de poder. El hecho de que la mayor parte de las veces no dispongamos del tiempo y el espacio necesarios para ir haciéndolo poco a poco de forma autónoma, es decir, al ritmo que necesitamos, de que casi siempre se nos arrebate la presencia imprescindible de mamá, y en todo caso manos rápidas y nerviosas nos cojan, nos limpien, nos muevan, nos froten de manera bien intencionada pero brusca, de que pocas veces alguien se tome un segundo de silencio para sentirnos, todo ello sintetiza y simboliza la primera lección, más tarde la primera conclusión: la falta de sintonía entre lo que necesito y lo que están dispuestos, al parecer, a darme.
Todo el funcionamiento neurohormonal, (alterado en nuestra propia madre al revivir ésta una situación traumática parecida),el sistema de compuertas que nos hará capaces de procesar estímulos nuevos, a veces percibidos como agresivos, la producción de dopamina, serotonina, y demás neurotransmisores; la oxitocina y la vasopresina como equilibradores del sistema nervioso neurovegetativo son sensibles a la conexión, al contacto temprano.
Hemos llorado y nos hemos enfadado al sentirnos desconectados, separados, pero no sirvió de nada porque nadie atendía nuestro lenguaje, nuestro grito exigiendo lo que por derecho era nuestro: la intimidad del instante, el reconocimiento y la bienvenida acogedora a un mundo seguro. Así que, como «nadie me entiende», «no importo», «no valgo nada», «no merezco tener lo que necesito», «es mi culpa», «lo que necesito no importa», «me muero», mejor desconecto de mis necesidades y voy construyendo mis propias estrategias adaptativas para satisfacerlas. A lo largo de la vida se irán haciendo más sofisticadas, pero también más alejadas de mi esencia, esa sustancia amorosa que vine a manifestar a través de mi personalidad. Por otro lado, la madre sometida a «objeto-paciente», en lugar de sujeto-activo del acto posiblemente más relevante y único de su vida, reviviendo su propia desposesión y trauma al nacer, se convierte en depositaria de toda la vorágine que se levanta a su alrededor por parte de los presentes que tratan a su vez de no escuchar lo que en ellos se mueve y revive: se habla, se ríe, se grita, se sobreactúa más allá de lo necesario la mayor parte de las veces y no es casual que cuando las personas trabajan sobre la memoria prenatal o natal casi siempre sientan que había mucho ruido, mucha gente y mucha desconsideración hacia su necesidad de silencio y espacio.
Mientras reverbere en mí esa huella será difícil vivirme plenamente, ni experimentarme como completo por mucho que estudie la Pirámide de las Necesidades de Maslow y otras cosas igualmente valiosas. Tendremos que dirigir la mirada a la raíz, a la base y el principio de nuestro tiempo para ver cómo se realizó esa primera interacción con el mundo extrauterino, cómo nos deslizamos a la experiencia fuera del cobijo carnoso, caliente y tierno que nos proporcionó nuestra madre a través de la cual nos comenzamos a relacionar, y así, avanzar así hacia atrás para saltar hacia arriba y más allá.
Posiblemente seamos las madres las que nos demos más cuenta de lo mucho que se expone en la experiencia de nacer, sintiendo a nuestros hijos dentro, cerca, frágiles y permeables De lo mucho que nuestra propia experiencia como concebidas, gestadas y nacidas emerge a través de nuestro útero, desde el que hablan generaciones anteriores de madres.
Nuestra senda por la vida es sin duda el viaje del héroe. Salimos a la luz después de la oscuridad muchas, muchas veces a lo largo de nuestro recorrido, de los años, de un año, de un mes, una semana o incluso un solo día. Nos quedamos sin aliento por dolor o por miedo. Los ruidos de nuestra mente nos desorientan una y otra vez. La metáfora iniciática del nacimiento es un libro de sabiduría en el que habría que leer. Todos llevamos esa información grabada, esa reacción aprendida ante el pánico que se puede repetir muchas veces de forma no igual pero sí percibida como igual a causa de esa memoria, esa huella dibujada y que actúa como la base sobre la cual se edifican los miedos, las luchas, la culpa. Se hace presente continuamente hasta que se libera, es decir, hasta que podemos pasar a través y ayudar a otros a hacerlo.
Nuestro grado de evolución no ha llegado aún a comprender y por lo tanto, atender a ese cruce entre espíritu y materia que es la concepción, la gestación y el nacimiento, salvo algunas voces avanzadas que ven en ello el siguiente paso necesario para el colectivo humano, consecuencia de una mayor amplitud de conciencia. La mirada del terapeuta centrado, del ser humano entregado a su condición, es portadora de intención. Es presencia consciente que se sabe partícipe de la condición humana, del viaje de la oscuridad a la luz.
El retorno de Ulises al hogar en Itaca. La huella prenatal, natal, de las primeras horas emerge en muchas ocasiones porque acontecimientos del presente, disfrazados con otros personajes y escenarios, son réplicas de la primera huella que busca explicarse y reconocerse para disolverse y es necesario tenerlo en cuenta. Investigadores como Janov o Cyrulnik señalan cómo lo que ocurre incluso antes del nacimiento puede aumentar la sensibilidad de un organismo para interpretar estímulos y también para adaptarse a ellos. Por otro lado, el trauma, esa historia que se cuenta a sí misma una y otra vez para disolverse, es el acontecimiento que condiciona toda una visión de sí mismo y el mundo distorsionada, que lleva a conclusiones erróneas. Se forma una herida que no puede cicatrizar porque el funcionamiento óptimo del sistema neurohormonal está alterado, sobrecargado al haber tenido que procesar una cadena de estímulos traumáticos ya desde los primeros instantes de vida, y tal vez antes.
¿Qué hacer con todo ello, con esa huella impresa, y con su consecuencia, esa vulnerabilidad ante los impactos que recibimos día a día y que nos sobrepasan?
Ese maravilloso proceso de Concepción-Gestación-Nacimiento es como una espiral de Tiempo-Espacio que culmina en la Identidad, es decir, en el resultado de un proceso creador previo que tiene como propósito dar paso a un ser humano que adquiere una identidad aparente y que buscará-y encontrará- su Identidad Real encarnada en un viaje de retorno como el de Ulises lleno de retos, ruidos, creencias falsas y visiones ilusorias.
Para ello usaremos la información de nuestros inicios y la manera como los vivimos: si nuestra primera inhalación, nuestro primer acto autónomo y vital fue suave, amable, aprendiendo el aliento como tomador de vida y elemento necesario a la toma de tierra, o lo contrario. Y reconoceremos esto tal vez en nuestra vida diaria. En los momentos de crisis, en los momentos de inflexión, o cuando tenemos que afrontar un imprevisto del tipo que sea, podemos darnos cuenta de cómo nuestro sistema reacciona, cómo afrontamos cambios, retos, dificultades. Tal vez nos encogemos ante ellos, nos enfrentamos como si viviésemos un combate permanente, una amenaza constante. Tenemos quizá una actitud belicosa, o lo contrario, nos escondemos de la vida, sintiéndonos víctimas de ella… No es necesario ir hacia atrás en el tiempo: la información actúa porque la llevamos a cuestas.
La vida es una ola ininterrumpida, y no debemos olvidar que venimos de ese primer punto de inflexión y máxima información que fue la concepción y los tres primeros meses en los que se forma todo, Continuamente, incluso en un solo día, representamos ese ciclo concepción-gestación-nacimiento, porque continuamente creamos y recreamos nuestra vida, nuestro día a día, las relaciones, las comidas, las obras de arte, el trabajo. Hay etapas que podríamos asimilar a la concepción, en las que sentimos que «algo» se está gestando en nuestro interior, un momento de cambio, tal vez. En otros momentos parece que ya está creciendo y ese cambio, ese salto, se dispone a manifestarse, es decir, a nacer. Encarnamos en nosotros y en nuestro vehículo, el cuerpo; no sólo lo que consideramos propio, sino también todo lo que vamos creando a nuestro paso. La manera como afrontemos ese proceso tiene que ver con la huella de nuestros inicios. Podemos «cargar» con ella y lo que representa, o usarla como trampolín para dar el salto y dejarla atrás. Como le dije a una persona que participaba en un taller: «Trabajamos el nacimiento para que deje de molestar y podamos dedicarnos a lo importante».
Empecemos pues por respirar suave y amablemente para reparar en nosotros ese aliento de vida al que nos iniciamos tan bruscamente, y tal vez así empecemos a aprender que cada nueva situación puede ser «respirada amablemente», sin lucha ni desconexión. Y al hacerlo, permitimos que la vida nos posea, nos expanda, nos viva, nos recuerde que somos completos y que nuestros límites son, en gran parte, aparentes.Nuestro sentimiento de separación es una ilusión, y podemos dejarnos mecer en la red invisible que nos conecta a Todo.
Gema Vidal Santos
Centro Itaka. Armonización Energética Psicointegradora. Psicoterapia transpersonal