La eterna búsqueda de la media naranja

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La creencia de que existe nuestra «media naranja» y de que hemos de pasar nuestra vida buscándola tiene su origen en la Grecia Clásica, en la obra «El Banquete» de Platón; concretamente en el discurso de Aristófanes sobre el mito de Andrógino. En dicha obra, Aristófanes expone que la humanidad se dividía en tres géneros: el masculino, el femenino y el andrógino, siendo estos últimos seres esféricos como naranjas, con dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando. En un alarde de vanidad, los Andróginos se enfrentaron a los Dioses, sufriendo el castigo de Zeus que los partió por la mitad con su rayo. Apiadado de ellos, Amor trata de unirlos para que recuperen su forma original. Así, cuando se encuentran se unen de tal forma que es para toda la vida, tratando cada uno de reunirse y fundirse con el amado y pasar de ser los dos seres en que se convirtieron, a formar uno solo.

Desde entonces los seres humanos parecemos condenados a buscar nuestra media naranja para, unidos, ser más completos. Condenados a… depender del otro.

Desde el momento en el que se plantea que cada ser no está completo, sino que una mitad necesita de la otra se establece una relación de dependencia que, lejos de hacernos libres, nos ata al otro. Poesía, historias, fábulas, canciones nos bombardean subliminalmente con la idea de necesitar al otro: «…sin ti no soy nada…», «…no puedo vivir sin ti…», etc.

Nos hemos creado una necesidad del otro y analizando esa necesidad, podríamos decir que existen diversas formas de relaciones de pareja:

Una relación de auténtica dependencia se plantea cuando alguien se «cuelga» de otro como si fuera un adorno o mochila que éste lleva. Un individuo basa su estado anímico, su valía y su propia autoimagen en la opinión que el otro tiene de él. Estas relaciones carecen de base ni fundamentos sólidos y en ellas afloran las carencias emocionales de cada uno, surgiendo conflictos y generando insatisfacción permanente en sus miembros. En ellas reinan el miedo y la desconfianza, no dejando lugar a la complicidad y a la empatía.

La psicología moderna plantea el concepto de pareja o relación, co-dependiente entendiéndola como cuando un miembro prescinde de sus propias necesidades emocionales para centrarse en el otro. El co-dependiente realmente no ama, sino que depende psicológicamente del otro de forma casi adictiva, necesitando de su validación. Está directamente ligado a una baja autoestima, puesto que es el otro quien da sentido a su vida mientras él reemplaza su deseo de ser querido por el de ser necesitado. El individuo se vuelca en que se dependa de él y en convertirse en una necesidad para el otro.

El co-dependiente suele estar obsesionado por complacer a cualquier precio, supeditando sus proyectos personales a las necesidades del otro. Carece de asertividad e inhibe la expresión de sus pensamientos y sentimientos, ya que hacerlo le hace sentir culpable; inmediatamente piensa: «no debería de haber dicho eso, etc.». Como siente miedo de ser abandonado o rechazado, piensa que si expresa lo que siente y a los demás no les gusta, le abandonará. El co-dependiente cree que tiene que ser sumiso y pasivo y cuando algo sale mal en la pareja se culpabiliza de ello por no haber «dado suficiente».

Alguien co-dependiente se siente herido fácilmente cuando no se le reconocen sus esfuerzos y suele recurrir a la expresión: «después de todo lo que hice…». Busca constante aprobación de los demás y si no es reconocido se vuelve resentido e inseguro.

Un entorno familiar en el que se evitaron las discusiones, se ignoraron los problemas con la idea de que «si lo ignoro no existe», donde imperó la perfección en los comportamientos y se reprimieron los sentimientos suele producir individuos co-dependientes.

A pesar de que en 1929 Mahatma Gandhi afirmara que «la interdependencia era y debía ser el ideal del ser humano», la realidad es que en una relación de interdependencia, también conocida como dependencia recíproca, uno depende del otro y el otro depende del uno y como ambos dependen, lo mejor si no lo único que pueden hacer, es estar juntos. Mientras que la antes mencionada dependencia establece una jerarquía entre los dos sujetos, la interdependencia pone al mismo nivel a ambos. En una relación interdependiente los individuos no unen sus vidas desde la libertad de cada uno, sino de la necesidad mutua: relación versus soledad.

La autodependencia es un concepto tomado de la Terapia Gestalt, acuñado por el terapeuta argentino Jorge Bucay, que tiene una relación estrecha con el concepto de autoestima entendida como la manera en que nos vemos y cómo nos sentimos acerca de nosotros mismos. Ser autodependiente es admitir que uno no es ni omnipotente ni autosuficiente, que es vulnerable, pero que en realidad nadie más que uno mismo es quien lleva las riendas de su propia vida; con ello descargamos al otro de toda responsabilidad sobre nuestros actos, impulsos o deseos.

El amor que damos al otro no es todo el que poseemos, sino realmente el que nos queda tras amarnos a nosotros mismos. Sólo puedo dar, ayudar, ofrecer y sobre todo recibir, una vez me respete, me quiera y me acepte plena y completamente. Cuanto más sepa de mí mismo, mejor voy a cuidar de mí y menos dependiente seré del afuera. Solamente si me conozco voy a poder aportarte lo mejor que tengo.

El autodependiente no necesita decidir dónde ir dependiendo de con quién está, como tampoco define quién es a partir de quién tiene a su lado. Tiene criterio propio y pone de manifiesto sus límites a los demás.

Un ser autodependiente no cae en el error de hacer cosas POR los otros ni PARA los otros sino que más bien decide, en libertad, hacerlas CON los otros.

Paloma Hornos
Terapeuta de Gestión Emocional
www.gestionemocional.com