Somos conscientes de que nuestro paso por el mundo es temporal, a veces efímero, pero ¿por qué ha de suponer tanto problema hacer años hoy en día? ¿Por qué esa resistencia a continuar el recorrido vital tratando de retener épocas pasadas? Esa falta de aceptación al discurrir del tiempo nos lleva, en muchos casos, a vivir mal en nuestra piel.
De esta manera, encontramos a mucha gente que hace cualquier cosa por mantener una apariencia joven y unos cánones de belleza que se sostienen con intervenciones de estética que afean e incluso comprometen la salud. En el fondo todo obedece a una falta de autoestima y pone el foco afuera, en lo que los demás piensan de ti. Tal vez aquí está la clave de la cuestión: como somos seres sociales, necesitamos recibir constantemente la aceptación de los demás.
El mundo que hemos creado es un mundo de apariencia, resulta más conveniente “parecer” que ser auténtico/a. El problema es que ese aparentar, como es algo forzado, tampoco llena nuestro vacío, antes bien, genera una desazón interna y una escalada de tontez que puede rayar en lo absurdo, como por ejemplo decir que tienes menos años de los que tienes en realidad.
¿Qué es la edad en realidad?
Vivimos en una sociedad dominada por la ciencia donde todo ha de ser medido y cuantificado. Y a la ciencia le gusta estudiar, organizar y nombrar todo meticulosamente para establecer después una interminable serie de estándares y “normalidades” que se aplican a todo lo conocido e incluso a lo desconocido. Sin embargo la vida es indómita, asombrosa, inesperada.
Con la revolución industrial, la mercantilización de las personas ha llevado a un nivel de valoración de éstas en función de su productividad, en términos de rendimiento laboral. Esto ha derivado progresivamente en una concepción de la edad como algo terrible, especialmente cuando se cruza la barrera de los 45 años. Si nos fijamos en las ofertas laborales nos daremos cuenta enseguida de la cantidad de prejuicios y exigencias en torno a la edad cronológica.
Es totalmente inviable que entre los 20 y 25 años cualquier persona tenga carrera universitaria y máster y al mismo tiempo dos o tres años de experiencia en su profesión. Conseguir experiencia laboral hoy en día es difícil y si es en un trabajo relacionado con tus estudios, todo un milagro. La estabilidad laboral es un sueño prácticamente inalcanzable y al que llegan muy pocas personas: aquellas que consiguen una plaza en la Administración Pública tras muchos años de intentos fallidos.
La etapa de la adultez supone después una carrera a contrarreloj: empleo, hipoteca, crianza de hijos/as, una auténtica hazaña. Es normal, por tanto, que hayan descendido tanto los índices de natalidad. Las familias realizan cada día proezas sin reconocimiento y, aunque van aumentando recursos sociales que vienen a paliar las necesidades de conciliación, nunca son suficientes para llevar adelante ese ritmo de vida.
Los 45 años suponen una frontera prácticamente infranqueable en cuanto al tema laboral se refiere. Precisamente estas personas empiezan a sentirse excluidas cuando disponen de la experiencia, la madurez y responsabilidad que mucha gente joven no ha adquirido todavía. Es un contrasentido por tanto, que se valore la posibilidad de alargar la jubilación cuando, si tienes la mala suerte de perder el trabajo a partir de los 45, es complicadísimo volver a reengancharse a ese “mercado laboral” (palabra horrorosa donde las haya, pues considera a las personas mercancías).
Después llega lo que se ha denominado la “tercera edad”. Con suerte gran parte de las generaciones que han llegado a esta etapa han conseguido trabajar lo suficiente para jubilarse con una pensión que, salvo excepciones, no hace honor a las contribuciones de todo tipo que esas personas han hecho a la sociedad. Además, se ha incorporado recientemente el nuevo concepto de “la cuarta edad”, referido a quienes alcanzan una mayor esperanza de vida, estamos hablando de quienes superan los 80 años, un grupo que no deja de aumentar.
Hablemos claro
Todo el recorrido vital está atravesado por prejuicios, obligaciones, limitaciones, fronteras, etc., que no hacen otra cosa más que estorbar y poner impedimentos a la realización de los individuos. Y sobre este punto, la edad es el más pernicioso de los condicionantes porque socialmente hay ciertas cosas que se aceptan o no según sea la fase en la que se encuentre la persona.
También durante la infancia los distintos niveles del sistema educativo esperan que los niños y niñas maduren y aprendan a un mismo ritmo, algo que se demuestra constantemente que es una fuente de frustración, competitividad insana y estrés para ellos.
Esta sencilla exposición que acabo de realizar sobre los condicionantes de la edad, hace referencia a la edad cronológica que, según el diccionario, toma en cuenta únicamente los años que ha vivido la persona desde su nacimiento. Sin embargo, existen otras dos edades de las que nadie suele hablar: la edad biológica y la edad sentida.
La edad biológica
La edad biológica tiene que ver con el proceso natural de envejecimiento, que no es el mismo de unas personas a otras y que depende de diferentes factores: la genética, el estilo de vida, el tipo de trabajo que desarrolla, las posibles enfermedades que pueda padecer, etc. Incluso el tipo de mentalidad y la actitud pueden afectar a un envejecimiento prematuro. Por eso es tan importante cuidarse: equilibrar el ejercicio y el descanso, alimentarse adecuadamente, evitar adicciones y todo tipo de tóxicos, etc. Eso ayudará a retrasar el desgaste del organismo.
La edad sentida
La edad sentida sin embargo, no depende de la cronología ni de aspectos biológicos, está relacionada con los estímulos, los proyectos vitales, los propósitos, la curiosidad por el mundo que te rodea y las ganas de vivir. En este sentido y, desde mi punto de vista, es la edad que más se ajusta a la persona porque no obedece a condicionantes de carácter externo ni a calendarios artificiales.
Imaginad por un momento que la medición del tiempo fuese diferente, nuestra edad cronológica sería distinta. Un símil sería utilizar diferentes formas de medir las distancias: kilómetros, yardas, pulgadas, millas, etc. La pulgada por ejemplo se podría equiparar a la edad sentida porque la pulgada de cada cual depende del tamaño de la mano que tiene.
Si dejásemos de poner el foco en la edad cronológica y tuviésemos una balanceada combinación de cuidados biológicos y de proyectos vitales, lograríamos que nuestro recorrido vital fuese mucho más placentero en todos los aspectos.
El paso del tiempo es algo natural, somos seres que nacen, viven y mueren. La cuestión es que al no aceptar la muerte, nos da miedo hacer años porque sólo pensamos que cada vez está más cerca y nos olvidamos de vivir. Esta creencia es demasiado pobre y conlleva una auténtica falta de gratitud hacia la vida. Con esa visión tan pesimista es normal que el “edadismo” y todos sus estereotipos asociados hayan calado tan profundamente en la sociedad.
El edadismo o, lo que es lo mismo, la discriminación por razones de edad, es una injusticia que inevitablemente todas y todos estamos abocados a experimentar si seguimos vivos. La gente que ahora discrimina a las personas mayores llegará a esas edades si la muerte no le alcanza antes. Y es conveniente recordar que el fin de la vida puede llegar en cualquier momento, no tiene que ver únicamente con la edad. Todos los días mueren niños y niñas, jóvenes, adultos, etc., y la enfermedad no es algo exclusivo que trae la edad.
Conviene recordar que estamos aquí gracias a nuestros padres y madres y a todos los linajes precedentes, ellos han sido los cimientos de nuestro crecimiento hasta ser personas autónomas desde el punto de vista familiar, así como cimientos sociales al conseguir logros y mejoras comunitarias para las siguientes generaciones.
Para concluir: la edad no es sinónimo de vejez. He conocido personas viejas con pocos años de edad cronológica y personas jóvenes con muchos años de vida. La reflexión que os planteo a las personas de más edad tiene que ver con la recuperación de la dignidad, la autoestima y las ganas de continuar participando de forma activa en la comunidad.
La reflexión que dirijo a las generaciones de menor edad cronológica es: quienes tengáis tentaciones de discriminar y/o despreciar a vuestros mayores, recordad que también pasaréis por esa etapa de vida y conviene que desarrolléis cuanto antes una gran capacidad de empatía porque lo que se siembra se recoge.
Y os dejo una frase final para que meditéis profundamente sobre ella: “la vejez llega cuando se pierden la ilusión y las ganas de vivir”.
María del Mar Del Valle
Educadora Social