Tú y yo, partes del mismo todo

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En cierta ocasión leí una frase que algún autor anónimo dejó escrita para mí en una hoja tirada en el suelo, y sé que yo era su destinataria porque de ningún otro modo la habría encontrado. La frase en cuestión decía “Todo lo que veo en ti que no me gusta y critico, es lo que yo soy”. Aunque a priori no conseguía entenderla fui meditándola hasta que, no sin cierta resistencia por mi parte, logré comprender lo que significaba. Dicen que el maestro aparece cuando el alumno se halla preparado y parece ser que yo reunía las características para dar un paso evolutivo en mi vida y comenzar a sanar. La mayor parte de la gente pasamos o hemos pasado por la vida sin impregnarnos de su esencia, viviendo a nivel superficial y juzgando cada una de las circunstancias que atravesamos sin quedarnos con la enseñanza implícita, sin aprender la lección. Nuestra vida debería ser entendida como un día de escuela, tal y como decía el doctor Edward Bach, y no como una aventura en la que hay quien transita con más suerte que otros. La vida es simplemente una realidad que nosotros hemos elegido mucho antes de nacer y vamos creando con nuestros pensamientos. Nosotros somos los únicos creadores de nuestro destino y somos responsables de nuestras vidas.

Es algo difícil de comprender y asimilar ya que normalmente no se nos educa emocionalmente desde que nacemos, sino que prima el intelecto e importa más que sepamos comportarnos, cumplir con los roles sociales propios de cada cultura (casarse antes de determinada edad, conseguir un buen empleo, tener una amplia vida social, etc.), y tener éxito en general. Tampoco es usual que se nos hable de las leyes de la naturaleza que imperan en el universo, ni de que la vida está aquí para nosotros, para enseñarnos una lección común a todos los seres humanos y que no es otra sino la del amor incondicional.

Todos los seres humanos somos parte del Universo y estamos hechos de la misma materia; venimos al mundo con todas las herramientas para ser felices y sentirnos plenos. Tenemos provisión ilimitada de todo lo que necesitamos para desarrollar nuestra vida aquí en la Tierra, lo que pasa es que estamos muy condicionados por la educación que recibimos de niños, por nuestras creencias acerca del dinero, de las relaciones…, creencias limitantes que nos hacen vivir en el miedo y no nos permiten vivir plenamente en armonía con nuestro Yo interior. Sólo cuando logramos entender que todos somos uno, es cuando podemos comenzar un proceso de sanación y de paz interior.

Entendamos que todos tenemos una parte dominada por nuestro ego, que alberga miedos disfrazados de envidia, celos, rabia, odio, ira, resentimiento, preocupación excesiva, crítica, etc., y esto es totalmente natural y humano. Son emociones que vienen del miedo, de nuestra inseguridad y baja autoestima y que hay que aceptar en primera instancia para poder sanarlos. El caso es que solemos ver estos miedos en el resto de personas, pero nos es bastante más difícil reconocerlo en nosotros mismos. Resulta fácil hablar acerca de los inapropiados comportamientos ajenos, de lo mal que lo hacen los otros…, la crítica es algo que se da de manera bastante habitual en cualquier círculo social que se tercie.

No obstante ¿qué pensaríamos a priori si supiéramos que lo que vemos en los demás es un reflejo nuestro? ¿Hablaríamos tan a la ligera del resto del mundo? Todo lo que existe en nuestra realidad no es nada más que una proyección de nuestro interior y nosotros lo hemos creado. Pero de la misma manera, podemos cambiarlo pues tenemos ese poder total para crear nuestra realidad. Así pues y aunque nos resulte difícil de asimilar, cualquier situación que nos incomode, cualquier comportamiento de las personas de nuestro alrededor, ya bien sean conocidos o desconocidos, jefes, compañeros de trabajo, vecinos, familiares, etc., debemos tratar de verlo como una bendición, como una situación que tiene algo que enseñarnos para que aprendamos a sanar nuestras heridas. Nosotros atraemos con nuestra vibración a las personas y circunstancias que necesitamos para nuestra evolución espiritual y por negativas que nos resulten, siempre son situaciones que vienen a enseñarnos la lección fundamental del ser humano, la de aprender a amarnos. Si yo estoy sufriendo una mala situación laboral en la que mi jefe me humilla, debo mirar qué es lo que dentro de mi lo provoca y en qué momentos trato o he tratado yo de la misma manera a otras personas, por ejemplo. Además, si en el ámbito laboral me siento menospreciado, miro hacia adentro para ver cuáles son las creencias que albergo acerca de mí mismo, pues esto me está ocurriendo porque mi autoestima es baja y debo aprender a amarme con mis virtudes y mis defectos, a aceptarme, valorarme y respetarme tal y como soy; debo creerme merecedor de todo lo bueno de la vida y de un buen trabajo en el que me sienta amado y de esa manera, manifestaré en mi vida un trabajo digno.

Suele ocurrir que cuando tratamos de reconocer nuestros defectos, el ego sale a la superficie en forma de resistencia, de no aceptación, de enfado quizás y niega lo que nuestra alma sabe: que somos humanos y que nos equivocamos. Sin embargo no existe nada negativo en reconocer nuestra propia naturaleza sino todo lo contrario. En el momento en que me percato de mis fallos, es cuando paradójicamente más amor debo procurarme a mí mismo. Porque no hay dolor tan inmenso que el amor no pueda curar. Así que empiezo por darme amor repitiéndome que me amo, me valoro y me respeto y después me pido perdón. El amor a uno mismo es fundamental para poder amar a los demás, es el primer paso para lograr la armonía. Aunque sepamos interpretar a la perfección los diversos papeles de madre/padre, pareja perfecta, compañero de trabajo ideal o hijo amoroso, muchas veces se nos escapa el saber cómo interpretar el papel más importante de nuestra vida, el de ser nosotros mismos y vivir acorde a nuestro ser esencial. Y eso sólo se consigue con el amor incondicional y concediéndonos de nuevo el poder de ser lo que queremos ser, el poder que el Universo nos concede a todos y cada uno de nosotros. Porque al fin y al cabo todos somos lo mismo, y todos somos amor.

Paz Martínez Cervera
Terapeuta floral