Un voto a la tolerancia

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Creo que el hecho de que mi marido sea procedente de Isla Mauricio (Océano Índico), ha hecho de mí mejor terapeuta. Una de las principales virtudes que debe cultivar todo terapeuta es la tolerancia, la aceptación del cliente sea cual sea su condición. En definitiva, debe sobresalir en el arte de no juzgar. No es tarea fácil en una sociedad donde los juicios, críticas y acusaciones nos rodean por doquier. Solo hay que encender el ordenador, el televisor o la radio, o escuchar nuestras propias conversaciones y las de nuestros vecinos. En un país como el nuestro, donde cambiamos de acera cuando vemos venir de frente a un grupo de mujeres con sus cabezas cubiertas por un hiyab (velo musulmán), y miramos con desconfianza al joven subsahariano que empuja por la calle un carrito de supermercado lleno de cartones, no estamos para nada exentos de juicios y prejuicios.

Podríamos decir que de entre las herramientas que utilizo en mis sesiones, mi especialidad es la PNL (Programación Neurolingüística). Todas las teorías y ejercicios desarrollados en esta técnica, parten de una serie de presuposiciones de entre las cuales destaca la siguiente: El mapa no es el territorio. Entendemos por mapa la representación que cada individuo hace de la realidad. De hecho nadie conoce la realidad en sí misma, sino únicamente su propia percepción de realidad. A través de las experiencias que hemos ido acumulando desde nuestro nacimiento y especialmente de la manera que hemos sentido y procesado dichas experiencias, hemos ido construyendo nuestra percepción del mundo, es decir, nuestro mapa del mundo. Cabe añadir que una parte del mapa viene ya de serie a través de nuestro componente genético. A partir de ahí, vamos actuando por la vida fieles a nuestra visión de la realidad y rápidamente criticamos y juzgamos a aquellos que no actúan de acorde con ella, es decir, a todo aquel que tenga un mapa diferente al nuestro. Desde esta comprensión, la PNL enseña precisamente, cuan absurdo es juzgar a nadie, ya que jamás encontrarás a otra persona que tenga tu mismo mapa; de los siete mil millones de personas que hay en el planeta, nadie tiene la misma carga genética que tú y nadie ha vivido, sentido y procesado las mismas experiencias que tu. Nadie. Es importante destacar que ningún mapa es mejor que otro, aunque los que poseen más recursos y disponen de más opciones a la hora de actuar, son más eficaces.

un-voto-a-la-toleranciaAparte de la correspondiente teoría aprendida en las aulas, mucho de lo que aplico sobre la aceptación, la tolerancia y el no juicio, lo he aprendido gracias a mi contacto con la Isla Mauricio. Aparentemente perdida en la inmensidad del Océano Índico, destaca como una diminuta perla. No encontrarás otro lugar en La Tierra, con tal diversificación de mapas y a la vez tanta tolerancia y respeto entre ellos. Es el paradigma del «vive y deja vivir». En este pequeño país de 2.040 kilómetros cuadrados (el mismo tamaño que la isla de Tenerife), conviven en perfecta armonía un buen baile de diferentes razas, culturas y religiones. La población está formada mayoritariamente por hindúes, pakistaníes musulmanes, chinos, africanos, blancos y criollos. Tal diversidad, lejos de crear conflictos, enriquece el espíritu de sus habitantes. Si bien es cierto que no suelen mezclarse en el momento de buscar pareja y formar una familia, se percibe una calidad humana excepcional en la manera como se relacionan los unos con los otros ya sea en el ámbito del trabajo, servicio u ocio. Aunque puedan surgir críticas y prejuicios de un colectivo a otro (por ejemplo, muchos chinos tienden a pensar que los criollos son vagos), en última instancia se impone siempre el respeto. A ningún hindú se le ocurriría pensar que es mejor o más mauriciano que un chino, o viceversa. Es como si continuamente estuviera presente el pensamiento: de acuerdo, no comprendo tu mapa pero lo respeto y siempre y cuando no me perjudiques, no me importa lo que hagas con tu vida y tus creencias.

Hace unos días recibí un vídeo vía «Whatsapp»: una pareja blanca y su hija llegan a la consulta de un médico. En la sala de espera está sentado un chico hindú. La familia se aparta de su lado con asco y desprecio. Instantes después el médico hace pasar a la consulta a las cuatro personas a la vez y comunica a la familia que el chico hindú ha sido el donante de médula de la niña, salvando así su vida. ¡Impagable la cara de vergüenza que desencaja el rostro de la madre! En Isla Mauricio es inimaginable una escena como esa. Puedes ver relacionarse constantemente blancos con hindúes, chinos con criollos, africanos con musulmanes o todos juntos a la vez, dándose la mano, caminado, comiendo, riendo o negociando amigablemente. Comparten sus pensamientos y tradiciones con sus vecinos. Durante la fiesta de año nuevo chino, los orientales compran o preparan snacks típicos y los comparten con sus colegas sea cual sea su raza o religión; Los musulmanes, durante el Ramadán, preparan galletas dulces y las ofrecen como presente a sus vecinos no musulmanes; también en estas fechas, los musulmanes más acaudalados compran un toro, lo sacrifican y reparten su carne entre los más desfavorecidos, sean o no musulmanes; durante las fiestas del Divali (festival que conmemora la victoria de Lord Rama sobre el demonio), los hindúes preparan dulces típicos e igualmente los comparten con todos sus vecinos.

En el calendario de festivos oficial del país, se contemplan todas las culturas y religiones. Se festejan las tradiciones cristianas (Navidad, Todos los Santos y el día del Padre Laval), las hindúes (el Thaipoosam Cavadee, el Maha Shivaratree o el Divali), las musulmanas (el Eid al-Fitr) y las chinas (el Año nuevo chino). Allí nadie cree que es mejor que nadie. Nadie juzga a nadie. Simplemente son conscientes de que sus mapas son diferentes, aunque claro está, no utilizan esta terminología específica. Actúan así de manera natural porque han convivido con eso desde siempre. Tanto que podríamos aprender de la diversidad, y sin embargo, cuánto la tememos.

Déjenme terminar con una pequeña anécdota: cuando conocí a mi marido, el vivía aún en Isla Mauricio. Allí ocupaba un puesto de responsabilidad en un banco. Al decidir casarnos, decidimos también establecernos en Barcelona, de manera que tuvo que renunciar a su trabajo. Vino a España y trajo consigo sus ahorros. Fue a un banco a abrir una cuenta. Mi marido es de raza china. Cuanto prejuicio rondaría por la mente del cajero, cuando al verlo le preguntó ¡si sabía escribir!

Como decían los indios Sioux: «No juzgues a nadie antes de haber caminado dos lunas en sus mocasines».

Marta Prims
www.terapiaintegranollers.com