El anciano contempló el mar

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El anciano contempló el mar. Contempló cómo las olas besaban y acariciaban las rocas deslizándose entre la arena. Contempló cómo las mareas subían y bajaban y cómo el sol calentaba las rocas que antes el mar había enfriado.

Ciclos, pensó el anciano, toda mi vida son ciclos. Desde mi propio nacimiento me he vinculado a la naturaleza de mi madre, Gaia; y su naturaleza es cíclica, y a esa naturaleza me he vinculado yo: al nacimiento, al crecimiento, a la vejez, y la muerte; a la siembra y a la cosecha, a esa naturaleza cíclica me he vinculado. Recuerdo mi juventud, cuando dominado por mi impaciencia recogía las mieses antes de la época de la cosecha y el grano se pudría en mis manos presa de mi impaciencia. Recuerdo mis esfuerzos por acelerar los ciclos. Recuerdo cómo la impaciencia me dominaba, me cegaba, e intentaba forzar aquello que no puede ser forzado.

Recuerdo cómo en mi madurez empecé a comprender cómo hay que ceñirse a esos ciclos, cómo hay que aceptarlos, asumirlos, respetarlos; cómo todos nuestros esfuerzos son vanos; cómo hay que respetar los ciclos que nuestra madre impone; cómo nuestros esfuerzos por romperlos, por quebrarlos, por acelerarlos, o por retrasarlos, una y otra vez, se quiebran, una y otra vez, son estériles, ante la propia naturaleza de nuestra madre, ante nuestra propia naturaleza. Recuerdo cómo en la madurez llegué a comprenderlo y a respetarlo, y cómo el fluir de los ciclos se fusionó conmigo; cómo empecé a atisbar dentro de los ciclos, dentro de mi propia naturaleza cíclica, cómo iba y venía la transformación, cómo iba y venía la apertura y cierre de los ciclos, cómo iba y venía mi propia historia personal vinculada a los ciclos de la naturaleza, de mi propia amada madre Gaia.

Hoy, en mi vejez, soy más sabio. Hoy, en mi vejez, mi experiencia sustituye a la energía que tenía en mi juventud. El respeto a los ciclos, mi vinculación a ellos, hace que pueda ahora, en cierta forma, aprovechar el viento que me impulsa, en cierta forma, saber cuándo tengo que parar, cuando tengo que pausarme y cuando tengo que acelerarme, y utilizar esos ciclos en mi propia ventaja, en mi propio beneficio, para que sean ellos los que realicen la parte que podríamos llamar más laboriosa, que sean ellos los que me impulsen, que sean ellos los que determinen el ritmo más adecuado, ciñéndome yo a su voluntad, adaptándome a la energía que me rodea, al tiempo que me marca mi propia naturaleza, a los ciclos que marca mi propia naturaleza, vinculada siempre a la naturaleza de “Gaia”, mi amada madre.

Hoy, con mucha menos energía, pero con mucha mayor sabiduría, consigo logros que antes me parecieron imposibles; porque no es mi energía la que me impulsa sino la energía del propio universo la que juega a mi favor; porque es el viento del universo el que impulsa mi barco, no la fuerza de mis brazos; porque es el viento del universo el que determina la velocidad adecuada, no la fuerza de mis brazos; porque es viento del universo en el que determina cuándo debo parar y cuando debo apresurarme, no la fuerza de mis brazos; porque en definitiva, la fuerza de mis brazos es limitada, por muy fuerte que sea, por muy inquebrantable que sea mi voluntad, nada es al lado del universo, nada es al lado de su propia naturaleza, que también es la mía. Que la naturaleza de mi individualidad, de mi personalidad, de mi ego, presa siempre de caprichos o temores, de expectativas y de anhelos, no se imponga en ningún momento a la sabiduría del universo.

Que mis caprichos, que mis temores, que mis anhelos, no se impongan a la verdadera sabiduría que en mí arraiga, y se expresa en el universo en forma de eco. El universo cómo eco de mi propia voz. El universo cómo eco de mi propia sabiduría, no la sabiduría de mi individualidad, de mi personalidad, de mi ego, sino la sabiduría de lo que realmente soy, de la unidad que soy con el propio universo, de la unidad que soy con la amada madre Gaia, de la unidad. Que sea esa unidad la que determine mi rumbo. Que sea esa unidad la que determine mi ritmo. Que sea esa unidad la que determine cómo los ciclos se abren y se cierran. Que los caprichos de mi personalidad, de mi individualidad, de mi ego no me cieguen. Que los temores de mi personalidad, de mi individualidad, de mi ego, no me guíen. Que las expectativas de mi personalidad, de mi individualidad, de mi ego, no constituyan cadenas de esclavitud. Que sea la sabiduría del universo, eco de mi propia sabiduría, la que guíe mi rumbo, la que determine el ritmo al que debo recorrer mi camino, la que sea mi verdadera brújula y guía. Que sea la sabiduría del universo, reflejo de mi propia sabiduría, guía, brújula y timón de mi camino; y que yo como individualidad, como personalidad, como ego, tenga la suficiente sabiduría, humildad y valentía cómo para permitir que el universo sea mi guía, no mis miedos, mis caprichos y mis expectativas.

Cuento Canalizado por Alberto López
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