Mi propio silencio

1556

Esta no sería, ni muchísimo menos, la mejor época de mi vida. Sin embargo decidí que lo fuera. Mi decisión fue tan firme que lo es.

Dicen que no existen las enfermedades, solo los enfermos. Mi enfermedad no existe por lo tanto.

Los médicos emiten diagnósticos, pronósticos y tratamientos.

Sin haber escuchado lo que yo sé porque mi cuerpo es mío y lo percibo desde muy adentro, han ido enumerando cifras, datos y estadísticas. La mente al escucharlos se ha asustado. Pero yo sé. Conozco los “por qués” y “cómos” en relación a esta estructura a través de la cual respira la vida que me han dado.

Como coche sin frenos, descendía a toda velocidad por una pendiente empinada. ¿Quién me empujó desde arriba?: fue esa misma vida, tratando de enseñarme a correr cuesta abajo.

Y ahora me para en seco: no trabajes, no hables por teléfono, respira con el abdomen, espira lentamente, descansa, obsérvate, observa con atención, observa…

Me clavan una aguja en el esternón. No hay suficiente muestra. Prueban otra vez. Y una vez más. La última con un trocar. Aún con anestesia duele demasiado. Aunque en realidad no es dolor, es dentera, es desazón. Entretanto ese mismo día, mi madre, en un acto de infinita compasión, decide empezar a irse muriendo. Se abre algo en el centro del pecho. Brota un inmenso amor que no duele.

Punción en la cresta ilíaca unos días después. Boca abajo. Duele menos. ¿Qué se estará desobstruyendo ahora? Tal vez me esté enfrentando al miedo desde un lugar más cercano. Desde el mismo centro. Ya no soy hija de nadie de carne y hueso. Me quedo a solas con el existir. Me pide que abandone el mundo una temporada. Para encontrar el silencio dentro de mí.

Salgo por la puerta de atrás. Lo hago de esta manera para que nadie se dé cuenta de que me he ido, no vaya a ser que me increpen por abandonar mi puesto en la sociedad.

La música de piano sale detrás de mí en cuanto abro la puerta. Ella es exactamente lo que necesito. Jim Brickman, Luovico Enauldi, Giovanni Allevi… mueven sus manos por el teclado y yo comprendo y asiento. El piano vibra en la misma frecuencia que mi alegría.

¡Ahora comprendo! la enfermedad presente e inexistente tenía como fin “sutilizar” mi estancia en este cuerpo. Sin adelgazar ni un gramo, armonizado, pesa mucho menos. Me sobraban la mayoría de mis pensamientos.

Nieves Mesón
Autora de “Tú y Yo frente al miedo” de Natural Ediciones