Cómo comenzar una nueva actividad en situación de crisis

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La crisis surge porque en lugar de diversificar y renovar las actividades, las empresas permanecen disputando un mercado de compradores ya saturado de productos.

Es posible que alguien tenga esta interrogante. Sin embargo, la crisis surge justamente porque en lugar de diversificar y renovar las actividades, las empresas permanecen disputando un mercado de compradores ya saturado de productos. Como consecuencia, es necesario reducir la producción y el número de empleados, cuando hay desempleados, estos dejan de comprar, se recortan los gastos y se ahorra al máximo. Y cuando se deja de comprar, las empresas deben reducir más su producción y el número de empleados. Esto es lo que constituye la depresión económica. Usted lector, también reflexione: ¿qué sucedería si a partir de ahora durante cinco años, bajo el pretexto de ahorrar, los habitantes de su país comprasen únicamente pan y hortalizas? La consecuencia sería realmente catastrófica: ¡todas las empresas industriales y comerciales, excepto los productores y comerciantes de pan y hortalizas tendrían que poner punto final a sus actividades! Entonces, se concluye que el ahorro realizado en estos moldes no puede ser considerado bueno, desde el punto de vista ético ni económico.

Para empezar, no puede ser una virtud dejar de consumir los productos que nuestro prójimo con esfuerzo produce para nosotros. Economizar es una virtud cuando, en una manifestación de amor sublime, la persona deja de usar un producto para cederlo a otro. No es noble economizar un producto con pena de gastarlo, la nobleza está en el gesto de amor al prójimo. Cuando una persona compra algo, hay circulación de productos y de dinero: una parte del dinero que se pagó por el bien va al productor, otra al comerciante y otra a los empleados. Cuando hay circulación de dinero, no hay necesidad de disminuir la producción, ni de despedir empleados.

De otro lado, en caso de escasez de productos, si las personas adquieren más para almacenar en casa, muchas otras no podrán tenerlos, en este caso, dejar de abastecerse para ceder a los demás es una manifestación de amor. Sin embargo, si no hay escasez, no es un acto virtuoso dejar de comprar. Con tal de no perjudicar al prójimo, podemos comprar y usar contentos y agradecidos los productos que los demás dedicadamente producen, pues simbolizan los que la Fuente Universal con bondad destinó para nosotros.

No obstante, si consideramos el asunto en el contexto universal, Seicho-No-Ie no reconoce la carencia de recursos. Existe la ley de la «indestructibilidad de la materia», según la cual, la materia no se destruye, sino se transforma; es decir, continúa existiendo en otra forma y si es sometida a determinada condiciones, retorna a su forma anterior. Naturalmente, puede ser que algún producto llegue a faltar, pero no necesitamos apegarnos a ese producto, pues surgirá otro para sustituirlo. Claro que en este mundo no existe un artículo que sea exactamente igual al otro. Mientras la mente esté apegada a un único producto, hasta el más rico será igual a un pobre estará imposibilitado de vivir libremente. Sin embargo, si la persona acepta un producto alternativo, que tenga la misma utilidad se abrirá el camino.

Las crisis suceden porque el empresario apegado a la utilidad que debe rendir su empresa, cuando no hay ganancia, trata de economizar despidiendo trabajadores, limitando la producción, reduciendo los costos, es decir, conduciendo los negocios de un modo cada vez más negativo.

Cuando el pueblo economiza, se piensa que es una gran virtud, y cuando el jefe despide empleados, pensamos que es un acto deshumano, pero ambos tienen el mismo efecto, pues economizar significa no utilizar los artículos producidos por los trabajadores, y eso es lo mismo que despedirlos. Analizando la realidad social, de hecho el número de desempleados aumentó desde que comenzó la propaganda para economizar. Sucede así, porque finalmente economizar es lo mismo que dejar de lado el trabajo del hombre.

(Taniguichi, Masaharu, La Verdad de la Vida vol. 2, Pág. 180-182).
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