El viaje como fuente de conocimiento

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Inmersos como estamos en un entorno globalizado, no cabe duda de que vivimos tiempos complejos. Para el ciudadano medio, estos son días de incertidumbre (a gran escala) ya que los pilares que soportaban nuestro estilo de vida se han visto socavados por las contradicciones del sistema. El cambio climático y la crisis medioambiental, el desempleo masivo, el terrorismo internacional o los graves problemas migratorios son solo algunos aspectos de este gran cambio planetario.

A lo largo y ancho del mundo estamos asistiendo a una mutación social que empuja nuestro imaginario colectivo, hábitos y tradiciones, hasta límites insospechados. Tenemos dificultad para ponderar cada evento: muchas de nuestras certezas sobre la realidad han quedado severamente dañadas. No tenemos control sobre los acontecimientos ni podemos predecir sus efectos “colaterales”. La sociedad líquida (*) se escurre entre nuestros dedos como un plancton hipnótico.

Por otro lado, gracias a la potencia y el vértigo del mundo digital, el ser humano está experimentado algo completamente inusitado: la posibilidad de “desplazarse” instantáneamente, desde su pequeño rincón familiar, al espacio global de la red, donde millones de usuarios se conectan afanados. Pero, ¿qué está buscando aquí el hombre…?

Para nosotros, ciudadanos opulentos y tecnificados, el hecho de poder trasladarnos a otros países y conocer su cultura (virtualmente o de facto) ya no es un lujo sino un derecho adquirido, casi una exigencia que incorporamos a nuestro ocio, sin mayor dificultad. Esto ha provocando un fenómeno singular en la historia de la humanidad. Se trata de un monumental trasvase de conocimiento e información, un diálogo inter-cultural gigantesco entre los hemisferios occidental y oriental del planeta. Y lo que es más reseñable: ingentes movimientos migratorios de personas en busca de bienestar económico y seguridad personal. El viaje y el tránsito como metáfora de la vida.

Sin duda este es un ciclo-bisagra en la historia de la humanidad, un tiempo de transición que dará lugar a perspectivas y posibilidades nuevas absolutamente insospechadas. Por ello, necesitamos tomar conciencia de los retos que aparecen ante nuestros ojos. Hemos de comprender las múltiples variables que fluctúan en el caleidoscopio de la realidad: el individuo frente a la sociedad, tradición frente a modernidad, ciencia versus humanidades, nacionalismo frente a globalidad.

Sin embargo, la respuesta a nuestras dificultades humanas e existenciales –la encrucijada de nuestro ser– no se encuentra bajo el amparo de un estado omnipresente que protege (somete) al individuo. O en el disfrute de un mercado híper-consumista que seduce (anestesia) con su ininterrumpida variedad de objetos y experiencias. La vieja sociedad financiera e industrial no puede satisfacer al hombre. La nueva economía digital, tampoco.

Detengámonos por un momento y reflexionemos.

Quizás la respuesta a las preguntas últimas del hombre descanse en las antiguas tradiciones espirituales y de conocimiento de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales, ellas contienen un mensaje de liberación, un núcleo esencial que provee de respuestas a los grandes interrogantes del ser humano. La verdad que libera al hombre de su angustia y dolor no se encuentra dispersa en un tiempo remoto, sino que subyace en el orden donde nacieron las grandes tradiciones de sabiduría. Y esa verdad atemporal, que se revela abierta aquí y ahora, no caduca ni pasa de moda, pues está más allá del tiempo. Se trata de la Sophia Perennis, el conjunto universal de verdades y valores comunes a todos los pueblos y culturas.

De manera muy sucinta, podemos resumir los principios de la Filosofía Perenne, en palabras del filósofo Ken Wilber (**):

1º Existe una Realidad Suprema, que puede experimentarse, el Espíritu, y que recibe diferentes nombres (Tao, Dios, Brahman, Shiva,…), que es eterno e inafectado.

2º El Espíritu está en nuestro interior, hay todo un universo en nuestro interior. La divinidad está en el centro de nuestro Ser, más allá del ego.

3º A pesar que el Espíritu está en nuestro interior, la mayor parte de personas viven en la separación, la dualidad, sin conectar con su esencia, sin ser conscientes de ella, por vivir apegados al ego, creyendo que es lo único que hay. Esto es lo que mantiene la separación del Espíritu; al vivir en la dualidad (placer/dolor, sujeto/objeto, etc.), no se puede percibir la realidad tal cual es: la Identidad Suprema.

4º Hay una forma para salir, de despertar de la ilusión, del error, un “camino” que conduce a la liberación: se trata de desidentificarnos del ego aislado, de trascenderlo, y esto puede suceder abruptamente, o como en la mayoría de los casos, gradualmente, siguiendo uno de los varios caminos que proponen las distintas tradiciones de sabiduría, que nos conducirá al estado de iluminación.

Llegados al final del camino: renacemos, nos liberamos del ego y tomamos consciencia de que eternamente hemos sido una unidad con Dios, sin habernos dado cuenta de ello. “Sólo cuando nuestro ego muere, comprendemos finalmente que no hay nada con lo que podamos identificarnos, y entonces, podemos transformarnos realmente en lo que ya somos”, podemos asumir lo que somos en realidad.

Esta liberación, iluminación, pone fin al sufrimiento, ya que la causa del sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada, y por medio de la meditación se trasciende al pequeño yo, al deseo y al apego (ego). Se puede sentir dolor, miedo, angustia, etc., pero al no estar identificados, no hay sufrimiento, porque se comprende que, siendo el Todo, no hay nada ajeno a él que pueda hacernos daño y aumenta la compasión para ayudar a quienes viven en la ilusión del sufrimiento como realidad.

El final del sufrimiento, conduce a la ayuda amorosa y compasiva hacia los demás para que alcancen la liberación, un servicio desinteresado; al servir al otro, sirvo a mi propio ser, ya que todos somos uno en el mismo ser.

Así pues, el gran cuerpo de sabiduría perenne de la humanidad nos religa a la dimensión divina de la existencia y nos reintegra en el sentido profundo de las cosas. Sin ella, el hombre está vacío, desconectado, y queda extraviado en el marco de una realidad estrecha y empobrecida. El viaje más significativo que un ser humano puede realizar, en cualquier época y tiempo, no es viaje a través del mundo, sino el viaje hacia sí mismo, el viaje hacia la esencia. Ahí subyacen todas las respuestas, la paz definitiva para todos sus anhelos. Lo demás es efímero e insatisfactorio. Quién lo probó, lo sabe.

* Ziygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 (junto a Alain Touraine), nació en 1925 en Poznan, Polonia. Sociólogo, filósofo y ensayista, su investigación, entre otras cosas enfocada en la modernidad, le ha llevado a definir la forma habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas como “la vida líquida”. Fallecido en 2017. 

** Ken Wilber (nacido el 31 de enero de 1949 en Oklahoma City) es un escritor estadounidense cuyos intereses versan principalmente sobre filosofía, psicología, religiones comparadas, historia, ecología y misticismo. Su trabajo se centra principalmente en distintos estudios sobre la evolución del ser humano y en su interés por promover una integración de la ciencia y la religión, según experiencias de meditadores y místicos, analizando los elementos comunes a las tradiciones místicas de oriente y occidente. En su obra articula distintos aspectos de la psicoterapia y la espiritualidad.

Federico Oliver Vega