Incontinencia urinaria: cuando la enfermedad avergüenza

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Todavía hoy en día, en pleno siglo veintiuno, la incontinencia urinaria causa vergüenza a quienes la padecen y evitan hablar del “problema” con su médico. Tanto es así, que muchos profesionales de la salud se refieren a ella como uno de los últimos tabúes de la medicina.

La incontinencia urinaria -pérdida involuntaria de orina debido a una falta de control de la vejiga- no es una patología exclusivamente femenina, pero afecta en una proporción bastante más alta a las mujeres que a los hombres.

Alrededor de 5 millones de mujeres en España la sufren y su prevalencia aumenta con la edad. De hecho, la mitad de las mayores de 60 años la padece.

Aunque se está avanzado en su normalización, aun sigue siendo un tema tabú, “algo que se lleva como un estigma”, señala a Efe la doctora Montserrat Espuña, jefa de la Unidad de Uroginecología del Hospital Clínic de Barcelona, que trata a mujeres con este problema desde hace años. “Parece que ser incontinente es no controlar y no queda bien hablar de esto”, dice Espuña. A pesar de que en los últimos diez años se ha producido “un cambio importante”, la doctora cree que “sigue habiendo mucha necesidad de hablar de ello”.

Muchas veces ni siquiera la pareja o las amigas más íntimas conocen el problema. Las que lo padecen “creen que les está pasando algo vergonzoso; el hacerse pipí no se comparte”.

A esta ginecóloga no le gusta que la gente asocie tratamiento de la incontinencia con la compresa, que debería ser el último recurso. Por ello, se muestra muy crítica con los anuncios en los que una famosa le dice a la mujer: “si tiene este problema, póngase una compresa y vaya donde quiera”.

E insiste en que hay que consultar al médico. “Puede tener una solución más digna que llevar siempre una compresa”. Y es que la incontinencia se puede prevenir y curar.
Mantener el suelo pélvico en forma es la principal estrategia preventiva, especialmente en el caso de la incontinencia de esfuerzo (aquella en que los escapes de orina se producen al hacer ejercicio, toser, estornudar, reír o realizar cualquier movimiento corporal que ejerza presión sobre la vejiga). Está científicamente demostrado que los ejercicios de Kegel o de contracción del suelo pélvico, reducen los síntomas de forma significativa e incluso pueden curar.

El procedimiento es muy sencillo: “se trata de hacer fuerza como si se fuera a cerrar la vagina para subir algo que está a punto de caerse”. Durante cinco o seis segundos y luego relajar, así hasta cuarenta veces al día repartidas en tres momentos distintos.

Pero, además, esta terapia tiene un efecto compensatorio “importante” en la incontinencia de urgencia, también llamada “vejiga hiperactiva”: la orina se escapa porque no se llega a tiempo al lavabo cuando se tienen ganas de miccionar.

Este tipo, además, se trata con fármacos (anticolinérgicos), que ayudan a frenar los espasmos de la vejiga, y con cambios de hábitos.

La cirugía “funciona muy bien” en la incontinencia de esfuerzo y es un procedimiento muy sencillo, que no requiere ingreso hospitalario. Consiste en colocar una pequeña banda o malla debajo de la uretra para reforzar los tejidos que están débiles. En el 90 por ciento de los casos los cambios son “espectaculares”. Lo que hay que tener claro es que nunca se cura sola. Es una predisposición “que con los años puede ir a peor”, advierte Espuña.

El embarazo y el parto son factores de riesgo. Una mujer que ha parido tiene tres veces más posibilidades de padecerla, pero también es frecuente en deportistas, obesas o aquellas que tengan antecedentes familiares.

Tener una madre con incontinencia multiplica por tres las posibilidades, señala Montserrat Espuña. “Hay un componente genético que depende de la estructura de los tejidos, que puede favorecer la laxitud de los mismos”. Un campo en el que se está investigando actualmente.

La incontinencia urinaria repercute negativamente en la calidad de vida de las afectadas. “Te limita. Hay historias diarias de gente que tiene su vida tocada” por este problema, que puede llegar a “machacar” las relaciones íntimas “hasta un punto impresionante”. No es tanto el hecho de que la pareja le de importancia como de que la propia afectada se inhibe por miedo, lo que afecta a su deseo sexual.

Fuente: Efe.