Nuestro cuerpo está diseñado para mantener la vida incluso en las situaciones más extremas, por eso la salud es nuestro estado natural. Sin embargo, esta biología perfecta se encuentra bajo la influencia de dos ecosistemas cuyo equilibrio es vital para el bienestar físico.
El ecosistema externo o social tiene que ver con el enclave donde vivimos. Existen factores en nuestro estilo de vida que pueden afectarnos negativamente: contaminación, radiación electromagnética, niveles de ruido, alimentación deficiente, desconexión de la naturaleza, adicciones, etc. Todos estos estresores pueden generarnos desequilibrios y estropear mucho nuestra salud.
El ecosistema interno o personal, se refiere al funcionamiento y al grado de armonía de nuestros sistemas y estructuras, así como a la forma en la que nuestro organismo gestiona los diferentes estímulos externos. De forma natural, el cuerpo dispone de herramientas para recuperarse: sistema defensivo, descanso, eliminación de toxicidad, respiración, etc…
La interacción de ambos ecosistemas tiene distintos efectos en cada biología, además es preciso considerar que puede existir una predisposición a desarrollar determinadas enfermedades por cuestiones genéticas, Kármicas o de sanación del linaje familiar.
Pero hay otros factores que tienen mucha trascendencia y apenas se valoran, se trata de las repercusiones que tienen los pensamientos y emociones. Seguramente no se tienen en cuenta porque vivimos en una sociedad centrada en lo tangible. Sin embargo, los desajustes que se producen a nivel biológico son en su mayoría el resultado de malestares crónicos a nivel emocional: estrés, situaciones violentas, competitividad, relaciones tóxicas, problemas laborales y/o económicos, pérdidas personales, etc.
Salvo en casos de accidente, antes de que un desajuste se manifieste en el plano físico, primero surge en el energético como efecto de pensamientos y emociones negativas. El ritmo de vida tan desenfrenado que llevamos impide que dediquemos tiempo a tomar conciencia de lo que pensamos y sentimos, pues nuestra atención suele estar todo el tiempo fuera.
En esa actividad frenética, nuestro diálogo interno (resultado de nuestras creencias), provoca emociones que no se gestionan adecuadamente. Muchas de ellas se guardan generando bloqueos y otras se desvían hacia terceros emponzoñando relaciones.
En ambos casos, se pierde el propósito que tiene la aparición de estos procesos porque al no explorarlos no se puede integrar el aprendizaje que traen. En realidad, la enfermedad es una llamada de atención del cuerpo para que revisemos nuestro estilo de vida y hagamos reajustes que nos ayuden a recuperar el equilibrio natural.
Las emociones son energías que siempre encuentran un modo de expresarse y si no se canalizan bien son precursoras de enfermedades en el plano físico
Las emociones son energías que siempre encuentran un modo de expresarse y si no se canalizan bien son precursoras de enfermedades en el plano físico, cada una con un correlato según el órgano donde se manifiesta. Remito al libro “usted puede sanar su vida” de Louise L. Hay donde la autora comparte un listado sobre problemas de salud y sus creencias y emociones asociadas.
No creo que se ofenda la clase médica si declaro que, en los estudios universitarios de todo el sistema sanitario, el foco no está puesto en las estrategias para mantener la salud, está puesto en una infinita nomenclatura de síntomas y enfermedades. Después, los instrumentos de diagnóstico facilitan resultados que establecen la “normalidad o anormalidad” de aquello que se estudia mediante unos parámetros fijos. Finalmente, todo deriva en un dictamen y en un tratamiento farmacológico.
La mayor incapacidad de la ciencia médica como sistema para generar salud es que, como ya he comentado, se enfoca en su opuesto y porque la excesiva especialización impide ver a la persona en su conjunto, como entidad completa. Así, cuando aparece un síntoma de desequilibrio, se deriva al correspondiente especialista y, con cada nuevo síntoma, a otro y a otro más en una espiral infinita. Cada uno de ellos prescribirá un tratamiento con fármacos que, si bien puede frenar algunos síntomas, irá dañando progresivamente el organismo con sus inevitables efectos secundarios.
En el otro extremo están las terapias denominadas erróneamente “alternativas”. De hecho, la medicina china de donde surge la mayor parte del conocimiento, lleva más de 5.000 años demostrando su efectividad a muchos niveles. A diferencia de nuestro sistema sanitario, tiene su mirada puesta en la persona como un todo y los tratamientos se apoyan en procedimientos más orgánicos, por lo tanto, más asimilables por el cuerpo por lo que no generan daños colaterales.
El inconveniente de estas medicinas es que a veces requieren de tratamientos más prolongados y, al aumentar el tiempo o el número de sesiones, acceden a ellas quienes tienen abundantes recursos económicos. También presentan hándicaps cuando el desarreglo está muy avanzado, pues hay ocasiones en las que sólo pueden ayudar minimizando los síntomas.
Por contra, la mayor efectividad de la medicina alopática se encuentra en las problemáticas agudas y de urgencia, pues en las últimas décadas ha habido grandes avances en el campo de la cirugía y de los procedimientos quirúrgicos, logrando salvar muchas vidas.
Considero que la nueva forma de abordar los desequilibrios será a través de equipos multidisciplinares formados por profesionales de ambas medicinas. Cada caso se estudiará de forma conjunta para proponer el tratamiento más apropiado, respetando también la elección particular de cada individuo. De esta manera, toda la población podrá tener acceso.
Muchos profesionales sanitarios ya estudian y practican otras formas de tratamiento porque encuentran lagunas en el sistema convencional. Pero esto origina un desequilibrio respecto a los “terapeutas” porque no existe reciprocidad ni reconocimiento en cuanto a la homologación de títulos (por esa tendencia a considerar que los estudios académicos son más valiosos). Esto es intrusismo profesional.
Sin embargo, sistemas de salud de países como Suiza, Holanda, Austria o Reino Unido, están dando pasos hacia la medicina integrativa para poner a disposición de los pacientes una mayor gama de recursos y profesionales de ambos campos.
En general, el problema que tenemos es que nadie nos enseña los principios en los que se apoya la salud y esa falta de conciencia hace que llevemos a nuestro cuerpo a límites que lo dañan y enferman. En ese momento es cuando buscamos el remedio, pero lo ideal sería que mantuviésemos nuestro equilibrio natural de forma autónoma, sin recurrir a otras personas salvo en situaciones de auténtica urgencia.
Propongo que reflexionemos sobre la siguiente cuestión: hemos delegado la responsabilidad de nuestro bienestar en los médicos y la medicina y, con ello, también en las empresas farmacéuticas que hacen de la enfermedad un negocio. ¿Qué tal si tratamos de recuperar nuestra soberanía?
Si aún estás a tiempo de evitar el deterioro de ese equilibrio holístico que es tu patrimonio natural, encuentra la forma de mantenerte sano/a. Entrar en la espiral farmacológica suele conllevar la cronificación y el posterior encadenamiento de problemáticas que irán mermando tu calidad de vida.
María del Mar del Valle
Educadora Social
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