En esta sociedad cada vez más mecanizada y alejada de lo natural, asistimos desde hace unos años al crecimiento de una tendencia cada vez mayor que nos vuelve a acercar a la naturaleza en la maternidad.
Hoy en día sabemos que un embarazo estresado (si este estado es habitual) afecta al bebé, ya que las hormonas vinculadas al mismo le llegan por vía placentaria, además de que a causa de este estrés continuado o de la estructura psicológica de la madre, el útero deja de ser un lugar pulsante y lleno de vida para convertirse en inhóspito, inmóvil y fuente de la primera experiencia de contracción defensiva del feto. El útero debería ser un lugar donde la primera experiencia de vida fuese de placer, ya que estamos sentando las bases para el cómo va a percibir el niño el mundo en el futuro, si como un lugar seguro y fuente de placer, o un lugar inseguro fuente de estrés del que hay que defenderse acorazándose.
El parto es otro momento que determina en gran medida cómo va a formarse la estructura psicológica de ese niño. Un parto medicalizado por sistema (no hablo de las veces en que es necesario, sino de hacerlo simplemente por protocolo) es la primera experiencia violenta de muchos bebés. Se les recibe sin permitirles nacer al sacarles mediante instrumental o las manos del obstetra, con luces cegadoras, gotas en los ojos, pinchazos, corte prematuro del cordón umbilical, que no permite que adapten gradualmente la respiración al medio aéreo, separación de la madre, etc., cuando precisamente lo que necesitan es mantener el continuum con lo que hasta ahora era su mundo, la tranquilidad, el contacto con el cuerpo de la madre ininterrumpidamente (ya que percibe que son un solo ser), el paso paulatino y sin violencia del medio acuático al aéreo (esto puede ser posible mediante un parto acuático), iluminación tenue y sobre todo ausencia de violencia en su primer contacto con el mundo exterior.
Afortunadamente cada vez más madres son conscientes de la relevancia de un parto natural donde los protagonistas sean madre y bebé, no el equipo médico, así como de la importancia del establecimiento del vínculo con su hijo, que surge en ese contacto ininterrumpido, en ese contacto de miradas mágico que junto con el parto natural inundan todo de oxitocina, la hormona del amor.
Ese contacto continuado con el cuerpo de la madre favorece el establecimiento de la lactancia materna, proporcionando al bebé mucho más que alimento: seguridad, contacto, energía vital, amor. Es importante recalcar en este punto que de hecho lo más importante de la lactancia es ese contacto, y que aunque la lactancia materna es lo más indicado ya que hay cosas que no pueden ser sustituidas con la artificial, si hay problemas para que se establezca satisfactoriamente para ambos (para solucionarlo puede consultarse con una asesora de lactancia) o si hay lactancia materna pero ausencia de contacto, a veces es mejor inclinarse por la lactancia artificial pero con contacto. Cada vez más madres se decantan por la lactancia materna pese a los obstáculos laborales o incluso sociales, donde quien amamanta en público es en muchas ocasiones tratada con desprecio. La OMS recomienda lactancia materna hasta los 6 meses de forma exclusiva, tras lo cual se comienza con la introducción de la alimentación complementaria continuando con la lactancia hasta como mínimo los 2 años de edad del niño.
Para favorecer ese necesario continuum y dado que el bebé no percibe que la madre y el sean individuos diferentes hasta pasados los 6 meses tras el nacimiento, el porteo mediante diferentes tipos de portabebés ergonómicos es un gran aliado, así como cogerles en brazos ignorando algunos consejos del tipo «se va a acostumbrar». Separar al bebé de su madre durante espacios prolongados de tiempo (debe evitarse separarles en la medida de lo posible) puede provocar una escisión del yo en el bebé como defensa psicológica, estableciendo la posible base de una estructura psicótica. Es por ello que ciertos métodos por desgracia muy populares para enseñar a dormir a los niños son tremendamente dañinos. Un bebé es puro instinto, la voz de nuestros ancestros.
Nuestra sociedad moderna es apenas una manchita en el tiempo en el camino de la evolución humana, por lo que el bebé no entiende de cunas ni interfonos, entiende de miedo a morir si no está junto a su madre, miedo a morir de hambre, frío o a manos de un depredador. Por este motivo al aplicar este tipo de métodos además de favorecer esa escisión del yo, estamos sobrecargando el cerebro del bebé de cortisol, la hormona del miedo y el estrés, tremendamente dañina para el desarrollo del cerebro infantil. Por ello lo ideal para el niño es el llamado colecho o dormir en la misma cama con el bebé, guardando ciertas normas de seguridad como que los padres no sean obesos, que no fumen ni beban, etc. De este modo el bebé mantiene ese contacto con quien percibe como parte de su yo, su madre, y tiene acceso nocturno a la lactancia materna. Los métodos tan en boga para «enseñar a dormir» a los bebés no les enseñan a dormir (porque el bebé ya sabe dormir, sólo que con el patrón de sueño infantil con varios despertares que favorecen la supervivencia), les enseñan a desesperarse, a caer en la indefensión aprendida, a deprimirse, a contraerse. Teniendo además en cuenta que un bebé es incapaz de manipular o engañar ya que se trata de una función del cerebro superior que aún no tienen formado, es imposible que lloren para manipularnos.
Siguiendo con lo natural, un bebé no necesita hamacas, estímulos sonoros y visuales que le saturan con multitud de luces, parqués…un bebé necesita explorar cuando empieza a estar capacitado para hacerlo, por lo que antes de adquirir por ejemplo un parqué para que estén seguros, es mejor que adaptemos nuestra casa para que el niño no corra peligro, acolchando esquinas, quitando cosas que puedan hacerle daño, etc. Es de suma importancia el gateo, ya que participa en la interconexión hemisférica y por consiguiente en el desarrollo cerebral, así como en la inhibición de reflejos primitivos que deben dar paso a los reflejos posturales y al desarrollo del cerebro medio y superior. Si un bebé no tiene oportunidad de gatear porque su casa está llena de barreras y obstáculos o porque se pasa el día en una hamaca o parqué, este proceso puede verse afectado.
Respecto a la alimentación del niño una vez comienza a comer sólidos, de nuevo la cultura nos ofrece una amplia gama de purés muy alejada de lo que comen los seres humanos desde sus inicios. Es mucho mejor ofrecer al niño alimentos sin triturar, lo que se conoce como «baby led weaning», consistente en ofrecer al bebé comida en inicio cortada en trocitos que ellos mismos puedan manejar y comer. De este modo el bebé aprende antes a masticar que a tragar, siendo la masticación y la digestión esenciales para el desarrollo cerebral. Es mejor que el niño satisfaga su curiosidad comiendo con las manos y que lo manche todo a que nosotros alimentemos al niño con una cuchara, y nunca debemos obligarle a comer. El estómago del niño es muy pequeño y a veces las expectativas del adulto respecto a cantidades no son nada realistas. Si el niño tiene hambre y lo necesita, comerá. Lo cual es diferente a darle a deshora golosinas por evitar una rabieta y que luego evidentemente el niño no tenga ganas de comer. Con este sistema el niño descubre el placer de comer y de explorar con la boca los alimentos, anclando a su ser un nuevo motivo para entender la vida desde el placer y la confianza.
Llegando a los 2 años comienzan las temidas rabietas, tan incomprendidas por parte de los adultos, que no saben lo que entiende y pretende un niño de esa edad y atribuyen a una simple expresión emocional una lucha de poder. Un niño antes de los 3 años se encuentra en la llamada «fase egocéntrica», en la que como su propio nombre indica, todo gira alrededor suyo, por la sencilla razón de que debido a la inmadurez cerebral son incapaces de ponerse en el lugar de otra persona. Por lo tanto no existe tal lucha de poder y no sólo es absurdo, sino dañino, actuar frente a las rabietas como si fuesen así.
El objetivo no es evitar las rabietas a costa de todo, sino acompañarlas cuando se produzcan. Podemos distraer al niño si vemos que pueden producirse, anticiparnos si sabemos que cuando tiene hambre o sueño se suele enfadar adelantando la hora de comer o de dormir, pero si la rabieta se produce la receta es sencilla: verbalizamos lo que siente el niño («estás muy enfadado por esto, lo sé»), le dejamos claro que le queremos y estamos con él, le ofrecemos nuestro abrazo si lo desea y si no lo desea permanecemos disponibles para cuando lo quiera. De ese modo el niño comienza a identificar sus emociones y va aprendiendo a gestionarlas. Hacerlo de otra manera es culpabilizar por sentir emociones que ni ellos mismos pueden controlar, creando frustración que va acumulándose, provocando muchas veces problemas de destructividad y creando una base de rabia. Del mismo modo no hay que negar otras emociones, por ejemplo con el tan manido «no pasa nada» cuando se asustan o se golpean. Por supuesto que pasa algo, ellos así lo sienten. Lo que necesitan en ese momento es que verbalicemos y digamos que sabemos que se han asustado o que les duele, no que neguemos o quitemos importancia a lo que sienten.
Respecto al control de esfínteres el pañal no debe quitarse antes de que el niño esté preparado, que es cuando es capaz de anticiparse y avisar que tiene que ir al baño, no antes. Esto suele darse sobre los 3 años. Hacerlo de otro modo, sin respetar sus ritmos naturales, con prisas porque entra en el colegio o porque aprovechamos que es verano y le dejamos hacérselo encima, puede provocar problemas en el futuro, llegando incluso a favorecer una estructura de tipo masoquista.
También sobre los 3 años el niño comienza a tener curiosidad por sus genitales y los de los demás, lo que de nuevo suele ser frustrado culturalmente debido a la represión en este sentido que sufrimos en nuestras propias infancias. Esta curiosidad es natural y debe permitirse, ni censurarse ni alentarse. Si se trata como algo sucio el niño lo hará igual pero a escondidas, sin información y sintiéndose culpable, además de tener acceso a la sexualidad que si es sucia ofrecida por la sociedad (como por ejemplo el porno). Poco tiene que ver con no permitir esto la prevención del abuso sexual como piensan muchos padres. Al contrario, el abuso sexual se favorece no permitiendo esta exploración natural, haciéndoles sentir culpables por lo que no lo contarán si les sucede, y sobre todo va de la mano de una crianza autoritaria en la que lo que dice el adulto debe hacerse sin rechistar, haciéndoles presa fácil del abusador. Para prevenir el abuso lo mejor es permitir esta exploración, criar con respeto y desde la realidad natural de lo que comprende un niño a cada edad, y fomentar una conciencia sólida de que su cuerpo es suyo, por ejemplo no obligándoles a dar besos y abrazos en reuniones sociales si no desean hacerlo.
El movimiento de crianza respetuosa surge con fuerza. Cada vez más niños son criados desde este punto de vista, dando esperanza al futuro de la humanidad. Un mundo en el que nos veremos a nosotros mismos y a los demás, nos quitaremos la venda de la percepción alterada y de la moralidad social para dar paso de nuevo a una maternidad natural, a una humanidad natural y real.
Laura Perales Bermejo
Psicóloga infantil. Orientación reichiana, humanista, Teoria del apego.
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