Resistencias bacterianas

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Cada vez son más los antibióticos que dejan de tener eficacia y cada vez mayor el número de bacterias que adquieren resistencias frente a estos fármacos.

En los albores del siglo XXI, no podemos negar y además debemos reconocer que los antibióticos supusieron un hito, una revolución en la historia de la medicina, y por ende de la humanidad, debiéndoseles a ellos que se hayan podido salvar numerosas vidas. Sin embargo, el abuso y mal uso que se ha hecho de éstos en estos años ha provocado numerosos problemas, el mayor, la aparición de resistencias bacterianas, lo que ha generado una profunda preocupación entre la comunidad científica internacional por la posibilidad de una vuelta a la «era preantibiótica», donde las infecciones bacterianas carecían de tratamiento, como advierte la OMS. Por lo pronto, muchas infecciones ya no se pueden curar fácilmente, lo que ocasiona un tratamiento prolongado y caro, y un mayor riesgo de muerte, ante enfermedades que fácilmente se curaban años atrás. Esta situación se vuelve más dramática si consideramos los últimos datos sobre algunas causas del cáncer que apuntan a que uno de cada seis se debe a una infección.

Este fenómeno en el que las bacterias se hacen resistentes a los antibióticos, está causado por la capacidad que tienen estos gérmenes para mutar y adaptarse a las nuevas situaciones, ya que cuando se utilizan masivamente los antibióticos, las que mutan y desarrollan la capacidad de hacerse fuerte a estos tratamientos, quedan seleccionadas y empiezan a multiplicarse y expandirse sin control, apareciendo ciertas bacterias resistentes a casi todos los antibióticos, lo que podría dar lugar a situaciones de hace 50 años, con riesgo de brotes epidémicos que den lugar a pandemias, debidas a esta selección natural.

Los datos de la Unión Europea, son escalofriantes, ya que cada año mueren en esta zona del mundo 25.000 personas por infecciones que no respondieron a los tratamientos antibióticos al estar causadas por bacterias multirresistentes, muertes que podían ser evitables, y esta cifra, va en aumento, situándonos por encima de las muertes causadas por VIH o por accidentes de tráfico. Cada vez son más los antibióticos que dejan de tener eficacia y cada vez mayor el número de bacterias que adquieren resistencias frente a estos fármacos. La industria farmacéutica busca nuevos antibióticos, pero solo se espera reemplazar una mínima parte del total de antibióticos que van dejando de funcionar, con lo que cada vez hay menos antibióticos disponibles, situándonos ante una auténtica «crisis de antibióticos», también agravada porque existe un mayor interés por parte de las multinacionales en buscar fármacos para enfermedades crónicas que no para enfermedades en las que se toma un fármaco durante un tiempo limitado. Para hacer frente a esta situación, se están volviendo a reutilizar fármacos que casi se habían desechado porque eran relativamente tóxicos o no eran muy eficaces (como la colimicina o la fosfomicina) y que, en la práctica, permanecían para indicaciones muy concretas y de poca utilización.

Por aportar algunas cifras, el año pasado se notificaron por lo menos 440.000 casos nuevos de tuberculosis multirresistente, y la forma ultrarresistente de la enfermedad se ha observado en 69 países hasta la fecha. El parásito causante del paludismo se está volviendo resistente incluso a la generación más reciente de antipalúdicos. Por otro lado, cada vez hay menos opciones para tratar la gonorrea y la shigelosis causadas por cepas bacterianas resistentes. Las infecciones graves que se contraen en un hospital pueden causar la muerte porque resulta muy difícil tratarlas. Además, las cepas de microorganismos farmacorresistentes se propagan de un lugar a otro del mundo tan interconectado y globalizado. También está apareciendo la resistencia a los antivíricos que se usan para tratar la infección por el VIH.

El último Eurobarómetro sanitario no deja lugar a dudas sobre esta cuestión: los españoles consumen más antibióticos que la media de los europeos y, además, lo hacen sin prescripción médica con más frecuencia que sus vecinos del viejo continente. Concretamente, el 30% de los europeos declaran haber consumido antibióticos en los últimos 12 meses, mientras que esa cifra se eleva al 53% en el caso de los españoles. Además, si el 5% de los europeos confiesan haber obtenido los medicamentos sin receta médica (por disponer de ellos en su botiquín casero o por adquirirlos sin receta en la farmacia), este porcentaje es del 8% entre los españoles. Por sí mismos, los datos de consumo no dicen mucho. Sin embargo, cuando se pregunta a los europeos el motivo por el que consumieron estos fármacos saltan las alarmas. El 20% de los europeos tomó antibióticos con la intención de tratar una gripe y ese error fue mucho más generalizado en España, donde el 32% citó esta razón. España se sitúa de hecho a la cabeza de toda Europa en consumo de antibióticos con el objetivo erróneo de tratar una gripe. Además España encabeza el ranking del uso de antibióticos para tratar dolores de cabeza: si en la UE sólo el 5% de los ciudadanos declaró haber tomado estos fármacos para curar un dolor de cabeza, esta cifra aumenta al 12% en nuestro país. La últimas estadísticas demuestran que el 12% de las farmacias en España, venden estos fármacos sin ninguna receta y aunque la cifra es alarmante, hemos mejorado, porque hace tan solo 9 años, este porcentaje se situaba en el 55%, pero seguimos siendo uno de los países desarrollados con más consumo de antibióticos, mayores tasas de resistencia bacteriana, sobre todo en los patógenos de origen comunitario (Streptococcus pneumoniae, Haemophilus influenzae, Moraxella catarrhalis, Campylobacter jejuni, Salmonella o Escherichia coli) y exportadora de estas resistencias al mundo.

Para evitar este problema, debemos concienciar a la población y hacer un uso racional de los antibióticos y no un abuso como se ha hecho hasta ahora y explicar que una gran parte de las infecciones que sufrimos se deben a procesos víricos sobre los que los antibióticos no tienen ningún efecto, como ocurre con la mayoría de los procesos catarrales. Debemos saber que existen ciertos cuadros provocados por bacterias, donde a pesar de haberse constatado que el empleo de antibióticos no tiene una mayor eficacia que el empleo de un placebo, se siguen utilizando para tratar estas enfermedades como otitis y rinosinusitis agudas.
También los médicos tenemos que entonar el «mea culpa» en esta situación, pues además de los diagnósticos incorrectos que conducen a una prescripción de antibióticos en patologías donde no son necesarios, se produce también una «medicina defensiva», en la que a veces predomina por encima del bien del paciente, evitar demandas judiciales y se receta en exceso convirtiendo esa medicina defensiva para nosotros en agresiva para el paciente.

Por otro lado, el exceso de higiene especialmente en las primeras etapas de la vida, que nos hace que nos desarrollemos en un ambiente demasiado «estéril», con multitud de productos químicos, que desinfectan y matan las bacterias en jabones, productos de limpieza del hogar, equipos de reciclado de aire, esterilizadores de biberones, etc., debilita nuestro sistema inmunológico, ya que para que éste se desarrolle eficazmente necesita enfrentarse a los gérmenes e ir adquiriendo inmunidad frente a ellos. Esto trae también como consecuencia, no solo que nuestro sistema inmune funcione peor, sino que además aumenten otros trastornos, como las dermatitis, el asma o las alergias, y de hecho, gracias a la higiene, se ha conseguido que la incidencia de enfermedades infecciosas en Occidente haya disminuido a tan sólo un 10%, pero sin embargo, el impacto de las enfermedades autoinmunes se ha multiplicado por cinco, habiendo algunos estudios que también empiezan a relacionar esta hipótesis higienista con el aumento de otras patologías como la enfermedad inflamatoria intestinal, diabetes mellitus tipo I y esclerosis múltiple.
Dentro de este uso irracional e indiscriminado de los antibióticos que ha dado lugar a la aparición de resistencias bacterianas, está también el empleo de éstos en la agricultura, ganadería y en la alimentación de forma masiva con dosis pequeñas pero constantes de estos fármacos. La práctica de mezclar antibióticos en el pienso de los animales para que el ganado, los cerdos y los pollos aumenten de peso y se hagan más resistentes a las enfermedades es algo habitual. En EE.UU. más del 70% en volumen de los antibióticos producidos, se usan en alimentación animal (pollos, cerdos y vacas) en ausencia de enfermedad. Por citar un ejemplo, recientemente se ha podido constatar que una infección tan frecuente como las del tracto urinario provocadas por la Escherichia coli y que cada vez es más resistente a los antibióticos, parece provenir del pollo que está siendo sometido a tratamientos antibióticos repetidos. También se ha observado incluso la presencia de antibióticos en alimentos para lactantes.

Frente a este panorama desolador que constituye un auténtico problema de salud pública que tarde o temprano si siguen así las cosas nos alcanzará a todos, la medicina natural se erige como posible solución a este sinsentido motivado por el abuso de unos fármacos que realmente son eficaces. Y es que mientras la medicina oficial ha confiado más en la acción de unas moléculas que actúan desde fuera del organismo sin contar con éste a las que llamó antibióticos por su mecanismo de acción que se podría traducir como «contra el microbio», nunca hizo nada por ponerse de parte de la naturaleza humana en la que la medicina natural siempre ha confiado y en ese «médico interior» ó «fuerza vital curativa» que tenemos todos y que Hipócrates llamó «Vis Naturae Medicatrix», y solo si fracasamos estimulando de forma natural nuestras defensas, deberíamos emplear los antibióticos.

Si bien son los gobiernos quienes deben asumir la dirección y formular políticas nacionales para combatir la farmacorresistencia, los profesionales de la salud, la sociedad civil y otros grupos también podemos contribuir de manera destacada. Desde las medicinas alternativas y complementarias (o al menos desde mi posición y la de la mayoría de compañeros) nunca hemos negado la efectividad de los antibióticos, pero siempre hemos pensado que emplearlos era solo tener una visión muy parcial de lo que está ocurriendo, e independientemente de que también utilizamos plantas medicinales y sustancias con capacidad antiséptica y antibiótica, damos una vital importancia a los inmunoestimulantes para que sea el propio sistema inmunológico del paciente el que contribuya a eliminar la infección.

Pasteur, incluso, reconoció poco antes de morir que «el microbio no es nada, el terreno lo es todo», lo que viene a reafirmar lo anteriormente expuesto y explica el por qué si un grupo de individuos se exponen a un mismo microbio, unos se infectan y otros no, e incluso dentro de los infectados, unos presentan síntomas más graves con cuadros clínicos más abigarrados que otros dependiendo de cómo estén sus defensas.
Además, nuestro terreno, nuestras defensas, están cada vez más inmunodeprimidas debido a la gran cantidad de sustancias tóxicas que penetran en nuestro cuerpo debilitándolas y muy especialmente por el aumento de empleo de fármacos inmunosupresores, entre los que los corticoides son los más importantes. El otro gran inmunodepresor, no es químico, pero a todos nos resulta familiar y es el estrés, que ha demostrado que es capaz de bajar nuestras defensas de una forma importante, y que por lo tanto debemos evitar si queremos que nuestro sistema inmune funcione de una forma eficaz.

Además de realizar ejercicio físico en espacios abiertos y dormir las horas adecuadas, la dieta es fundamental a la hora de mejorar nuestras defensas, y en ella debemos evitar las grasas saturadas e incluir zinc que encontramos en legumbres, huevos y carnes magras, antioxidantes presentes en las frutas y verduras, debiendo prestar especial atención a las ricas en vitamina C, y además a otros dos alimentos de uso común como son el ajo que tiene sustancias antibióticas y la cebolla.
La Naturaleza siempre ha sido generosa con el ser humano y uno de sus regalos nos lo ofrecen las abejas, pues la miel que producen también tiene sustancias antisépticas, y el propóleo está considerado como el antibiótico natural por excelencia.

Los probióticos aumentan los niveles de interferón, y regula los niveles de linfocitos Th1 y Th2, y se ha podido comprobar que incluso en pacientes con daño cerebral traumático ingresados en UCI cuando se les administra en el gotero reduce el número de infecciones y acorta su estancia en estas unidades, aunque, un reciente estudio pone en duda su utilidad en pacientes severamente inmunodeprimidos ya que aumenta la mortalidad por pancreatitis. Fuera de esta situación los probióticos han demostrado que son seguros y perfectamente tolerados. Donde existe más evidencia científica es en el tratamiento de cuadros diarreicos del aparato digestivo y como coadyuvante en el tratamiento de erradicación del Helicobacter pylori, y empiezan a publicarse estudios que demuestran que pueden ser también eficaces en las infecciones de vías urinarias y en las vaginales.
Dentro de las plantas medicinales destaca como inmunoestimulante la equinácea (Echinacea angustifolia), que también posee propiedades antivíricas siendo muy útil en el tratamiento de resfriados y gripes, infecciones del tracto genitourinario y por vía tópica en el tratamiento de heridas. También otra planta medicinal que actúa en este sentido, es la uña de gato (Uncaria tomentosa). Sin embargo, existen otras plantas medicinales menos empleadas por ser más comunes que tienen una importante capacidad antiséptica como son el romero y el tomillo.
Merece hacer un apartado especial al aporte que hacen en este sentido las setas medicinales que han ido irrumpiendo con fuerza en el sector de la herbodietética, avaladas por numerosos estudios científicos que demuestran su eficacia sobre nuestro sistema inmunológico. Entre ellas destacan el reishi (Ganoderma lucidum), shiitake (Lentinula edodes), maitake (Grifola frondosa), champiñón del sol (Agaricus blazei), cola de pavo (Coriolus versiciolor), todas ellas ricas en betaglucanos que además de subir nuestras defensas, también se ha comprobado que pueden ayudarnos a superar ciertos tipos de cáncer.
Finalmente debemos considerar ciertos oligoelementos, como el bismuto muy útil en infecciones de vías respiratorias altas y de la esfera ORL, el cobre, un antiinfeccioso general del que se ha propuesto cambiar los objetos metálicos de hospitales y centros de salud como pomos, tiradores, etc., debido a que impide el crecimiento de bacterias y la plata un antibiótico natural sobre la que la industria química se ha fijado y está empezando a desarrollar productos como pinturas, recubrimientos, pastas, sprays, tuberías, depósitos, etc.
Es posible que tras cometer tantos errores en la medicina, ésta se fije en los postulados de la medicina natural que se sitúa de parte del hombre y confía en su naturaleza, siendo el médico naturista un servidor de la misma que intenta modular y acompañar el proceso de curación, frente a la postura de la medicina oficial en la que el médico pretende controlar la enfermedad olvidándose del auténtico protagonista, el ser humano.